Saludos querida comunidad. Me he ausentado un poco debido atantas cosas. Pero aquí estoy, de vuelta con una nueva historia. Les tengo pendiente terminar uno de mis trabajos. Les prometo traerlo pronto. Por el momento disfruten de este. Abrazos y cariños a todos :3
Pdta: perdón por el tamaño de la letra, el relato es un poquitín largo.
Yo tenía la idea de visitarles un par de horas, algo así como la conocida “visita de médico”, de esas vistas que no duran nada. Todo por política o protocolo de familia, ya saben, eso que siempre dicen sobre las familias; que debes visitarles así sea de vez en cuando. Mi problema es que nunca me llevé bien con la familia por parte de mi papá. Les visitaba en pocas ocasiones, como para que supieran que yo estaba vivo o, en este caso, por el velorio de mi abuelo, quien pasó a mejor vida.
Todo estaba preparado: la maleta con ropa, la mochila con chucherías, la billetera.Todo listo, excepto la idea de volver a ver a mis parientes. Por mi tía, hermana de mi padre, no habría problema, pero mis primos antipáticos (sus hijos), eran la causa de mis dudas: por un lado, estaba Manuel, unos seis año smenor a mi persona y por el otro estaba Axel, de la misma edad que yo. No los había visto en por lo menos unos quince años, ni tampoco me agradaba la idea de volver a verlos. El porqué de este resentimiento se remonta a nuestra niñez, cuando estos dos trúhanes me hacían bromas pesadas. Siempre me desplazaban y me hacían a un lado. Me culpaban de sus travesuras y yo era el que pagaba los platos rotos.
Pero bueno, uno crece a veces con un resentimiento que quizá debería desaparecer de la mano con la niñez. El problema radica en que ese resentimiento carcome produciendo sentimientos negativos que arruinan pequeñas partes de tu vida. Al final, es algo con lo que he aprendido a vivir…
Ya eran como las siete de la noche. Yo esperaba que arribe el bus que me llevaría a mi primer destino. Iría primero a conocer Pasto, al sur de Colombia, cerca de las fronteras con Ecuador. Después recorrería esa misma ruta más hacia el sur, hasta llegar a una ciudad llamada Tulcán. Finalmente me embarcaría rumbo al hogar de mi familia, en San Francisco, unas dos horas al Este de Pasto. Todo estaba fríamente calculado, tal cual me gusta. Soy un loco psicópata perfeccionista que le encanta tener y cumplir su itinerario al pie de la letra, aunque eso signifique visitar a unos primos indeseados por fuerza mayor.
- Su boleto, por favor – rezongó la azafata de buses, con un tono entre sarcástico y violento.
- Aquí tiene, pero debería bajarme el tonito – sentencié valiente.
- Ningún tonito, señor, así hablo yo. Ahora por favor, abra su mochila que debo revisarla.
- Con gusto, pero por favor, no toque mi ropa interior – la muchacha se sonrojó mientras que yo ni inmuté mi ceño fruncido, producto del mal trato al usuario. (Ni que estuvieras tan buena), pensé.
Es verdad que en la mochila llevaba ropa interior, así como otros cachivaches. Cosa que la susodicha comprobó con esmero. Terminado el asunto, subí al bus, tomé mi asiento y me puse a escuchar mi repertorio de música. Por suerte no hubo mayor novedad. Mi acompañante era una señora tranquila, que nunca me molestó para nada ni yo a ella. El viaje fue, de hecho, placentero.
El bus arribó a Pasto como a eso de las 10 de la mañana. La gente se ocupó de sus maletas para tomar rumbos diferentes. Hice lo mismo con mi asunto. Tomé un taxi y me dirigí al Hotel Fernando Plaza. En recepción me atendió un muchacho joven, sin lugar a dudas muy apuesto.
- Buenos días, mi señor ¿Hay algo en lo que le pueda ayudar? – preguntó el joven muchacho.
- Sí, por favor. Necesito una habitación – pedí amablemente.
- ¿Por cuánto tiempo, mi señor? – dijo tiernamente el muchacho. Su mirada era luminosa. Me recordaba a un exnovio que tuve en el colegio, con quien aún tengo contacto.
- Únicamente por dos noches. Más que nada vengo por visitar a unos familiares que viven cerca de aquí – informé prematuro mi calendario de actividades.
Los ojos del chico se encendieron, más bien se llenaron de un sentimiento cálido,agradable. Me sentí bien al informarle; me sentí en confianza.
- Claro,mi señor. Tenemos disponibles tres tipos de habitación. Si usted me dice qué le gustaría, yo podría ayudarle – explicó.
- Bueno, pues… Quiero la habitación más pequeña, nada ostentoso. Con tal de que tenga baño, agua caliente, televisión y conexión a internet, no tengo problema –Indiqué.
- Hay una habitación disponible que creo le va a gustar. La vista da justo al Templode San Sebastián. No es la gran cosa de día, pero en la noche, le aseguro que las luces de la calle y los alrededores son reconfortantes – prometió el recepcionista.
Hice los pagos necesarios. Llené y firmé el formulario que corresponde. En eso, el botones, un hombre de mediana edad, tomó mi maleta y me guio hasta la habitación. El joven recepcionista no mentía sobre la vista; si de día era bonita, no podía esperar hasta la noche. Me senté un momento y pensé en el muchacho. Mi cabeza volaba entre fantasías sexuales. Deseaba que él hubiera sido quien me guiara hasta la habitación, donde yo lo desvestiría por completo,hasta quedar piel contra piel desnuda, pero uno debe despertar ante la cruel realidad. Esas cosas solo pasan en una pantalla. Se quedan en simples fetiches mal logrados y absurdos que solo los autores más soñadores son capaces de materializar en libros. Lo sé, soy muy complicado.
Me duché sin perder el tiempo, porque a las doce del día tenía que estar en un punto de encuentro para el tour turístico al Volcán Galeras que duraría toda la tarde. El tour nos llevaría hasta cierto punto del volcán y retornaríamos antes del anochecer. Era una oportunidad que ya había reservado con anterioridad.
Bajé a desayunar en el mismo hotel. Ahí estaba este joven que me cautivó con su amabilidad, quien, con una sonrisa en su rostro, me enviaba buena vibra desde el otro lado del salón. Mientras desayunaba, lo veía atender a la gente que entraba y salía. Me di cuenta que, así como fue conmigo, no era con los demás. Un muchacho amable a vivas voces, pero conmigo era algo especial.
Miré el reloj y con disgusto, me di cuenta que estaba atrasado a mi reunión. Yo que soy perfeccionista en la puntualidad, en el orden, en la organización, iba ya atrasado, todo por un sujeto que me regaló su mejor sonrisa.
- Llega tarde Sr. Solo nos faltaba usted – dijo con coraje el guía.
- Le pido disculpas estimado, tuve un contratiempo en el hotel – expliqué.
Él ya no me dijo nada y desde luego que no se tragó mi excusa. Por mi parte, juré no volver a padecer semejante vergüenza.
El grupo estaba conformado por ocho personas y dos niños, de las cuales había una pareja de enamorados melosos de unos 18 años o menos; de esas parejas que no dejan de abrazarse y besarse en todo momento y en todo lugar, como: en la reunión, en el bus, en el restaurante. Obvio que todo el mundo se dio cuenta de las cochinadas que hicieron en el baño del restaurante. Ella se levantó primero, luego él la siguió para entrar al mismo baño. Tardaron lo suyo en salir. Los comentarios y los susurros entre el grupo no se hicieron esperar. Una de las señoras que fue con su hijo pequeño no se quedó con las ganas de decirles sus verdades.
- ¿Hasta cuándo vamos a soportar que ustedes dos, par de mocosos, se estén comiendo a besos? Hay niños presentes – gritó esta señora, con firmeza y asertividad.
- Calle vieja sapa. Lo que pasa es que a usted aún no le han dado de comer – rebuznó el sujeto mientras abrazaba a su novia. Del grupo salió un “Uuuuuuh”. La señora toda serena y calmada proclamó mientras tapaba los oídos de su pequeño.
- Si no he comido, es porque soy melindrosa. Yo no como cualquier pendejada como lo hace la mocosa de tu novia – las risas no se hicieron esperar. La muchacha, objeto de ese insulto, balbuceó un par de cosas que fueron opacadas por las risas de la gente. El guía tuvo que intervenir.
- Porfavor, les piso encarecidamente respeto. Esto es un tour turístico, no un viaje de placer morboso, así que, por las políticas de la empresa, les pido a ustedes dos – decía el guía mientras señalaba a la pareja calenturienta – que se retiren. No se preocupen por su dinero que será reembolsado – todos aplaudimos la decisión del líder del grupo. De ese modo, el par de tórtolos dejaron el sitio.
Eran ya como las tres de la tarde. La caminata empezó en un lugar frondoso de vegetación que fue cambiando por un paisaje seco y árido. Maravilloso, por supuesto, pero no para los niños que se quejaban a cada momento. Llevé a mis hombros al hijo de la señora que enfrentó a esa pareja de irrespetuosos y le dije:
- ¿Sabes por qué la Cenicienta tiene ese nombre? Porque estaba cubierta de ceniza, como esta – tomé un poco de ceniza entre mis dedos y se la enseñé al niño.
- ¿Pero por qué estaba cubierta de ceniza si ella no vivía en un volcán? – preguntó vivaracho el pequeño.
- Porque la ceniza no solamente nace de un volcán, sino también de las cosas que se queman como, por ejemplo, la madera de una chimenea. Y si te fijas bien, Cenicienta vivía en una casa con chimenea – expliqué.
- Es cierto, es cierto. Muchas gracias joven extraño – exclamó aquel niño, de unos seis años aproximadamente, ya olvidando por completo su disgusto por la caminata gracias a nuestra charla.
La madre de aquel infante me agradeció. Yo estaba satisfecho por haber hecho una buena obra. Seguimos la marcha y llegamos hasta cierto punto del recorrido (no hasta la cima), de donde se verían unas vistas majestuosas. El guía comenzó a explicar su parte para de esa forma concluir con el tour.
Llegué de regreso al hotel entre las siete y ocho de la noche. Cansado por la caminata.
- ¿Cómo le fue, mi señor? – preguntó raudo el recepcionista.
- Excelente.Me gusta mucho conocer la naturaleza.
- Me alegro, mi señor, creo que ambos somos amantes de la naturaleza – confesó expreso con su sonrisa mágica. Mi corazón se aceleraba y mi estómago se derretía, o algo así. No es que estuviera enamorado, sino que yo siempre he sido de esa forma. Si alguien me gusta mucho, me pongo nervioso, pero osado.
- Es bueno saberlo, así no tendré que ir a otro tour solo – respondí con un guiño de ojo y me retiré.
Me recosté sobre la cama para reflexionar sobre lo que le había dicho al joven bonito. Esperaba haber plantado la espinita de la intriga en él. Sin embargo, nada podría pasar. Él estaba trabajando y yo suponía que su trabajo también cubría las horas nocturnas, así que ya nada.
Abrí las cortinas y me conmoví. Las luces prometidas por el apuesto joven estaban ahí. El Templo adornaba con sus luces las calles aledañas a su estructura. Y de pronto, alguien tocó la puerta.
- Buenas noches otra vez, mi señor. Vengo a entregarle este batido de mora con galletas.
- Pero yo no he pedido nada de esto.
- Cortesía de la casa – mencionó el muchacho con un guiño. Hice que pasara y me aseguré de que nadie estuviera viendo.
- La vista que me prometiste es real – le dije mientras colocaba mi mano sobre su hombro y seguí hablando – me gustó mucho, por eso, yo te prometo una noche inolvidable.
Lo acerqué despacio hacia mí para besar sus labios con delicadeza, mientras que, a caudales, nuestros deseos más bajos eran reprimidos por el tiempo. Un tiempo que enfrenté de toda duda y razón. En él deposité mis instintos animales que se desataron con cada caricia y con cada beso.
Poco a poco fui quitándole el uniforme. Lo mismo él hacía conmigo. Es que es como digo, no había prisa ni razón. Me entregué por el deseo; me entregué a su cuerpo despojado de toda prenda de vestir, a su divino sexo. Él me abrazaba, me besaba, me acariciaba. Su boca se posaba por cada parte de mi cuerpo que casi me hacía gritar de placer.Yo hacía lo mismo con la lengua. Saboreaba cada centímetro de su delicioso ser. Ambos respirábamos agitados, muestra de ellos fue el sudor que nos resbalaba por la piel. Abrió sus piernas a una ilusión de poderes glotones. Mientras yo me movía, no dejaba de besarlo, así, juntos, marchamos al éxtasis del que ninguno de los dos quería salir.
El cansancio de un sexo que duró, sin mentir, unas tres horas, nos derrotó. Caímos profundamente dormidos, abrazados por un silencio que fue interrumpido con los primeros rayos de sol. Me desperté y él ya no estaba a mi lado. Desde luego que no fue un sueño y fue mejor que eso: un encuentro carnal como no lo he tenido en mucho tiempo, pero no llegaba más alto, cosa que me preocupaba un poco.
- Buenos días, mi señor ¿Qué tal estuvo su noche? – preguntó picarón el muchacho tras el mostrador de recepción. Por cierto, yo adoraba que me dijera “mi señor”.
- Perfecto. Espero dormir así de bien esta noche – dije sonriente, mientras él miró que no haya moros en la costa para decirme con voz bajita.
- Si es que usted lo desea, lo de anoche puede repetirse, mientras tanto, mucho gusto, me llamo Lucas.
- Gabriel, encantado – dije mientras estrechaba su mano con disimulo, pues lo que yo quería era devorarlo.
Mi siguiente actividad consistía en algo casual: conocer la ciudad. Pero antes de tomar rumbo, le pedí algunas recomendaciones al joven Lucas, quien dulcementeme recomendó los museos, los parques, los centros comerciales, etc.
- Si gusta, mi señor, puedo recomendarle la Laguna de la Cocha. No queda lejos de aquí. Yo he ido un par de veces y es muy bonito – propuso Lucas a manera de auto invitación.
- La idea me parece buena, pero me gustaría ir con alguien que conozca el lugar ¿Sabes de alguien dispuesto a eso? – pregunté sarcástico
- Yo, mi señor. Con mucho gusto.
- Pero estás trabajando en estos momentos.
- No se preocupe. Usted alístese y nos vemos en media hora aquí mismo.
Me tomé la media hora que dijo, aunque yo estuve listo en menos tiempo. Bajé puntual, como es mi costumbre. Lucas ya estaba esperando, vestido, arreglado y con una mochila. Lindo, dulcemente lindo Encomendó la recepción a uno de sus compañeros… Salimos juntos del hotel.
- Tus jefes deben quererte mucho como para dejarte salir, así como así – le dije preocupado.
- Y no es para menos, el gerente y dueño del hotel es mi papá – respondió tranquilo.
- Me alivia saberlo, de ese modo no estaré preocupado.
- De hecho, es idea de mis padres que salga más seguido, pues soy un hombre de casa. No salgo a menos que sea por mis estudios – afirmó.
Llegamos a la dichosa laguna. Soplaba un viento refrescante cubierto de un olor a verde naturaleza. A la orilla de las aguas, se apreciaban pequeños pececillos que nadaban de un lado a otro. No lejos de ese lugar, se encuentra una isla. Lucas me dijo que ahí es a donde debemos ir. Por el momento nos tomamos unas fotografías para el recuerdo, comimos y reímos un rato, producto de una charla amena sin intenciones ni sospechas.
Tomamos el primer bote hacia la isla. Bajamos por el muelle hacia unas escaleras que nos trasladarían hacia un santuario natural preciosísimo, lleno de árboles y aves. Caminamos juntos por los senderos. Visitamos cada esquina de la pequeña isla. Lucas se veía emocionado. En cada oportunidad me abrazaba disimuladamente. Yo por mi parte esperaba que esas demostraciones de afecto no sean señales de ilusión.
- Usted tenía razón – dijo Lucas.
- ¿A qué te refieres? – pregunté discreto.
- Me prometió una noche inolvidable y… Así fue, no la puedo olvidar – dijo con tristeza.
- Mi definición de “inolvidable…” Bueno, no quería que llegara a tan lejos. Tú me gustas, pero no es para tanto. Discúlpame que en mis planes aún no esté elformalizar. Además, yo vengo desde Bogotá, muy lejos como para llegar a conocernos.
- En eso tiene razón. No obstante, solo digo que lo de anoche fue inolvidable –explicó bajando su mirada al piso.
- Escucha, no quiero lacerar tu corazón por un mal entendido – le dije mientras tomaba su mentón para que alzara la mirada hacia mí y proseguí – tú eres un joven muy apuesto que cualquier meta que te fijes podrás cumplir, al nivel que tú quieras: amor, estudios o trabajo.
- Creo que sí, por eso, le prometo que hoy la pasaremos de maravilla, hasta que deba continuar con su viaje – habló Lucas con una sonrisa, la misma sonrisa que me cautivó en primer momento.
Lo besé sin pensarlo, sin importar qué o quién esté a nuestro alrededor. Lo besé, porque sentí la necesidad de hacerlo, pero no era amor, por supuesto que no era eso. Yo soy de esas personas que, cuando tienen la oportunidad, dejan un romance potencial a medio cocinar, sin darle la oportunidad de crecer y salir adelante. Por el momento no estaba interesado en el amor, ya que él no era parte de mí desde el incidente con George, mi último ex. A lo mejor me hizo más fuerte de lo que yo hubiera deseado, pues en el fondo de mi ser, quería fundirme en Lucas, perderme en su calidez; ser abrazado por sus olores y sabores. Rendirme ante el roce de sus dedos sobre mi piel cada mañana. Llorar desesperado pidiendo a lo más sagrado que no lo apartara de mi camino. Si no que la realidad, mi realidad, me detuvo. Nuevamente regresé en mí y pensé más fríamente, justo antes de sumergirme por completo.
Lucas resultó ser un excelente guía. Me llevó por toda la ciudad a conocer los lugares más atractivos. El último sitio que visitamos, fue un bar al que no le presté mucha atención. Entramos a un salón grande lleno de mesas redondas con sillas. Al fondo, una pared decorada con plantas que figuraba una pantalla gigante, de donde se leían las letras de canciones de un karaoke al público. Entre sencillos de Ana Gabriel, Vicente Fernández, Alejandra Guzmán y otros artistas extranjeros que, cuando les tocaba, la pantalla mostraba los subtítulos en español, Lucas y yo bebíamos, moderadamente, pero bebíamos. Y bebíamos entre risas, chistes, sonrisas, agarradas de mano, guiños, abrazos disimulados… Pero el tiempo era nuestro enemigo y propuse regresar al hotel debido a que, al siguiente día, debía tomar mi bus hacía el sur, hacia Tulcán.
- Antesde irnos, quiero dedicarle una canción, mi señor, por favor – pidió Lucas.
- No tengo problema, adelante – dije un poco preocupado por lo que se venía.
Lucas empezó al mismo tiempo que la canción. Su voz era magistral y cantaba con pasión. Si era una canción dedicada a mí, Lucas no escatimó en gastos ni gestos para dar a entender eso a todo el mundo, no solo por mis ojos verdes, sino también sus sentimientos por mí. La canción era:
Y como lo dije, cantaba exactamente igual al artista, incluso por su idioma. Se levantó con micrófono en mano para finalizar la canción como todo un profesional. Se me acercó y me besó. Todos aplaudieron, pero no sé si por la voz de Lucas o por el espectáculo que se montó… Yo estaba emocionado y espantado al mismo tiempo. Me levanté, tomé su mano y, entre gritos del público pidiendo otra canción, salimos del bar. No dijimos nada hasta llegar al hotel.
- Mi señor, espero que me disculpe. No quise hacerle pasar el ridículo en público –afirmó Lucas cuando llegamos al hotel.
- Te espero en mi habitación en una hora – dije serio.
Su interpretación fue hermosa. Me conmovió bastante, pero estaba molesto. Yo no estaba enojado con él por el beso en público, yo más bien estaba enojado, porque creí que todo entre nosotros quedó claro. No quería hacerle daño con falsas esperanzas que se prestan para lo inevitable. Mi propósito era tener solo placer, aunque mi subconsciente quisiera y necesitase de su esencia, aun así no cambiaría de idea. En esos momentos no dejaba de darme vueltas la cabeza. Me sentía culpable.
Lucas tocó la puerta, entró e hice que se sentara sobre la cama. Me senté a su lado…
- Quiero pedirte perdón si de alguna manera te he ilusionado. Nunca pensé, ni siquiera me imaginé que esto se pusiera tan turbulento – expliqué, momento en el que Lucas intentó interrumpirme, pero lo detuve cariñosamente para seguir… - Eres un muchacho increíble: como recepcionista, como trabajador, como guía, como amigo, como amante. Eres simplemente fenomenal.
- Suspalabras son muy dulces, mi señor, me llenan el corazón. Muchas gracias. Con esto no quiero negar que usted, mi señor, me gusta mucho. Pero prometí pasar un día inolvidable y espero, de corazón, no se olvide de todo lo que pasamos –dijo al son de su llanto. Sin dudarlo lo abracé con fuerza.
Lucas se entregó a mi abrazo, del cual ambos no queríamos salir. Poco a poco la pasión pudo más que cualquier otra cosa. Nos faltaban manos, dedos o cualquier otro apéndice móvil para sentirnos el uno al otro. Lucas temblaba, no sé si por la emoción del momento o por la tristeza de mi pronta partida. Pasaron las horas, una detrás de otra. Duramos así, amándonos corporalmente, para mí, el tiempo suficiente.
Esa noche no dormí, Lucas tampoco. Desnudos y abrazados charlamos sobre días mejores; charlamos sobre posibilidades que nos unan de nuevo. Fue delicioso verbalmente, porque nos conocimos más. Por desgracia, todo lo lindo se acaba rápidamente y mi hora de partir había llegado.
- Espere, mi señor, yo le llevo hasta el terminal de buses. Déjeme me preparo y salimos en el carro de mi papá – dijo entusiasta el joven bonito.
- Muchas gracias. Nos vemos en treinta minutos a la entrada del hotel – acordamos.
Bajé por las escaleras extrañamente triste. Recordé cuando conocí a Lucas en recepción, él todo amable y sonriente quien poco después me entregaría su corazón. Pero no, “debo ser fuerte”, me dije.
Lucas me llevó como prometió en el carro de su papá, el mismo que, por cierto, nunca conocí. Yo estaba ido como para fijarme en los detalles. Llegamos quince minutos antes de la hora estipulada.
- Lucas, yo… Yo quiero agradecerte por todo. Por tu hospitalidad, tu amabilidad, tu amor. Espero volver a verte y espero que ese día llegue pronto – dije mientras le daba un fuerte abrazo.
- Estoy ansioso porque llegue ese día, mi señor – contestó Lucas con lágrimas en los ojos.
Nos abrazamos una última vez y salí del carro. Caminé hacia mi bus sin mirar atrás, ya que la tristeza y la pena se encargaban de hundirme. Me senté sobre mi asiento y cerré los ojos en cuyos momentos del día, el sol quería salir por el horizonte.
Aproximadamente dos horas después llegué a una ciudad llamada Ipiales, frontera exacta entre Ecuador y Colombia. Salí del terminal de buses directo a tomar un taxi, pues me indicaban que, de ahí, para pasar al otro lado, no tardaría más de quince minutos.
Y así fue, pasamos rápido sobre el puente de Rumichaca, punto entre estos dos países, para luego llegar a Tulcán. Le pedí al señor taxista que me llevara aun hotel, él muy amable me recomendó el Hotel Espíndola, cercano al parque de la Independencia. Accedí a su recomendación y me hospedé en dicho hotel. El recepcionista me recibió con amabilidad, pero no era Lucas. Debía sacármelo de la cabeza.
Mi estancia en ese lugar sería breve, al día siguiente yo ya me embarcaría rumbo al pueblo donde habita mi familia para asistir al funeral. Resulta que mia buelo ya había sido cremado y llevados sus restos a una urna. La reunión fue planificada cinco días antes, por eso, yo salí con tiempo suficiente como para pasear y conocer los alrededores antes de la ceremonia de lágrimas y peleas familiares que nada tienen que ver con el aprecio al patriarca, sino a su fortuna material. El viejo era forrado en billetes y aun así vivía una vida discreta. Yo por mi parte no deseaba estar ahí presente cuando todos, como hienas hambrientas, empiecen a devorarse por un pedazo del capital, pero mi madre insistió tanto, mientras que mi padre no dijo nada.
Salí rápido del hotel para dirigirme al Cementerio José María Azael Franco, lugar que me llamó la atención por sus magníficas esculturas de plantas: figuras prehispánicas, animales, etc. Cada una trabajada cuidadosamente. Nunca pensé pisar un cementerio por mero tour, pero siempre hay una primera vez y la oportunidadde hacerlo.
El resto del día caminé por las calles pensando en Lucas, en la forma de quitármelo de la cabeza. No sería fácil; no sería sencillo, pero sí necesario.
La noche en el hotel fue tranquila. Dormí plácidamente para recuperar el sueño de las dos noches anteriores. Amaneció y salí del hotel para emprender mi recorrido. Tenía que estar en San Francisco a las doce del día, hora en la que me recogerían. Tomé un taxi de vuelta a Ipiales y desde ahí regresé a Pasto. Llegué y, a pesar del ajetreo, mi corazón decía “Lucas”. Los susurros del viento ahogaban de culpa mi espíritu ¿Por qué no quedarme a su lado y olvidarmede una vez por todas del velorio? Sencillo, porque no me gusta faltar a la palabra. Así que llegué al terminal terrestre, subí al bus, en Pasto, rumbo a San Francisco – Putumayo, cerré nuevamente los ojos hasta perderme en una laguna de recuerdos.
El camino estaba repleto de subidas y bajadas, al principio. Luego, una neblina pálida nos ahumó entre los poblados de Santiago y Colón. Había casas campesinas, ranchos y demás estructuras rurales que me indicaban el correcto camino, el cual ya era plano y con pocas curvas que interrumpían la monótona carretera.
“No ha de faltar mucho”, pensé. El ayudante de chofer nos indicó que estábamos por llegar a Sibundoy, un poblado antes de mi destino. Pasamos por un caserío entre modernas fachadas y techos de tejas. Miré el reloj y eran pasadas las once de la mañana. Le pregunté al oficial del bus que en cuánto tiempo llegaríamos a mi parada y él me supo decir que en unos diez minutos llegaremos. Y así fue. Pasamos por un puente, dio un giro a la derecha y uno a la izquierda cuesta arriba, donde nos daba la bienvenida al pueblo una estación miniatura de gasolina. Me quedé antes de un desvío y aguardé hasta que fuera el medio día.
- Usted debe ser Gabriel. Casi estoy seguro por el gran parecido que tiene con la familia de su padre – aseguró un señor de unos sesenta años mientras me sonreía contento desde dentro de una camioneta doble cabina color negro.
- Sí,sí. Yo soy Gabriel ¿Quién es usted? – pregunté meditabundo.
- Seguro usted no me recuerda, pero yo he trabajado toda mi vida en la hacienda de sus tíos. Soy Juan Obando, a sus órdenes – dijo el cuasi anciano mientras estrechaba mi mano.
- Siendo sincero, no lo recuerdo. Como sabrá usted, mi estancia en estos lares fue escasa. De todos modos, le ruego por favor me lleve hasta la casa. Aquí está helando – pedí sincero.
- Porsupuesto, faltaba más, joven Gabriel. Suba, que enseguida prendo la calefacción– aseguró el señor. Arrancó el carro y proseguimos por una media hora de camino tierra adentro.
- ¿Es común que haga tanto frío por acá? – pregunté.
- En estas fechas sí, aunque hay días soleados que nadie puede soportar sin una sombra que cobije. Esos días son muy buenos para salir de paseo a los ríos.
- Me imagino ¿Y quién no más ya ha llegado de la familia?
- Ya llegaron dos de sus tíos. Pero solo con sus esposas. Del resto aún no se confirma nada. La ceremonia será el día de mañana y se empezará con quienes estén presentes, según lo ordenó su querida tía.
- ¿¡Mañana!?– grité – lo siento, pero no me podré quedar más que dos horas. Debo regresar inmediatamente a Bogotá por unos asuntos importantes – mentí.
- No se preocupe, joven, que los asuntos pueden esperar. Además, hay camas de sobra y su tía no veía la hora en la que usted llegara. Habla mucho de usted. Se ve que lo aprecia bastante – confesó el mayor.
- Y yo a ella, pero negocios son negocios y no puedo posponerlos.
- Lo decidirá después. Confío en que se quede, joven Gabriel. Ahora que puede y que tiene, disfrute de su familia – aconsejó seguro el señor.
- Ya lo veremos ¿Y mi tío cómo está? – pregunté, refiriéndome al esposo de mi tía.
- Él pasa ocupado con su negocio actual, solo regresa los fines de semana. En su ausencia, yo me quedo financiando la hacienda – aseguró Don Obando.
La conversación quedó hasta ahí, puesto que llegamos a la hacienda, la misma que lucía diferente. La casa era más grande, había más espacios limpios, planos, donde de seguro estacionaban vehículos o improvisaban una cancha de vóley. Era un lugar diez veces mejor que del que yo recordaba. Don Obando tomó mi maleta y me guio hasta la puerta, en donde la figura de mi tía esperaba impaciente.
- Mijito lindo, papacito, cuánto tiempo que no has venido – exclamó mi tía mientras me abrazaba eufórica de la emoción.
- Tía Adelaida, para mí también es un gusto volver a verla.
- Pero mira cómo has crecido, eres idéntico a tu padre. Qué emoción – decía mi tía mientras una gotita de cristal resbalaba por su mejilla.
- Eso me dicen siempre, jejeje.
- Ven mijito, siéntate. Te preparé el almuerzo.
La comida consistía en una sopa de pollo con legumbres y fideos. De segundo plato el arroz con yuca, ensalada y un buen pedazo de carne. Mis dos tíos estaban enla mesa, cada uno con sus esposas. Saludamos por política, algo así como hipocresía mutua y sincera, pues a ellos, por desgracia, los he visto más seguido, ya que viven en la misma ciudad que yo. Y ni son tan importantes que digamos, es como que ni fuéramos familia.
Me llamó la atención el hecho de que ni Manuel ni Axel estaban ahí. Tampoco me atrevía a preguntar.
- Antes de comer, permítanme darles mis condolencias. La muerte de mi abuelo fue muy dura para nosotros y, por supuesto, para todos quienes tenemos el honor de llevar su sangre. Quiero agregar que, su legado como un buen ser humano, debe permanecer en nosotros como una enseñanza que nos impulse por el buen camino. Muchas gracias – proclamé ante el público hambriento. Mi tía Adel fue la únicaque se conmovió.
¿Qué por qué dije ese discurso? Para que sepan y estén al tanto de que no he perdido mi toque de suspicaz elocuencia. Desde pequeño tuve un talento con las palabras. Cosa que casi nunca usé para hacer el mal, como quien dice: si tienes un poder, úsalo para tu beneficio, pero si eres una mala persona, lo usarás para hacer daño.
La comida estuvo deliciosa. La disfruté como no lo había hecho en años. No es lo mismo la comida de la ciudad que la del campo y habrá gente que me dé la razón.Todos pasamos a la sala, donde empezaron las preguntas y los intereses por la plata que debía ser repartida en partes iguales a los involucrados, donde claro, ciertos personajes no estaban de acuerdo con las equivalencias.
- A tu padre le corresponde menos, porque él nunca fue un buen hijo ni un buen hermano con nosotros – decía uno de mis tíos mientras me apuntaba con el dedo.
- Lo que a mi padre respecta, ustedes pueden fundirse bien hasta el fondo la fortuna. Veremos si la vida les alcanza para tal montaña de materialismo – respondí.
- Eres un grosero – insinuó una de mis tías políticas.
- Si yo me di el viaje hasta acá, fue más que nada para ver a mi tía Adel y para despedirme de mi abuelo. Ni ustedes ni mis primos son de mi agrado. Siempre fueron una manada de lobos ambiciosos que lo único que hacían eran succionar la sangre de mis abuelos. Y ni qué decir de sus esposas, cuyas voraces ambiciones competían por cuál de ellas se ganaba el corazón del viejo, para pedirle regalitos o dinero directamente – sentencié seguro.
- ¡Basta!– gritó mi tía Adel – por Dios, esto es una reunión familiar y en las perores circunstancias. Los derechos y reparticiones se harán en la lectura del testamento, mañana. Hasta entonces guarden compostura en el último adiós a mi querido padre.
Todos nos quedamos en silencio. Me levanté y salí un momento al patio delantero. Encendí un cigarrillo para calmarme.
- Siento mucho lo que pasó, pero no iba a dejar que hablaran así de mi padre – le dije a mi tía, quien me había seguido.
- Lo sé, no te preocupes. Yo conozco muy bien a tu padre, ya que fui yo quien ayudóa mi madre a criarlo. A todos prácticamente, pero a él le tenía un cariño especial.
- Creo que me retiro tía Adel. No quiero estar presente en la carnicería de mañana, cuando lean el testamento.
- Pero qué dice mijito. No te vayas. Quédate, que incluso preparé una habitación solo para ti. Tanto tiempo sin vernos y quieres irte enseguida.
- Perdóneme, pero debo irme. Como lo dije ahí adentro, ni a mis primos soporto por cómofueron conmigo en el pasado.
- Dales una oportunidad. Ya verás que todo saldrá bien. Es más, ahí viene Axel.
Me di la vuelta y el reloj se detuvo. Mis pupilas se dilataron al mismo tiempo que mi corazón se aceleraba. Las piernas no me respondían y mi boca temblaba. Estaba ante el hombre más atractivo que haya visto jamás en mi vida. Llevaba unos jeans negros al cuerpo, zapatos de color crema y un saco apretado tejido a mano color beige. Y la cerecita del pastel, llevaba puesto un sombrero de paja.Era todo un estereotipo. Un vaquero fornido que se había escapado de una película erótica o simplemente un espécimen desconocido. Yo no creía que aquel delicioso hombre era nada más ni nada menos que uno de mis primos, y no solo eso, sino uno que odiaba.
- Primo, qué alegría verte – dijo mientras me rodeaba con un fuerte abrazo. Su olor me transportó a otra dimensión. Pero yo debía guardar la compostura y no levantar sospechas, ya que nadie de ese lugar sabía sobre mis preferencias sexuales.
- Lo mismo digo, Axel. Ya no somos los mismos niños de antes.
- Pero qué dices, primo, si yo siempre seré un niño – aseguró mientras soltaba unacarcajada.
Yo reí igualmente. Pero más eran los nervios por semejante ejemplar que cualquier otra cosa. Mi tía nos dejó solos y se retiró a adentro de la casa. Axel y yo nos quedamos afuera compartiendo un cigarrillo.
- ¿Cuánto tiempo que no nos vemos? – preguntó.
- Unos quince años más o menos – respondí.
- ¿Tanto tiempo? ¿Y qué has hecho de tu vida? – siguió el galán.
- Pues…Me gradué de veterinario y ahora estoy siguiendo una maestría en producción animal. Tengo mi consultorio en Bogotá. Me va bien hasta ahora.
- ¿Eres veterinario? No lo puedo creer. Y justo aquí necesitamos uno para que nos dé control a los animales – aseguró Axel
- ¿Qué animales tienen? – pregunté.
- De todo: vacas, caballos, conejos, borregos, cabras, perros, gatos, gallinas,gallos… Puedo seguir de largo. Tenemos además una piscina donde criamos truchas.
- Me imagino, pues la hacienda es mucho más grande de lo que la recuerdo.
- A mí me gustan los caballos y los gallos. Especialmente la crianza de gallos.
- No me digas que te gusta hacerlos pelear.
- No, no, no. Yo los crío y manejo su estética. Regularmente se realizan concursos en el pueblo, donde el propietario del gallo más hermoso gana sin que los gallos peleen –aseguró, pero yo pensaba más bien en que él ganaría por hermoso, no su gallo y prosiguió – me encargo de la crianza de todos los animales. Cultivo la tierra para obtener productos agrícolas de calidad. Es decir, hago todo lo que un campesino haría – finalizó.
- Por eso estás en muy buena forma – agregué.
Charlamos por un buen rato de lo mismo que ni cuenta me di de la hora. Ya no podría regresarme ese mismo día a Bogotá, ni tampoco quería. Ya ni siquiera se me pasaba por la cabeza regresarme. Nunca en mi vida fui flechado de esa manera por nadie. Me sentía a su merced. Esclavo de sus deseos. Dichoso si al menos lograra besar sus pies desnudos. Un encuentro sexual que se me hacía imposiblede realizarse, más que todo por su actitud, de macho valiente, de esos que tienen mujeres a montones. Pensé que de seguro ya es casado, así que para salir de dudas le pregunté y él me respondió negativamente, lo que me daba esperanzas. Para ello, debía urdir un plan y, como primer paso, sería alejarnos.
- Ahora que estoy aquí, aprovechemos en resolver el caso más grave que tengas de los animales de corral – propuse.
- Por supuesto, primo. Tenemos a una vaca preñada que no ha comido estos últimos días, pero para llegar necesitamos caminar al menos veinte minutos monte adentro – indicó.
- No tengo problema – aseguré.
Axel me pidió que llevara una mochila con todo lo necesario. Él llevaría lo que tendría disponible para la vaca enferma. Mi tía nos pidió regresar pronto; el cielo auguraba una noche de tormentas. Partimos.
Los paisajes de verde y frondosa naturaleza me cautivaban. Lomas y montañascubiertas de árboles y plantas. Riachuelos que relajaban el espíritu con su sonido característico. Caminos de helechos propios de la zona y así, la caminata estuvo interesante, más que nada, porque yo no perdía la oportunidad de contemplar semejantes nalgas de mi guía.
Llegamos al sitio en cuestión. Un establo inmenso custodiado por uno de los trabajadores quien nos dio la bienvenida amablemente. A un lado, había una cabaña, donde yo suponía, vivía aquel cuidador.
- Por aquí – dijo el guardia después de que Axel le hiciera una señal.
- Esta es la vaca que te decía, primo. Como puedes darte cuenta, se ve triste y no ha comido nada de lo que se le deja – aseguró el vaquero sexual. Yo hice lo que se me pedía, revisar a la vaca enferma.
- Aver… Está perdiendo masa muscular debido a su escasa alimentación. Puede serAnaplasmosis, una enfermedad infecciosa que afecta a los glóbulos rojos del animal. Voy a tomarle una muestra de sangre que debe ser ingresada en un laboratorio inmediatamente para su respectivo análisis – indiqué.
- Don René, usted lleve las muestras a un laboratorio. Nosotros nos quedaremos aquí esperándole – ordenó Axel.
- Enseguida, joven – dijo el señor, quien salió corriendo del establo.
- Mientras le voy a suministrar estos antibióticos. No te preocupes, que si no es esa enfermedad de la que te hablé, los antibióticos son útiles para cualquier otro tipo de agentes dañinos – expliqué.
- Eres todo un experto, primo. Ya quisiera yo haber sido un veterinario.
- ¿Y qué pasó? ¿Por qué no estudiaste? – pregunté.
- Los estudios no son lo mío. Eso déjaselo a Manuel, quien está estudiando la universidad. Por cierto, llega mañana con mi papá.
- ¿No viven con ustedes?
- No, porque mi papá se montó un negocio en otra parte y Manuel pasa allá con él hasta terminar sus estudios. Vienen seguido a vernos, eso sí.
Charlamos todo el rato en lo que esperábamos termine la tormenta (a medias). Ya empezaba a oscurecer. La luz del sol se guardaba sobre la cuna montañosa. Era momento de regresar. El suelo estaba lleno de lodo y era un peligro para un citadino como yo, pues a un kilómetro de distancia, me resbalé doblando mi pie en el proceso. Un grito de dolor alertó a Axel. De un salto llegó hasta mí para auxiliarme.
- Déjame ayudarte. Deberíamos regresar a la cabaña – propuso mi primo.
- Note preocupes, es solo un esguince de tobillo – dije.
- ¿Estás loco? No puedes ni asentar el pie. En esas condiciones no podemos recorrer tanto camino. Regresemos – insistió.
Me apoyé sobre su hombro y regresamos. Su perfume era un elixir que, si me curaba, seguiría fingiendo mi desgracia, todo por el bien de lo carnal. Entramos a la cabaña y me senté de lado sobre uno de los sofás, para no ensuciarlo de lodo.
- Tienes que quitarte los pantalones, llevas una herida en la pierna – dijo mi primo preocupado.
- ¿Enserio? – pregunté dudoso. Y en verdad, mi pantalón estaba roto a la altura de la pierna. El accidente había sido más fuerte de lo que pensaba.
- Voy a colocarte alcohol en la herida, luego una pomada y finalmente te sobaré el pie para vendarlo – propuso.
El hombre seductor limpió mi herida con mucho cuidado. Sus dedos ondulaban el antiséptico y la crema sobre mi pierna herida. Se sentó en frente y tomó mi pie para masajearlo. Dolía, pero el deseo bloqueó el impulso de gritar. Luego, lo puso en su entre pierna para tomar más pomada, donde sentí un jugoso y palpitante miembro. No estaba erecto, pero lo sentí moverse.
- Eres muy bueno con las manos – dije.
- ¡Ejem! Espero no propasarme – dijo sonriente.
- Sabes. De niños solo pasábamos peleando y míranos ahora, ayudándonos el uno al otro -aseguré
- Siempre quise pedirte disculpas por todo lo que te hicimos pasar. No es excusa, pero corrían rumores sobre la forma de ser de tu padre con la familia y eso me enojaba mucho.
- Conozco esos rumores. Algunos son ciertos, otros puro invento y otros entre verdad y mentira. Más no puedo creer que una disputa entre los adultos de ese entonces nos haya llevado a la discordia entre nosotros – aseguré con tristeza.
- Por eso te pido perdón, de parte mía y de parte de mi hermano – rogó el muchacho vaquero.
- Acepto tus disculpas.
Abrí mi mochila en busca de unos pantalones. Me cambié y seguimos charlando. Estaba conmovido por las disculpas. Al fin y al cabo, pensé, son mi familia. A lo mejor los únicos con los que podré contar por el resto de mi vida. De nada serviría arruinar ese lazo especial por un desliz corpóreo que quizá ni siquiera se dé, aunque sí deseaba que sucediera con todo mi corazón.
El sexi vaquero buscó en el escaparate y sacó una botella de puntas: un licor típico de estas tierras, muy fuerte, por cierto. Yo diría que casi o igual que el tequila.
- Brindemos por este reencuentro, primo. Que no sea el último y nos una más como familia – decía Axel al mismo tiempo que alzaba la copa al aire.
- Sí, brindemos por un mejor porvenir – auguré.
La primera copa pasa raspando. La segunda se resiste un poco. Pero la tercera pasa como agua. Así es el trago puntas. Cuando menos lo esperas, la cara te cosquillea, efecto propio del alcohol. Y si quieres ir al baño, debes levantarte con mucho cuidado o te dará un bajón que te dejará noqueado. En mi caso, no podía darme ese lujo, pues mi tobillo estaba luxado.
Me levanté despacio para ir al baño, pero el vaquero garañón me ayudó. Me negué, pero él insistió. El baño se encontraba tras la cabaña, a unos diez metros. Concuidado, pisamos los sitios libres de humedad y lodo para evitar resbalarnos. Axel me esperó afuera, luego fue su turno de entrar y yo lo esperé a él. Juntos regresamos a la cabaña.
Puso música y se puso a bailar. Estaba divertido, tanto que yo también lo intenté, pero me olvidé del tobillo. A causa de eso me resbalé y fui a dar a los brazos de mi primo. Nos quedamos mirando un instante.
- Nunca creí en el amor a primera vista, hasta que te vi ahora por primera vez luego de quince largos años – señaló mi primo. Sus ojos radiantes me enloquecieron y me besó con ternura lujuriosa. Dio inicio nuestro idílico momento.
Sus manos calaban cada instante de mi cuerpo, de donde surgía la dicha de liberarme por completo de mis ropajes. Su aliento me embriagaba, se colaba por mis sentidos y recorría por mis venas. Sus labios prestos al servicio, fueron mi peor vicio. Su calor que ardía en mí, como el fuego primordial y primigenio del tiempo, que reconforta el espíritu. Su fuerza reprimida, que espantaba los demonios y me salvaba de la perdición. Todo su ser entregado a mi ser. Fue lo más hermoso que nunca me haya pasado.
Me besaba con tal fuerza, que sentí su llanto en mi rostro. Lloraba, porque en él recorría la idea de disfrutar el momento, pero ese mismo momento se perdía a cada segundo. Es como si hubiera viajado en el tiempo, para revivir la mejor experiencia de su vida. Yo lo abrazaba; intentaba consolarlo con mis besos. No perdí tiempo y le quité la ropa para darme cuenta de la perfección erótica de aquel hombre desnudo. Me aventé sobre él. Me rodeó con sus brazos tan fuerte que me dijo “no me dejes nunca”.
No quisiera desviarme a ser un poco más descriptivo, pero no les voy a negar que el muchacho se maneja un miembro viril exquisitamente delicioso. Y ni que decir cuando se dejó penetrar, fue la experiencia más bonita de toda mi vida. Me enteré que fui el primero en hacerle eso. Aquí quiero aclarar una cosa, que en mi vida una sola vez me penetraron, pero dadas las circunstancias de ese momento, no podía negarme. Me nacía entregarme por completo a él, porque, después de todo, estaba cegado por el amor.
Fue delicado en el proceso. Poco a poco me iba acostumbrando y él, poco a poco iba acelerando el ritmo, lo que me hacía gritar de placer. Hicimos muchas poses, de muchas maneras, de muchas formas. Mi semental no quería venirse. Duramos por lo menos dos horas, hasta que ya no aguantó más y descargó su líquido seminal sobre mi abdomen y mi pecho. Le salía por montones. Yo me tomé lo que más podía y, así mismo, llevaba mis dedos embarrados hacia sus labios. Parecía gustarle, así que no me detuve. Finalmente, se me acercó y me besó.
Habremos durado, seguramente, hasta las tres de la mañana, porque no tardó en hacerse de día. Me levanté violentamente, pensando que el cuidador nos ha visto o algo por el estilo. Axel me sonrió y dijo:
- Tranquilo, cariño. Don René nos verá en la casa más tarde, ya que el laboratorio más cercano se encuentra en Pasto y si no regresó anoche, de seguro se quedó por allá en su casa – aseguró Axel. Pero ese “cariño” de su boca, me tomó por sorpresa.
- Confío en ti. No quisiera que nuestra familia se enterara de lo que aquí se ha cocido– dije.
- Ni yo. Con lo mente antigua que son mis padres – añadió.
Fuimos desnudos al baño, para tomar una ducha juntos. El agua brotaba de la tubería y caía sobre su tersa y musculosa piel. Una alfombra poco tupida de vellos recubría su pecho y bajaban por su ombligo hasta llegar a su sexo. Su glande, color rosadito, estaba tapado hasta la mitad por el prepucio; daba una forma exquisita a su pene. Debajo, sus testículos colgaban gordos llenos del material lechoso. Los tomé con delicadeza, me arrodillé y comencé a succionarlos. Axel me pedía hacerlo más y más; tanto fue su dicha que el chorro blanco me llenó toda la cara. A mí me pasó casi lo mismo, pues sin tocarme siquiera, me derramé por completo. Primera vez que me pasaba.
El agua no dejaba de golpearnos. Nos abrazamos cariñosamente.
- Deja que te enjabone la espalda – pidió mi primo. Me di la vuelta y empezó a restregar.
- ¿Es la primera vez que te bañas con alguien? – pregunté.
- Tuve una novia con quien compartíamos muchas cosas – respondió seguro.
- Ah, o sea que eres bisexual – dije inquieto.
- Sí, pero más me inclino por los de mi mismo sexo, cosa que ella sabía desde que fuimos novios. Y entre esas cosas que compartimos, estaban los hombres – dijo.
- Me imagino. Tú vida sexual debe de ser muy activa – acusé.
- Lo era. Hasta que te vi – aseguró
- ¿En serio sientes algo por mí? – pregunté.
- ¿No se nota? Tú mismo te diste cuenta que jamás he hecho el rol de pasivo. Me dolió y sangré, pero lo que siento es más poderoso que cualquier dolor – indicó preocupado.
- Es solo que me es difícil de creer que en un instante te hayas enamorado. Lo digo, porque yo también siento lo mismo – confesé.
- No es difícil si te dejas llevar. Démonos prisa, la ceremonia empezará pronto y debemos estar en casa – pidió ese hermoso ser.
Terminamos de bañarnos y regresamos a la casa para ponernos la ropa. Por suerte, yo llevéla mochila con dos puestas de ropa. Le presté ropa interior, camiseta y pantalón; mismas prendas que usé en Pasto para irme de excursión al volcán, las cuales había lavado en el hotel de Tulcán. Increíblemente le quedó todo sin problemas.
- Me preocupa el estado de tu vaca ¿No será mejor esperar a Don René con los resultados? – pregunté.
- Tú tranquilo que, si es de suministrarle cualquier medicamento, él lo hará. Tiene conocimientos básicos sobre el tema – aseguró sonriente.
- Me alegro, porque es importante tratarla lo más antes posible ?
1 comentarios - Mi primo labriego
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