“Si, ¿cuando me harás sentir tus dedos sobre mi piel?" pensé para mí en decirle pero de mis labios solo broto un tímido y tartamudeante si.
Me ofreció sentarme en una silla de cuero negro frente a su mesa y me interrogó con la mirada. Yo le expuse mis dudas sin poder quitarme de la mente sus labios que tanto me apetecía besar. Se levantó de su asiento. Colocó sus brazos sobre los brazos de la silla y con dulzura me empezó a explicar mis dudas. Yo podía sentir su aliento jugando en mi pelo. El calor de sus palabras atravesaba mi melena y erizaba los pelos de mi nuca. No pude evitarlo me eché a temblar.
En los brazos de la silla sus dedos jugueteaban tamborileando. Sus palabras dejaron de ser audibles para mis oídos. Solo podía pensar en aquellos dedos ágiles jugueteando entre mis piernas, en la cima de mi placer, en aquel lugar prohibido que yo ya sentía empapado.
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