Mi amiga @rockstar_lolita y yo decidimos vivir una buena aventura. La convencí para que cruzara el Río de la Plata y fuéramos juntas a un Desfile de Llamadas, en el carnaval montevideano; debo reconocer que mi invitación tenía doble intención, pues sabía sobradamente que al igual que yo, Lolita tenía especial debilidad por las vergotas negras.
Yo ya había vivido en Montevideo un par de años y sabía la locura que eran esos desfiles de carnaval, los cientos de tambores con su rítmico frenesí, sacaban lo más visceral de hombres, mujeres y mariconas, todo rodeado de un ambieste festivo increíble, pero sobre todo, rodeado de negrazos sudorosos y con ganas de fiesta y lo que cuadrara.
Allá salimos en buquebús por la mañana, vestidas decentemente de chicos buenos, el día era perfecto con una brisa suave y un hermoso sol mañanero. En el barco jugamos a las cartas (siempre me gana) y conocimos a un chico de Buenos Aires que viajaba por negocios y estaba buenísimo. Seguro que algo pispeó en nuestros gestos y risitas, porque se puso a charlar animadamente con nosotras, Lolita estaba bastante emocionada y empezó a ponerse muy maricona, tanto que me dio un poco de rabia y me fui a caminar por la cubierta. Cuando volví ella me contó que el pibe la había apretado en el baño y había tenido que hacerle una "pajita con la boca" según ella, la muy zorra.
Eso me dio más rabia todavía, y aunque la quiero mucho, juré "vengarme" o "vergarme" de ella cuando se le pasara la emoción de putilla que tenía.
En todo caso la aventura había arrancado de modo inmejorable.
En tres horas mi amiga había conocido a un machito y lo había probado y hasta tenía su teléfono, hay que reconocer que con el culo de mina divino que tiene Lolita, cuando quiere arrasa.
Sobre las diez de la mañana estábamos arribando a buen puerto en un día precioso, íbamos a tener, todo el día para prepararnos para salir a la noche. Nos alojamos en un hotelito barato en el centro y dejamos nuestro equipaje, bastante grande, en la habitación. Después salimos a dar una vuelta por ahí y fuimos a comer panchos en La Pasiva (ya se imaginarán que nos encantan los panchos).
Por la tarde, después de dormir una siestita como hermanas, empezamos con nuestro ritual de transformación, siendo carnaval podíamos dejar volar la imaginación y más que travestirnos, vestirnos de auténticas putillas, a mí me encanta hacerlo siempre, Lolita tenía un poco de timidez al principio, pero cuando me vio vestida, empezó a soltarse y a calentarse, en una auténtica competición femenina buscamos la combinación más jugada que pudiera encontrar cada una. Después de dos o tres horas de depilación, afeitado, aceites, perfumes y ropitas ya sólo nos quedaba el maquillaje para completar nuestra obra maestra de femineidad al borde de la prostitución, o más allá de.
Yo uso el pelo muy largo con lo cual solo tengo que buscar un peinado muy "femme" con enormes bucles dorados, Lolita usaba una peluca preciosa que le presté de negro azabache que le quedaba espectacular con sus ojazos marrones, delineados con una larga línea negra estilo egipcio, divina. Yo busqué un look más "Marylin" para destacar mis ojos claros con tonos azul-verdoso en los párpados. Me había puesto unas medias negras con banda ancha y una mini mini, también negra, un bustier rojo para darme forma en las caderas y resaltar mis incipientes pechitos hormonados. Una camisa de seda negra con mucha bisutería, muy pequeñita que iba abierta. Unos tacones de 12 cms. rojísimos para levantarme bien la colita. Lolita había elegido unos hot-pans de lycra imitación vaqueritos sobre unas medias caladas de rejilla, tacones negros y una camisita suelta de muchos colores.
Cuando nos miramos en el espejo casi nos da un orgasmo al vernos tan divinas y putonas. Era difícil de creer que aquellos dos chicos tan serios que llegaron al hotel se atrevieran a salir así de divinas, montadas en unos taconazos interminables. El recepcionista, un veterano, quedó con la boca abierta al vernos salir del mini ascensor, una sonrisita de lado cuando le dí las llaves y le dije chau, y cuando llegábamos a la puerta se escuchó un comentario: -Qué guachas divinas!!
El aire fresco de la noche entró bajo mi minifalda, y rozó mis ligueros y mi tanga, me sentí libre y sexy, caliente muy caliente. La calle era nuestra, un típico ruido urbano, de coches. semáforos, gritos, bocinazos, nos rodeaba. A nadie dejábamos indiferentes al caminar, las mujeres con cara de asco, los hombres con una sonrisa entre asombrada y cómplice, nuestros taconazos hacían un ruido hermoso a cada paso, algún silbido por aquí, alguna grosería más allá. Unos guachos pararon el auto y sacaron las cabeza para gritarnos de todo, a viva voz. Así seguimos por el centro un buen rato, hasta llegar a una parada de taxis donde había un único coche, donde el tachero hasta se bajó a abrirnos la puerta, le pedimos que nos llevara hasta el barrio de las llamadas y el tipo se rió y nos dijo: -Están tan buenas que las llevaría gratis ...
Al final llegamos a la calle Isla de Flores donde empezaba el desfile, aquello estaba lleno de gente, a cada paso que dábamos ya no eran piropos, auténticas groserías halagaban nuestros oídos. Empezamos a caminar hacia el final, lentamente, siempre había alguien que se nos acercaba con la excusa de la multitud y nos decía cositas al oído o nos tocaban el culito, estaban casi tan calientes como nosotras, nos sentíamos auténticas diosas.
Así fuimos avanzando, paso a paso entre el gentío, la "conchita" trans me iba a estallar de deseo, rodeada de tanta gente que nos desnudaba con la mirada, ya se escuchaban los tambores acercándose, el ritmo era lento pero retumbaba como salido de la tierra. Era impresionante. Agarré a Loli de la mano para no perdernos, intentamos ver el desfile, pero atrás de todo no se veía nada. -No veo nada me dijo Lolita. Atrás mío había un viejo re-negro como de cincuenta años con una camisilla blanca y enorme barriga de cerveza, me agarró de la cintura y me gritó al oído: -Guacha! Si querés te subo en mis hombros. ¿Porqué no? Si al final quería ver esos cientos de tambores que mejor que en los hombros de un negro divino.
-Dale. Le dije soltando la mano de Lolita.
El tipo me agarró de la cintura y como si fuera una pluma me alzó en el aire y de un rápido gesto metió su cabeza entre mis piernas y me acomodó sobre sus hombros, creí que me daba algo. Me sostenía de los tobillos apretándome bien, pero se me veían las piernas, todo el culo y los ligueros. -Ves bien guachita? Me dijo el vejete. -Perfecto don. Le grité. Llamame Beto y decime de vos, me dijo el viejo a los gritos. Me acordé de Lolita, la busqué con la mirada y temí lo peor, con los tambores no se escuchaba nada. Entonces la ví unos metros para adelante entre dos negritos, le estaban haciendo un sandwich en la vereda mismo. Uno le comía la boca y el cuello por delante y el otro le metía la lengua por una oreja mientras le agarraba las nalgas. A la vista de todo el mundo. Que hija de puta, siempre me llevaba ventaja.
El viejo que me tenía alzada se movía al ritmo de los tambores y más de algún blanquito se quedaba mirándonos, como pensando este viejo se va a recoger a esa pendeja y encima es terrible negro, eso pensaba yo también. El viejo se zarandeaba al ritmo de los tamboriles, que de a poco iban subiendo el calor y aumentando de velocidad, cha cha cha chachá. Volví a perder de vista a la Loli, porque el viejo cada vez bailaba más y daba vueltas y vueltas, sentía el aire en mis nalgas expuestas, pero me encantaba la situación y de pronto de frente a nosotros vienen otros cuatro grones veteranos que saludan al Beto y este se pone a hablar con ellos sin parar de bailar, yo ya era como un adorno en los hombros, entonces uno los otros me dice: --¿Querés venir al balcón de mi viejos ahí arriba, así ves mejor el desfile?. Miré y ví un balcón de colorines, con sus plantitas y su enrejado, un poquito más adelante. -Bueno contesté, vamos. Con la misma facilidad que me había subido, Beto me quitó de los hombros y me agarró, eso sí, bien fuerte de la cintura y arrancamos hacia la puerta de la casa. Yo con los tacones me meneaba mucho y notaba como dos amigos de Beto que venían atrás no me sacaban los ojos del culo.
Llegamos al zaguán de la casa, todo oscuro, el amigo de Beto abrió la puerta y me hizo pasar, las damas primeros me dijo con una sonrisa, el entró después y me guió tocándome suavemente la cintura por la oscuridad, había olor a jazmines y ninguna luz, llegamos a una escalera de madera y me dijo: -Subí, que arriba se ve todo. Mientras intentaba afirmar mis zapatos de tacón de aguja en una escalera vieja de madera que crujía al apoyarse y a ciegas, sentí una manaza que me ayudaba desde atrás toda apoyada en mi culito trémulo. -Vamos muchachos, que nos vamos a perder los tambores, se escuchaba desde atrás gritar a la barra de negros que venían con nosotros. Al llegar arriba había un cuarto con una enorme ventana abierta que daba a la calle, y recién entonces, se me pasó un poco el miedo que me estaba entrando; me asomé al balcón y era verdad, había una vista hermosa de todo el desfile y el gentío, busqué a Lolita con la mirada y ni ahí. Cuando me di vuelta estaban los cuatro en bolas, meneándose con parsimonia las cuatro vergas más negras y grandes que había visto en mi vida.
-Vas a tener que pagar por el balcón porteñita trola, me dijo Beto, se acercó a mí hasta el balcón sin importarle su desnudez y me partió la boca de un chupón, interminable, lascivo, con esos labios anchos de hombre que te comen media cara. Los otros aplaudían de atrás, y gritaban cosas. Entonces me llevó la mano a mi diminuta pijita, y me dijo: -Mirá que me di cuenta, nada más subirte, sentía tu cosita en mi nuca nena. Me manoseó todo el culo, levantándome la falda por detrás, de espaldas a la calle y sentí vivas de la gente de abajo, que se estaban poniendo las botas con el show. En cinco minutos estaba mamando las pijas más divinas que había visto en mi vida, ellos miraban el desfile apoyados en el balcón y yo arrodillada de espaldas a la calle me las iba comiendo una a una, eso sí al ritmo del tambor como corresponde, Marcos el dueño de casa trajo unas cervezas para sus amigos y mientras, yo seguía con la boca ocupada todo el tiempo, estaba como en la selva, prisionera, siendo usada por un tribu entera de cazadores africanos. ¿Qué sería de mí?
De tamaño, todas parecidas, de 20 centímetros para arriba, Marcos, el de casa, era por demás. No sé cuánto, pero al intentar metérmela en la boca, sentía la comisura de mis labios expandirse y no llegar, al final entró, que nadie me pregunte cómo, era imposible. A mí que me encanta saborear una buena verga, jugar con mi lengua dentro, mientras siento como me penetra la boca pero ese monstruo, negro de capullo marrón, apenas me cabía, mi desesperación de hembra lo intentaba pero era imposible que una boca soportara aquella bestialidad. Después vino Beto, ese sí que disfrutó de mi chupada, la metía lentamente, la sacaba escupía desde arriba para mezclar sus babas con las mías, me agarraba la cabeza y me cogía lentamente dando un último empujón después de tres o cuatro suaves que me llegaba hasta la garganta que aceptaba ese último empellón y se abría generosa, ofreciendo mis jugos más internos que salían envolviendo aquel pepino hermoso, curvado y oscuro, potente, a pesar de sus años; y volvía a empezar la serie, lento, lento, lento, a fondo. Así mientras miraba mi cara sometida y entregada, y me sonreía mientras comentaba con los otros: -Que nenita más tragona, cómo le gusta la verga.
De los otros dos nunca recordé los nombres, les llamaré negro 1 y negro 2, también dispusieron de mi boca un buen rato, yo ya estaba un poco cansada y dolorida de tener la boca abierta durante tanto tiempo, abajo el murmullo indicaba que la gente había ido tras los tambores varias calles más al sur, se oían a lo lejos cuando se van a cruzar los dos ritmos diferentes y yo seguía chupando y chupando como si no hubiera mañana, en un balcón en medio de un barrio que olía a alcohol y vicio.
Después de tanto chupar me dieron un descanso desnuda, sentada en el único sofá, viejo y raído, mientras negro 1 me tocaba las tetitas asombrado, me pusieron un vaso de whisky barato hasta el tope y sin hielo, que me mandé casi de un trago, el negro 2 hacía unas rayas en la mesa que los viejos empezaban a esnifar sin miramientos, yo estaba asombrada de ver esos viejos tan al día y el negro1 había pasado de lamerme los pezones a chupármelos, con esa boca enorme y sensual, yo me sentía en la gloria con mis pezones erguidos y sensibles.
Cuando todos habían esnifado lo suyo, me hicieron una raya para mí pero del otro lado de la mesita. De tal modo que para acercarme a ella, tenía que ponerme en cuatro patas. Cuando lo hice fue el momento en que Beto me agarró por atrás, me ensalibó el agujerito de un par de escupitajos certeros, y empezó a estimularme con uno luego dos dedos que entraban y salían de mi aún cerradito agujero y por mi nariz fluyó el polvo que me habían alineado en la mesa. Entonces empezó el mete saca de mi negro, con dulzura y seriedad entraba y salía su verga hasta la mitad, no sé si por el alcohol, o por lo otro, mi vagina masculina empezó a tener pequeños espasmos que se aferraban a la hermosa verga potente y húmeda de aquel macho auténtico. Concentrada en recibir la bella polla, entrecerré los ojos y cuando los abrí el negro 2, el que me había hecho una raya, me ofrecía de pie su negra verga, también de pie.
Nunca había tenido un orgasmo anal, tal vez tanto ritmo tamborilero, tanta piel morena, o el exquisito cuidado con el que Beto rompía mi culo blanco obraron el milagro, mi culo empezó a menearse incontrolado y espasmódico, devorando entera la pija que me abría como a una sandía, eso provocó las risas de todos los asistentes, menos del negro 2, que empezaba a temblar como una fiera salvaje segundos antes de llenarme la boca de su leche salada y húmeda y espesa, interminable, mientras apretaba mi cabeza con dureza contra su vientre peludo y ralo, como de alambres, durante mucho rato sentí como uno tras otro descargaba sus chorros en mi garganta, sin posibilidad de escape, sentí su tibieza y su sabor bajar directo por mi esófago, atrapada por sus enormes manos como mazas.
El ritmo de mi culo descontrolado y salvaje también, como mi tribu, tuvo otro efecto impensable: Beto cambió el ritmo de su cogida y comenzó ese movimiento último y firme del macho que va a fertilizar a su nena, corto, rápido y profundo pero sin parar, sincronizado acaso con mis espasmos o con los tambores, sus minutos fueron infinitos y me sentí su hembra, su esclava, hasta que estalló caliente en lo más profundo de mi ser como una ametralladora de placer, creí sentir como dejaba hasta su última gota mientras el negro 2 fertilizaba también mi garganta, como una buena puta, recibía leche a dos bandas; cuando sentí a mis machos acabar en mi flor su polen grosero y masculino percibí como llegaban a mi, más tambores y temblores y sin que nadie me tocara, de mi pitito de nena empezaron a saltar gotitas disparadas, dejando en evidencia mi placer sometido. Mi entrega total y mi gusto de ser honrada con una cogida tan buena, por dos auténticos machos fuertes y negros, hermosos.
El frenesí de los tamboriles llegaría a su extásis un tiempito después, en un cruce formidable de ritmos que van acelerando su locura tribal hasta alcanzar la cúspide de ese duelo de barrios que concluye con una locura selvática tremenda que parece interminable, en ese momento estaba yo sentada encima del monstruo de Marcos, que parecía abrirme en dos, que me tocaba no se qué parte de mi ser desconocida, era un alien que partía mis entrañas y entre los tambores y el tótem que me estaba penetrando, el cansancio, tanto alcohol y tanta verga mis ojos se pusieron en blanco. Entonces fue que perdí el sentido.
Yo ya había vivido en Montevideo un par de años y sabía la locura que eran esos desfiles de carnaval, los cientos de tambores con su rítmico frenesí, sacaban lo más visceral de hombres, mujeres y mariconas, todo rodeado de un ambieste festivo increíble, pero sobre todo, rodeado de negrazos sudorosos y con ganas de fiesta y lo que cuadrara.
Allá salimos en buquebús por la mañana, vestidas decentemente de chicos buenos, el día era perfecto con una brisa suave y un hermoso sol mañanero. En el barco jugamos a las cartas (siempre me gana) y conocimos a un chico de Buenos Aires que viajaba por negocios y estaba buenísimo. Seguro que algo pispeó en nuestros gestos y risitas, porque se puso a charlar animadamente con nosotras, Lolita estaba bastante emocionada y empezó a ponerse muy maricona, tanto que me dio un poco de rabia y me fui a caminar por la cubierta. Cuando volví ella me contó que el pibe la había apretado en el baño y había tenido que hacerle una "pajita con la boca" según ella, la muy zorra.
Eso me dio más rabia todavía, y aunque la quiero mucho, juré "vengarme" o "vergarme" de ella cuando se le pasara la emoción de putilla que tenía.
En todo caso la aventura había arrancado de modo inmejorable.
En tres horas mi amiga había conocido a un machito y lo había probado y hasta tenía su teléfono, hay que reconocer que con el culo de mina divino que tiene Lolita, cuando quiere arrasa.
Sobre las diez de la mañana estábamos arribando a buen puerto en un día precioso, íbamos a tener, todo el día para prepararnos para salir a la noche. Nos alojamos en un hotelito barato en el centro y dejamos nuestro equipaje, bastante grande, en la habitación. Después salimos a dar una vuelta por ahí y fuimos a comer panchos en La Pasiva (ya se imaginarán que nos encantan los panchos).
Por la tarde, después de dormir una siestita como hermanas, empezamos con nuestro ritual de transformación, siendo carnaval podíamos dejar volar la imaginación y más que travestirnos, vestirnos de auténticas putillas, a mí me encanta hacerlo siempre, Lolita tenía un poco de timidez al principio, pero cuando me vio vestida, empezó a soltarse y a calentarse, en una auténtica competición femenina buscamos la combinación más jugada que pudiera encontrar cada una. Después de dos o tres horas de depilación, afeitado, aceites, perfumes y ropitas ya sólo nos quedaba el maquillaje para completar nuestra obra maestra de femineidad al borde de la prostitución, o más allá de.
Yo uso el pelo muy largo con lo cual solo tengo que buscar un peinado muy "femme" con enormes bucles dorados, Lolita usaba una peluca preciosa que le presté de negro azabache que le quedaba espectacular con sus ojazos marrones, delineados con una larga línea negra estilo egipcio, divina. Yo busqué un look más "Marylin" para destacar mis ojos claros con tonos azul-verdoso en los párpados. Me había puesto unas medias negras con banda ancha y una mini mini, también negra, un bustier rojo para darme forma en las caderas y resaltar mis incipientes pechitos hormonados. Una camisa de seda negra con mucha bisutería, muy pequeñita que iba abierta. Unos tacones de 12 cms. rojísimos para levantarme bien la colita. Lolita había elegido unos hot-pans de lycra imitación vaqueritos sobre unas medias caladas de rejilla, tacones negros y una camisita suelta de muchos colores.
Cuando nos miramos en el espejo casi nos da un orgasmo al vernos tan divinas y putonas. Era difícil de creer que aquellos dos chicos tan serios que llegaron al hotel se atrevieran a salir así de divinas, montadas en unos taconazos interminables. El recepcionista, un veterano, quedó con la boca abierta al vernos salir del mini ascensor, una sonrisita de lado cuando le dí las llaves y le dije chau, y cuando llegábamos a la puerta se escuchó un comentario: -Qué guachas divinas!!
El aire fresco de la noche entró bajo mi minifalda, y rozó mis ligueros y mi tanga, me sentí libre y sexy, caliente muy caliente. La calle era nuestra, un típico ruido urbano, de coches. semáforos, gritos, bocinazos, nos rodeaba. A nadie dejábamos indiferentes al caminar, las mujeres con cara de asco, los hombres con una sonrisa entre asombrada y cómplice, nuestros taconazos hacían un ruido hermoso a cada paso, algún silbido por aquí, alguna grosería más allá. Unos guachos pararon el auto y sacaron las cabeza para gritarnos de todo, a viva voz. Así seguimos por el centro un buen rato, hasta llegar a una parada de taxis donde había un único coche, donde el tachero hasta se bajó a abrirnos la puerta, le pedimos que nos llevara hasta el barrio de las llamadas y el tipo se rió y nos dijo: -Están tan buenas que las llevaría gratis ...
Al final llegamos a la calle Isla de Flores donde empezaba el desfile, aquello estaba lleno de gente, a cada paso que dábamos ya no eran piropos, auténticas groserías halagaban nuestros oídos. Empezamos a caminar hacia el final, lentamente, siempre había alguien que se nos acercaba con la excusa de la multitud y nos decía cositas al oído o nos tocaban el culito, estaban casi tan calientes como nosotras, nos sentíamos auténticas diosas.
Así fuimos avanzando, paso a paso entre el gentío, la "conchita" trans me iba a estallar de deseo, rodeada de tanta gente que nos desnudaba con la mirada, ya se escuchaban los tambores acercándose, el ritmo era lento pero retumbaba como salido de la tierra. Era impresionante. Agarré a Loli de la mano para no perdernos, intentamos ver el desfile, pero atrás de todo no se veía nada. -No veo nada me dijo Lolita. Atrás mío había un viejo re-negro como de cincuenta años con una camisilla blanca y enorme barriga de cerveza, me agarró de la cintura y me gritó al oído: -Guacha! Si querés te subo en mis hombros. ¿Porqué no? Si al final quería ver esos cientos de tambores que mejor que en los hombros de un negro divino.
-Dale. Le dije soltando la mano de Lolita.
El tipo me agarró de la cintura y como si fuera una pluma me alzó en el aire y de un rápido gesto metió su cabeza entre mis piernas y me acomodó sobre sus hombros, creí que me daba algo. Me sostenía de los tobillos apretándome bien, pero se me veían las piernas, todo el culo y los ligueros. -Ves bien guachita? Me dijo el vejete. -Perfecto don. Le grité. Llamame Beto y decime de vos, me dijo el viejo a los gritos. Me acordé de Lolita, la busqué con la mirada y temí lo peor, con los tambores no se escuchaba nada. Entonces la ví unos metros para adelante entre dos negritos, le estaban haciendo un sandwich en la vereda mismo. Uno le comía la boca y el cuello por delante y el otro le metía la lengua por una oreja mientras le agarraba las nalgas. A la vista de todo el mundo. Que hija de puta, siempre me llevaba ventaja.
El viejo que me tenía alzada se movía al ritmo de los tambores y más de algún blanquito se quedaba mirándonos, como pensando este viejo se va a recoger a esa pendeja y encima es terrible negro, eso pensaba yo también. El viejo se zarandeaba al ritmo de los tamboriles, que de a poco iban subiendo el calor y aumentando de velocidad, cha cha cha chachá. Volví a perder de vista a la Loli, porque el viejo cada vez bailaba más y daba vueltas y vueltas, sentía el aire en mis nalgas expuestas, pero me encantaba la situación y de pronto de frente a nosotros vienen otros cuatro grones veteranos que saludan al Beto y este se pone a hablar con ellos sin parar de bailar, yo ya era como un adorno en los hombros, entonces uno los otros me dice: --¿Querés venir al balcón de mi viejos ahí arriba, así ves mejor el desfile?. Miré y ví un balcón de colorines, con sus plantitas y su enrejado, un poquito más adelante. -Bueno contesté, vamos. Con la misma facilidad que me había subido, Beto me quitó de los hombros y me agarró, eso sí, bien fuerte de la cintura y arrancamos hacia la puerta de la casa. Yo con los tacones me meneaba mucho y notaba como dos amigos de Beto que venían atrás no me sacaban los ojos del culo.
Llegamos al zaguán de la casa, todo oscuro, el amigo de Beto abrió la puerta y me hizo pasar, las damas primeros me dijo con una sonrisa, el entró después y me guió tocándome suavemente la cintura por la oscuridad, había olor a jazmines y ninguna luz, llegamos a una escalera de madera y me dijo: -Subí, que arriba se ve todo. Mientras intentaba afirmar mis zapatos de tacón de aguja en una escalera vieja de madera que crujía al apoyarse y a ciegas, sentí una manaza que me ayudaba desde atrás toda apoyada en mi culito trémulo. -Vamos muchachos, que nos vamos a perder los tambores, se escuchaba desde atrás gritar a la barra de negros que venían con nosotros. Al llegar arriba había un cuarto con una enorme ventana abierta que daba a la calle, y recién entonces, se me pasó un poco el miedo que me estaba entrando; me asomé al balcón y era verdad, había una vista hermosa de todo el desfile y el gentío, busqué a Lolita con la mirada y ni ahí. Cuando me di vuelta estaban los cuatro en bolas, meneándose con parsimonia las cuatro vergas más negras y grandes que había visto en mi vida.
-Vas a tener que pagar por el balcón porteñita trola, me dijo Beto, se acercó a mí hasta el balcón sin importarle su desnudez y me partió la boca de un chupón, interminable, lascivo, con esos labios anchos de hombre que te comen media cara. Los otros aplaudían de atrás, y gritaban cosas. Entonces me llevó la mano a mi diminuta pijita, y me dijo: -Mirá que me di cuenta, nada más subirte, sentía tu cosita en mi nuca nena. Me manoseó todo el culo, levantándome la falda por detrás, de espaldas a la calle y sentí vivas de la gente de abajo, que se estaban poniendo las botas con el show. En cinco minutos estaba mamando las pijas más divinas que había visto en mi vida, ellos miraban el desfile apoyados en el balcón y yo arrodillada de espaldas a la calle me las iba comiendo una a una, eso sí al ritmo del tambor como corresponde, Marcos el dueño de casa trajo unas cervezas para sus amigos y mientras, yo seguía con la boca ocupada todo el tiempo, estaba como en la selva, prisionera, siendo usada por un tribu entera de cazadores africanos. ¿Qué sería de mí?
De tamaño, todas parecidas, de 20 centímetros para arriba, Marcos, el de casa, era por demás. No sé cuánto, pero al intentar metérmela en la boca, sentía la comisura de mis labios expandirse y no llegar, al final entró, que nadie me pregunte cómo, era imposible. A mí que me encanta saborear una buena verga, jugar con mi lengua dentro, mientras siento como me penetra la boca pero ese monstruo, negro de capullo marrón, apenas me cabía, mi desesperación de hembra lo intentaba pero era imposible que una boca soportara aquella bestialidad. Después vino Beto, ese sí que disfrutó de mi chupada, la metía lentamente, la sacaba escupía desde arriba para mezclar sus babas con las mías, me agarraba la cabeza y me cogía lentamente dando un último empujón después de tres o cuatro suaves que me llegaba hasta la garganta que aceptaba ese último empellón y se abría generosa, ofreciendo mis jugos más internos que salían envolviendo aquel pepino hermoso, curvado y oscuro, potente, a pesar de sus años; y volvía a empezar la serie, lento, lento, lento, a fondo. Así mientras miraba mi cara sometida y entregada, y me sonreía mientras comentaba con los otros: -Que nenita más tragona, cómo le gusta la verga.
De los otros dos nunca recordé los nombres, les llamaré negro 1 y negro 2, también dispusieron de mi boca un buen rato, yo ya estaba un poco cansada y dolorida de tener la boca abierta durante tanto tiempo, abajo el murmullo indicaba que la gente había ido tras los tambores varias calles más al sur, se oían a lo lejos cuando se van a cruzar los dos ritmos diferentes y yo seguía chupando y chupando como si no hubiera mañana, en un balcón en medio de un barrio que olía a alcohol y vicio.
Después de tanto chupar me dieron un descanso desnuda, sentada en el único sofá, viejo y raído, mientras negro 1 me tocaba las tetitas asombrado, me pusieron un vaso de whisky barato hasta el tope y sin hielo, que me mandé casi de un trago, el negro 2 hacía unas rayas en la mesa que los viejos empezaban a esnifar sin miramientos, yo estaba asombrada de ver esos viejos tan al día y el negro1 había pasado de lamerme los pezones a chupármelos, con esa boca enorme y sensual, yo me sentía en la gloria con mis pezones erguidos y sensibles.
Cuando todos habían esnifado lo suyo, me hicieron una raya para mí pero del otro lado de la mesita. De tal modo que para acercarme a ella, tenía que ponerme en cuatro patas. Cuando lo hice fue el momento en que Beto me agarró por atrás, me ensalibó el agujerito de un par de escupitajos certeros, y empezó a estimularme con uno luego dos dedos que entraban y salían de mi aún cerradito agujero y por mi nariz fluyó el polvo que me habían alineado en la mesa. Entonces empezó el mete saca de mi negro, con dulzura y seriedad entraba y salía su verga hasta la mitad, no sé si por el alcohol, o por lo otro, mi vagina masculina empezó a tener pequeños espasmos que se aferraban a la hermosa verga potente y húmeda de aquel macho auténtico. Concentrada en recibir la bella polla, entrecerré los ojos y cuando los abrí el negro 2, el que me había hecho una raya, me ofrecía de pie su negra verga, también de pie.
Nunca había tenido un orgasmo anal, tal vez tanto ritmo tamborilero, tanta piel morena, o el exquisito cuidado con el que Beto rompía mi culo blanco obraron el milagro, mi culo empezó a menearse incontrolado y espasmódico, devorando entera la pija que me abría como a una sandía, eso provocó las risas de todos los asistentes, menos del negro 2, que empezaba a temblar como una fiera salvaje segundos antes de llenarme la boca de su leche salada y húmeda y espesa, interminable, mientras apretaba mi cabeza con dureza contra su vientre peludo y ralo, como de alambres, durante mucho rato sentí como uno tras otro descargaba sus chorros en mi garganta, sin posibilidad de escape, sentí su tibieza y su sabor bajar directo por mi esófago, atrapada por sus enormes manos como mazas.
El ritmo de mi culo descontrolado y salvaje también, como mi tribu, tuvo otro efecto impensable: Beto cambió el ritmo de su cogida y comenzó ese movimiento último y firme del macho que va a fertilizar a su nena, corto, rápido y profundo pero sin parar, sincronizado acaso con mis espasmos o con los tambores, sus minutos fueron infinitos y me sentí su hembra, su esclava, hasta que estalló caliente en lo más profundo de mi ser como una ametralladora de placer, creí sentir como dejaba hasta su última gota mientras el negro 2 fertilizaba también mi garganta, como una buena puta, recibía leche a dos bandas; cuando sentí a mis machos acabar en mi flor su polen grosero y masculino percibí como llegaban a mi, más tambores y temblores y sin que nadie me tocara, de mi pitito de nena empezaron a saltar gotitas disparadas, dejando en evidencia mi placer sometido. Mi entrega total y mi gusto de ser honrada con una cogida tan buena, por dos auténticos machos fuertes y negros, hermosos.
El frenesí de los tamboriles llegaría a su extásis un tiempito después, en un cruce formidable de ritmos que van acelerando su locura tribal hasta alcanzar la cúspide de ese duelo de barrios que concluye con una locura selvática tremenda que parece interminable, en ese momento estaba yo sentada encima del monstruo de Marcos, que parecía abrirme en dos, que me tocaba no se qué parte de mi ser desconocida, era un alien que partía mis entrañas y entre los tambores y el tótem que me estaba penetrando, el cansancio, tanto alcohol y tanta verga mis ojos se pusieron en blanco. Entonces fue que perdí el sentido.
4 comentarios - Noche de Llamadas
❤️ besos amiga ❤️