Enero en la ciudad. Calor interminable. La tarde de ese día, que creo que era domingo, se hacía larga y monótona. Yo estaba en el departamento de mi padre (está divorciado de mi madre), aburriéndome como una ostra en el living, viendo la escasa vida veraniega pasar por la ventana. Él dormía profundamente la siesta en su cuarto, como todos los domingos. Todo era rutinario.
De pronto, lo oigo toser, bastante abundantemente. Harto de no hacer nada, voy corriendo a su habitación para ver si estaba bien. Me sonríe, deja de toser un poco, y me invita a pasar. Lo hago. La habitación estaba en penumbras, con las persianas bajas; solo un poco de sol se filtraba. Él estaba acostado boca arriba, totalmente desnudo (como siempre que dormía), destapado por el calor. Me hace una seña con la mano para que me siente a su lado, cosa que hice en seguida.
-¿Cómo estás, todo bien?- me pregunta.
-Sí, acá, bastante aburrido.
-Sí, no hay nada que hacer. Es un embole esto- dice, mirando perdidamente a la ventana. Suspira profundamente, yo miro el suelo.
Se hace un momento de silencio.
-Hijo, yo, este... vos sabés que hace mucho tiempo que no estoy con nadie, no?- me pregunta.
-Aha- le respondí aburrido. No me interesaba escuchar los lamentos de su vida amorosa.
- Y vos sabés que, bueno, un hombre, como vos, y yo, necesita algo de acción. Si no, se te pasa la vida, y no hiciste nada-
-Claro- respondo yo, aburrido. Ya imaginaba que esto era un prólogo para decirme que había conocido a una nueva mujer (otra más...), y que quería presentarmela; seguramente, otra loca desquiciada que no le llegaría a los talones a mi madre. La perspectiva no parecía interesante.
-Claro, yo, si fuera como vos... digo, si me gustara lo mismo que vos... por ahí, no estaría tan solo, no sé.... ¿vos qué pensás?-
Alcé una ceja con fastidio: mi padre sabía ya hace rato de mi homosexualidad. La idea no le agradaba mucho, pero había tenido que aceptarla. Lo que me molestaba en este momento era que correlacionara inmediatamente homosexualidad con promiscuidad, como si yo no estuviera pasando también un momento de soledad.
-Pienso que no tiene nada que ver una cosa con la otra- le dije, cortante.
-No, claro... bueno, este...- parecía querer disculparse- seguro. Depende, ehm... yo...
-¿Sí, papá?- le pregunté, amagando con irme. Ya me había puesto de mal humor.
-No, yo.. yo te quería pedir... un favor. Ehm, sí, un favor..., eso.
-¿Qué favor?- la curiosidad se estaba mezclando con el malhumor.
-Ehm... yo no sé cuáles son tus gustos, ni tu experiencia con otros hombres...
-Lógico, nunca quisiste saber- le reproché acremente.
-Sí, es que tampoco da que sepa eso. -pareció enojarse y querer imponer su poca autoridad- Pero bueno, en este caso...-noté que volvía a una posición extrañamente suplicante.
-¿Qué tiene este caso?
-Y, este caso es... no sé... Hijo, yo te quería pedir... bah, proponer, o pedir... ¿no me harías una paja?
Lo siguiente que recuerdo, en el estado de shock en que quedé, fue que abrí desmesuradamente los ojos. No podía creer lo que había escuchado. A esta altura, queridos lectores, se habrán dado cuenta que la relación con mi padre no era muy buena. Por otra parte, yo casi no tenía experiencia sexual. Desde ese punto de vista, poder probar a tener una experiencia, y mejorar así la difícil relación con mi padre, la oferta (o pedido) parecía más tentadora. Pero no: había reglas. Lo que me estaba proponiendo estaba mal. Era incesto. No correspondía. Era una aberración. Que se buscara una mina, ¿por qué yo? Además, siempre había renegado de mi homosexualidad, ¿y ahora pretendía servirse de ella? No, señor, esto no estaba nada bien.
Todas esas cosas me pasaron por la cabeza en un segundo.
-¿Y qué decís?- me preguntó. Volví a la realidad. Su pija ya estaba dura, y parada. Era relativamente corta, pero ancha. Nunca sacaré esa imagen de mi cabeza. Si hubiera sido la de otro hombre, tal vez...
-Que no. Es una locura. Estás mal de la cabeza. Conseguite una mina.
-No tengo una mina, hijo... si no, ¿por qué pensás que te lo pido?.
-No me interesa. ¡No soy tu puta!- le grité. Miró asustado a la ventana. Era improbable que los vecinos hubiesen escuchado. Decidí calmarme.
-No se trata de ser puta, sino de hacerle un favor a tu padre. Es eso nada más, un favor que te pido. Son diez minutos. Necesito sentir otra mano, otra persona, no alcanzo yo mismo. Y a vos, no te cuesta nada. Es más, es algo que te debe gustar hacer.
-¿Y vos cómo sabés si me gusta?- le respondí enojado.
-Hijo, ¿me vas a decir que te gustan los hombres, y que no te gusta tocar una pija?
Me callé: de una forma odiosa, pero tenía razón. Era poco creíble que no me gustara.
-Además, capaz podés experimentar -insistió- Pensalo, a vos te conviene. Podés tener más experiencia, y me hacés un favor a mí.
Pensé que mi padre era un excelente argumentador. Sonreí: esto se estaba saliendo de madre, mi papá me pedía contra toda lógica que lo masturbara, y yo analizaba sus argumentaciones. Algo tenía que responder, la oferta venía en firme.
-No. Lo siento, pero no. No está bien - dije.
-OK. Una lástima-dijo él, mirando al suelo con tristeza.
Las horas pasaron, y se hizo de noche. Me fui a bañar. En plena ducha, oigo abrirse la puerta. Al segundo casi, se corre la cortina y aparece mi padre detrás, totalmente desnudo y erecto.
-¿Que querés?- le pregunté de mal modo.
- Ya sabés. Que me pajees. No puede costarte tanto. Por favor- dijo, en un tono que me sonó a desesperación.
- No puede ser, ya te dije. Acabala con eso. No puede ser. Basta.
-Sabés que puede ser. A vos te gusta, y yo lo necesito.
-Conseguite una mina, que te va a gustar más que yo.
- No hay mina, cómo te lo tengo que decir. Necesito que seas vos. No es tan difícil.
-Sí, es tan difícil. Es imposible. No está bien. Es tabú.
-¿Y qué importa el tabú? ¿A quién le importa el tabú? ¿Quién se va enterar? Es entre vos y yo, una gauchada que me hacés, un favor. Es prestar una mano. ¿Te pensás que el resto no lo hace? - preguntó con desesperación.
-Ah, ¿sí? ¿Conocés alguien más que lo hace?- pregunté con sorna.
- Hijo, dale. Basta ya, no doy más. Ponete en mi lugar, por favor. Yo te quiero, no te quiero hacer mal. Es solamente una pajita, son unos minutos. Hacelo por papá.
-No, papá, no está bien...
- Hijo... - dijo, y me agarró el brazo. Comenzó a llevar mi mano hacia su pubis, donde aguardaba, impaciente, su pija. Empecé a forcejear, tratando de retirarla. El tironeo duró un minuto, hasta que me soltó.
-¡Sos un egoísta!- me dijo enfurecido, y se fue dando un portazo. Yo volví a sentir el agua que me caía por el cuerpo.
Dos horas más tarde, estábamos comiendo la cena. Había un silencio muy tenso.
- ¿Te gusta la ensalada?- me preguntó.
- Sí, ¿qué le pusiste? - le pregunté con desgano.
- Pija, eso le puse - respondió, con sarcasmo y tono de reproche.
Me quedé mirándolo de mal modo. ¿Se podía ser tan insistente?
- ¿Qué me mirás? -me preguntó- Estoy caliente, te pido un favor y no me ayudás.
- OK, como vos digas - dije con rabia, me levanté de la mesa, y me fui a mi pieza dando un portazo.
La noche fue eterna. Al calor agobiante se le sumaba cierta calentura que me generaba la situación. Mi padre era prácticamente el primer hombre que había visto desnudo y erecto. Y me estaba haciendo una propuesta. Yo me negaba por una cuestión de principios, de cultura: no estaba bien lo que estaba pasando. No era normal. ¿Pero quién define lo normal? ¿No era normal también estar caliente, y en vez de salir a gastar plata y tiempo, resolverlo en casa? ¿No era más fácil, más cómodo, más seguro, más natural? Me quedé dormido sin llegar a tomar una decisión. La pelota estaba de mi lado.
Me desperté tarde, acalorado, mareado, confuso. Salí al living, no había nadie en la casa. Me preparé un almuerzo rápido, y volví a la habitación. Estaba descansando cuando oigo que vuelve mi padre. ¿A dónde habría ido?
Los pasos se dirigen a mi habitación; toca la puerta y abre.
-Hijo, ¿podemos hablar, por favor?
-Está bien. Decime.
-¿Venís a mi pieza?- preguntó con una sonrisa infantil. Seguía con su loca idea en mente.
Tardé en incorporarme y ir a su pieza. El corazón me latía a mil. Abro la puerta y lo encuentro igual que el día anterior, acostado boca arriba, desnudo y erecto. Me sonrió.
- ¿Sí?- le pregunté. Vaya una pregunta estúpida.
- Ya sabés lo que quiero. Es simple, vos sabés... es una tocadita, un roce de nada.
- No sé, papá, yo...
- Sí, sabés, hijo. Los dos tenemos ganas. Yo estoy que exploto. Te prometo que no le cuento a nadie. Es nuestro secreto. Dale, sé bueno, es una paja nomás...
- Pero...
- ¿Pero qué? Dale, no cuesta nada... por favor. Mejoremos nuestra relación. Hacelo por mí, sé bueno.
Dudé, miré al piso. Me invadió la sensación de no tener muchas opciones. Sentí que se me aflojaba el cuerpo, que algo se iba para siempre.
- Está bien- dije en voz baja y sin mirarlo a la cara.
- ¡Bárbaro! - dijo riéndose como un chico. - Vení, sentate a mi lado. ¿Querés sacarte la ropa, así estás más fresco? - Siempre hacía la misma pregunta. Qué distinto sonó esta vez.
Asentí, total... me saqué la remera, me bajé el short y el calzoncillo, y me quedé desnudo. Noté que se me estaba parando. Era lógico, después de todo. Mi padre se hizo a un lado, yo me senté en el espacio que me dejó. Me miró fijo a los ojos.
- ¿Querés que nos besemos? - me preguntó. Asentí. Se incorporó de pronto, nuestras bocas se juntaron. Nos besamos apasionadamente, él penetraba mi boca con su lengua, ardiente de deseo. Nos abrazamos como posesos, durante unos minutos, hasta que él, definitivamente, ya no pudo aguantar más.
- Dale, hijo, pajeame. No doy mas, te juro- suplicó, volviendo a acostarse. Lo miré. Él me agarró el brazo, y me llevó la mano por su pecho, haciéndose acariciar las tetillas, para bajar a su panza con algunos kilos de más. Me soltó la mano.
- Empezá, por favor - me pidió.
Yo tomé aire, estaba por dar un paso gigantesco en mi vida. Sin animarme a mirar mucho, toqué con los dedos su pija corta y ancha, la separé del pubis, y la rodée finalmente. Mi padre gimió de placer.
Empecé con cautela a subir y bajar la mano, despacio. Llevaba la piel hacia abajo, descubriendo la cabeza redonda y gruesa. Mi padre gemía como un poseso.
- Ohhhh, hijo, ayyyy, síiiiii, más, dale, pajeame.... te quiero, hijo, te quiero. Gracias. Gracias. Gracias. Sos el mejor hijo del mundo. Sí, pajeame, pajea a tu padre, ah, dale, haceme la paja, más y más. Dale que te gusta, sí, por favor, no pares. Dame placer, sí, dame. Demostrale a tu papá cuanto lo querés, sí.
Yo seguía. Yo mismo estaba con la pija erecta, pero no pensé en tocármela. Era su momento, sentía como si le estuviera haciendo un homenaje. Su placer era el mío.
- Más, Más mássss, por favor, no pares, seguí con todo. Dale, dale. Ahhh, ahhh, ahhh, así así, sí sí sí, dale, ayy, ayyyy, ayyyy... ahhh...
Noté que estaba por acabar, loco de placer y calentura. Mi trabajo ya estaba hecho.
- Ahhh, ahhh, ahhh... hmmmmmm- y su pene explotó en chorros de semen caliente, que se esparcieron por mi mano y finalmente por su pubis, entrepierna y barriga. Aprecié que era una buena cantidad, nada despreciable por ser un hombre de 47 años.
- Uf, -dijimos recostándonos lado a lado en la cama. Recuperamos el aliento, el ventilador se movía agitando aire caliente.
- Ya está -me dijo- Gracias, hijo. Fue hermoso. Muy buen gesto de tu parte. ¿Viste que no costaba nada?
- Costaba romper con todo- le dije- A mí también me gustó. Pero... terminaste bastante rápido...
- Porque no daba más. Me hubiera gustado durar más. Igual, si decís que terminé rápido, es porque te quedaste con ganas de más. Podemos repetir.
- Pero no, porque...
- ¿Porque qué? Ya está, ya lo hiciste una vez. No hay vuelta atrás. Ahora que no te dé culpa. No se puede retroceder... y además, nos gustó, y eso está bien.
Nuevamente, tenía razón. El límite ya había sido cruzado. Ahora había que seguir.
- ¿Y vos también me vas a hacer favores?- le pregunté astutamente.
Se quedó sorprendido; no esperaba reciprocidad.
- No sé, hijo, yo... yo nunca...
- Papá, vos también cruzaste el límite. Desde el momento que me besaste, que te dejaste pajear por tu hijo varón, sos tan puto e incestuoso como yo. Terminaste, significa que te gustó. Ese semen también te ata a esto. Que te guste más que te atiendan a vos, es otra cosa, pero sos tan puto como yo.
- Está bien... - se quedó pensativo-. Tenés razón. Cuando no des más, te lo voy a hacer. Pero yo no voy a poder vivir más sin que me pajees.
Nos miramos, nos besamos, y nos abrazamos bajo las sábanas. Empezaba una nueva etapa en nuestra relación.
De pronto, lo oigo toser, bastante abundantemente. Harto de no hacer nada, voy corriendo a su habitación para ver si estaba bien. Me sonríe, deja de toser un poco, y me invita a pasar. Lo hago. La habitación estaba en penumbras, con las persianas bajas; solo un poco de sol se filtraba. Él estaba acostado boca arriba, totalmente desnudo (como siempre que dormía), destapado por el calor. Me hace una seña con la mano para que me siente a su lado, cosa que hice en seguida.
-¿Cómo estás, todo bien?- me pregunta.
-Sí, acá, bastante aburrido.
-Sí, no hay nada que hacer. Es un embole esto- dice, mirando perdidamente a la ventana. Suspira profundamente, yo miro el suelo.
Se hace un momento de silencio.
-Hijo, yo, este... vos sabés que hace mucho tiempo que no estoy con nadie, no?- me pregunta.
-Aha- le respondí aburrido. No me interesaba escuchar los lamentos de su vida amorosa.
- Y vos sabés que, bueno, un hombre, como vos, y yo, necesita algo de acción. Si no, se te pasa la vida, y no hiciste nada-
-Claro- respondo yo, aburrido. Ya imaginaba que esto era un prólogo para decirme que había conocido a una nueva mujer (otra más...), y que quería presentarmela; seguramente, otra loca desquiciada que no le llegaría a los talones a mi madre. La perspectiva no parecía interesante.
-Claro, yo, si fuera como vos... digo, si me gustara lo mismo que vos... por ahí, no estaría tan solo, no sé.... ¿vos qué pensás?-
Alcé una ceja con fastidio: mi padre sabía ya hace rato de mi homosexualidad. La idea no le agradaba mucho, pero había tenido que aceptarla. Lo que me molestaba en este momento era que correlacionara inmediatamente homosexualidad con promiscuidad, como si yo no estuviera pasando también un momento de soledad.
-Pienso que no tiene nada que ver una cosa con la otra- le dije, cortante.
-No, claro... bueno, este...- parecía querer disculparse- seguro. Depende, ehm... yo...
-¿Sí, papá?- le pregunté, amagando con irme. Ya me había puesto de mal humor.
-No, yo.. yo te quería pedir... un favor. Ehm, sí, un favor..., eso.
-¿Qué favor?- la curiosidad se estaba mezclando con el malhumor.
-Ehm... yo no sé cuáles son tus gustos, ni tu experiencia con otros hombres...
-Lógico, nunca quisiste saber- le reproché acremente.
-Sí, es que tampoco da que sepa eso. -pareció enojarse y querer imponer su poca autoridad- Pero bueno, en este caso...-noté que volvía a una posición extrañamente suplicante.
-¿Qué tiene este caso?
-Y, este caso es... no sé... Hijo, yo te quería pedir... bah, proponer, o pedir... ¿no me harías una paja?
Lo siguiente que recuerdo, en el estado de shock en que quedé, fue que abrí desmesuradamente los ojos. No podía creer lo que había escuchado. A esta altura, queridos lectores, se habrán dado cuenta que la relación con mi padre no era muy buena. Por otra parte, yo casi no tenía experiencia sexual. Desde ese punto de vista, poder probar a tener una experiencia, y mejorar así la difícil relación con mi padre, la oferta (o pedido) parecía más tentadora. Pero no: había reglas. Lo que me estaba proponiendo estaba mal. Era incesto. No correspondía. Era una aberración. Que se buscara una mina, ¿por qué yo? Además, siempre había renegado de mi homosexualidad, ¿y ahora pretendía servirse de ella? No, señor, esto no estaba nada bien.
Todas esas cosas me pasaron por la cabeza en un segundo.
-¿Y qué decís?- me preguntó. Volví a la realidad. Su pija ya estaba dura, y parada. Era relativamente corta, pero ancha. Nunca sacaré esa imagen de mi cabeza. Si hubiera sido la de otro hombre, tal vez...
-Que no. Es una locura. Estás mal de la cabeza. Conseguite una mina.
-No tengo una mina, hijo... si no, ¿por qué pensás que te lo pido?.
-No me interesa. ¡No soy tu puta!- le grité. Miró asustado a la ventana. Era improbable que los vecinos hubiesen escuchado. Decidí calmarme.
-No se trata de ser puta, sino de hacerle un favor a tu padre. Es eso nada más, un favor que te pido. Son diez minutos. Necesito sentir otra mano, otra persona, no alcanzo yo mismo. Y a vos, no te cuesta nada. Es más, es algo que te debe gustar hacer.
-¿Y vos cómo sabés si me gusta?- le respondí enojado.
-Hijo, ¿me vas a decir que te gustan los hombres, y que no te gusta tocar una pija?
Me callé: de una forma odiosa, pero tenía razón. Era poco creíble que no me gustara.
-Además, capaz podés experimentar -insistió- Pensalo, a vos te conviene. Podés tener más experiencia, y me hacés un favor a mí.
Pensé que mi padre era un excelente argumentador. Sonreí: esto se estaba saliendo de madre, mi papá me pedía contra toda lógica que lo masturbara, y yo analizaba sus argumentaciones. Algo tenía que responder, la oferta venía en firme.
-No. Lo siento, pero no. No está bien - dije.
-OK. Una lástima-dijo él, mirando al suelo con tristeza.
Las horas pasaron, y se hizo de noche. Me fui a bañar. En plena ducha, oigo abrirse la puerta. Al segundo casi, se corre la cortina y aparece mi padre detrás, totalmente desnudo y erecto.
-¿Que querés?- le pregunté de mal modo.
- Ya sabés. Que me pajees. No puede costarte tanto. Por favor- dijo, en un tono que me sonó a desesperación.
- No puede ser, ya te dije. Acabala con eso. No puede ser. Basta.
-Sabés que puede ser. A vos te gusta, y yo lo necesito.
-Conseguite una mina, que te va a gustar más que yo.
- No hay mina, cómo te lo tengo que decir. Necesito que seas vos. No es tan difícil.
-Sí, es tan difícil. Es imposible. No está bien. Es tabú.
-¿Y qué importa el tabú? ¿A quién le importa el tabú? ¿Quién se va enterar? Es entre vos y yo, una gauchada que me hacés, un favor. Es prestar una mano. ¿Te pensás que el resto no lo hace? - preguntó con desesperación.
-Ah, ¿sí? ¿Conocés alguien más que lo hace?- pregunté con sorna.
- Hijo, dale. Basta ya, no doy más. Ponete en mi lugar, por favor. Yo te quiero, no te quiero hacer mal. Es solamente una pajita, son unos minutos. Hacelo por papá.
-No, papá, no está bien...
- Hijo... - dijo, y me agarró el brazo. Comenzó a llevar mi mano hacia su pubis, donde aguardaba, impaciente, su pija. Empecé a forcejear, tratando de retirarla. El tironeo duró un minuto, hasta que me soltó.
-¡Sos un egoísta!- me dijo enfurecido, y se fue dando un portazo. Yo volví a sentir el agua que me caía por el cuerpo.
Dos horas más tarde, estábamos comiendo la cena. Había un silencio muy tenso.
- ¿Te gusta la ensalada?- me preguntó.
- Sí, ¿qué le pusiste? - le pregunté con desgano.
- Pija, eso le puse - respondió, con sarcasmo y tono de reproche.
Me quedé mirándolo de mal modo. ¿Se podía ser tan insistente?
- ¿Qué me mirás? -me preguntó- Estoy caliente, te pido un favor y no me ayudás.
- OK, como vos digas - dije con rabia, me levanté de la mesa, y me fui a mi pieza dando un portazo.
La noche fue eterna. Al calor agobiante se le sumaba cierta calentura que me generaba la situación. Mi padre era prácticamente el primer hombre que había visto desnudo y erecto. Y me estaba haciendo una propuesta. Yo me negaba por una cuestión de principios, de cultura: no estaba bien lo que estaba pasando. No era normal. ¿Pero quién define lo normal? ¿No era normal también estar caliente, y en vez de salir a gastar plata y tiempo, resolverlo en casa? ¿No era más fácil, más cómodo, más seguro, más natural? Me quedé dormido sin llegar a tomar una decisión. La pelota estaba de mi lado.
Me desperté tarde, acalorado, mareado, confuso. Salí al living, no había nadie en la casa. Me preparé un almuerzo rápido, y volví a la habitación. Estaba descansando cuando oigo que vuelve mi padre. ¿A dónde habría ido?
Los pasos se dirigen a mi habitación; toca la puerta y abre.
-Hijo, ¿podemos hablar, por favor?
-Está bien. Decime.
-¿Venís a mi pieza?- preguntó con una sonrisa infantil. Seguía con su loca idea en mente.
Tardé en incorporarme y ir a su pieza. El corazón me latía a mil. Abro la puerta y lo encuentro igual que el día anterior, acostado boca arriba, desnudo y erecto. Me sonrió.
- ¿Sí?- le pregunté. Vaya una pregunta estúpida.
- Ya sabés lo que quiero. Es simple, vos sabés... es una tocadita, un roce de nada.
- No sé, papá, yo...
- Sí, sabés, hijo. Los dos tenemos ganas. Yo estoy que exploto. Te prometo que no le cuento a nadie. Es nuestro secreto. Dale, sé bueno, es una paja nomás...
- Pero...
- ¿Pero qué? Dale, no cuesta nada... por favor. Mejoremos nuestra relación. Hacelo por mí, sé bueno.
Dudé, miré al piso. Me invadió la sensación de no tener muchas opciones. Sentí que se me aflojaba el cuerpo, que algo se iba para siempre.
- Está bien- dije en voz baja y sin mirarlo a la cara.
- ¡Bárbaro! - dijo riéndose como un chico. - Vení, sentate a mi lado. ¿Querés sacarte la ropa, así estás más fresco? - Siempre hacía la misma pregunta. Qué distinto sonó esta vez.
Asentí, total... me saqué la remera, me bajé el short y el calzoncillo, y me quedé desnudo. Noté que se me estaba parando. Era lógico, después de todo. Mi padre se hizo a un lado, yo me senté en el espacio que me dejó. Me miró fijo a los ojos.
- ¿Querés que nos besemos? - me preguntó. Asentí. Se incorporó de pronto, nuestras bocas se juntaron. Nos besamos apasionadamente, él penetraba mi boca con su lengua, ardiente de deseo. Nos abrazamos como posesos, durante unos minutos, hasta que él, definitivamente, ya no pudo aguantar más.
- Dale, hijo, pajeame. No doy mas, te juro- suplicó, volviendo a acostarse. Lo miré. Él me agarró el brazo, y me llevó la mano por su pecho, haciéndose acariciar las tetillas, para bajar a su panza con algunos kilos de más. Me soltó la mano.
- Empezá, por favor - me pidió.
Yo tomé aire, estaba por dar un paso gigantesco en mi vida. Sin animarme a mirar mucho, toqué con los dedos su pija corta y ancha, la separé del pubis, y la rodée finalmente. Mi padre gimió de placer.
Empecé con cautela a subir y bajar la mano, despacio. Llevaba la piel hacia abajo, descubriendo la cabeza redonda y gruesa. Mi padre gemía como un poseso.
- Ohhhh, hijo, ayyyy, síiiiii, más, dale, pajeame.... te quiero, hijo, te quiero. Gracias. Gracias. Gracias. Sos el mejor hijo del mundo. Sí, pajeame, pajea a tu padre, ah, dale, haceme la paja, más y más. Dale que te gusta, sí, por favor, no pares. Dame placer, sí, dame. Demostrale a tu papá cuanto lo querés, sí.
Yo seguía. Yo mismo estaba con la pija erecta, pero no pensé en tocármela. Era su momento, sentía como si le estuviera haciendo un homenaje. Su placer era el mío.
- Más, Más mássss, por favor, no pares, seguí con todo. Dale, dale. Ahhh, ahhh, ahhh, así así, sí sí sí, dale, ayy, ayyyy, ayyyy... ahhh...
Noté que estaba por acabar, loco de placer y calentura. Mi trabajo ya estaba hecho.
- Ahhh, ahhh, ahhh... hmmmmmm- y su pene explotó en chorros de semen caliente, que se esparcieron por mi mano y finalmente por su pubis, entrepierna y barriga. Aprecié que era una buena cantidad, nada despreciable por ser un hombre de 47 años.
- Uf, -dijimos recostándonos lado a lado en la cama. Recuperamos el aliento, el ventilador se movía agitando aire caliente.
- Ya está -me dijo- Gracias, hijo. Fue hermoso. Muy buen gesto de tu parte. ¿Viste que no costaba nada?
- Costaba romper con todo- le dije- A mí también me gustó. Pero... terminaste bastante rápido...
- Porque no daba más. Me hubiera gustado durar más. Igual, si decís que terminé rápido, es porque te quedaste con ganas de más. Podemos repetir.
- Pero no, porque...
- ¿Porque qué? Ya está, ya lo hiciste una vez. No hay vuelta atrás. Ahora que no te dé culpa. No se puede retroceder... y además, nos gustó, y eso está bien.
Nuevamente, tenía razón. El límite ya había sido cruzado. Ahora había que seguir.
- ¿Y vos también me vas a hacer favores?- le pregunté astutamente.
Se quedó sorprendido; no esperaba reciprocidad.
- No sé, hijo, yo... yo nunca...
- Papá, vos también cruzaste el límite. Desde el momento que me besaste, que te dejaste pajear por tu hijo varón, sos tan puto e incestuoso como yo. Terminaste, significa que te gustó. Ese semen también te ata a esto. Que te guste más que te atiendan a vos, es otra cosa, pero sos tan puto como yo.
- Está bien... - se quedó pensativo-. Tenés razón. Cuando no des más, te lo voy a hacer. Pero yo no voy a poder vivir más sin que me pajees.
Nos miramos, nos besamos, y nos abrazamos bajo las sábanas. Empezaba una nueva etapa en nuestra relación.
5 comentarios - Mi dia de enero: "Pajea a tu padre" parte #1
excelente relato, gracias por compartirlo 🙌
#1" title="Mi dia de enero: "Pajea a tu padre" parte #1" />