Esa tarde vino a casa. Yo había llegado apurada de trabajar y me estaba duchando cuando me avisó que ya estaba cerca. Me apuré todo lo que pude, pero llegó antes que me pudiera terminar de vestir, así que lo atendí apenas con la bata cubriendo mi cuerpo. Los rituales en casa eran distintos a los del hotel. Durante todo el tiempo que estuvimos juntos jamás olvidé aquello que me había dicho sobre salir de la rutina, por eso trataba de que siempre hubiera algo distinto. Ese día mientras decidíamos si comer algo de lo que había o pedíamos el se apoyó en la mesa de la cocina. La movió un poco y dijo, acá no lo hicimos nunca y sonrío picara y morbosamente. Hice como que no había entendido lo que dijo, saqué unas cosas de la heladera y fui para la mesada. Me tomó por detrás y apoyándome me dijo al oído, sé que escuchaste y sé que te gustó la idea. Dejé lo que tenía en la mano sobre la mesada y lo empecé a besar. Esos besos profundos que me daba me hacían vibrar, su lengua dentro de mi boca hacía las mismas maravillas que hacía sobre todo mi cuerpo. Dejé caer la bata. Despacio me llevó para el lado de la mesa, me hizo sentar con las piernas abiertas, apenas mi torso tirado hacia atrás. Tomó una silla, se sentó frente a mi, me miró otra vez con esa mirada morbosa y seductora que el sabía tanto me gustaba. Se hundió en mi sexo. Comenzó a acariciar mi centro con su lengua, despacio, como si el tiempo no transcurriera. Me deje llevar. Mientras me lamía no dejaba de mirarme a los ojos, de ver como me iba entregando, como de a poco todo lo que estaba tenso en mi se iba aflojando, llevaba su lengua hasta la entrada de mi vagina y volvía al centro. Sentía como me iba humedeciendo, quería más, pero él se tomaba todo el tiempo, para disfrutarme, para disfrutar. Comenzó a usar su mano para acompañar las caricias de su lengua, despacio con su dedo iba dibujando círculos en mi piel que sentía esas caricias y se erizaba. Introdujo dos dedos. Despacio, con tranquilidad. Se los llevo a la boca, volvió a meterlos. Y a sacarlos, y otra vez adentro. Me miraba en mi cara iba adivinando los placeres que me daba. Siguió, más y más, paraba cruelmente, le pedía más, seguía. Aumentó el ritmo, ¡más fuerte!! le pedí con un grito grave y profundo. Me dio más y más y fuerte y sintió como venia esa lluvia de placer. Me agarré del borde de la ventana que estaba detrás y sentí como todo se inundaba de mí, su cara, su mano, la mesa, el piso. Quedé extenuada. El fue a al baño a secarse, bajé de la mesa, todavía sentía la liviandad del goce. Levanté la bata, me la puse, secamos el piso y la mesa. Mientras preparábamos unos sandwiches para almorzar nos dimos cuenta que la ventana que da al pasillo que lleva al departamento de atrás había quedado abierta y nos reímos pensando que mis vecinos nos habían visto. Comimos charlando tranquilos, después nos fuimos a mi habitación. Nos volvimos a besar, otra vez nuestras lenguas entrelazadas. Me siguió besando el cuello, volvió a la boca, siguió por el cuello, sus manos en mis pechos, sus dedos jugando con mis pezones. Lo desvestí con apuro pero con el cuidado necesario para que su ropa quedara lista como las de los bomberos, por las dudas. Lo bese, de la boca al pecho, seguí bajando. Con una mano le empecé a acariciar los testículos. De a poco, con pequeñas caricias, fui subiendo, despacio le agarre la verga desde el tronco comencé a darle masajes de arriba abajo, los huevos otra vez. Empezó a endurecerse, le pedí que se acueste, que se relaje y que me deje hacer lo mío. La erección no tardó mucho. Lo acariciaba lento, fui con mi mano mas atrás de los huevos, mis manos por sus nalgas, despacio, caricias para que se relaje, dibuje con mi dedo un círculo alrededor de su orificio anal, se resistía, volví a sus testículos. Su pija erguida, sus venas hinchadas. Otra vez mi dedo hacía atrás, pequeños círculos con mi lengua, se estremeció, esa pequeña y tímida excavación en la puerta de su ano lo había inquietado un poco, pero se había relajado, ahora gozaba de las caricias suaves que se extendían de allí hasta su pene rodeando sus huevos. Mis dedos apretando fuerte su tronco, mi boca comiendo completa su verga, mi lengua saboreándola entera, dura, caliente. Me la comí hasta el fondo. La mantuvo ahí hasta mi arcada, se la llené de saliva, se la frotaba con mis labios, mi lengua, la disfrutaba, le acariciaba los huevos fuerte, la sentí dura, durísima, sus venas a full. Lo miraba con la misma perversidad con la que me había mirado él en la cocina. Sentí que se venía, quiero tu leche en mis tetas le dije, se paró al borde de la cama, me atravesé de manera tal que podía chupar sus huevos y ofrecerle mis pechos para que me los llene con su leche. Un primer chorro que me salpicó hasta la barbilla y después esa tormenta de su placer sobre mí. Su grito liberador, más leche sobre mí. La calma. Se la chupe para dejársela limpia, me chupe mis pezones que chorreaban su paz. Quedamos tendidos en la cama, me abrazó, me acariciaba el pelo, dormimos un ratito. Tomamos algo fresco, vimos un poco de tele. Me acarició la cola, las tetas, me besó, lo besé, lo acaricie, le agarré las bolas fuerte, lo empecé a estimular con mi mano, el hizo lo mismo conmigo. Volvió el calor, me subí, comencé a cabalgarlo, cuando sentí su pija bien dura dentro mío salí y me subí otra vez pero dándole la espalda. Llevando mis brazos hacía atrás me tomó de mis muñecas, llevé, también, mi cabeza hacía atrás y en ese estado de sumisión completa me moví fuerte sobre él.
Amantes
Esa tarde vino a casa. Yo había llegado apurada de trabajar y me estaba duchando cuando me avisó que ya estaba cerca. Me apuré todo lo que pude, pero llegó antes que me pudiera terminar de vestir, así que lo atendí apenas con la bata cubriendo mi cuerpo. Los rituales en casa eran distintos a los del hotel. Durante todo el tiempo que estuvimos juntos jamás olvidé aquello que me había dicho sobre salir de la rutina, por eso trataba de que siempre hubiera algo distinto. Ese día mientras decidíamos si comer algo de lo que había o pedíamos el se apoyó en la mesa de la cocina. La movió un poco y dijo, acá no lo hicimos nunca y sonrío picara y morbosamente. Hice como que no había entendido lo que dijo, saqué unas cosas de la heladera y fui para la mesada. Me tomó por detrás y apoyándome me dijo al oído, sé que escuchaste y sé que te gustó la idea. Dejé lo que tenía en la mano sobre la mesada y lo empecé a besar. Esos besos profundos que me daba me hacían vibrar, su lengua dentro de mi boca hacía las mismas maravillas que hacía sobre todo mi cuerpo. Dejé caer la bata. Despacio me llevó para el lado de la mesa, me hizo sentar con las piernas abiertas, apenas mi torso tirado hacia atrás. Tomó una silla, se sentó frente a mi, me miró otra vez con esa mirada morbosa y seductora que el sabía tanto me gustaba. Se hundió en mi sexo. Comenzó a acariciar mi centro con su lengua, despacio, como si el tiempo no transcurriera. Me deje llevar. Mientras me lamía no dejaba de mirarme a los ojos, de ver como me iba entregando, como de a poco todo lo que estaba tenso en mi se iba aflojando, llevaba su lengua hasta la entrada de mi vagina y volvía al centro. Sentía como me iba humedeciendo, quería más, pero él se tomaba todo el tiempo, para disfrutarme, para disfrutar. Comenzó a usar su mano para acompañar las caricias de su lengua, despacio con su dedo iba dibujando círculos en mi piel que sentía esas caricias y se erizaba. Introdujo dos dedos. Despacio, con tranquilidad. Se los llevo a la boca, volvió a meterlos. Y a sacarlos, y otra vez adentro. Me miraba en mi cara iba adivinando los placeres que me daba. Siguió, más y más, paraba cruelmente, le pedía más, seguía. Aumentó el ritmo, ¡más fuerte!! le pedí con un grito grave y profundo. Me dio más y más y fuerte y sintió como venia esa lluvia de placer. Me agarré del borde de la ventana que estaba detrás y sentí como todo se inundaba de mí, su cara, su mano, la mesa, el piso. Quedé extenuada. El fue a al baño a secarse, bajé de la mesa, todavía sentía la liviandad del goce. Levanté la bata, me la puse, secamos el piso y la mesa. Mientras preparábamos unos sandwiches para almorzar nos dimos cuenta que la ventana que da al pasillo que lleva al departamento de atrás había quedado abierta y nos reímos pensando que mis vecinos nos habían visto. Comimos charlando tranquilos, después nos fuimos a mi habitación. Nos volvimos a besar, otra vez nuestras lenguas entrelazadas. Me siguió besando el cuello, volvió a la boca, siguió por el cuello, sus manos en mis pechos, sus dedos jugando con mis pezones. Lo desvestí con apuro pero con el cuidado necesario para que su ropa quedara lista como las de los bomberos, por las dudas. Lo bese, de la boca al pecho, seguí bajando. Con una mano le empecé a acariciar los testículos. De a poco, con pequeñas caricias, fui subiendo, despacio le agarre la verga desde el tronco comencé a darle masajes de arriba abajo, los huevos otra vez. Empezó a endurecerse, le pedí que se acueste, que se relaje y que me deje hacer lo mío. La erección no tardó mucho. Lo acariciaba lento, fui con mi mano mas atrás de los huevos, mis manos por sus nalgas, despacio, caricias para que se relaje, dibuje con mi dedo un círculo alrededor de su orificio anal, se resistía, volví a sus testículos. Su pija erguida, sus venas hinchadas. Otra vez mi dedo hacía atrás, pequeños círculos con mi lengua, se estremeció, esa pequeña y tímida excavación en la puerta de su ano lo había inquietado un poco, pero se había relajado, ahora gozaba de las caricias suaves que se extendían de allí hasta su pene rodeando sus huevos. Mis dedos apretando fuerte su tronco, mi boca comiendo completa su verga, mi lengua saboreándola entera, dura, caliente. Me la comí hasta el fondo. La mantuvo ahí hasta mi arcada, se la llené de saliva, se la frotaba con mis labios, mi lengua, la disfrutaba, le acariciaba los huevos fuerte, la sentí dura, durísima, sus venas a full. Lo miraba con la misma perversidad con la que me había mirado él en la cocina. Sentí que se venía, quiero tu leche en mis tetas le dije, se paró al borde de la cama, me atravesé de manera tal que podía chupar sus huevos y ofrecerle mis pechos para que me los llene con su leche. Un primer chorro que me salpicó hasta la barbilla y después esa tormenta de su placer sobre mí. Su grito liberador, más leche sobre mí. La calma. Se la chupe para dejársela limpia, me chupe mis pezones que chorreaban su paz. Quedamos tendidos en la cama, me abrazó, me acariciaba el pelo, dormimos un ratito. Tomamos algo fresco, vimos un poco de tele. Me acarició la cola, las tetas, me besó, lo besé, lo acaricie, le agarré las bolas fuerte, lo empecé a estimular con mi mano, el hizo lo mismo conmigo. Volvió el calor, me subí, comencé a cabalgarlo, cuando sentí su pija bien dura dentro mío salí y me subí otra vez pero dándole la espalda. Llevando mis brazos hacía atrás me tomó de mis muñecas, llevé, también, mi cabeza hacía atrás y en ese estado de sumisión completa me moví fuerte sobre él.
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