Recuerdo que esta fue la última imagen que se llevó mi hermano de mi, mientras el colectivo se alejaba, llevándolo hacia el servicio militar.
Yo me vestí con mis mejores ropas, las de pasear y lo acompañé hasta la parada del micro, para despedirlo, a él, mi mentor.
Lamentablemente para Leo, mi hermano, esa pose fue advertida por un señor, que al perderse el ómnibus que llevaba a mi hermano, y ya no se divisaba en el horizonte, se acercó, y me convenció para que me deje ser acompañada por él, aunque más no sea algunas cuadras.
Al cabo de un rato de caminar, nos habíamos de casualidad, detenido en la plazita de mi barrio, en aquella que mi hermano y yo visitábamos, cuando nos escapábamos en la hora de la siesta de nuestra casa. Donde yo me trepaba en los columpios y juegos, para demostrar mi destreza a Leo, mi hermano.
El señor, era muy amable y conversador, tenía otros modales, absolutamente distintos a mi hermano Leo, me trataba de manera caballerosa y gentil. Nos sentamos en una banca y conversamos, el me preguntó quien era el joven que dejé en el micro, pensó que era mi novio. Yo le aclaré que no tenía novio, que nunca había tenido un pretendiente, él no me lo podía creer, entonces, a grandes rasgos le conté, que éramos muy unidos con mi hermano y que jugábamos a juegos atrevidos, en ese lugar. El hombre puso una expresión en su rostro como de no entender lo que yo decía, y me preguntó:
¡Dame un ejemplo de esos juegos! Me dijo con simpleza, pero de manera contundente, tal vez por eso, reaccioné como lo hice.
¡No me imagino a que llamás atrevidos! Exclamó tranquilo esperando mi respuesta.
Aunque dudé, pensé que tenía toda la razón, no era clara, debía mostrarle titubee, pero no encontré otra forma que no fuera, repitiendo en concreto, con hechos, lo que hacía.
Sin embargo, apenas comencé a desabotonarme el mini short, los pantaloncitos cortos, se asustó, y se levantó como un resorte del banco de la plaza y me pidió, con ojos asustados, que me detuviera, yo me detuve al instante, asustada de su reacción.
¡Pero! ¿Qué ibas hacer? Me preguntó confundido el hombre
¡Quitármelo! Respondí
¿Qué cosa? Preguntó el señor
¡Los short! Aseguré
¿Querías quedarte en ropa interior, en bragas? Repreguntó él
¡No uso nada debajo de mis pantaloncitos! ¡No uso ropa interior casi nunca! Afirmé
¿Y por qué ibas hacerlo? Consultó interesado mientras me hacía señas que me abotonara el pantaloncito corto. Yo mientras lo hacía de mala gana, fui caminando hasta una hamaca y me senté a columpiarme, mientras le respondía.
¡Porque estos eran algunos de los juegos atrevidos, y vos me pediste que te muestre! Respondí algo contrariada.
El señor se dio cuenta de mi mal humor y me dijo que no me enojara, que mi actitud lo había confundido, pero para alegrarme, para que cambie esa carita, me invitaba a ir a su casa a desayunar, me dijo ¡Es temprano seguro que tenés hambre!
Yo volví a tener dudas, ya que mi madre, no sólo me decía que no hable con extraños, sino que menos aún, me fuera a la casa de uno. Pero, yo necesitaba tener un amigo, se me había ido el único que hasta aquí tenía, mi hermano, mi compañero. Así que desobedecí los consejos de mi madre y acepté ir con el hombre.
¿Cómo te llamás? Le pregunté
¡David! Respondió él ¿Y vos? Me preguntó ¡Felina! Informé, y caminamos juntos hasta su casa.
No se porque, apenas entré me quité la remera, el top, la blusa que llevaba puesta, tal vez, por estar acostumbrada hacerlo en mi casa, fue como un acto reflejo.
Él, David me miró y me indicó con la mano, sin hablar un sector de la casa, yo como de costumbre, acostumbrada a no preguntar y a obedecer, me dirigí hacia ese lugar, entré a la habitación, era el dormitorio con una cama gigante, y tampoco se porque, me solté el cabello y me quité el pantaloncito corto, bah, sería que era la rutina realizada con mi hermano, mi amigo, y ya inconscientemente, estaba adoptando a David como su reemplazo, pero si él no quería, pensé y eso me angustió.
Pero él quiso, se desvistió rápidamente, olvidándose del desayuno que me había invitado. Su cuerpo era musculoso, y más grande que el de mi hermano, se acercó serio, blandiendo su miembro erecto, mucho más grueso, y más grande que él de Leo, pero yo, no temí, nunca lo hice con Leo, siempre hice lo que era necesario, callada, y nunca me pasó nada, no debía preocuparme y pensar que esta vez fuera distinto.
Sin embargo, así, de parados, su miembro vanamente intentaba poseerme pero no entraba, a pesar que yo estaba toda mojada, inundada en jugos viscosos, sentía como mariposas en el bajo vientre, era mi primera vez con un extraño.
Él, David, entonces, me llevó hasta una especie de banqueta, un sillón antiguo, que de verdad, cómodo no era, aunque pude asentar mis flacas caderas y abrir bien las piernas, aunque de nada sirvió, no me entraba, apenas la punta de la garcha ingresaba y parecía desgarrarme, él, todo un caballero, se tomaba todo el tiempo, no apuraba nada.
Me llevó en andas hasta la cama, aún con la verga apenas en la entrada, parecía que mis músculos vaginales, si iban adaptando a ella, y me parecía que entraría, ya en la cama, todo ese trabajo muscular y los fluidos preseminales, hicieron que fluya, e ingrese parte de ese gran pedazo de carne.
De verdad, casi me cago, estaba laxa, abierta, entregada, de tal modo que me pareció que en cualquier momento me desgraciaba. Tuve que sujetarla, con los ojos bien abiertos, como pidiendo piedad, y la saqué, manteniendo el roce del glande sobre mi vulva y mi clítoris.
Él, jugaba con su dedo pulgar sobre mi monte de venus, presionaba mi botón de placer, pero, de todos modos me dolía. Aunque, sin embargo, me gustaba y me mordía los labios, había momentos que no me importaba el dolor y quería que irrumpa dentro mío y me desgarre toda de una vez y cojiéramos.
Y yo como siempre, poniendo actitud, no quería perder mi único, nuevo amigo, y me la banqué como una lady, pero, él observaba, notaba que no podía meter todo eso en mi pequeña cachuchita, desflorada poco tiempo atrás por mi hermanito, la de Leo, era la mitad de la de él, esta era una enorme poronga, por lo menos para mis dimensiones, más de un tercio, a lo sumo el cuarenta porciento entró en mi humanidad, el resto, la mayor parte, quedaba afuera.
Me puse al revés, le di mi espalda, para tratar de esa manera que ingresara algo más, pero era imposible, no había forma, ni modo de lograrlo. Y él, David, se concentraba en satisfacerme y aguantaba su propio orgasmo.
Asi que él se apiadó de mi, yo me sentí fracasar, era la primera vez que no cumplía con un objetivo, me retiro esa inmensidad de pija, y yo me entristecí, el se dio cuenta de eso y me la arrimó a mi rostro y llevó la misma a mi boca, para que se la mamara.
Ni en la boca me entraba, era muy gorda, muy gruesa, me dolían las carretillas, la mandíbula de abrir mi aparato bucal, así que con mis labios, manos y la lengua jugué con ella, y me acabó en la boca.
Miré sus ojos, y me dejó la sensación que no lo disfrutó. No sólo fue mi sensación, sino que, hizo que me vistiera y me acompañó hasta la puerta de la casa, que daba a la calle, y jamás me ofreció el desayuno que me prometió. A pesar que volví hasta su casa más de una vez, nunca más lo encontré, yo quería tener una revancha, pero nunca sucedió.
Triste y cabizbaja regresé a casa, ni siquiera (a parte de no desayunar) había yo tenido un mísero orgasmo. Los músculos que rodeaban mi vagina y mis huesos o coyunturas me dolían y la vulva me ardía por la presión ejercida por esa descomunal verga.
Todo mal, encima tenía ganas de acabar, de sacarme la calentura con que me dejó David, no sabía que hacer, hasta que pensé en mi hermano, otra vez lo rescataba y él me sostenía en mi tristeza, así que, busqué la cámara y me fotografiaría para él. Se las enviaría para que no esté tan sólo en el servicio militar. Me vestí con mi viejo uniforme de la escuela secundaria, que tanto lo ratoneaba a Leo.
Puse mi mejor cara de alegría, a pesar de no estar contenta, pero igual, no me salía más que esta, la que ustedes ven aquí. Estaba tan compenetrada en lo que hacía, que no me di cuenta de la hora. Se había pasado prácticamente todo el día, era entrada la tarde, y yo no podía cambiar mi gesto adusto, buscaba una sonrisa para enviársela a mi hermanito, y nada.
En una de esas, levanté la vista, y mi padre me observaba fijamente, con incredulidad, lo que estaba haciendo, y yo no me inmuté, seguí de la misma forma, buscando el retrato perfecto para mi hermano, su hijo.
¡Qué estás haciendo! Exclamó papá, yo sin responder, me acerqué a él, y con movimientos diestros de mis manos le quité el pantalón y el calzoncillo, no dudé, porque desde lejos vi que estaba al palo, excitado, tal vez hacía un rato largo que me observaba y se calentó.
Él, mi padre, no hizo nada para impedirlo, de hecho, como les había adelantado en la primera parte de mi historia, yo en silencio, sin que supiera mi hermano Leo, había hecho mis cositas, y con uno que había experimentado, había sido con mi padre, de hecho, él me agarró, en las escaleras, me tocó y garchamos.
Fue el segundo de mi familia que conocí, más tarde, también había experimentado con mi abuelo, mis primos y mis tíos fueron posteriores, pero, no me mal juzguen, no con todos había tenido penetración, a la mayoría, se la había chupado y me la habían lamido.
Pero, proseguí con mi progenitor, para callarlo y calmarlo le propiné una paja, lo comencé a masturbar, recuerden que estaba triste. Mi papi, se dio cuenta, e interactuó conmigo.
Hizo que se la chupara, mientras acariciaba mi sexo, con sus dedos jugaba con mi vulva herida, pero era bueno con ellos, y más temprano que tarde, hizo que dejara de lado mi desidia, de hecho, si me ven, mi postura corporal, era de desgano, me había acodado y con una mano, sostenía mi cabeza, para no cansarme y demostrar la abulia que me daba chupársela a mi padre, sólo lo hacía para no dar explicaciones de, que estaba haciendo y para que o quien me fotografiara. Si, porque en mi casa, todos los hombres eran celosos, o más que eso, lo que eran, es orgullosos, machistas, que se creían mis dueños.
Sin embargo, mi padre, con el accionar de sus dedos, logró sacarme (un poco) de la frustación, y logró conmoverme, no como para decir, estoy re caliente, que exploto de deseo, pero, me hizo tener ganas de probar su verga, y ya sin mi falda y mis bragas, con la camisa y el sweter abierto, me monté sobre ella, con parsimonia, y comencé a jinetear sobre ella.
Me gustó, tanto que llegué al orgasmo, y mi padre, cuidadoso como de costumbre, se controló y se retiró justo cuando comenzaba a eyacular.
Eso, era otra cosa fetiche mía, me gustaba ver la cremita correr por mi vulva, la guasca calentita, que cayera entre mis nalgas e inundara mi zanja, ingresara parcialmente en mi ano, eso logró que acabara una vez más, con la pija afuera de mi cuerpo, sólo observándola latir, y expeler de ella la leche, el semen de mi papá, corriendo por el cuerpo de su hija.
Sin embargo, después de acabar, a mi viejo, le agarraba la culpa y se iba sin saludarme, y yo también me ponía mal, eso con Leo, mi hermano no pasaba, el estaba enamorado, y me abrazaba y me besaba, por lo menos últimamente, aunque al principio, era un pervertido, y tampoco sentía remordimientos, pero me usaba con maltrato o de manera fría.
Me sentí algo mejor, eso hizo que recuperara mi actitud, y fui por el consolador más grande que tenía escondido mi mamá, para empezar a entrenar mi argolla, y volver en búsqueda de David, el hombre que me había dejado prendada, mi primera obsesión por un extraño.
89 comentarios - De pendeja yo no estaba buena II Parte
@polvoneitor te agradezco tus palabras y tus elogios, saludos