Hay estilos vacacionales que en vez de llevar al relax terminan cansando aún más.
Fue lo que me sucedió en Miami la última vez.
Sólo tuve un día libre fuera de las actividades programadas previamente en el "voucher".
Así que decidí aprovecharlo a mi manera; me subí a un taxi en dirección hasta casi el otro lado de la ciudad en busca del único sauna existente en Miami: Club Aqua.
El estacionamiento lleno de autos me prometía mucha gente dentro.
Luego me daría cuenta de mi error.
En la recepción me esperaba un latino morocho -no negro- muy amable y muy gay.
Joven, menor que yo seguramente.
- Buenas tardes, ¿puedes explicarme cómo es el... sistema?
No sabía qué preguntar, imaginando que sería distinto a Buenos Aires.
Y me sentía un poco cohibido por su apariencia deshinibida.
- ¿Qué quieres saber, my love?
El modo "aputasado" no me va ni a palos, pero intenté ser cordial de todos modos.
Le sonreí.
Me dijo el precio, me pidió una identificación, pagué, entré y me llevó a conocer el lugar.
Cometí el error de pedir "locker" y no "cabina".
Porque un locker es sólo para dejar la ropa y recorrer libremente el sauna.
La cabina es una mini habitación con llave, cama y tv.
Y, fundamentalmente, garantiza la posibilidad de coger cómodo, en privado.
De todos modos, podía estar en los lugares comunes, llenos de sillones y camillas.
Lindo lugar: gimnasio, saunas, pileta, dark; daba para un polvo en cualquier lugar.
Pero había muy poca gente.
Me senté en un sector del dark a mirar la peli infaltable, aburridísima, y me puse a hablar con un negro de Puerto Rico.
No había onda para cojer, pero el negro estaba bien.
- Tú también eres pasivo... ¡Qué mala suerte tengo hoy!
Era cierto, no era nuestro día.
Me dediqué a conocer el lugar y mirar a los pocos hombres que allí estaban.
- ¿Cómo te sientes? ¿Bien?
El chico de la recepción iba y venía haciendo su trabajo en el lugar, llevando y trayendo cosas y preguntando cada tanto al visitante nuevo venido de Argentina cómo se encontraba.
Me pareció realmente amable.
Un colombiano de unos cincuenta me quería dar.
Se me acercó, me rozó como para tantearme, lo dejé hacer y empezó a acariciarme libremente.
Me gustó.
El estaba excitado.
Me llevó al fondo del dark porque él tampoco tenía "cabine" y allí me arrodillé para comerle la erección que traía debajo de la toalla puesta como única prenda.
En un momento determinado me levantó y me inclinó sobre la camilla.
Se colocó detrás de mí y me apretó con todas sus fuerzas acercando su virilidad a mi cola, frotándose.
Su pecho quedó pegado a mi espalda y sus labios en mi cuello.
Pero no me penetró.
Luego se sentó él en la camilla con sus piernas abiertas para poder yo acomodarme allí, sentado también, sobre él.
En ese momento llegó el negro de Puerto Rico.
Su curiosidad tuvo el premio de mi boca en su entrepierna.
Nunca logró una erección completa, lo cual me hacía sentir algo de frustración.
Sin embargo, en una tarde aburridísima, estar sentado sobre un colombiano que no paraba de acariciarme y besarme y, al mismo momento, intentar endurecer a fuerza de labios y lengua a un negro... no podía quejarme.
Nos separamos los tres, pasé por el yacuzzi varias veces, volví a mirar tv y pasó mi amigo recepcionista.
- ¿Solito? ¿Aburrido?
Le dije que la estaba pasando bien.
Si decía lo contrario reconocería mi inutilidad para lograr que al menos uno de los diez hombres que daban vueltas por el sauna tuviese interés en penetrarme.
- Ven.
- ¿Qué?
- Que vengas.
Y lo seguí.
Se dirigió, haciendo algunos rodeos, a una "cabine" -él tenía las llaves de todas- y me aguardó escondido detrás de la puerta.
Entré inseguro.
- ¿Qué te gusta?
Yo no podía creer lo que estaba sucediendo.
- Soy pasivo -dije, intentando acariciarlo y besarlo.
Pero me hizo señas con el dedo en la boca para que no habláramos y no hiciésemos ruido.
Se quitó muy rápidamente las bermudas dejándolas sobre las rodillas y dejó a la vista un miembro oscuro prometeder.
El estaba muy excitado.
Mi cabeza funcionaba a mil: hacía mucho que no me la ponía un pendejo más chico que yo.
Siempre preferí hombres más grandes, en edad y tamaño.
Esta vez, las dos cosas no me coincidían.
Pero estaba allí, en cuatro sobre la cama, aguardando que mi moreno lampiño hiciese su tarea.
Se colocó un preservativo y me inclinó levemente sobre la cama para que mi cola quedase un poco más elevada.
El espejo me devolvía una imagen muy caliente: mi piel blanca y un trozo negro queriendo abrirse paso entre mis nalgas.
Lo intentó un par de veces pero no pudo.
Yo no estaba lubricado y nadie me había penetrado en las últimas horas.
No tenía dilatación.
Entonces, me tomó de los hombros, siempre sin hablar, y me acostó sobre la cama, con las piernas abiertas y levantadas.
Probó una vez más, pero esta vez agregando saliva.
Luego del segundo intento tuve todo su miembro dentro mío.
Su piel era hermosa, sin vellos.
Su cola dura y sus músculos firmes.
Lo tomé por detrás y lo apreté bien fuerte contra mí.
Yo seguía sin creer lo que me sucedía.
El no paraba de penetrarme a su gusto, con fuerza, y yo no podía gemir como quería.
El estaba en horario de trabajo.
O en un recreo del mismo.
Y yo, en las nubes.
Finalmente acabó en mi pubis.
Todo muy rápido.
En un instante se quitó el preservativo y dejó caer sus jugos sobre mí.
Se subió las bermudas, me indicó nuevamente que hiciera silencio, se colocó detrás de la puerta, la abrió y salí.
La cerró, se quedó dentro un instante y salió más tarde.
Me duché y, mientras aún sentía mi agujerito latiendo por esa penetración veloz y profunda, me iba relajando hasta acabar en una risa en soledad por lo que me había sucedido.
Nos cruzamos un par de veces más en los pasillos del sauna, pero ya como dos extraños.
Me vestí, fui en dirección a la entrada donde ya había un nuevo turno de recepcionistas: dos negros hermosos, grandes, anchos.
Pero yo me estaba yendo.
Y no cabía la posibilidad de que mi suerte se repitiera dos veces en el mismo día.
O sí, quién sabe.
A veces, sólo basta apostar una vez más.
Fue lo que me sucedió en Miami la última vez.
Sólo tuve un día libre fuera de las actividades programadas previamente en el "voucher".
Así que decidí aprovecharlo a mi manera; me subí a un taxi en dirección hasta casi el otro lado de la ciudad en busca del único sauna existente en Miami: Club Aqua.
El estacionamiento lleno de autos me prometía mucha gente dentro.
Luego me daría cuenta de mi error.
En la recepción me esperaba un latino morocho -no negro- muy amable y muy gay.
Joven, menor que yo seguramente.
- Buenas tardes, ¿puedes explicarme cómo es el... sistema?
No sabía qué preguntar, imaginando que sería distinto a Buenos Aires.
Y me sentía un poco cohibido por su apariencia deshinibida.
- ¿Qué quieres saber, my love?
El modo "aputasado" no me va ni a palos, pero intenté ser cordial de todos modos.
Le sonreí.
Me dijo el precio, me pidió una identificación, pagué, entré y me llevó a conocer el lugar.
Cometí el error de pedir "locker" y no "cabina".
Porque un locker es sólo para dejar la ropa y recorrer libremente el sauna.
La cabina es una mini habitación con llave, cama y tv.
Y, fundamentalmente, garantiza la posibilidad de coger cómodo, en privado.
De todos modos, podía estar en los lugares comunes, llenos de sillones y camillas.
Lindo lugar: gimnasio, saunas, pileta, dark; daba para un polvo en cualquier lugar.
Pero había muy poca gente.
Me senté en un sector del dark a mirar la peli infaltable, aburridísima, y me puse a hablar con un negro de Puerto Rico.
No había onda para cojer, pero el negro estaba bien.
- Tú también eres pasivo... ¡Qué mala suerte tengo hoy!
Era cierto, no era nuestro día.
Me dediqué a conocer el lugar y mirar a los pocos hombres que allí estaban.
- ¿Cómo te sientes? ¿Bien?
El chico de la recepción iba y venía haciendo su trabajo en el lugar, llevando y trayendo cosas y preguntando cada tanto al visitante nuevo venido de Argentina cómo se encontraba.
Me pareció realmente amable.
Un colombiano de unos cincuenta me quería dar.
Se me acercó, me rozó como para tantearme, lo dejé hacer y empezó a acariciarme libremente.
Me gustó.
El estaba excitado.
Me llevó al fondo del dark porque él tampoco tenía "cabine" y allí me arrodillé para comerle la erección que traía debajo de la toalla puesta como única prenda.
En un momento determinado me levantó y me inclinó sobre la camilla.
Se colocó detrás de mí y me apretó con todas sus fuerzas acercando su virilidad a mi cola, frotándose.
Su pecho quedó pegado a mi espalda y sus labios en mi cuello.
Pero no me penetró.
Luego se sentó él en la camilla con sus piernas abiertas para poder yo acomodarme allí, sentado también, sobre él.
En ese momento llegó el negro de Puerto Rico.
Su curiosidad tuvo el premio de mi boca en su entrepierna.
Nunca logró una erección completa, lo cual me hacía sentir algo de frustración.
Sin embargo, en una tarde aburridísima, estar sentado sobre un colombiano que no paraba de acariciarme y besarme y, al mismo momento, intentar endurecer a fuerza de labios y lengua a un negro... no podía quejarme.
Nos separamos los tres, pasé por el yacuzzi varias veces, volví a mirar tv y pasó mi amigo recepcionista.
- ¿Solito? ¿Aburrido?
Le dije que la estaba pasando bien.
Si decía lo contrario reconocería mi inutilidad para lograr que al menos uno de los diez hombres que daban vueltas por el sauna tuviese interés en penetrarme.
- Ven.
- ¿Qué?
- Que vengas.
Y lo seguí.
Se dirigió, haciendo algunos rodeos, a una "cabine" -él tenía las llaves de todas- y me aguardó escondido detrás de la puerta.
Entré inseguro.
- ¿Qué te gusta?
Yo no podía creer lo que estaba sucediendo.
- Soy pasivo -dije, intentando acariciarlo y besarlo.
Pero me hizo señas con el dedo en la boca para que no habláramos y no hiciésemos ruido.
Se quitó muy rápidamente las bermudas dejándolas sobre las rodillas y dejó a la vista un miembro oscuro prometeder.
El estaba muy excitado.
Mi cabeza funcionaba a mil: hacía mucho que no me la ponía un pendejo más chico que yo.
Siempre preferí hombres más grandes, en edad y tamaño.
Esta vez, las dos cosas no me coincidían.
Pero estaba allí, en cuatro sobre la cama, aguardando que mi moreno lampiño hiciese su tarea.
Se colocó un preservativo y me inclinó levemente sobre la cama para que mi cola quedase un poco más elevada.
El espejo me devolvía una imagen muy caliente: mi piel blanca y un trozo negro queriendo abrirse paso entre mis nalgas.
Lo intentó un par de veces pero no pudo.
Yo no estaba lubricado y nadie me había penetrado en las últimas horas.
No tenía dilatación.
Entonces, me tomó de los hombros, siempre sin hablar, y me acostó sobre la cama, con las piernas abiertas y levantadas.
Probó una vez más, pero esta vez agregando saliva.
Luego del segundo intento tuve todo su miembro dentro mío.
Su piel era hermosa, sin vellos.
Su cola dura y sus músculos firmes.
Lo tomé por detrás y lo apreté bien fuerte contra mí.
Yo seguía sin creer lo que me sucedía.
El no paraba de penetrarme a su gusto, con fuerza, y yo no podía gemir como quería.
El estaba en horario de trabajo.
O en un recreo del mismo.
Y yo, en las nubes.
Finalmente acabó en mi pubis.
Todo muy rápido.
En un instante se quitó el preservativo y dejó caer sus jugos sobre mí.
Se subió las bermudas, me indicó nuevamente que hiciera silencio, se colocó detrás de la puerta, la abrió y salí.
La cerró, se quedó dentro un instante y salió más tarde.
Me duché y, mientras aún sentía mi agujerito latiendo por esa penetración veloz y profunda, me iba relajando hasta acabar en una risa en soledad por lo que me había sucedido.
Nos cruzamos un par de veces más en los pasillos del sauna, pero ya como dos extraños.
Me vestí, fui en dirección a la entrada donde ya había un nuevo turno de recepcionistas: dos negros hermosos, grandes, anchos.
Pero yo me estaba yendo.
Y no cabía la posibilidad de que mi suerte se repitiera dos veces en el mismo día.
O sí, quién sabe.
A veces, sólo basta apostar una vez más.
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