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El pendejo, parte 3 (historia gay, todos + de 18)

Parte uno acá: http://www.poringa.net/posts/gay/2143631/El-pendejo_-parte-1-_historia-gay_-todos-_-de-18_.html

Parte dos acá: http://www.poringa.net/posts/gay/2145441/El-pendejo_-parte-2-_historia-gay_-todos-_-de-18_.html

Como siempre, la historia es ficticia, los personajes son inventados, cualquier similitud con la realidad es mera coincidencia, todos los involucrados son mayores de 18 años, etcétera.



Tres



Franco salió de la pileta, sacudiéndose un poco el pelo para escurrir el agua, y se sorprendió del silencio reinante, interrumpido únicamente por el monótono zumbido de las bombas. Practicando el estilo mariposa –ese que nunca le salía tan bien como él quería– el tiempo había pasado volando, y el reloj que colgaba sobre las plataformas ya marcaba pasadas las nueve y media, y todos los demás –incluso el entrenador– hacía rato que se habían ido.

Le gustaba entrenar un rato solo, pero se había pasado un poco; el entrenamiento formal terminaba a las ocho y media, y él normalmente se iba a eso de las nueve. El conserje tendría que haber cerrado la pileta a las nueve y media, pensó mientras se ponía las ojotas y agarraba la toalla; de hecho, en el camino a las duchas se cruzó con el tipo, que lo miró con cara de pocos amigos, pero no le dijo nada.

Se bañó rápido, aunque aprovechó que no había nadie para lavar la malla. El club estaba abierto hasta las diez y por lo visto no quedaba nadie; las duchas estaban tan desiertas como la piscina, el silencio interrumpido únicamente por el ruido del agua al caer en una ducha que como siempre, algún nabo había dejado abierta.

Una vez bañado, seco y con la toalla a la cintura, caminó hasta el vestuario, que ya estaba medio en penumbras, con la mitad de las luces apagadas. Estaba un poco frío; pensó que ya debían de estar bajando la calefacción.
Su casillero estaba cerca de una esquina del vestuario, al fondo; cuando llegó, se dio cuenta de que no estaba solo; cuando lo vio sentado en el banco, de espaldas a él, y sólo con un mínimo short blanco puesto, se pegó un susto.


–¡Chino!

El otro se dio vuelta y al verlo se paró, dejando ver en pleno –e intencionalmente– su físico de boxeador. No era muy alto –no pasaba del metro setenta– pero era muy musculoso, aunque no era de esos muy marcados sino más bien sólido. Cada uno de sus brazos era los dos de Franco.

En el silencio absoluto del vestuario podía escucharlo respirar; escuchó cada paso que dio, no muy lento pero tampoco muy rápido, como imponiendo presencia, hacia él, sus ojos –aquellos ojos rasgados y negros que siempre tenían una expresión maligna– fijos en él.

Lo agarró del brazo y tiró, arrastrándolo hasta la esquina más alejada, y lo empujó contra los casilleros. Franco se quejó un poco de dolor al sentir el impacto contra las frías puertas metálicas y se dejó deslizar hasta el banco, sabiendo ya que estaba perdido.

La expresión de Chino cambió de desdén a algo como hambre. Chino agarró algo de arriba del banco; Franco vio que era un cinturón negro, de los de karate. Con el cinturón en la mano fue hacia él, lo agarró del pelo, obligándole a echar la cabeza hacia adelante, y se lo ató de forma que le tapara los ojos.

Franco sintió cómo le arrancaban la toalla, y luego la respiración, ahora agitada, ansiosa, de Chino en la parte baja de la panza, seguida de un lento y húmedo trazo sobre su parte más íntima, para luego ser envuelto, devorado por ese calor húmedo, ansioso.

Franco ya no supo más. Fue vagamente consciente de que en un momento Chino le puso un condón y se penetró, para poco después estremecerse en un orgasmo que a la vez provocó el suyo, un repentino torrente de placer que rápidamente desapareció para dar paso a una sensación desagradable.

Como siempre, Chino desmontó como si le quemara, se vistió y se fue antes de que él pudiera reaccionar, dejándolo solo en el vestuario cada vez más frío. Asqueado, caminó de nuevo a las duchas, y bajo el agua lloró.


–Franco. FRANCO! –Marcos lo sacó de sus pensamientos.

–¿Eh? ¿Qué? –Franco volvió en sí con un ligero respingo.

–¿Te pasa algo? Desde que vinimos del minimarket estás como en otra parte.

–No, no es nada, estaba pensando –respondió sin sonar muy convincente, pero Marcos le creyó.

–Apa, ¿vos pensás? –se rió Marcos.

–Boludo –Franco le dio un empujón con el hombro–. Bueno, ¿qué falta hacer?

–Falta agarrar los vasos, servir la coca... ¿La cerveza después, no?

–Como siempre.

Franco buscó dos vasos altos en el armario y sirvió. Mientras lo hacía, Marcos comentó que faltaba el fernet.

–¡Puaj! ¡Fernet! –dijo Franco con cara de asco–. Yo no sé por qué a todo el mundo le gusta, es horrible de amargo y ya el olor me tira para atrás.

–Qué se yo, con coca me gusta, pero fernet solo, paso. Una vez estaba mal de la panza y me dieron fernet solo, dejá... nunca más.

Franco se estremeció ante la mera idea de tener que tomar fernet solo.

–Te imaginás, en Alemania hacen la competencia de el que toma más cerveza... si fuera acá sería el que toma más fernet.

–¿Solo? –dijo Marcos levantando las cejas–. Coma etílico en un ratito... Che pasame la bandeja esa.

Unos minutos después, una cantidad de comida chatarra suficiente como para unas cuatro personas decoraba el escritorio del cuarto de Marcos, quien sacaba una papa frita cada vez que pasaba cerca acomodando las cosas para que pudieran sentarse. Franco apareció con una de las sillas de la cocina al hombro.

–Bueno, a comer... –dijo–. Aunque vos ya estás comiendo...

–Y bue las papas me llaman, casi que las oigo susurrando “Marcos... Maaaaaarrrrcoooosss...”

–Andá, pelotudo... –dijo Franco riéndose–. Pasame la coca.

La comida y la coca desaparecieron para dar paso al Play y a la cerveza. Las sesiones de juegos eran siempre iguales: Marcos, que pasaba horas jugando, ganaba por robo en todo excepto en los juegos de carreras, donde Franco parecía tener un instinto natural. Sólo jugaba ahí una vez por semana como mucho, y no sabía manejar en la vida real, cosa que Marcos recordó luego de su tercera derrota consecutiva.

–Che, ¿vos cuándo vas a aprender a manejar? –preguntó.

–Yo quisiera, pero mi viejo no quiere enseñarme porque dice que después voy a querer que me preste el auto, y viste cómo es... en cualquier momento manda a mi vieja a dormir al sofá y mete el auto para el cuarto.

–¿Y una academia?

–Es lo mismo, no es que le embole enseñarme, es que no me quiere prestar el auto... –Franco miró al techo, con expresión resignada.

–Yo me llevo bien con tu viejo, pero la verdad, qué botón, che.

–Salado. Aparte como que yo le fuera a pedir el auto, en todo caso andaría una vez cada mil años en la cafetera de mi vieja...

–Pará che, ya quisiera yo la cafetera de tu vieja –dijo Marcos–. Ella porque no lo pisa, pero el Citroën ese mirá que camina aunque tenga como 15 años.

–En teoría sí, anda, pero mi vieja creo que nunca en su vida pasó de tercera, en la calle le tocan bocina hasta las viejas... bueno vos ya anduviste con ella, ya viste –dijo Franco–. No nos conocíamos todavía, pero una vez cuando recién se había comprado el Citroën, el primer día que me fue a buscar al colegio llegó como media hora después de la salida, y ta, el colegio como que tan lejos de casa no es...

–Pa, salado, en auto llegás en 10 minutos desde tu casa... ahora anda a uno por hora pero eso ya es extremo. Bueno, ¿intento ganarte o ya te hartaste?

–Dale, poné y jugamos una última carrera.

Ganó Franco por cuarta vez y por robo.

–Sos muy brusco vos con los controles –dijo Franco–. Esto no es un juego “de matar”, te estás moviendo a 300 kilómetros por hora, son toquecitos suaves sobre los controles.

–”First person shooters” se les dice... –corrigió Marcos.

Geek –se rió Franco.

Geek tu abuela...

–Ojalá, estaría bueno, imaginate mi abuela re fisurada con el Halo en lugar de con la comedia...

–Pa, tu abuela con Xbox, entre eso y la comida que hace, me llevo el Play cosa de tener todo y me voy a vivir con ella, dale, probá convencerla de que juegue.

Franco se rió.

–Pelotudo –dijo.

–Cómo te gusta decirme pelotudo, pero me querés igual.

–Eso creés vos...

–Pero callate, si yo soy adorable –dijo el otro riéndose–. Mirame, no soy tierno...

Marcos se levantó y lo abrazó en joda, Franco aún en la silla.

–Salí Marcos, no jodas... –dijo Franco entre risas.

Marcos lo levantó de un tirón y lo abrazó con más fuerza; Franco luchó para liberarse, pero sólo logró pegarse el tobillo contra la silla –eso dolió– y mover a ambos por todo el cuarto, lo que provocó más risas de ambos.

–¡Soltameeeeee...!

–¡Soltate vos! –respondió Marcos sacándole la lengua.

–Boludo, ¡nos vamos a caer...!

Y así fue. Cayeron de costado atravesados en la cama de Marcos, obviamente con medio cuerpo para afuera, pero la caída fue amortiguada.

–¡Socorro! ¡Me quieren violar! –gritó Franco sin parar de reírse a la vez que luchaba sin mucho éxito por liberarse.

Poco a poco la lucha fue moderándose, y finalmente se acabó, pero quedaron atravesados en la cama, Franco medio arriba de Marcos, que lo mantenía agarrado contra él. El olor del desodorante de Marcos se mezclaba con el propio de él, un aroma particular que él conocía bien pero nunca había sentido tan cerca. Dejó de luchar: en lugar de eso se acurrucó un poco contra su amigo y apoyó su mejilla recién afeitada contra la de él, un poco más áspera...

–¿Marcos...?

–¿Qué?


Parte cuatro acá: http://www.poringa.net/posts/gay/2303934/El-pendejo-parte-4-historia-gay-todos-de-18.html

8 comentarios - El pendejo, parte 3 (historia gay, todos + de 18)

alvarion +1
No podes dejarmela ahi!! 😤
😀 😀 espero la proxima!
francisco_rayado
wooouuu me quede asi de que 😮 no manches ya quiero que salga la cuarta parte me esta encantando esta historia felicidades que buena historia estas haciendo 😃
Crys2591
alvarion dijo:No podes dejarmela ahi!! 😤
😀 😀 espero la proxima!


Comparto la opinion de @alvarion

No nos dejes con la intriga de lo que paso!!!
AlexThompson
muyy buena.. le lei las 3 partes y muy buenas.. espero la proxima!!