De nuestra pubertad todos guardamos secretos inconfesablespara evitar perder una amistad; el mío es simple, le vi la concha de la mamá demi mejor amigo, no de manera fortuita sino de modo premeditado. Y no mearrepiento, la concha de la señora Rossy es la mejor concha que he visto hastaahora.
Cuando tenía una decena de años, Franz mi mejor amigo, me invitabaa su casa a jugar al Nintendo, con la excusa de ir al baño pasaba por la ropatendida, entonces inspeccionaba al vuelo los brasieres de la señora Rossy (mamáde Franz). La señora Rossy, madre de 45 años, tenía las tetas pequeñas, pero suculo generoso, su culo estaba formado por dos filetes extra grandes de carne,por eso inspeccionaba con deleite sus calzones, esos calzones anchos; acariciabacon fruición la tela suave donde la señora Rossy depositaba sus nalgas y olisqueabala parte frontal buscando algún rastro de su olor vaginal.
Cierta tarde, jugando con Franz al Nintento, advertí que laseñora Rossy se dirigía al baño. Excusándome ante Franz que iría a tomar agua,fui detrás de la señora Rossy. Me acerqué al baño con cautela gatuna, elcorazón me latía vehementemente, encontré la puerta entreabierta, empuje consuavidad, el chirrido de la puerta fue disimulada por la música del Nintendo, abrímás, miré, la señora Rossy tenía la mitad del culo depositado en el inodoro, susnalgas eran blancas, ella tenía la mirada concentrada en el piso; se oíaclaramente el sonido del chorro de orina cayendo al inodoro, el sonido fuemenguando hasta apagarse; la señora Rossy se puso de píe, una bella selva lecrecía en el pubis, tenía la concha peluda de pelos ensortijados, enmarañados, flexionóligeramente las rodillas, cogió un trozo de papel higiénico y empezó a frotarsela concha, casi podía oírse el sonido de la fricción del papel contra su conchapeluda; distraídamente hizo una bolita con el papel y lo tiró al tacho; empezóa subirse el calzón, fue ahí donde pudo distinguirse su labios vaginales, suconcha era peluda para ocultar su vulva carnosa y esos labios vaginales negrosque le colgaban, con cierto esfuerzo subió el calzón por sus nalgas, se colocóel pantalón y dio vuelta para lavarse las manos, la puerta –quizá yo- emitió unchirrido y ella dirigió la vista sorprendida; me repuse y corrí, asustado y excitado,le dije a Franz que tenía que ir a casa, no volví a verlo en un mes hasta estarseguro que mi osadía no había sido descubierta.
Señores, ciertamente la concha de una mujer madura es unaobra de arte que merece ser admirada también.
Cuando tenía una decena de años, Franz mi mejor amigo, me invitabaa su casa a jugar al Nintendo, con la excusa de ir al baño pasaba por la ropatendida, entonces inspeccionaba al vuelo los brasieres de la señora Rossy (mamáde Franz). La señora Rossy, madre de 45 años, tenía las tetas pequeñas, pero suculo generoso, su culo estaba formado por dos filetes extra grandes de carne,por eso inspeccionaba con deleite sus calzones, esos calzones anchos; acariciabacon fruición la tela suave donde la señora Rossy depositaba sus nalgas y olisqueabala parte frontal buscando algún rastro de su olor vaginal.
Cierta tarde, jugando con Franz al Nintento, advertí que laseñora Rossy se dirigía al baño. Excusándome ante Franz que iría a tomar agua,fui detrás de la señora Rossy. Me acerqué al baño con cautela gatuna, elcorazón me latía vehementemente, encontré la puerta entreabierta, empuje consuavidad, el chirrido de la puerta fue disimulada por la música del Nintendo, abrímás, miré, la señora Rossy tenía la mitad del culo depositado en el inodoro, susnalgas eran blancas, ella tenía la mirada concentrada en el piso; se oíaclaramente el sonido del chorro de orina cayendo al inodoro, el sonido fuemenguando hasta apagarse; la señora Rossy se puso de píe, una bella selva lecrecía en el pubis, tenía la concha peluda de pelos ensortijados, enmarañados, flexionóligeramente las rodillas, cogió un trozo de papel higiénico y empezó a frotarsela concha, casi podía oírse el sonido de la fricción del papel contra su conchapeluda; distraídamente hizo una bolita con el papel y lo tiró al tacho; empezóa subirse el calzón, fue ahí donde pudo distinguirse su labios vaginales, suconcha era peluda para ocultar su vulva carnosa y esos labios vaginales negrosque le colgaban, con cierto esfuerzo subió el calzón por sus nalgas, se colocóel pantalón y dio vuelta para lavarse las manos, la puerta –quizá yo- emitió unchirrido y ella dirigió la vista sorprendida; me repuse y corrí, asustado y excitado,le dije a Franz que tenía que ir a casa, no volví a verlo en un mes hasta estarseguro que mi osadía no había sido descubierta.
Señores, ciertamente la concha de una mujer madura es unaobra de arte que merece ser admirada también.
0 comentarios - Madurita...