739 Katy Perry
Katy Perry tiene dos cosas a su favor: es súper guapa y es la única artista pop en lanzar un disco durante el verano. Jackpot. Pero tiene otra en contra: no tiene ni puta idea de cantar. Pero no en plan “escucharte no me aporta absolutamente nada” como Nelly Furtado, sino más bien rollo “OH DIOS MÍO QUÉ RUIDO ES ESE ARRÁNCAME LOS OÍDOS TE LO SUPLICO”. Las miles de actuaciones de Katy durante el último par de meses han sido insoportables, y lo peor es que las hemos visto todas porque no teníamos otra cosa mejor que hacer. Atención a cómo la pobre intenta darlo todo creyéndose Jennifer Hudson para acabar cantando (“cantando”) como una guiri borracha en un karaoke de Tenerife.
Asumiendo este pequeño detalle (el cual por cierto es inexplicable teniendo en cuenta que Katy es compositora, y por tanto sabe disinguir notas, simplemente decide ignorarlas), hay que enfrentarse a Teenage dream simplificándolo para disfrutarlo. Se trata de un proyecto 100% pop, plástico, inofensivo y a largo plazo olvidable. Pero tan emocionante como levantarse en medio de la noche y descubrir que hay donuts en tu armario: cómete uno y lo olvidarás al día siguiente, cómete toda la caja y desearás no haber nacido.
Todas las artistas de éxito actual (con la excepción de Rihanna) comparten una característica: son listas. Pero no listas en plan “sé leer y compro libros” (porque todo el mundo sabe que esas se quedarán solteras toda la vida), sino de las que conocen el negocio, saben lo que queremos y venderían a su madre por un hit mundial. La nueva generación no va a cometer el error de sus predecesoras, que han acabado locas, alcohólicas, drogadas o todo a la vez, y por eso se proponen controlar su carrera desde el principio.
Katy ha apostado por el rollo “all american girl”, a pesar de ser morena, se desmarca de la tendencia gitana y reivindica su adolescencia californiana. No por ello reniega de su pasado, asegurando que no tenía amigos porque era pobre y no podía costearse un dentista (como el 90% de las artistas españolas, por lo que se ve). Katy, en lugar de volverse una loca egocéntrica y bañar el baile de graduación en sangre, optó por la mejor venganza: ¡estar buenísima! Para alcanzar su estatus de estrella favorita pop en USA (que le rían las gracias a Lady Gaga no significa que la quieran, Gaga es un producto completamente europeo y si no tiempo al tiempo) Katy ha hecho uso descarado de varios de los iconos culturales de aquel país: las vegas, la moda pin-up, la segunda guerra mundial, Elvis, los descapotables o la vida playera. Y en este disco no puede ir más a muerte. Encima se autoerige como una Diva de las de verdad al no poner su nombre ni el título en la portada (al menos en USA, donde debe ser tan famosa como Obama) e incluir un libreto con olor a fresas. Cuando las cantantes perfuman sus discos suele ser el principio del fin para su estabilidad mental, pero en el caso de Katy todo es una gran broma, probablemente fruto de una apuesta mientras se emborrachaba con sus colegas.
Por eso creemos que es acertado proclamar Teenage dream como el primer disco fast food de la historia. Sabes que es basura, y que incluso te quitará años de vida, pero quien niegue ser inmensamente feliz engulliéndolo miente. Katy ni siquiera es como los restaurantes que alardean de tener ensaladas y de obligar a sus trabajadores a lavarse las manos, sino que apuesta sin vergüenza alguna por la grasa, a salsa barbacoa y el McFlurry con doble topping.
Hay que comérselo rápido y sin pensar. ¿Pero mola o no mola? Pues eso.
Katy Perry tiene dos cosas a su favor: es súper guapa y es la única artista pop en lanzar un disco durante el verano. Jackpot. Pero tiene otra en contra: no tiene ni puta idea de cantar. Pero no en plan “escucharte no me aporta absolutamente nada” como Nelly Furtado, sino más bien rollo “OH DIOS MÍO QUÉ RUIDO ES ESE ARRÁNCAME LOS OÍDOS TE LO SUPLICO”. Las miles de actuaciones de Katy durante el último par de meses han sido insoportables, y lo peor es que las hemos visto todas porque no teníamos otra cosa mejor que hacer. Atención a cómo la pobre intenta darlo todo creyéndose Jennifer Hudson para acabar cantando (“cantando”) como una guiri borracha en un karaoke de Tenerife.
Asumiendo este pequeño detalle (el cual por cierto es inexplicable teniendo en cuenta que Katy es compositora, y por tanto sabe disinguir notas, simplemente decide ignorarlas), hay que enfrentarse a Teenage dream simplificándolo para disfrutarlo. Se trata de un proyecto 100% pop, plástico, inofensivo y a largo plazo olvidable. Pero tan emocionante como levantarse en medio de la noche y descubrir que hay donuts en tu armario: cómete uno y lo olvidarás al día siguiente, cómete toda la caja y desearás no haber nacido.
Todas las artistas de éxito actual (con la excepción de Rihanna) comparten una característica: son listas. Pero no listas en plan “sé leer y compro libros” (porque todo el mundo sabe que esas se quedarán solteras toda la vida), sino de las que conocen el negocio, saben lo que queremos y venderían a su madre por un hit mundial. La nueva generación no va a cometer el error de sus predecesoras, que han acabado locas, alcohólicas, drogadas o todo a la vez, y por eso se proponen controlar su carrera desde el principio.
Katy ha apostado por el rollo “all american girl”, a pesar de ser morena, se desmarca de la tendencia gitana y reivindica su adolescencia californiana. No por ello reniega de su pasado, asegurando que no tenía amigos porque era pobre y no podía costearse un dentista (como el 90% de las artistas españolas, por lo que se ve). Katy, en lugar de volverse una loca egocéntrica y bañar el baile de graduación en sangre, optó por la mejor venganza: ¡estar buenísima! Para alcanzar su estatus de estrella favorita pop en USA (que le rían las gracias a Lady Gaga no significa que la quieran, Gaga es un producto completamente europeo y si no tiempo al tiempo) Katy ha hecho uso descarado de varios de los iconos culturales de aquel país: las vegas, la moda pin-up, la segunda guerra mundial, Elvis, los descapotables o la vida playera. Y en este disco no puede ir más a muerte. Encima se autoerige como una Diva de las de verdad al no poner su nombre ni el título en la portada (al menos en USA, donde debe ser tan famosa como Obama) e incluir un libreto con olor a fresas. Cuando las cantantes perfuman sus discos suele ser el principio del fin para su estabilidad mental, pero en el caso de Katy todo es una gran broma, probablemente fruto de una apuesta mientras se emborrachaba con sus colegas.
Por eso creemos que es acertado proclamar Teenage dream como el primer disco fast food de la historia. Sabes que es basura, y que incluso te quitará años de vida, pero quien niegue ser inmensamente feliz engulliéndolo miente. Katy ni siquiera es como los restaurantes que alardean de tener ensaladas y de obligar a sus trabajadores a lavarse las manos, sino que apuesta sin vergüenza alguna por la grasa, a salsa barbacoa y el McFlurry con doble topping.
Hay que comérselo rápido y sin pensar. ¿Pero mola o no mola? Pues eso.
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