Las veces que zafamos con mi hermano de ser descubiertos en pleno acto sexual, depravado. Porque, convengamos que yo con mi hermano, no hago el amor, no tengo un coito normal, lo nuestro es escandaloso, no sólo por el hecho manifiesto que somos familia, sino por el frenesí del encuentro, el fervor puesto en el acto, con el desenfreno de nuestras acciones, la exaltación violenta de nuestras pasiones desatadas, cercanas al delirio o a la locura. Somos capaces de cualquier cosa.
Una de esas tantas veces, seguro que el frenético ida y vuelta de nuestros cuerpos, yo, como una ménade embriagada por Baco (aquél dios romano símbolo del vino y de la sensualidad) cometía grandes excesos, proporcionando un placer desenfrenado a mi misma y a mi hermano. Lo que nos abstraía del entorno y de pronto aparecía uno de nuestros padres o la voz de uno de ellos preguntando que pasaba mientras se acercaban. Y uno de los dos huía por alguna abertura sin ser visto, desnudo.
Cuando más cerca estuvo el peligro certero y eminente, fue en la época en que mi hermano estaba en el servicio militar.
La ausencia de nuestros cuerpos ante el obstáculo que era estar incorporado al ejército, de manera obligatoria, hacía que, cada vez que él estaba de visita, intentáramos recuperar ese tiempo perdido. Empeorábamos, con una exaltación extrema de los sentimientos y de las pasiones postergadas, como el acceso violento de una enfermedad.
Éramos como autómatas, dos máquinas que sus mecanismos se complementan y que sólo unidos nuestros cuerpos nos permitían realizar determinados movimientos, los necesarios para el placer extremo, manipulándonos de manera casi inanimada, de una forma siniestra.
Se encendía en nosotros un dispositivo o un conjunto de reglas amorales que realizaban un encadenamiento automático y continuo de operaciones capaces de dirigirnos a un proceso excesivo de lascivia, que nos condicionaba a quedar en descubierto.
Pero en la absoluta inconsciencia de ese momento, me llevó a mi además, aceptar ser explorada contra natura, como dije antes, siendo dirigida a actuar de manera condicionada, maquinalmente, lo dejaba y me dejaba como una zombie.
Mi hermano siempre lo quería y me lo pedía, aunque a mi me dolía, y en un principio no sentía goce, solo sufrimiento, un suplicio, una tortura. Sin embargo, con la reiteración y las repeticiones, esa aflicción se fue transformando en placentera, en una sensación agradable, primero de entretenimiento para los dos, luego como diversión juntos y por último de gusto y satisfacción sin impedimento alguno para él, un deleite tal vez masoquista para mi.
Sin embargo, es se convirtió en una adicción para mi, y eso sucedió fundamentalmente, de la mano de mi padre, aunque el primero o la primera mano, fue la de mi abuelo materno.
Paso a explicar, mi hermano no estaba más que un par de días en el mes en nuestra casa, por supuesto, cuando cumplía con su servicio militar obligatorio.
El resto de los días del mes, y más aún en ese entonces, yo era cuasi cautiva de mis padres, no podía deambular por la calle, y me visitaban sólo algunas amigas vecinas, ningún varón entraba a nuestra casa. Rogaba por la visita de mis primos, pero, aquello no era tan asiduo.
Mis tíos solteros, tras que no eran muchos, tampoco reparaban en mi. Sólo tenía la presencia de mi padre y en alguna menor medida la de mis abuelos.
Un día jugando con este (mi abuelo) me disfracé de dama antigua o no se que cosa. Y en un momento dado, me encontré en ropa interior y medias de seda frente a él.
Mi abuelito sin mediar palabra y siguiendo seguramente un impulso inconsciente me metió la mano en mis bragas y comenzó a hurgar mis orificios genitales, se hizo una costumbre y un secreto entre ambos, y por alguna coincidencia del destino, tenía predilección por el ano.
Esto, se hizo más complejo o más bien, se agravó con mi papá, no voy a entrar en detalles aquí y ahora de como fue, será para otra crónica. Pero, pasamos a otro nivel, y aquí vuelvo a utilizar el concepto masoquismo.
Ya que a mi, eso me daba satisfacción, encontré con él, todo un nuevo placer, que no experimenté hasta ese entonces con mi hermano, pero si, a partir de aquí.
Era una especie de perversión mutua, en donde yo sentía placer sexual, siendo humillada y maltratada. Disfrutaba siendo disminuida a una especie de víctima con esa actividad genital. Seguramente era una propensión innata una inclinación a lo tortuoso de ambos, que se aunaba en algo parecido al sadomasoquismo, yo lo recibía y él me lo propinaba morbosamente.
Fue el único que me hizo acabar por el orto.
Esto continuó indefinidamente con mi padre, no fue ese el caso con mi abuelo materno, bah, para explicarlo mejor, debo decir, que, con mi abuelo las cosas también pasaron a otro nivel, se fue produciendo un decidido avance por parte de ambos.
Yo quería ser penetrada por mi "abu", debido a ello, yo ante él, bah, los que me leen, saben que siempre fue así, pero yo andaba siempre con poca ropa, y cuando estaba con mi abuelo, no modificaba esa actitud, más aún, me ponía la lencería más audaz. Eso hizo que él, no pudiera contenerse, y me acariciaba en mis partes pudendas sin miramientos.
Tanto fue así, que llegó el día en que me propuso casi jugando, lo de penetrarme, lo hizo mientras me acariciaba eróticamente, yo sensible a la excitación sexual recibida a través de él, me desnudé al instante seducida por sus manos.
Noté su erección en la entrepierna, estaba listo para copular. Quise desvestirlo pero se negó, sólo sacó su órgano viril mientras me empujaba a que me recueste en un sofá, su pene blandía erecto dispuesto a cohabitar mi vulva.
Sin embargo, casi en silencio, mi abuela entre abrió la puerta de la sala donde estábamos y con una mirada absorta, extraviada tambaleó hasta llamar a mi madre.
Por supuesto, esa vez se frustró, aunque (para que se queden tranquilos) tuvimos revancha y fue un éxito, pero en ese momento, mordimos el polvo de la derrota.
Mi abuela se separó de mi abuelo y se fue a vivir a Europa, donde mejoró totalmente su aspecto, hasta convertirse en una "como hombres", mi madre nunca más le dirigió la palabra a su padre. Me enteré después, mucho más tarde, que ella también había sido abusada por este familiar, según dice contra su voluntad, y no como yo con mi papá.
De alguna manera eso a mi me salvó de la reprimenda, igual me comí unos bofetazos, pero quedó como uno de los tantos secretos que guarda nuestra familia, en este caso puntual, entre ella y yo. Pero, hay otros muchos secretos en nuestra familia, de unos con otros.
Y mientras esperaba el retorno de mi hermano para irnos a la cama juntos, seguí yendo a la cama o donde fuera con mi padre, otro de mis amantes predilectos....
Una de esas tantas veces, seguro que el frenético ida y vuelta de nuestros cuerpos, yo, como una ménade embriagada por Baco (aquél dios romano símbolo del vino y de la sensualidad) cometía grandes excesos, proporcionando un placer desenfrenado a mi misma y a mi hermano. Lo que nos abstraía del entorno y de pronto aparecía uno de nuestros padres o la voz de uno de ellos preguntando que pasaba mientras se acercaban. Y uno de los dos huía por alguna abertura sin ser visto, desnudo.
Cuando más cerca estuvo el peligro certero y eminente, fue en la época en que mi hermano estaba en el servicio militar.
La ausencia de nuestros cuerpos ante el obstáculo que era estar incorporado al ejército, de manera obligatoria, hacía que, cada vez que él estaba de visita, intentáramos recuperar ese tiempo perdido. Empeorábamos, con una exaltación extrema de los sentimientos y de las pasiones postergadas, como el acceso violento de una enfermedad.
Éramos como autómatas, dos máquinas que sus mecanismos se complementan y que sólo unidos nuestros cuerpos nos permitían realizar determinados movimientos, los necesarios para el placer extremo, manipulándonos de manera casi inanimada, de una forma siniestra.
Se encendía en nosotros un dispositivo o un conjunto de reglas amorales que realizaban un encadenamiento automático y continuo de operaciones capaces de dirigirnos a un proceso excesivo de lascivia, que nos condicionaba a quedar en descubierto.
Pero en la absoluta inconsciencia de ese momento, me llevó a mi además, aceptar ser explorada contra natura, como dije antes, siendo dirigida a actuar de manera condicionada, maquinalmente, lo dejaba y me dejaba como una zombie.
Mi hermano siempre lo quería y me lo pedía, aunque a mi me dolía, y en un principio no sentía goce, solo sufrimiento, un suplicio, una tortura. Sin embargo, con la reiteración y las repeticiones, esa aflicción se fue transformando en placentera, en una sensación agradable, primero de entretenimiento para los dos, luego como diversión juntos y por último de gusto y satisfacción sin impedimento alguno para él, un deleite tal vez masoquista para mi.
Sin embargo, es se convirtió en una adicción para mi, y eso sucedió fundamentalmente, de la mano de mi padre, aunque el primero o la primera mano, fue la de mi abuelo materno.
Paso a explicar, mi hermano no estaba más que un par de días en el mes en nuestra casa, por supuesto, cuando cumplía con su servicio militar obligatorio.
El resto de los días del mes, y más aún en ese entonces, yo era cuasi cautiva de mis padres, no podía deambular por la calle, y me visitaban sólo algunas amigas vecinas, ningún varón entraba a nuestra casa. Rogaba por la visita de mis primos, pero, aquello no era tan asiduo.
Mis tíos solteros, tras que no eran muchos, tampoco reparaban en mi. Sólo tenía la presencia de mi padre y en alguna menor medida la de mis abuelos.
Un día jugando con este (mi abuelo) me disfracé de dama antigua o no se que cosa. Y en un momento dado, me encontré en ropa interior y medias de seda frente a él.
Mi abuelito sin mediar palabra y siguiendo seguramente un impulso inconsciente me metió la mano en mis bragas y comenzó a hurgar mis orificios genitales, se hizo una costumbre y un secreto entre ambos, y por alguna coincidencia del destino, tenía predilección por el ano.
Esto, se hizo más complejo o más bien, se agravó con mi papá, no voy a entrar en detalles aquí y ahora de como fue, será para otra crónica. Pero, pasamos a otro nivel, y aquí vuelvo a utilizar el concepto masoquismo.
Ya que a mi, eso me daba satisfacción, encontré con él, todo un nuevo placer, que no experimenté hasta ese entonces con mi hermano, pero si, a partir de aquí.
Era una especie de perversión mutua, en donde yo sentía placer sexual, siendo humillada y maltratada. Disfrutaba siendo disminuida a una especie de víctima con esa actividad genital. Seguramente era una propensión innata una inclinación a lo tortuoso de ambos, que se aunaba en algo parecido al sadomasoquismo, yo lo recibía y él me lo propinaba morbosamente.
Fue el único que me hizo acabar por el orto.
Esto continuó indefinidamente con mi padre, no fue ese el caso con mi abuelo materno, bah, para explicarlo mejor, debo decir, que, con mi abuelo las cosas también pasaron a otro nivel, se fue produciendo un decidido avance por parte de ambos.
Yo quería ser penetrada por mi "abu", debido a ello, yo ante él, bah, los que me leen, saben que siempre fue así, pero yo andaba siempre con poca ropa, y cuando estaba con mi abuelo, no modificaba esa actitud, más aún, me ponía la lencería más audaz. Eso hizo que él, no pudiera contenerse, y me acariciaba en mis partes pudendas sin miramientos.
Tanto fue así, que llegó el día en que me propuso casi jugando, lo de penetrarme, lo hizo mientras me acariciaba eróticamente, yo sensible a la excitación sexual recibida a través de él, me desnudé al instante seducida por sus manos.
Noté su erección en la entrepierna, estaba listo para copular. Quise desvestirlo pero se negó, sólo sacó su órgano viril mientras me empujaba a que me recueste en un sofá, su pene blandía erecto dispuesto a cohabitar mi vulva.
Sin embargo, casi en silencio, mi abuela entre abrió la puerta de la sala donde estábamos y con una mirada absorta, extraviada tambaleó hasta llamar a mi madre.
Por supuesto, esa vez se frustró, aunque (para que se queden tranquilos) tuvimos revancha y fue un éxito, pero en ese momento, mordimos el polvo de la derrota.
Mi abuela se separó de mi abuelo y se fue a vivir a Europa, donde mejoró totalmente su aspecto, hasta convertirse en una "como hombres", mi madre nunca más le dirigió la palabra a su padre. Me enteré después, mucho más tarde, que ella también había sido abusada por este familiar, según dice contra su voluntad, y no como yo con mi papá.
De alguna manera eso a mi me salvó de la reprimenda, igual me comí unos bofetazos, pero quedó como uno de los tantos secretos que guarda nuestra familia, en este caso puntual, entre ella y yo. Pero, hay otros muchos secretos en nuestra familia, de unos con otros.
Y mientras esperaba el retorno de mi hermano para irnos a la cama juntos, seguí yendo a la cama o donde fuera con mi padre, otro de mis amantes predilectos....
155 comentarios - Después de la bienvenida los hermanos fueron a la cama
Gracias por compartir esto y tu post. Va punto.