Marcelo

Marcelo era mi vecino; nuestra historia comenzó de muy chicos. En las tardes nos juntábamos a charlar, inventábamos historias eróticas y terminamos buscando algún lugar, al costado de las vías o en algún matorral y nos hacíamos una paja distanciados y a escondidas uno de otro.
Después la cosa fue cambiando y nos pajeábamos uno frente a otro. Yo estaba obsesionado con que me la hiciera pero el sistemáticamente se negaba. Así varias veces hasta que le propuse paja cruzada.
Hice el “esfuerzo” de hacerle la paja para que el hiciera lo mismo. Lo hicimos muchas veces y con el tiempo me fui dando cuenta que me calentaba mucho más la idea de pajearlo que la que él me lo haga a mí. De todos modos siempre esperaba que el comenzara y después yo se la agarraba, cada vez con más ganas.
Una noche, en medio de un descampado, nos estábamos gratificado y él soltó mi pija, puso sus brazos al costado y yo, muy caliente, seguí pajeándolo con muchas ganas. Incluso me puse de costado para atenderlo mejor y me concentré en satisfacerlo hasta que llenó mi mano con su leche. Me puse a un costado y me pajeé hasta acabar. Sentí que había disfrutado mucho y se lo dije.
Al poco tiempo y sabiendo que iba a estar solo en casa lo invité a venir para pasarla bien. Fijamos el horario.
Mi plan era esperarlo desnudo, empezar a pajearlo y chupársela. Después que hiciera conmigo lo que quisiera.
A medida que se acercaba la hora yo estaba cada minuto más caliente. Me desnudé y apretaba mi pija que estaba a punto de explotar.
Llegó la hora y Marcelo se demoraba, yo volaba, me tocaba, me masajeaba, estaba re caliente.
Tanto, que acabé. Ya no me sentía tan lanzado y atrevido como antes. Me vestí.
Llegó tarde, nos hicimos una hermosa cruzada, creo que le propuse chuparnos pero se negó.
Y así quedamos, encontrándonos de tanto en tanto para compartir pajas.
Ya más grandes, dejamos de vernos.
Si les gusta esta historia sigo, de a poco, con otras cada vez más calientes.