No soy xenófobo, porque en toda raza hay gente buena y gente mala, sin embargo, y con cierto prurito, confieso que le tenía cierta idea a los chinos, pues la mayoría no se integra y mantiene distancia, como si estar en mi país fuera un favor que hacen a desgano. Al menos era la impresión que me daban los pocos chinos con los que alguna vez había tratado. Ese preconcepto me había llevado a evitar cierto supermercado ubicado a dos cuadras de la casa en la que viví en Mendoza, hace algunos años. Sin embargo aquel viernes por la noche había organizado un asado y el comentario de que los chinos vendían la bebida mucho más barata me llevó a ir con mi propio chango, cargado con envases para cerveza. Una vez cargadas las botellas de rubia y algunos vinos me dirigí a la caja, momento en el cual me arrepentí de no haber ido antes al comercio. Cobrando había un chinito de unos 18 años, tan fino y delicado que me quedé unos instantes estático, admirándolo. Si han visto a Roxy Red, un oriental que tiene varias películas gay, podrán darse una idea de la clase de chico a la que me refiero, aunque me atrevería a asegurar que éste era mucho más sensual.
Ya en la cola nos cruzamos miradas, la suya algo extrañada por cómo lo observaba yo, hasta que al esbozarle una sonrisa él me la devolvió, notando que su cara embellecía aún más. Al llegar mi turno volvimos a sonreírnos y sólo cruzó conmigo un “Hola”, y un “bien, bien” cuando le pregunté cómo estaba. Sucedía que su español parecía limitado solamente al manejo del dinero. De hecho una china gorda, supongo la madre o una tía, sentada atrás de la caja y concentrada en sus revistas, era quien intervenía cuando al chico se le preguntaba sobre algún producto.
El pendejo era muy afeminado y tenía una vocecita aguda, más aguda que la de la gorda, por lo que en conjunto daba la sensación de que era una chica y no un varón. Alguno se preguntará cómo es que, si los busco así, tan onda nena, pues por qué no me busco una nena. La respuesta es que me encantan las chicas y las he buscado toda mi vida, de hecho hoy vivo con una preciosura, pero mi gran morbo, mi debilidad, mi vicio son justamente los putitos.
Volviendo al asunto, el chico me cobró y, al momento de darme el vuelto, tomé entre mis dedos una medallita que colgaba de su cuello. Primero se sorprendió, pero luego se inclinó un poco para facilitar mi observación. Era la Virgen de Lourdes, y en el reverso se leía un nombre.
- ¿Liu? –dije.
- Sí, sí -respondió el aludido, mostrándome su perlada dentadura en una amplia sonrisa.
Dejé la medallita y con el dorso de los dedos acaricié sutilmente su piel. Luego le ofrecí mi mano.
- Sergio.
- Hola, Sergio –musitó.
Y en aquella manera tan suave de saludarme, y en su mirada, detecté que el efecto de mi sociabilidad había logrado el objetivo: indicarle que me gustaba y descubrir que yo también. Al estrecharle la diestra la mantuve más tiempo de lo normal, encontrando una mano pequeña, de dedos frágiles. Soñé despierto con esa manito agarrándome la verga.
La semana siguiente fui todos los días al supermercado, y ya cuando entraba nos mirábamos y nos sonreíamos, mientras que al llegar a la caja poco y nada hablamos por su ignorancia del español y mi desconocimiento del chino, pero no perdía ocasión de tocarle las manos y hasta acariciarle la cara de manera fugaz.
Entre mis contactos de Internet había una mujer argentina que vivía en China, a quien le pedí que me escribiera la siguiente frase: “¿Damos una vuelta en mi coche cuando termines de trabajar?”.
Mi amiga me hizo la traducción, acotando pícaramente: “Hay un lugar en el que se habla un solo idioma”, en clara alusión a la cama. Efectivamente, mis intenciones eran mantener una intensa charla con Liu.
Cuando le di el papel, el chinito se ruborizó y haciéndolo un bollo se lo guardó en un bolsillo, cuidando de que la gorda no se percatara, aunque creo que sospechaba que yo andaba buscando algo con Liu. Éste me tomó de la muñeca e indicó mi reloj, para luego mostrarme nueve dedos y murmurar: “Lavalle… Lavalle”.
Lavalle quedaba a dos cuadras del supermercado, en sentido contrario a mi casa. Lo que me quería decir era que lo esperara estacionado en la esquina de esa calle y la del supermercado. Y a la hora mencionada allí estaba yo, a bordo de la camioneta F100 que tenía por entonces. Poco antes de las nueve comenzó a llover a cántaros, por lo que pensé que mis planes se habían arruinado. Medité acerca de si sería buena idea pasar frente al supermercado, aunque a juzgar por la sutileza de nuestro juego era evidente que la familia del chinito no aprobaría que se fuera de paseo con un tipo, ya que sería cantado lo que ese tipo, es decir yo, le haría. Es más, me intrigó cuál sería la excusa que Liu daría para ausentarse. Estaba en esas meditaciones cuando le vi venir, enfundado en una capa amarilla. Lo reconocí al toque, aún bajo aquella cortina translúcida con la que la tormenta limitaba tanto la visibilidad. De inmediato abrí la puerta del acompañante y grité su nombre, un segundo después, Liu estaba tiritando de frío, pero contento. Nos miramos un segundo y luego nos besamos en la mejilla. Qué suave me resultó aquella piel de porcelana, perfumada y tibia, tanto me gustó que le besé la otra mejilla, lo que ruborizó al chico, pero liberó una suave risita.
Puse el motor en marcha y salimos. Liu pronto se quitó la capa, pues la cabina estaba calefaccionada, y se dedicó a tararear en un inglés peor aún que el mío las canciones soft que salían de la radio. Su vocecita era tan melódica y dulce que, en lugar de un chino sentí que estaba con una chinita, y así justamente era como la iba a tratar.
Conduje pocas cuadras, hasta estacionar debajo de unos copiosos árboles. Ya había pensado en ese lugar, por lo alejado y poco transitado, pero no saben cuánto agradecí que lloviera, pues la intimidad sería mayor. Una vez apagado el motor volvimos a mirarnos, él me dijo algo que, obviamente, no entendí, pero me incliné y volví a besarle las mejillas, mientras sus manitos acariciaban las mías. Pronto nuestras bocas se encontraron y nos fundimos en unas intensas caricias bucales, en las cuales nuestras lenguas se frotaron en deliciosa lucha húmeda. Su aliento sabía a menta y sus labios a frambuesa. Más que besar le chupé la boca, se la comí, lo que le encantó y excitó, al punto tal que sus manitos pronto comenzaron a manosearme el bulto. Poco tiempo tardó para que, casi con desesperación, me abriera la bragueta y permitiera que mi pija saltara como un resorte. Lo que ya había imaginado cuando lo conocí se cumplió: sus finos deditos se cerraron con fuerza en torno a mi tronco y empezó a hacerme la paja, mientras nos seguíamos comiendo las bocas. En un momento dado le tomé de los cabellos y suavemente lo dirigí hacia mi entrepierna. Su preciosa boquita me dio la misma sensación de una conchita mojada, y su succión me llevó de inmediato a las nubes. Estiré el brazo para tocarle la cola, y él se arrodilló en el asiento para facilitarle tan caricia. Le metí la mano debajo del jogging y de su slip, encontrándome con unas nalgas prietas y suaves, deliciosas, que manosee a gusto, apretándoselas hasta dejar impresas mis huellas dactilares. Después froté su raya con todos mis dedos, frotando la yema de mi mayor en su ano cerradito. De inmediato me llevé ese dedo a mi boca y lo chupé hasta empaparlo con mi saliva, para luego regresar a su huequito. Con mucho cuidado fui empujando, costándome meterlo, pero poco a poco pude introducirle la primera falange, lo que le hizo gemir.
En realidad Liu, mientras me la chupaba, no dejaba de hacer un ronroneo, un “mmmmm” constante, mientras que cuando mi dedo fue avanzando, ese gorjeo se hizo más intenso, y más todavía cuando empecé a moverlo hacia delante y hacia atrás, como cogiéndolo. En otro instante retiré el dedo y lo olí, más por curiosidad que por morbo, y descubrí que estaba limpio. Supe que Liu, antes de salir a mi encuentro, había pasado un rato sentado en el bidet, higienizando bien su cuevita. Me lo imaginé así, sentado sobre el chorrito de agua y metiéndose los dedos para que yo lo hallara inmaculado.
A mi índice se sumó el dedo mayor, previa baboseada a ambos, y también me costó metérselos, pero lo logré, aunque se quejó un poquito. Seguramente no sería fácil encastrarle mi verga, pero yo estaba decidido a que el chinito no se iba a ir sin antes haberme tenido un buen rato adentro de su culo.
El nene me miraba a los ojos mientras mamaba y gemía, precioso mariconcito, delicioso, esa conchita que tenía por boca chupaba que era una maravilla, y sus manitos me frotaban los mulos y me acariciaban las bolas. El bombeo de mis dedos se hacía cada vez más intenso y se movían dentro de él, hurgándoselo, como si en realidad estuviera buscando un objeto perdido en su recto.
Liu empezó a chupar con más fuerza, casi hasta ponerse violento, y fue cuando no di más y le empujé la cabeza hasta que se ahogara con mi verga, largándole una abundante descarga seminal. Fui egoísta en ese instante, pues no pensé si se la tragaría o no, pero lo mantuve así agarrado hasta que comenzó a agitarse, entonces lo solté. Respirando agitado me miró, con los labios llenos de esperma y lágrimas cayendo por su bello rostro, pero no era llanto, sino el producto de haber estado atorado con pija. Sabía que había tragado semen y estuve por pedirle disculpas por no haberle dejado elegir, pero pronto pasó la lengua por sus labios, metiéndose en la boca todo resto lácteo, y luego volvió a comerse mi pija, succionándola hasta dejármela limpita y lustrosa.
Aún con mis dedos bien metidos en su culo me las ingenié para cerrarme la bragueta y hacerle señas de que saliéramos de la cabina por su puerta.
Nos aventuramos bajo la torrencial lluvia, apenas amainada por el techo que nos brindaban los árboles, y rodeamos el vehículo hasta llegar a la caja, cubierta con una cúpula. Allí nos metimos, sin que ni por un instante le retirara los dedos del orto, y nos recostamos en una colchoneta que había dispuesto esa tarde justamente para poder atenderlo más cómodo. Recién entonces le saqué la mano para poder desnudarlo por completo, para seguidamente también quitarme toda la ropa. La cabina estaba con llave, la puerta de la cúpula también estaba asegurada y las ventanillas estaban polarizadas. Lo puse boca abajo, le hice abrir las piernas y me arrojé sobre su upite para comérmelo, pues no imaginan cuánto me gusta mamarme el ocote a un putito, creo que quienes antes me han leído ya lo saben. Francamente confieso que cuando rememoro cada vivencia mi pija se hincha de calentura, y no es la excepción al recordar cómo le comí el agujero a aquel delicioso chinito, pues se lo chupé con unas ganas tremendas, y en cada succión me daba más y más hambre. Con qué gusto perdí la lengua en su rosquete, lamiéndolo por dentro, deleitándome con su calor, con su humedad, con su riquísimo sabor a puto. Y el chico que gemía y murmuraba cosas en mandarín que no entendí ni en sueños, pero que delataba la tremenda calentura y placer que le causaban mis chupones. Claro que le mamé el hueco, casi hasta sacarle el forro del upite, y no me detuve hasta que mi saliva le chorreaba como queriendo escaparse por sus muslos, pero que raudamente mi lengua se movía para volver a meter en la caverna.
Mi verga estaba tiesa, hinchada, dura, casi echando vapor, justo como la tengo mientras escribo. Sin dejar de comerme tan rico pavito me calcé un profiláctico y luego de forrarme la chota me ubiqué en posición, apoyando la punta en su culo baboseado y dilatado. Instintivamente el nene frunció los esfínteres, pero mi suave presión le hizo relajarse, como también las cosas que le decía al oído. Cosas calientes, que expresaban el inmenso morbo que me causaba estar enchufándole la pija en el ojete, cosas que jamás comprendió, pero cuyo tono lo indujeron a obedecerme, a aflojarse para poder tragarse por atrás mi hombría.
¡Ahhh! Qué deleite sentir mi chota abrirse camino en túnel tan prieto. Juro que me morí de ganas de sacarme el forro y culeármelo así nomás. Pocas veces quise prescindir tanto del látex. Y la verga le fue entrando, me lo fui abrochando hasta que mis huevos quedaron aplastados en sus deliciosos cachetes. Qué rico tener así empalado a chinito tan maravilloso, que no dejaba de gemir con su “¡ayayay… ayayay… ay… ay… ay…! Yendo del susurro al gritito conforme mi bombeo era más y más intenso. Y yo que le decía cosas como “¡Mi putito… mi chinita comilona… mi geisha putita… mi mariconcita oriental… qué rico agujerito encontré para guardar mi pito!” Y una sarta de sandeces por el estilo que me calentaba murmurarle al oído y que él disfrutaba de escuchar.
En un momento dado vi que se frotaba fuerte la entrepierna, en la cual lucía un pene muy pequeño, del tamaño de su meñique. No estaba erecto, lo que me demostró que el chinito gozaba realmente por el culo, un goce no fingido pues en cada embate su disfrute aumentaba, al punto de que había caído en un trance en el cual todo su ser parecía abandonado al placer del momento. Tener a pendejo tan rico a mi merced, con su culo aferrándome la verga y sentir todo su cuerpo caliente vestido por mi piel, era un festival de sensaciones. El tacto de parabienes al estar bien adentro del trolito; el olfato por la fragancia suave de su piel y el aroma a sexo que rezumaba de nuestros cuerpos abotonados; el oído por sus grititos, la vista por su piel de doncella, su cara transfigurada y el detalle de estar montándomelo en la parte trasera de la camioneta y en un lugar público, bajo una lluvia que nos brindaba intimidad.
Cuando Liu comenzó a convulsionarse fue señal de que estaba acabando, y lo hizo con su pene dormido, pero gozó como una ninfómana. Me calentó terriblemente ese instante, pero seguí culeándolo, cada vez más fuerte, haciendo sacudir la camioneta. Pasé así un buen rato, hasta que el chico volvió a frotarse la pija. En su segundo orgasmo sí lo acompañé, ya que cuando su leche comenzaba a saltar yo sentí la mía derramándose en el profiláctico.
- La próxima vez te voy a dar verga desnuda, para ver si te puedo preñar, chinita rica –le dije mientras me salía el semen.
Así abrochados nos quedamos, relajándonos hasta sumirnos en un dulce sopor. Cuando nuestros cuerpos se recuperaron del fragor de la cogida nos entró frío, por lo que nos tapé con una manta y así nos quedamos, acariciándonos, besándonos y diciéndonos cosas que no comprendimos, pero que nos gustó a ambos.
Ya de madrugada lo dejé a una cuadra de su casa, ubicada junto al súper, aunque a paso de hombre y a distancia prudencial lo seguí. Juro que dieron ganas de llamarlo para culearlo de nuevo, pero debí contenerme. No obstante, a partir de aquella experiencia hubo muchas otras en que me di el gusto con Liu y en el que me encantó darle placer. Directamente se venía a mi casa, a veces volvíamos a hacerlo en la camioneta o me lo llevaba a algún telo, y para entonces ya me dejaba llenarle el culito de leche.
Cuando mi contrato terminó, volví muy seguido a Mendoza, hasta que finalmente volvió a China con parte de su familia. Durante un tiempo seguimos en contacto vía mail, valiéndonos de traductores en línea para decirnos cosas. Incluso hasta estuve a punto de hacer un viaje para poder cogerlo en su propio país, pero no pudo ser.
Ojalá mi chinito se encuentre bien y haya dado con algún tipo que lo sepa tratar, pues lo cierto es que le tomé muchísimo afecto, y cada vez que lo recuerdo mi nostalgia se expresa mediante una erección.
Ya en la cola nos cruzamos miradas, la suya algo extrañada por cómo lo observaba yo, hasta que al esbozarle una sonrisa él me la devolvió, notando que su cara embellecía aún más. Al llegar mi turno volvimos a sonreírnos y sólo cruzó conmigo un “Hola”, y un “bien, bien” cuando le pregunté cómo estaba. Sucedía que su español parecía limitado solamente al manejo del dinero. De hecho una china gorda, supongo la madre o una tía, sentada atrás de la caja y concentrada en sus revistas, era quien intervenía cuando al chico se le preguntaba sobre algún producto.
El pendejo era muy afeminado y tenía una vocecita aguda, más aguda que la de la gorda, por lo que en conjunto daba la sensación de que era una chica y no un varón. Alguno se preguntará cómo es que, si los busco así, tan onda nena, pues por qué no me busco una nena. La respuesta es que me encantan las chicas y las he buscado toda mi vida, de hecho hoy vivo con una preciosura, pero mi gran morbo, mi debilidad, mi vicio son justamente los putitos.
Volviendo al asunto, el chico me cobró y, al momento de darme el vuelto, tomé entre mis dedos una medallita que colgaba de su cuello. Primero se sorprendió, pero luego se inclinó un poco para facilitar mi observación. Era la Virgen de Lourdes, y en el reverso se leía un nombre.
- ¿Liu? –dije.
- Sí, sí -respondió el aludido, mostrándome su perlada dentadura en una amplia sonrisa.
Dejé la medallita y con el dorso de los dedos acaricié sutilmente su piel. Luego le ofrecí mi mano.
- Sergio.
- Hola, Sergio –musitó.
Y en aquella manera tan suave de saludarme, y en su mirada, detecté que el efecto de mi sociabilidad había logrado el objetivo: indicarle que me gustaba y descubrir que yo también. Al estrecharle la diestra la mantuve más tiempo de lo normal, encontrando una mano pequeña, de dedos frágiles. Soñé despierto con esa manito agarrándome la verga.
La semana siguiente fui todos los días al supermercado, y ya cuando entraba nos mirábamos y nos sonreíamos, mientras que al llegar a la caja poco y nada hablamos por su ignorancia del español y mi desconocimiento del chino, pero no perdía ocasión de tocarle las manos y hasta acariciarle la cara de manera fugaz.
Entre mis contactos de Internet había una mujer argentina que vivía en China, a quien le pedí que me escribiera la siguiente frase: “¿Damos una vuelta en mi coche cuando termines de trabajar?”.
Mi amiga me hizo la traducción, acotando pícaramente: “Hay un lugar en el que se habla un solo idioma”, en clara alusión a la cama. Efectivamente, mis intenciones eran mantener una intensa charla con Liu.
Cuando le di el papel, el chinito se ruborizó y haciéndolo un bollo se lo guardó en un bolsillo, cuidando de que la gorda no se percatara, aunque creo que sospechaba que yo andaba buscando algo con Liu. Éste me tomó de la muñeca e indicó mi reloj, para luego mostrarme nueve dedos y murmurar: “Lavalle… Lavalle”.
Lavalle quedaba a dos cuadras del supermercado, en sentido contrario a mi casa. Lo que me quería decir era que lo esperara estacionado en la esquina de esa calle y la del supermercado. Y a la hora mencionada allí estaba yo, a bordo de la camioneta F100 que tenía por entonces. Poco antes de las nueve comenzó a llover a cántaros, por lo que pensé que mis planes se habían arruinado. Medité acerca de si sería buena idea pasar frente al supermercado, aunque a juzgar por la sutileza de nuestro juego era evidente que la familia del chinito no aprobaría que se fuera de paseo con un tipo, ya que sería cantado lo que ese tipo, es decir yo, le haría. Es más, me intrigó cuál sería la excusa que Liu daría para ausentarse. Estaba en esas meditaciones cuando le vi venir, enfundado en una capa amarilla. Lo reconocí al toque, aún bajo aquella cortina translúcida con la que la tormenta limitaba tanto la visibilidad. De inmediato abrí la puerta del acompañante y grité su nombre, un segundo después, Liu estaba tiritando de frío, pero contento. Nos miramos un segundo y luego nos besamos en la mejilla. Qué suave me resultó aquella piel de porcelana, perfumada y tibia, tanto me gustó que le besé la otra mejilla, lo que ruborizó al chico, pero liberó una suave risita.
Puse el motor en marcha y salimos. Liu pronto se quitó la capa, pues la cabina estaba calefaccionada, y se dedicó a tararear en un inglés peor aún que el mío las canciones soft que salían de la radio. Su vocecita era tan melódica y dulce que, en lugar de un chino sentí que estaba con una chinita, y así justamente era como la iba a tratar.
Conduje pocas cuadras, hasta estacionar debajo de unos copiosos árboles. Ya había pensado en ese lugar, por lo alejado y poco transitado, pero no saben cuánto agradecí que lloviera, pues la intimidad sería mayor. Una vez apagado el motor volvimos a mirarnos, él me dijo algo que, obviamente, no entendí, pero me incliné y volví a besarle las mejillas, mientras sus manitos acariciaban las mías. Pronto nuestras bocas se encontraron y nos fundimos en unas intensas caricias bucales, en las cuales nuestras lenguas se frotaron en deliciosa lucha húmeda. Su aliento sabía a menta y sus labios a frambuesa. Más que besar le chupé la boca, se la comí, lo que le encantó y excitó, al punto tal que sus manitos pronto comenzaron a manosearme el bulto. Poco tiempo tardó para que, casi con desesperación, me abriera la bragueta y permitiera que mi pija saltara como un resorte. Lo que ya había imaginado cuando lo conocí se cumplió: sus finos deditos se cerraron con fuerza en torno a mi tronco y empezó a hacerme la paja, mientras nos seguíamos comiendo las bocas. En un momento dado le tomé de los cabellos y suavemente lo dirigí hacia mi entrepierna. Su preciosa boquita me dio la misma sensación de una conchita mojada, y su succión me llevó de inmediato a las nubes. Estiré el brazo para tocarle la cola, y él se arrodilló en el asiento para facilitarle tan caricia. Le metí la mano debajo del jogging y de su slip, encontrándome con unas nalgas prietas y suaves, deliciosas, que manosee a gusto, apretándoselas hasta dejar impresas mis huellas dactilares. Después froté su raya con todos mis dedos, frotando la yema de mi mayor en su ano cerradito. De inmediato me llevé ese dedo a mi boca y lo chupé hasta empaparlo con mi saliva, para luego regresar a su huequito. Con mucho cuidado fui empujando, costándome meterlo, pero poco a poco pude introducirle la primera falange, lo que le hizo gemir.
En realidad Liu, mientras me la chupaba, no dejaba de hacer un ronroneo, un “mmmmm” constante, mientras que cuando mi dedo fue avanzando, ese gorjeo se hizo más intenso, y más todavía cuando empecé a moverlo hacia delante y hacia atrás, como cogiéndolo. En otro instante retiré el dedo y lo olí, más por curiosidad que por morbo, y descubrí que estaba limpio. Supe que Liu, antes de salir a mi encuentro, había pasado un rato sentado en el bidet, higienizando bien su cuevita. Me lo imaginé así, sentado sobre el chorrito de agua y metiéndose los dedos para que yo lo hallara inmaculado.
A mi índice se sumó el dedo mayor, previa baboseada a ambos, y también me costó metérselos, pero lo logré, aunque se quejó un poquito. Seguramente no sería fácil encastrarle mi verga, pero yo estaba decidido a que el chinito no se iba a ir sin antes haberme tenido un buen rato adentro de su culo.
El nene me miraba a los ojos mientras mamaba y gemía, precioso mariconcito, delicioso, esa conchita que tenía por boca chupaba que era una maravilla, y sus manitos me frotaban los mulos y me acariciaban las bolas. El bombeo de mis dedos se hacía cada vez más intenso y se movían dentro de él, hurgándoselo, como si en realidad estuviera buscando un objeto perdido en su recto.
Liu empezó a chupar con más fuerza, casi hasta ponerse violento, y fue cuando no di más y le empujé la cabeza hasta que se ahogara con mi verga, largándole una abundante descarga seminal. Fui egoísta en ese instante, pues no pensé si se la tragaría o no, pero lo mantuve así agarrado hasta que comenzó a agitarse, entonces lo solté. Respirando agitado me miró, con los labios llenos de esperma y lágrimas cayendo por su bello rostro, pero no era llanto, sino el producto de haber estado atorado con pija. Sabía que había tragado semen y estuve por pedirle disculpas por no haberle dejado elegir, pero pronto pasó la lengua por sus labios, metiéndose en la boca todo resto lácteo, y luego volvió a comerse mi pija, succionándola hasta dejármela limpita y lustrosa.
Aún con mis dedos bien metidos en su culo me las ingenié para cerrarme la bragueta y hacerle señas de que saliéramos de la cabina por su puerta.
Nos aventuramos bajo la torrencial lluvia, apenas amainada por el techo que nos brindaban los árboles, y rodeamos el vehículo hasta llegar a la caja, cubierta con una cúpula. Allí nos metimos, sin que ni por un instante le retirara los dedos del orto, y nos recostamos en una colchoneta que había dispuesto esa tarde justamente para poder atenderlo más cómodo. Recién entonces le saqué la mano para poder desnudarlo por completo, para seguidamente también quitarme toda la ropa. La cabina estaba con llave, la puerta de la cúpula también estaba asegurada y las ventanillas estaban polarizadas. Lo puse boca abajo, le hice abrir las piernas y me arrojé sobre su upite para comérmelo, pues no imaginan cuánto me gusta mamarme el ocote a un putito, creo que quienes antes me han leído ya lo saben. Francamente confieso que cuando rememoro cada vivencia mi pija se hincha de calentura, y no es la excepción al recordar cómo le comí el agujero a aquel delicioso chinito, pues se lo chupé con unas ganas tremendas, y en cada succión me daba más y más hambre. Con qué gusto perdí la lengua en su rosquete, lamiéndolo por dentro, deleitándome con su calor, con su humedad, con su riquísimo sabor a puto. Y el chico que gemía y murmuraba cosas en mandarín que no entendí ni en sueños, pero que delataba la tremenda calentura y placer que le causaban mis chupones. Claro que le mamé el hueco, casi hasta sacarle el forro del upite, y no me detuve hasta que mi saliva le chorreaba como queriendo escaparse por sus muslos, pero que raudamente mi lengua se movía para volver a meter en la caverna.
Mi verga estaba tiesa, hinchada, dura, casi echando vapor, justo como la tengo mientras escribo. Sin dejar de comerme tan rico pavito me calcé un profiláctico y luego de forrarme la chota me ubiqué en posición, apoyando la punta en su culo baboseado y dilatado. Instintivamente el nene frunció los esfínteres, pero mi suave presión le hizo relajarse, como también las cosas que le decía al oído. Cosas calientes, que expresaban el inmenso morbo que me causaba estar enchufándole la pija en el ojete, cosas que jamás comprendió, pero cuyo tono lo indujeron a obedecerme, a aflojarse para poder tragarse por atrás mi hombría.
¡Ahhh! Qué deleite sentir mi chota abrirse camino en túnel tan prieto. Juro que me morí de ganas de sacarme el forro y culeármelo así nomás. Pocas veces quise prescindir tanto del látex. Y la verga le fue entrando, me lo fui abrochando hasta que mis huevos quedaron aplastados en sus deliciosos cachetes. Qué rico tener así empalado a chinito tan maravilloso, que no dejaba de gemir con su “¡ayayay… ayayay… ay… ay… ay…! Yendo del susurro al gritito conforme mi bombeo era más y más intenso. Y yo que le decía cosas como “¡Mi putito… mi chinita comilona… mi geisha putita… mi mariconcita oriental… qué rico agujerito encontré para guardar mi pito!” Y una sarta de sandeces por el estilo que me calentaba murmurarle al oído y que él disfrutaba de escuchar.
En un momento dado vi que se frotaba fuerte la entrepierna, en la cual lucía un pene muy pequeño, del tamaño de su meñique. No estaba erecto, lo que me demostró que el chinito gozaba realmente por el culo, un goce no fingido pues en cada embate su disfrute aumentaba, al punto de que había caído en un trance en el cual todo su ser parecía abandonado al placer del momento. Tener a pendejo tan rico a mi merced, con su culo aferrándome la verga y sentir todo su cuerpo caliente vestido por mi piel, era un festival de sensaciones. El tacto de parabienes al estar bien adentro del trolito; el olfato por la fragancia suave de su piel y el aroma a sexo que rezumaba de nuestros cuerpos abotonados; el oído por sus grititos, la vista por su piel de doncella, su cara transfigurada y el detalle de estar montándomelo en la parte trasera de la camioneta y en un lugar público, bajo una lluvia que nos brindaba intimidad.
Cuando Liu comenzó a convulsionarse fue señal de que estaba acabando, y lo hizo con su pene dormido, pero gozó como una ninfómana. Me calentó terriblemente ese instante, pero seguí culeándolo, cada vez más fuerte, haciendo sacudir la camioneta. Pasé así un buen rato, hasta que el chico volvió a frotarse la pija. En su segundo orgasmo sí lo acompañé, ya que cuando su leche comenzaba a saltar yo sentí la mía derramándose en el profiláctico.
- La próxima vez te voy a dar verga desnuda, para ver si te puedo preñar, chinita rica –le dije mientras me salía el semen.
Así abrochados nos quedamos, relajándonos hasta sumirnos en un dulce sopor. Cuando nuestros cuerpos se recuperaron del fragor de la cogida nos entró frío, por lo que nos tapé con una manta y así nos quedamos, acariciándonos, besándonos y diciéndonos cosas que no comprendimos, pero que nos gustó a ambos.
Ya de madrugada lo dejé a una cuadra de su casa, ubicada junto al súper, aunque a paso de hombre y a distancia prudencial lo seguí. Juro que dieron ganas de llamarlo para culearlo de nuevo, pero debí contenerme. No obstante, a partir de aquella experiencia hubo muchas otras en que me di el gusto con Liu y en el que me encantó darle placer. Directamente se venía a mi casa, a veces volvíamos a hacerlo en la camioneta o me lo llevaba a algún telo, y para entonces ya me dejaba llenarle el culito de leche.
Cuando mi contrato terminó, volví muy seguido a Mendoza, hasta que finalmente volvió a China con parte de su familia. Durante un tiempo seguimos en contacto vía mail, valiéndonos de traductores en línea para decirnos cosas. Incluso hasta estuve a punto de hacer un viaje para poder cogerlo en su propio país, pero no pudo ser.
Ojalá mi chinito se encuentre bien y haya dado con algún tipo que lo sepa tratar, pues lo cierto es que le tomé muchísimo afecto, y cada vez que lo recuerdo mi nostalgia se expresa mediante una erección.
9 comentarios - Qué rico estaba el chinito
Primero: felicitaciones por el ascenso !!!
Segundo: gracias por otro relato super excitante, caliente y chinesco 🙂
(La escena de la lluvia y la camioneta merecen ser filmadas)
¡Idolo! 🙌
Yo comenté tu post, por favor comentá el mio.
Los comentarios son caricias al alma de los posteadores