Una de las imágenes más excitantes y vívidas que tengo de mis aventuras sexuales, es el reflejo de un espejo ubicado sobre la cama matrimonial de cierto telo de Palermo. En esa escena, un putito muy flaquito, muy marica y totalmente lampiño, está totalmente desnudo, boca arriba y con sus delgadas y largas piernas abiertas, y yo, también sin ropa alguna, culeándolo mientras él se pajea desesperado. El pendejo, creo que tenía entre 22 y 24 años, tiene los ojos en blanco mientras gime, como si hubiese caído en un profundo trance. Se me para al recordar ese momento por la postal descrita y por el placer que me dio sentir mi verga hurgando ese upite tan caliente y húmedo, y por el goce que él experimentaba el chico.
Ale era su nombre y lo conocí en un boliche under del citado barrio porteño. No recuerdo el nombre del lugar, pero ahí caí tras cenar con unos amigos y dirigirme al hotel. Me metí más por ganas de echarme un whisky que otra cosa, tal es así que ni cuenta me di que el lugar era absolutamente estrafalario para mis costumbres, porque el ambiente era de lo más extraño. Parecía una fiesta de disfraces bizarros por lo variopinto de los looks que podrían verse en medio de la penumbra, apenas cortada por luces de colores, sin mucho éxito, ser audio rítmicas con la música electrónica.
Llegar hasta la barra fue todo un tema, ya que era tan chico el sitio y tanta la gente, que los pocos metros fueron a puro choque. Así conocí a Ale, golpeándolo sin querer en un brazo, incidente al que reaccionó mirándome con bronca. Apenas verlo me di cuenta de que se trataba de una mariquita pasiva histérica. Le sonreí a modo de disculpas, pero intuí que no me las daría, así que sólo atiné a ganarle de mano y decirle:
- Después me gustaría invitarte un trago -y seguí sin aguardar réplica.
Media hora después iba terminando mi whisky, acodado en una esquina de la barra, desde donde podía ver la fauna nocturna de aquel boliche ir, venir, bailar y hasta transar. De pronto escuché:
- Vengo por mi trago.
Se trataba de Ale. Como dije, de entre unos 22 ó 24 años, no más de 1,65, muy flaquito, morochito, de pómulos salientes, boca grande de labios gruesos que, al sonreír, dibujaban unos graciosos hoyuelos en sus mejillas. Tenía ojos grandes y usaba pupilents de color gris, se le notaban, pero hacían a su encanto andrógino, ya que destacaban sus largas pestañas. Tenía el cabello lacio, con un mechón cayéndole sobre la frente y la nuca casi rapada. Vestía una remera, campera de jean corta, tipo torera, y unos pantalones capri, no recuerdo si eran rojos o naranjas. Y calzaba unas zapatillas también colorinches. Parecía una preadolescente por lo menudito que era, y no pude imaginar lo rico que sería llevármelo a la cama.
Sería tedioso para el lector transcribir la charla, que incluyó desde trivialidades a lo caluroso que era ese otoño, sobre mi primera vez en ese boliche y cosas así.
- ¿Por qué me invitaste a tomar algo? -quiso saber al rato, cuando bebía de a sorbos un margarita.
El tono de la pregunta fue melosa, mostrando un poco la lengua cuando succionaba el sorbete y mirándome con ojos entornados.
- Porque me pareció que tenías sed -respondí, sonriéndole y acercándome más para ver qué me decían sus ojos.
- Adivinaste, tenía mucha sed. Todavía la tengo.
- ¿Te gusta el champagne?
- Sí, me encanta, con un poco de Speed.
- Si te parece bien, podríamos ir a tomar unas copas a un lugar más tranquilo, con una música más linda.
- Está buena la idea, ¿adónde iríamos?
- A la vuelta hay un lugar muy lindo, ¿vamos a ver?
El lugar en cuestión era un telo que había visto durante esos días, al ir desde mi hotel adonde estaba trabajando y viceversa. Era un edificio alto, creo que por fuera uno de sus lados era todo azulado, siempre por Palermo. Cuando llegamos a la puerta, Ale se detuvo.
- Esto es un hotel para parejas.
- ¿Y... tenés miedo?
- Yo no, ¿y vos te animás a entrar conmigo?
- No sólo que me animo, sino que me muero por entrar -le dije, tomándolo de la mano y obligándolo a seguirme, aunque con muy poco esfuerzo.
Ale era uno de esos putitos que se las saben toda y que parecen autosuficientes, pero se sintió muy cohibido al ingresar al hall, aunque el sistema era muy privado, ya que al conserje ni lo veíamos. Como si fuera un motel de carretera, en éste se pedía la habitación a través de una ventanilla opaca. Solicité una suite de lujo y que nos enviaran un Chandón en un baldecito con hielo, dos Speed, y unos canapés. Nos tocó una habitación en el piso 14. Tras subir al ascensor y marcar el número, lo arrinconé a Ale y le comí la boca de un beso con lengua, muy intenso, con ganas reprimidas, mientras le apoyaba el bulto en una pierna y con ambas manos le manoseaba la cola, que era chiquita, pero bien redonda y durita.
- ¿Siempre te levantás putitos? -preguntó casi sin aire, agitado y con la excitación pintada en su semblante.
- Siempre que encuentro uno que me guste.
- ¿Y yo te gusto, papi?
- Muchísimo, bebé, me calentás mal.
- ¿Y ahora qué me vas a hacer?
- Ya te vas a enterar.
- Cochino, te gustan los putitos, sos un hombre cochino.
Y se prendió a besarme con el mismo ímpetu, hasta que la puerta del ascensor se abrió. Caminamos por un pasillo hasta encontrar el cuarto y ahí entramos, cerrando con llave y retomar el franeleo hasta dejarnos caer en la cama, donde nos revolcamos un buen rato, hasta que Ale me abrió la bragueta y se prendió a darme una mamada fenomenal. Recuerdo lo rico que me chupó la pija, con esa boquita glotona que succionó y succionó mientras me miraba a los ojos como gata en celo. Le bajé el pantalón y luego de ensalivarme un dedo, fui en busca de su culo, encontrando un agujerito estrecho en el que apenas pude meter la primera falange, pero lo dedee igual un buen rato, hasta que me sentí llegar y fue como una explosión interna y luego una sensación de caída libre a un abismo. Estaba acabando profusamente y el putito chupaba y chupaba, pero también tragaba y tragaba. No sé si él también acabó lo cierto es que haberme vaciado con la boca pareció darle tanto placer que también quedó tendido en la cama, a mi lado, manoseándome con dulzura la pija, que aún latía y liberaba las últimas gotitas de leche.
- ¿Te gustó?
- Me fascinó -le dije-. Fue la mejor mamada que me han hecho.
- Tenés rica leche. Nunca me la trago, pero esta vez tenía ganas. La siento calentita bajándome por la pancita.
Fui al baño, le lavé la pija y volví, sólo con boxer. El pedido estaba en una ventanilla giratoria, así que retiré la bandeja y me dispuse a preparar el trago. Ale se fue al baño y se encerró, aunque igual oí el ruido del bidet y adiviné que se estaba dando una profunda lavada anal para continuar con nuestra velada.
Si les ha gustado, sigo con la segunda y última parte.
Ale era su nombre y lo conocí en un boliche under del citado barrio porteño. No recuerdo el nombre del lugar, pero ahí caí tras cenar con unos amigos y dirigirme al hotel. Me metí más por ganas de echarme un whisky que otra cosa, tal es así que ni cuenta me di que el lugar era absolutamente estrafalario para mis costumbres, porque el ambiente era de lo más extraño. Parecía una fiesta de disfraces bizarros por lo variopinto de los looks que podrían verse en medio de la penumbra, apenas cortada por luces de colores, sin mucho éxito, ser audio rítmicas con la música electrónica.
Llegar hasta la barra fue todo un tema, ya que era tan chico el sitio y tanta la gente, que los pocos metros fueron a puro choque. Así conocí a Ale, golpeándolo sin querer en un brazo, incidente al que reaccionó mirándome con bronca. Apenas verlo me di cuenta de que se trataba de una mariquita pasiva histérica. Le sonreí a modo de disculpas, pero intuí que no me las daría, así que sólo atiné a ganarle de mano y decirle:
- Después me gustaría invitarte un trago -y seguí sin aguardar réplica.
Media hora después iba terminando mi whisky, acodado en una esquina de la barra, desde donde podía ver la fauna nocturna de aquel boliche ir, venir, bailar y hasta transar. De pronto escuché:
- Vengo por mi trago.
Se trataba de Ale. Como dije, de entre unos 22 ó 24 años, no más de 1,65, muy flaquito, morochito, de pómulos salientes, boca grande de labios gruesos que, al sonreír, dibujaban unos graciosos hoyuelos en sus mejillas. Tenía ojos grandes y usaba pupilents de color gris, se le notaban, pero hacían a su encanto andrógino, ya que destacaban sus largas pestañas. Tenía el cabello lacio, con un mechón cayéndole sobre la frente y la nuca casi rapada. Vestía una remera, campera de jean corta, tipo torera, y unos pantalones capri, no recuerdo si eran rojos o naranjas. Y calzaba unas zapatillas también colorinches. Parecía una preadolescente por lo menudito que era, y no pude imaginar lo rico que sería llevármelo a la cama.
Sería tedioso para el lector transcribir la charla, que incluyó desde trivialidades a lo caluroso que era ese otoño, sobre mi primera vez en ese boliche y cosas así.
- ¿Por qué me invitaste a tomar algo? -quiso saber al rato, cuando bebía de a sorbos un margarita.
El tono de la pregunta fue melosa, mostrando un poco la lengua cuando succionaba el sorbete y mirándome con ojos entornados.
- Porque me pareció que tenías sed -respondí, sonriéndole y acercándome más para ver qué me decían sus ojos.
- Adivinaste, tenía mucha sed. Todavía la tengo.
- ¿Te gusta el champagne?
- Sí, me encanta, con un poco de Speed.
- Si te parece bien, podríamos ir a tomar unas copas a un lugar más tranquilo, con una música más linda.
- Está buena la idea, ¿adónde iríamos?
- A la vuelta hay un lugar muy lindo, ¿vamos a ver?
El lugar en cuestión era un telo que había visto durante esos días, al ir desde mi hotel adonde estaba trabajando y viceversa. Era un edificio alto, creo que por fuera uno de sus lados era todo azulado, siempre por Palermo. Cuando llegamos a la puerta, Ale se detuvo.
- Esto es un hotel para parejas.
- ¿Y... tenés miedo?
- Yo no, ¿y vos te animás a entrar conmigo?
- No sólo que me animo, sino que me muero por entrar -le dije, tomándolo de la mano y obligándolo a seguirme, aunque con muy poco esfuerzo.
Ale era uno de esos putitos que se las saben toda y que parecen autosuficientes, pero se sintió muy cohibido al ingresar al hall, aunque el sistema era muy privado, ya que al conserje ni lo veíamos. Como si fuera un motel de carretera, en éste se pedía la habitación a través de una ventanilla opaca. Solicité una suite de lujo y que nos enviaran un Chandón en un baldecito con hielo, dos Speed, y unos canapés. Nos tocó una habitación en el piso 14. Tras subir al ascensor y marcar el número, lo arrinconé a Ale y le comí la boca de un beso con lengua, muy intenso, con ganas reprimidas, mientras le apoyaba el bulto en una pierna y con ambas manos le manoseaba la cola, que era chiquita, pero bien redonda y durita.
- ¿Siempre te levantás putitos? -preguntó casi sin aire, agitado y con la excitación pintada en su semblante.
- Siempre que encuentro uno que me guste.
- ¿Y yo te gusto, papi?
- Muchísimo, bebé, me calentás mal.
- ¿Y ahora qué me vas a hacer?
- Ya te vas a enterar.
- Cochino, te gustan los putitos, sos un hombre cochino.
Y se prendió a besarme con el mismo ímpetu, hasta que la puerta del ascensor se abrió. Caminamos por un pasillo hasta encontrar el cuarto y ahí entramos, cerrando con llave y retomar el franeleo hasta dejarnos caer en la cama, donde nos revolcamos un buen rato, hasta que Ale me abrió la bragueta y se prendió a darme una mamada fenomenal. Recuerdo lo rico que me chupó la pija, con esa boquita glotona que succionó y succionó mientras me miraba a los ojos como gata en celo. Le bajé el pantalón y luego de ensalivarme un dedo, fui en busca de su culo, encontrando un agujerito estrecho en el que apenas pude meter la primera falange, pero lo dedee igual un buen rato, hasta que me sentí llegar y fue como una explosión interna y luego una sensación de caída libre a un abismo. Estaba acabando profusamente y el putito chupaba y chupaba, pero también tragaba y tragaba. No sé si él también acabó lo cierto es que haberme vaciado con la boca pareció darle tanto placer que también quedó tendido en la cama, a mi lado, manoseándome con dulzura la pija, que aún latía y liberaba las últimas gotitas de leche.
- ¿Te gustó?
- Me fascinó -le dije-. Fue la mejor mamada que me han hecho.
- Tenés rica leche. Nunca me la trago, pero esta vez tenía ganas. La siento calentita bajándome por la pancita.
Fui al baño, le lavé la pija y volví, sólo con boxer. El pedido estaba en una ventanilla giratoria, así que retiré la bandeja y me dispuse a preparar el trago. Ale se fue al baño y se encerró, aunque igual oí el ruido del bidet y adiviné que se estaba dando una profunda lavada anal para continuar con nuestra velada.
Si les ha gustado, sigo con la segunda y última parte.
10 comentarios - Qué rico es culear a un putito caliente
Muy buena historia y muy bien contada.
Gracias por compartir 👍
Yo comenté tu post, la mejor manera de agradecer es comentando alguno de los míos...