Realmente hacía mucho tiempo que no escribía sobre mis aventuras con mi hijo, de hecho, últimamente la que se apropió de esta cuenta es mi hija.
Es lo que se llama en política el famoso "trasvasamiento generacional" es decir, dejar el lugar adquirido a alguien más joven, en este caso mi hija.
Hoy parece sencillo, o a ustedes les parecerá así, sin embargo, me costó aceptarlo, no sólo dejar el lugar, sino comprender los sucesos.
Pero bueno, luego de esta mínima aclaración, para que conozcan a la autora de este aporte, paso a la historia en si.
Creo que a nadie se les escapa, o que, todos conocen la relación con mi hijo, bah, los que siguen la historia (No voy hacer un recuento de esta, de hecho, los que quieren averiguarla, sólo tienen que buscarla y leerla). Pero, luego de los primeros escarceo sexo genitales entre ambos, es decir, el intento o prueba que fuimos realizando, para luego de manera determinada por ambos, dedicarnos por enteros a ello, ya sin rodeos o circunloquios.
Pensé en esos momentos que los mismos serían pasajeros, un devaneo, una distracción o pasatiempo superficial para mi hijo, que a su edad las hormonas se encontraban briosas.
Y para mi, entre una resignación como madre sobre protectora y un romance o amorío desatinado y/o absurdo, rayano con la alienación degradante con la persona más especial y querida aunque rechazando lo moralmente establecido. Como un deseo de quedar bien con él, ayudarlo en esos momentos complejos de su despertar sexual. Era y es mi adoración, tengo por mi hijo una devoción seguramente exagerada, la que hizo aceptar ese juego de seducción.
Pero al poco tiempo eso se transformó en fascinación, lo que me provocaba el deseo genital permanente, un encantamiento que me hechizó y me sometió a su personalidad demandante.
Donde en breve tiempo pasé de perseguidora a perseguida. En un principio jugué con él, pero enseguida Leo (es el nombre de mi hijo) lo hizo conmigo y de manera extrema, al punto de esclavizarme, sometiéndome con fuerza, dirigiendo duramente mi comportamiento, fui su presa y el mi cazador.
En un primer momento, todo era experimentación para ambos, aunque sin lugar a dudas más para él. Yo era el objeto de esa, su experiencia, su conejillo de indias, y accedía a las cosas más básicas, tacto, chupones, sabores, etc. Casi de manera graciosa, cómica.
Sin embargo, luego de ese lapso de tiempo, de reconocimiento corporal, fundamentalmente de él sobre el mío, pasamos rápidamente, casi sin darme cuenta, a la consumación, primero de manera hasta romántica, suave, teniendo encuentros amorosos, aunque genitales, pero con una carga sentimental, de los dos, de eso estoy casi segura.
Pero, al poco tiempo, aquello, el hacer el amor, se fue convirtiendo en lascivia, deseo pasional, de exaltación y excitación que nos llevaba a ambos a un placer intenso, salvaje, rápido que inmediatamente nos llevaba a la relajación.
A pesar de ello, esa distensión, no duraba mucho, mejor dicho nada. Lo entendía en él, estaba empezando a cojer, y se tenía que poner al día (ya que la paja no es como el trigo). Pero, no era comprensible en mi, yo tenía alguna necesidad, pero no estaba muerta de hambre.
Sin embargo, él me encendió, me estremecía su ritmo incansable, conmocionaba mi humanidad, lograba con su frenesí, la contracción violenta e involuntaria de todas mis zonas erógenas. Una agitación violenta de todos mis miembros y hasta de músculos que no sabía que existían en mi cuerpo, me sacudía sexualmente.
Era una máquina, un semental, usaba su miembro viril casi de manera mecánica, crispaba mi vulva, mi clítoris de espasmos placenteros, un animal, un macho destinado a la actividad de los órganos reproductores. Tenía la propiedad o la facultad de elevarme a sentirme como una diosa sexual con su bombeo.
Sin embargo, eso me desquició, me alteró, me trastornó, quitándome los prejuicios, las inhibiciones, la moral, la ética y las normas de conducta establecidas. Turbó mi conciencia e hizo que me aturda desproveyendo mi sentido de ubicación, mi vergüenza, me despojó de todo tipo de voluntad, que fuera antagónica para sus deseos.
E hice cualquier cosa, cualquier osadía, fui imprudente con sus deseos, al límite del descaro y llegué a la imprudencia de tener sexo en público, en lugares intrépidos, fui insolente y desfachatada.
Eso me trajo muchos problemas y contratiempos con extraños, que al ver mi comportamiento descarado, me trataban irrespetuosamente, llamándome al orden, criticando mi accionar y hasta acosándome o tratando de abusar de mi desparpajo. De esa manera muchos familiares, parientes, de nuestra familia me avanzaron, me atacaron de forma venérea sin miramientos, hasta ancianos que ya no funcionaban se excitaron eróticamente con la ilusión de conocerme de manera carnal.
Hasta que me convertí en una especie de juguete de mi hijo, que de manera impiadosa me usaba casi de "sparring" para entrenar y practicar acciones degradantes como un objeto sin alma, un material de ejercicio humillante sumiso y obediente para encubrir su sadismo y crueldad.
Es decir, de aquél tímido joven inexperto, mi hijo se convirtió en un monstruo degenerado y sádico, que a veces cuando tenía ganas, me hacía delirar de placer.
Es lo que se llama en política el famoso "trasvasamiento generacional" es decir, dejar el lugar adquirido a alguien más joven, en este caso mi hija.
Hoy parece sencillo, o a ustedes les parecerá así, sin embargo, me costó aceptarlo, no sólo dejar el lugar, sino comprender los sucesos.
Pero bueno, luego de esta mínima aclaración, para que conozcan a la autora de este aporte, paso a la historia en si.
Creo que a nadie se les escapa, o que, todos conocen la relación con mi hijo, bah, los que siguen la historia (No voy hacer un recuento de esta, de hecho, los que quieren averiguarla, sólo tienen que buscarla y leerla). Pero, luego de los primeros escarceo sexo genitales entre ambos, es decir, el intento o prueba que fuimos realizando, para luego de manera determinada por ambos, dedicarnos por enteros a ello, ya sin rodeos o circunloquios.
Pensé en esos momentos que los mismos serían pasajeros, un devaneo, una distracción o pasatiempo superficial para mi hijo, que a su edad las hormonas se encontraban briosas.
Y para mi, entre una resignación como madre sobre protectora y un romance o amorío desatinado y/o absurdo, rayano con la alienación degradante con la persona más especial y querida aunque rechazando lo moralmente establecido. Como un deseo de quedar bien con él, ayudarlo en esos momentos complejos de su despertar sexual. Era y es mi adoración, tengo por mi hijo una devoción seguramente exagerada, la que hizo aceptar ese juego de seducción.
Pero al poco tiempo eso se transformó en fascinación, lo que me provocaba el deseo genital permanente, un encantamiento que me hechizó y me sometió a su personalidad demandante.
Donde en breve tiempo pasé de perseguidora a perseguida. En un principio jugué con él, pero enseguida Leo (es el nombre de mi hijo) lo hizo conmigo y de manera extrema, al punto de esclavizarme, sometiéndome con fuerza, dirigiendo duramente mi comportamiento, fui su presa y el mi cazador.
En un primer momento, todo era experimentación para ambos, aunque sin lugar a dudas más para él. Yo era el objeto de esa, su experiencia, su conejillo de indias, y accedía a las cosas más básicas, tacto, chupones, sabores, etc. Casi de manera graciosa, cómica.
Sin embargo, luego de ese lapso de tiempo, de reconocimiento corporal, fundamentalmente de él sobre el mío, pasamos rápidamente, casi sin darme cuenta, a la consumación, primero de manera hasta romántica, suave, teniendo encuentros amorosos, aunque genitales, pero con una carga sentimental, de los dos, de eso estoy casi segura.
Pero, al poco tiempo, aquello, el hacer el amor, se fue convirtiendo en lascivia, deseo pasional, de exaltación y excitación que nos llevaba a ambos a un placer intenso, salvaje, rápido que inmediatamente nos llevaba a la relajación.
A pesar de ello, esa distensión, no duraba mucho, mejor dicho nada. Lo entendía en él, estaba empezando a cojer, y se tenía que poner al día (ya que la paja no es como el trigo). Pero, no era comprensible en mi, yo tenía alguna necesidad, pero no estaba muerta de hambre.
Sin embargo, él me encendió, me estremecía su ritmo incansable, conmocionaba mi humanidad, lograba con su frenesí, la contracción violenta e involuntaria de todas mis zonas erógenas. Una agitación violenta de todos mis miembros y hasta de músculos que no sabía que existían en mi cuerpo, me sacudía sexualmente.
Era una máquina, un semental, usaba su miembro viril casi de manera mecánica, crispaba mi vulva, mi clítoris de espasmos placenteros, un animal, un macho destinado a la actividad de los órganos reproductores. Tenía la propiedad o la facultad de elevarme a sentirme como una diosa sexual con su bombeo.
Sin embargo, eso me desquició, me alteró, me trastornó, quitándome los prejuicios, las inhibiciones, la moral, la ética y las normas de conducta establecidas. Turbó mi conciencia e hizo que me aturda desproveyendo mi sentido de ubicación, mi vergüenza, me despojó de todo tipo de voluntad, que fuera antagónica para sus deseos.
E hice cualquier cosa, cualquier osadía, fui imprudente con sus deseos, al límite del descaro y llegué a la imprudencia de tener sexo en público, en lugares intrépidos, fui insolente y desfachatada.
Eso me trajo muchos problemas y contratiempos con extraños, que al ver mi comportamiento descarado, me trataban irrespetuosamente, llamándome al orden, criticando mi accionar y hasta acosándome o tratando de abusar de mi desparpajo. De esa manera muchos familiares, parientes, de nuestra familia me avanzaron, me atacaron de forma venérea sin miramientos, hasta ancianos que ya no funcionaban se excitaron eróticamente con la ilusión de conocerme de manera carnal.
Hasta que me convertí en una especie de juguete de mi hijo, que de manera impiadosa me usaba casi de "sparring" para entrenar y practicar acciones degradantes como un objeto sin alma, un material de ejercicio humillante sumiso y obediente para encubrir su sadismo y crueldad.
Es decir, de aquél tímido joven inexperto, mi hijo se convirtió en un monstruo degenerado y sádico, que a veces cuando tenía ganas, me hacía delirar de placer.
95 comentarios - La gata y el ratón madre e hijo de perseguidora a perseguid
Grandioso aporte esto si pone duro 😛
excelente post
@fl22lf Muchas gracias, me encanta que te guste, saludos @Mexiclon328 Muchas gracias, agradezco tu comentario halagador, saludos @Amudiel66 Muchas gracias por tu preocupación, tal vez no, pero de serlo, dejo un reemplazo, saludos @JonhCas Muchas gracias amigo, siempre tan atento y observador, saludos @mrelpanzas Muchas gracias por tus símbolos de aprobación, saludos @DAMIAN7600 Muchas gracias por tu comentario tan fervoroso, saludos