El otoño, se había instalado en la humanidad de mi madre. Aquella mujer despampanante, que llamaba la atención, causaba sensación entre propios y extraños, la que deslumbraba por su físico, se había transformado en una persona corriente, y ella se sentía insignificante.
Producto de ello, se había animado a pesar de sus años, a varias intervenciones quirúrjicas, para recuperar la lozanía de antaño. Recuerdo que apenas salió del quirófano, a las 48 horas me envió esta imagen, aún hinchada por la operación.
Rememoro haberle dicho un piropo, una galantería y como siempre hacía, me desubicaba con alguna guarrada, pero tengo presente que esa vez, ella me siguió la corriente y redobló la apuesta, bajándose el pantalón del conjunto deportivo exhibiendo sus bragas rosas, que hacían juego con aquél atuendo juvenil.
Le dije que iría a verla, sin embargo, ella no quiso y me indicó que me llamaría cuando se sintiera óptima, para encontrarnos a tomar algo en algún bar. Y así fue al termino de un mes, me llamó para juntarnos. Yo había buscado un buen sitio, un hotel internacional que tenía un pub donde hacían buenos tragos. Quería impresionarla y agasajar su nueva estética.
Sin embargo, el impresionado fui yo, parecía otra persona, estaba mucho más delgada, joven, como la recordaba en mi adolescencia, cuando disputaba mi amor y atención, con mi hermana Felina, su hija.
Tanto me asombró verla tan bien, que le pedí a un transeúnte nos tomara una fotografía con el celular en la puerta del lugar. No parecía mi madre, sino una milf, una mujer adulta pero no veterana.
Entramos al sitio ambos sonrientes, ella porque notó mi beneplácito con su figura, se sentiría como antes, como siempre, siendo admirada. Y yo igual, orgulloso de lo hermosa madre que tenía.
Yo había reservado una habitación, una especie de "penthouse", un lujo que me quise dar y darle a ella, mi mamá. Ella por supuesto sabía apreciar ese tipo de detalles.
Salimos a un espacio exterior que se relacionaba con otras habitaciones similares, era un ambiente en común para ese tipo de cuartos lujosos. El mozo trajo los tragos que había pedido con anterioridad y mientras bebíamos y conversábamos animadamente le mostré la foto de su postoperación y otra de su evolución posterior, cuando le habían dado el alta y estaba conforme con sus implantes mamarios.
Se sonrió algo sonrojada por su atrevimiento para con su hijo, aunque se excusaba asegurando que esa imagen fue un error, no era para mi, no era el destinatario final de la fotografía. Aunque se negaba a decirme para quien era, imagino que lo decía para despertar en mi algún tipo de celos o misterio.
Terminamos nuestro cóctel y la invité a pasar a la habitación para ponernos cómodos y se explayara no sólo sobre la intervención quirúrjica, sino también respecto a su vida personal. Habíamos estado algo desconectados luego de su separación de mi padre.
Al pararnos y estar tan cerca, tan próximo a su físico anatómico, no pude evitar contemplar y escudriñar sus nuevos pechos prominentes, turgentes y abultados. Ella sintió mi fisgonear pero disimuló.
Me descontrolaron como antes sus tetas. Me excité como en mi adolescencia. Merodee con mi mano con malas intenciones su hombro y el bretel de su remera blanca. Ella estaba expectante, agazapada.
Angélica mi madre, se bajó la remera con su mano derecha y con la izquierda presionó el pezón de su seno derecho y aseguró ¡No, no tiene leche hijo! Haciendo clara referencia irónica a mi actitud libidinosa.
¡Tal vez tu teta izquierda si tenga! Exclamé mientras posaba mis labios y succionaba como cuando pendejo sus "gomas". Ella no sólo no se inmutó sino que accedió tranquila a que lo hiciera.
¡Sacate la remera y dejame avizorarlas! Solicité como en la antigüedad hacía. Mi madre feliz, sonriente no dudó un segundo y lo hizo, se quitó la remera de una.
Pasé mi brazo por tras su cintura y con el otro desabotoné su pantalón, lentamente pero nervioso, sentía que la boca se me llenaba de saliva, de deseo sexual.
Se incorporó al sacarse el pantalón y sin que se lo pida se bajó las bragas.
Yo comencé a desvestirme, primero retiré mi remera.
Ella ya estaba en traje de Eva, totalmente desnuda.
Se soltó el cabello, otras de las cosas que me desvelaban de borrego y observé que estaba parcialmente depilada, sólo un mínimo mechón de vello púbico aparecía en su monte de venus.
Ella corrió el cierre relámpago de la bragueta de mis pantalones cortos.
Yo la tomé de la cintura y acaricié su suave y delicada piel.
Ella arrojó un almohadón al suelo y se hincó de rodillas sobre él, mientras tomaba con sus manos mi miembro viril.
Se lo introdujo en la boca mientras se masajeaba una teta, fundamentalmente el pezón que más la excitaba.
Pasó su lengua húmeda caliente sobre mi glande y vi como sus pezones se paraban como timbres.
Y sin mediar más que eso, acabé sobre su vientre, sobre sus pechos, mi esperma urgente.
Ella feliz, lucía ostentosa mi semen corriendo hacia su ombligo.
La giré sobre el respaldo de uno de los sillones y la penetré desde atrás.
Ella gozó de placer cuando irrumpí en su cuerpo.
Me acosté en el diván y ella se sentó sobre mi garcha.
Con mis manos y mis brazos la ayudaba a que ella en cuclillas suba y baje sobre mi pija.
Pase de un agujero a otro, culo y concha como antes y ella siempre lubricada.
Por último la penetré en la posición del misionero.
Nuevamente se subió y cabalgó de una manera atrevida, montándome como un potro bravío, para que todo vuelva a ser como nunca debió de dejar de serlo.
Producto de ello, se había animado a pesar de sus años, a varias intervenciones quirúrjicas, para recuperar la lozanía de antaño. Recuerdo que apenas salió del quirófano, a las 48 horas me envió esta imagen, aún hinchada por la operación.
Rememoro haberle dicho un piropo, una galantería y como siempre hacía, me desubicaba con alguna guarrada, pero tengo presente que esa vez, ella me siguió la corriente y redobló la apuesta, bajándose el pantalón del conjunto deportivo exhibiendo sus bragas rosas, que hacían juego con aquél atuendo juvenil.
Le dije que iría a verla, sin embargo, ella no quiso y me indicó que me llamaría cuando se sintiera óptima, para encontrarnos a tomar algo en algún bar. Y así fue al termino de un mes, me llamó para juntarnos. Yo había buscado un buen sitio, un hotel internacional que tenía un pub donde hacían buenos tragos. Quería impresionarla y agasajar su nueva estética.
Sin embargo, el impresionado fui yo, parecía otra persona, estaba mucho más delgada, joven, como la recordaba en mi adolescencia, cuando disputaba mi amor y atención, con mi hermana Felina, su hija.
Tanto me asombró verla tan bien, que le pedí a un transeúnte nos tomara una fotografía con el celular en la puerta del lugar. No parecía mi madre, sino una milf, una mujer adulta pero no veterana.
Entramos al sitio ambos sonrientes, ella porque notó mi beneplácito con su figura, se sentiría como antes, como siempre, siendo admirada. Y yo igual, orgulloso de lo hermosa madre que tenía.
Yo había reservado una habitación, una especie de "penthouse", un lujo que me quise dar y darle a ella, mi mamá. Ella por supuesto sabía apreciar ese tipo de detalles.
Salimos a un espacio exterior que se relacionaba con otras habitaciones similares, era un ambiente en común para ese tipo de cuartos lujosos. El mozo trajo los tragos que había pedido con anterioridad y mientras bebíamos y conversábamos animadamente le mostré la foto de su postoperación y otra de su evolución posterior, cuando le habían dado el alta y estaba conforme con sus implantes mamarios.
Se sonrió algo sonrojada por su atrevimiento para con su hijo, aunque se excusaba asegurando que esa imagen fue un error, no era para mi, no era el destinatario final de la fotografía. Aunque se negaba a decirme para quien era, imagino que lo decía para despertar en mi algún tipo de celos o misterio.
Terminamos nuestro cóctel y la invité a pasar a la habitación para ponernos cómodos y se explayara no sólo sobre la intervención quirúrjica, sino también respecto a su vida personal. Habíamos estado algo desconectados luego de su separación de mi padre.
Al pararnos y estar tan cerca, tan próximo a su físico anatómico, no pude evitar contemplar y escudriñar sus nuevos pechos prominentes, turgentes y abultados. Ella sintió mi fisgonear pero disimuló.
Me descontrolaron como antes sus tetas. Me excité como en mi adolescencia. Merodee con mi mano con malas intenciones su hombro y el bretel de su remera blanca. Ella estaba expectante, agazapada.
Angélica mi madre, se bajó la remera con su mano derecha y con la izquierda presionó el pezón de su seno derecho y aseguró ¡No, no tiene leche hijo! Haciendo clara referencia irónica a mi actitud libidinosa.
¡Tal vez tu teta izquierda si tenga! Exclamé mientras posaba mis labios y succionaba como cuando pendejo sus "gomas". Ella no sólo no se inmutó sino que accedió tranquila a que lo hiciera.
¡Sacate la remera y dejame avizorarlas! Solicité como en la antigüedad hacía. Mi madre feliz, sonriente no dudó un segundo y lo hizo, se quitó la remera de una.
Pasé mi brazo por tras su cintura y con el otro desabotoné su pantalón, lentamente pero nervioso, sentía que la boca se me llenaba de saliva, de deseo sexual.
Se incorporó al sacarse el pantalón y sin que se lo pida se bajó las bragas.
Yo comencé a desvestirme, primero retiré mi remera.
Ella ya estaba en traje de Eva, totalmente desnuda.
Se soltó el cabello, otras de las cosas que me desvelaban de borrego y observé que estaba parcialmente depilada, sólo un mínimo mechón de vello púbico aparecía en su monte de venus.
Ella corrió el cierre relámpago de la bragueta de mis pantalones cortos.
Yo la tomé de la cintura y acaricié su suave y delicada piel.
Ella arrojó un almohadón al suelo y se hincó de rodillas sobre él, mientras tomaba con sus manos mi miembro viril.
Se lo introdujo en la boca mientras se masajeaba una teta, fundamentalmente el pezón que más la excitaba.
Pasó su lengua húmeda caliente sobre mi glande y vi como sus pezones se paraban como timbres.
Y sin mediar más que eso, acabé sobre su vientre, sobre sus pechos, mi esperma urgente.
Ella feliz, lucía ostentosa mi semen corriendo hacia su ombligo.
La giré sobre el respaldo de uno de los sillones y la penetré desde atrás.
Ella gozó de placer cuando irrumpí en su cuerpo.
Me acosté en el diván y ella se sentó sobre mi garcha.
Con mis manos y mis brazos la ayudaba a que ella en cuclillas suba y baje sobre mi pija.
Pase de un agujero a otro, culo y concha como antes y ella siempre lubricada.
Por último la penetré en la posición del misionero.
Nuevamente se subió y cabalgó de una manera atrevida, montándome como un potro bravío, para que todo vuelva a ser como nunca debió de dejar de serlo.
140 comentarios - Mamá vino a mostrarme sus cirujías