Realmente no me siento bien, lo extraño, estoy sola, aburrida.
No pensé sentir tanto la ausencia de Leo, y a pesar de que cuando está en la casa, se la pasa fastidiando para que juguemos a los besos, abrazos y busque que me desnude, para luego me toque, etc.
Pero, ahora que no está me siento vacía, y con muchas, demasiadas ganas de cojer, de chupar pija, de sentir sus dedos en mi concha, la humedad en mi vagina.
¡Qué paja! Murmuró Felina, solitaria en su habitación ávida de sexo genital, a pesar que en el día de ayer no más, había tenido acción con los "cuatro fantásticos" así le había puesto a los amigos de su hermano, que la penetraron masivamente pero de manera aleatoria todos a la vez.
Se incorporó, se arregló, se produjo como para los juegos con su hermano, con un vestuario para una de esas historias que jugaban, pero, era imposible, no podía hacerlo sola, ni ganas le daba de masturbarse ¡Qué hacer! Pensó
Su madre la vigilaba y no iba a dejarla salir de la casa desde tan temprano.
Se dirigió al exterior pero siempre dentro de la superficie del terreno de la casa, precisamente deambuló por el fondo del mismo, sobre los límites dentro de aquel perímetro.
Estaba rodeada por árboles y paredes.
Se quitó la blusa, la remera que llevaba puesta para que la brisa que corría entre los árboles la refrescara y le quitara la calentura. Sin embargo el aire al rozarle los pezones la excitaba.
Eso la llevó a desprenderse el cierre relámpago de sus jeans, así esa corriente ventosa rozaría su clítoris, y entraría en clímax, como para tocarse sus zonas erógenas y clavarse una paja.
Por último, se quitó también el pantalón y quedó completamente desnuda entre la naturaleza arbórea. Se recostó sobre la base de un añoso árbol, casi sobre las raíces del mismo, y pensó en satisfacerse sola, a pesar que desde la casa, en su hogar, la mirada furtiva de alguien podría estar mirando, por ejemplo su madre.
Realmente poco le importaba saber si era así. Se insertó su dedo índice en su vulva y eso la estremeció. Sin embargo, añoraba una verga, y rememoraba la pija de su hermano Leo, la que conocía de memoria, siempre tan pronta, tan lista a encenderse y penetrarla.
Desistió de continuar mientras contemplaba el muro que demarcaba su propiedad con la de otro lote lindero, en el que vivían dos ancianos, padre e hijo, uno bordeaba los sesenta y el otro los ochenta años de edad, eran más viejos que la casa donde habitaban, pensó la niña.
El terreno de aquel lote lindero estaba descuidado casi como un terreno baldío, debido a la falta de mantenimiento, con una exuberante vegetación forestal y de arbustos con pastizales.
Como pudo, se trepó a la pared, lastimándose, raspándose con las piedras de aquella tapia. Pero se subió a lo alto de aquella muralla y observó hacia el interior del lugar.
No estaba segura ni decidida, pero las ganas y el deseo la obligaban a pensar seriamente en arrojarse hacia el otro lado, hacia extramuros, a lo del vecino, aunque temía lastimarse en la caída, hacerse daño y que luego no pudiera trepar desde allí y volver a su casa.
Reflexionaba, hacía mapas mentales de cual sería las consecuencias del brinco, pero en la duda e incertidumbre de sus pensamientos la hicieron descuidar y caer sin querer del otro lado.
Al toque, como un resorte se levantó sin sufrir ninguna lesión, miró hacia atrás, a los costados y todo estaba normal, en silencio, caminó con cuidado, lenta y sigilosamente pegada a la pared, pero del otro lado de la misma, en una propiedad extraña, era una intrusa.
Algo le decía que no todo estaba bien, que algo andaba mal, sentía ruidos distintos que en el terreno de su casa, era otro ámbito pero, escuchaba como pasos, como sonidos de pisadas en el pasto, el quiebre de algunas ramas.
Hasta que de pronto se le hizo la noche, pero literalmente, dejó de ver, sus ojos fueron vendados, como por una especie de antifaz.
Fue rodeada por varias personas, sentía los cuerpos alrededor de ella, y al instante manos que la tocaban sin mediar palabra alguna. Sintió que además del trapo en los ojos, le ponían como un tipo de sujetador bajo sus pechos, y otras manos una especie de liga en sus piernas.
Sintió las caricias y manoseos de extremidades curtidas, manos con callos o descuidadas, no suaves, que la pellizcaban, estrujaban, apretaban.
Y a pesar del miedo, de la inquietud, se excitó, sintió como sus pezones se erectaron, su cavidad genital se inundó de flujo, de líquidos que la lubricaban. Esa era la respuesta que su cuerpo le daba a ella, y brindaba a su vez señales a esos extraños para que continuaran haciendo lo que hasta allí hacían.
Eran cuatro ancianos, el padre, el hijo, y dos familiares más, todos de la misma edad.
Ellos al notar que no se resistía, que no opuso ningún obstáculo, le quitaron las vendas, y tuvieron la delicadeza de hacerlo por separado, es decir, cada uno fue esperando su turno y todos se la cojieron.
Realmente fue una experiencia satisfactoria, tampoco algo para decir ¡Guau, como me cojieron!
¡Que tarde de sexo frenética! Pero le dieron la satisfacción que añoraba.
Los veteranos la despidieron deseando y pidiéndole que se repita. Felina se despidió de ellos agradecida y les dijo ¡Si quieren que vuelva, consigan o hagan una escalera! Sonrió y se marchó de regreso a su casa.
Ellos, los vejetes, le aseguraron, le prometieron, que construirían una de material, pero en ese momento, sólo le alcanzaron una de madera, de esas escaleras que se abren, que la utilizan los pintores, como para facilitar que ella logre treparse al muro sin lastimarse.
Ella, Felina, puso carita de agradecida, no lo esperaba en ese momento.
Antes de desaparecer de la vista de los jubilados y retornar a su domicilio lindero, le dedicó una pose sensual para que no la olvidaran jamás, y les arrojó un besito a la distancia con un comentario gracioso ¡Chau chicos, la pasé "bomba"! y se esfumó entre las enredaderas.
65 comentarios - Mi hermano me abandonó
que buena historia !!! muy buen post !!!
para vos 🌹