No es fácil ser pobre.
Don Mario es bueno. Tiene la mayor tienda del pueblo. Y es el alcalde. También es mi padrino de nacimiento.
Mi madrina murió hace varios meses. Como última voluntad le pidió a mi padre que me enviara a su casa para encargarme de ella.
Don Mario me conoce desde siempre. De pequeña me chuleaba mucho. Decía que yo sería una mujer muy bonita. Me hice cargo de su casa. Me trató con respeto y con cariño. Yo le tenía cariño desde chiquita. Cada vez que me veía me daba unos buenos pesos para que me comprara golosinas.
Para aminorar su pena, que se recrudece por la noche, adquirió la costumbre de tomarse un par de caballitos de tequila. Hace dos días, antes de regresar a mi casa, me pidió que tomará con él. No pude negarme. Sentí mucho calor en mi cuerpo y me relaje. Continuamos tomando.
Me pidió que me sentara en sus piernas. No se por qué, pero dócilmente lo hice. Sentí su larga y gruesa verga debajo de mis sentaderas. Sin pensarlo como ve a menearme y a besarlo. Me besó ansiosamente. Nuestras lenguas se enredaban. Sabía a dónde iba eso y me abandoné.
Desabrochó su pantalón y liberó su miembro. Me hinque y comencé a chuparlo. "Así, así, ahijadita", escuché.
Luego me levantó y, dándome la vuelta, con su verga tiesa y caliente apuntando a cielo, hizo que me sentará poco a poco, penetrando por mi ano. Yo estaba enloquecida de dolor y de deseo. Aquello tan grueso dentro de mi, invadiéndome, me provocaba un placer estupidizante. Sabía que me estaba convirtiendo en su mujer.
Comencé a darme de sentones. Primero lenta, suavemente, después con frenesí. Él me abrazaba por la cintura, apretándome contra sí. Sentí cuando su verga explotó inundando mi intestino con su esperma. Yo me convulsioné de gozo. Era como una marea que arrasaba mi cuerpo.
Quedamos exhaustos.
Me dijo "mi reina, que rico, que rico es. Sé mía por siempre. Será tuyo todo lo que tengo".
"No necesito que me dé nada, Don Mario, lo quiero y no quiero que sufra más por la perdida de su mujer", le contesté.
Agregó "tú me haces dichoso como jamás no he sido."
Yo, sabiendome ya hembra de ese hombre le dije "te haré sentir dichoso siempre que usted quiera".
Mientras con sus dedos sobaba suavemente mi ano declaró "desde ahora eres mi puta y mi mujer".
"Sí , mi amor, sí" le dije mientras un trozo de excremento se deslizó fuera de mi ano provocado por el traviesos e indecente jugueteo de sus dedos.
Como dije al principio. No es fácil ser pobre. Pero a veces la suerte ayuda. Y tener un cuerpo que hace que el padrino pierda la cabeza.
Antes nadie sabía el nombre de la plebita, pero desde ayer todos en el pueblo me dicen Doña Silvia. Incluido el pendejo de mi padre, que se quedó sin hija a la que culear.
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