Me levanté un putito en la disco
Noche de cacería que tuvo éxito al conocer una hermosa mariquita en una discoteca
La luz era tenue, por la tela azulada colocada sobre la pantalla de la única lámpara que había en la habitación. Por la ventana abierta entraba una ligera brisa que mitigaba un poco el calor de aquella noche de verano, colándose además el ruido de la gran ciudad, mezclándose como fondo de los temas lentos que salían de la radio. Yo oía todo aquello, aunque lo que más me gustaba era oír los gemidos de Adrián, el hermoso putito que un rato atrás levantara en una discoteca. Pero también me gustaba el riquísimo sabor de su culo caliente y lampiño, que estaba chupando con ganas y que cada tanto penetraba con mi lengua, caricia que motivaba sus suspiros de calentura. Y es que su hoyo estaba tan sabroso que hubiera pasado horas succionándolo si la necesidad de enchufarle la pija cuanto antes no hubiese sido tan imperiosa.
Ninguna ciudad es tan linda como cuando se vive en otra, reza una vieja frase, y es verdad, al menos para mí, ya que disfruto tanto de Buenos Aires cuando voy por mi trabajo, que siempre trato de matizar lo laboral con el placer. En ese sentido, y como jamás tuve problemas para conseguir mujeres, generalmente me dedico a satisfacer mi otra gran pasión: culear trolitos. Es indescriptible el placer que me da revolcarme en la cama con un rico mariquita, y jamás me he despedido frustrado luego de una buena cogida. No hay nada comparable a pasar un buen rato abotonado en el ojete de un trolito.
Navegando en Internet había conseguido un listado de lugares donde levantar chicos pasivos, los cuales iba visitando periódicamente. En aquella ocasión elegí ir a “Magneto”, un reducto ubicado en el barrio de Once. Pasadas la medianoche de ese sábado entré al lugar, que resultó ser una vieja casona casi a oscuras y apenas iluminada por reflectores de colores que incidían indirectamente en los varios recintos que componían la discoteca. Ese clima, al que se sumaba una ornamentación barroca con complejos artefactos en desuso colgados en la pared, y la música electrónica, hacían del lugar un ambiente que oscilaba entre lo psicodélico y lo dark. El resto era mérito de los parroquianos, estrafalarias criaturas de la noche que deambulaban entre los pasillos y galerías vestidos con curiosas ropas que delataban una producción especial para camuflarse en semejante reducto y formar parte de su decorado. Al verme reflejado en uno de los espejos que adornaban las columnas caí en la cuenta de que desentonaba en ese sitio, con mi camisa azul, el saco gris y los jeans. Sólo mi cabello largo y negro, y mi barba, eran lo único que me quitaba algo de formalidad. Pensé en irme pues supuse que nada interesante encontraría allí, pero por alguna razón decidí quedarme a tomar algo y observar un poco más, por lo que me acodé en la barra y pedí un whisky, que bebí lentamente mientras fumaba un cigarro y estudiaba el panorama.
Al cabo de un rato se hizo evidente que parecía un bicho raro, pues fui objeto de miradas extrañadas por parte de darks, punkies, andróginos y demás seres de apariencia aún más rara que la mía, aunque en esa disco sucedía lo contrario. Como sea, poco a poco parecí mimetizarme y dejaron de prestarme atención, lo que me hizo sentir más cómodo y hasta me animó a pedir un segundo trago.
Habían pasado dos horas y el boliche se llenó un poco más, aunque podía se caminar sin necesidad de empujones. Le estaba echando el ojo a un par de traviesas que estaban muy buenas y también a un marica entrado en años, pero que tenía un culo gordo en el que bien podría sacarme las ganas. Los prefiero jóvenes, pero lo que me calientan de los viejos (no todos, algunos) es que son más morbosos y se desviven por ser garchados por un tipo apenas madurito y de buena pinta como yo, modestia aparte. Y justamente estaba a punto de hacerle alguna insinuación cuando vi a Adrián. Flaquito y bajito, apenas un metro sesenta, amanerado, carita de buscón y un trasero paradito, tal como me gustan los putitos. Estimé que andaría por los 20 años, vestía unos chapines blancos y ajustados que le marcaban perfectamente la cola, unas zapatillas rojas Jhon Foos y una remera también roja, con vivos verdes. Su cabello era negro y lacio, cortado a lo emo, con un mechón cayéndole por delante y la nuca desnuda. Entró con otros chicos de su mismo estilo, todos afeminados, pero mis ojos se concentraron en él porque era el más bonito. Su cara era delicada, de piel morena y suave, pómulos salientes y una boca grande de labios gruesos. Lo imaginé usando un vestido de mujer y concluí que parecería una pendeja de doce años. Mi bulto se hinchó, como pidiéndome que lo levantara.
Siguiendo mis experiencias anteriores, apliqué la estrategia de enviarle señales, por lo que le dediqué atención exclusiva a fin de que se diera por aludido, lo que resultó al encontrarse por segunda vez con mi mirada y corresponderme con una hermosa sonrisa. Continuaba con sus amigos, por lo que comencé a evaluar si sería buena idea acercarme e invitarlo a bailar, cosa que no me agrada demasiado, o si debía continuar clavándole los ojos, cuando la tarea se me facilitó al acercarse a la barra. Sin mirarme le pidió al barman un Speed con vodka, para luego recién fijarse en mis ojos.
- Hola –saludé.
- ¿Cómo estás? –respondió, estudiandome de arriba abajo.
- Bien, conociendo el lugar.
- Aha… ¿y te gusta?
- Muchísimo –le dije, acercándome un poco y pronunciando la palabra con el tono más sensual que me salió.
El putito me sonrió y me dio la espalda, mirándome de soslayo.
- Si ves algo que te guste, contame.
Y se alejó hacia donde estaban sus amigos, caminando en puntas de pie para parar su trasero, que meneó intencionalmente. Claro que ya había visto algo que me gustaba, y justamente era él. Mi morbo ya estaba declarado, dejándome de interesar los travestis y el viejo marica. Lo que quería era culearme a ese hermoso pendejo.
La actitud que había adoptado para conmigo era el típico histeriqueo de una mina, y no dejaba de ser excitante, pues por lo general yo proponía y los putitos aceptaban, en cambio éste se hacía el exquisito. No obstante cada tanto se volvía a mirarme y me sonreía, incluso era claro que le había comentado a los demás de mí, pues también me miraban y se reían. ¿Qué les estaría diciendo? ¿Qué en la barra había un tipo con ganas de cogerlo? Me calentaba la idea de que esos maricas especularan con la idea de que uno de ellos iba a terminar la noche con mi verga metida en el culo.
Me defraudé un poco cuando en bandada se marcharon para perderse en las penumbras del boliche, pues pensé que ya no tendría oportunidad, pero al cabo de unos minutos volvió a pasar Adrián junto a uno de los otros chicos. Le chisté y al mirarme le hice señas de que se acercara.
- Realmente, lo único que me gusta de este lugar sos vos –le dije al oído.
Liberó una carcajada, dándome una palmadita en el hombro.
- No me digás, ¿y para qué?
- ¡Uf! ¡Tantas cosas!
- Decime una –pidió.
Volví a colocarle mis labios en la oreja y le susurré:
- Me muero de ganas de comerme tu argollita.
- ¿Cómo comerme? –me preguntó, también al oído.
- Chuparte el culito. Estoy seguro de que tu agujerito ha de ser riquísimo, se me hace agua la boca de sólo pensarlo.
El trolito me miró con interés y sonriendo lujuriosamente.
- ¿Y yo qué como a cambio?
- No sé -dije con picardía-, si querés te invito a comer algo.
- El chorizo me gusta –dijo con aire humorístico, pero a la vez algo desafiante-, la morcilla también. ¿Vos qué tenés, chorizo, morcilla o salchicha?
- La verdad que no tengo idea, no sé distinguir, si querés me ayudás con eso y me decís.
- ¿Qué te ayude con qué?
- A decirme si tengo salchicha, chorizo o morcilla.
De pronto sentí su mano en mi entrepierna, rozando el bulto, que ya estaba algo crecido. Al encontrar mi miembro lo apretó un poco, al tiempo que se mordió el labio inferior, en un gesto que delataba su creciente excitación.
- Parece que tenés un chorizo, aunque puede que también sea morcilla, habría que ver.
- ¿Querés que veamos?
- ¿Aquí?
- No, aquí no.
- ¿Tenés lugar?
- Hay un hotel en la otra cuadra, ¿te animás?
- ¿Vos te animás?
- Andá, saludá a tus amigos y vamos.
Me miró en silencio, como evaluando la invitación.
- Esperá, decime qué te gusta.
- Vos me gustás.
- Pero qué me querés hacer, ¿de verdad me chuparías la cola?
- ¿No te gusta?
- Me encanta… sólo que a muchos nada más se hacen chupar y después se acabó.
- Bueno, pero a mí me gustan más otras cosas.
- ¿Cómo cuáles?
- Lo que te digo, chuparte el culo, me encanta, me muero por hacértelo. Y también quiero cogerte.
- ¿Cómo sos en la cama? ¿Sos de putear, pegar y eso?
- Sinceramente no, me van las palabrotas y culear fuerte, por ahí doy unos chirlos en la cola, pero no soy violento, ¿te decepciono?
- Para nada, no me gusta que me peguen, ¿y los besos?
Le respondí acariciándole los labios con los míos, en un beso suave y tierno, que terminó de ponerme dura la verga y que a él le gustó, pues lo sentí estremecerse.
- Dale, despedite y vamos que no doy más –le susurré, con la voz ronca que delataba mi calentura.
Adrián se acercó a sus amigos, que habían vuelto a ubicarse donde rato antes, y les contó que se iba. Todos me miraron con una sonrisa llena de morbo y complicidad, que continuó cuando el chico, ruborizado y contento, regresó conmigo.
- ¿Vamos? –me dijo, y juntos nos fuimos hacia la salida.
No sé por qué, pero aumentó mi lujuria saber que los demás trolitos supieran y celebraran que me llevara a uno de ellos. Imaginé que Adrián les había dicho que iría conmigo al hotel de la otra cuadra y se dejaría chupar el culo y luego montar y me gustó.
Salimos del boliche y afuera nos encontramos con varios personajes extraños. Un tipo con cara de chongo, algo pasado de tragos, se abalanzó sobre Adrián, pero le puse la mano en el pecho y lo empujé.
- Este es mío –le dije imperativo-, rajá o te quemo.
Pensé que debería enfrascarme en una pelea y me preparé incluso a sacrificar mis planes de placer, pero el borracho no dijo nada, sólo me miró y luego se fue rezongando.
- Ay, me siento protegido con vos –dijo con una risita, pero evidentemente halagado.
Lo miré y le sonreí, pero al alejarnos algunos metros y hundirnos en la oscuridad de la calle vacía, le tomé la nuca con una mano y acerqué su cabeza a la mía y fundirnos los labios en un beso que no fue tierno como el anterior, sino lleno de pasión. Arrinconándolo contra la pared le comencé a comer la boca y a buscarle la lengua con la mía, recibiendo una inmediata y ardiente reciprocidad, al tiempo que me abrazaba con fuerzas. Mi otra mano buscó su trasero y se lo manosee con descaro, apretándole fuerte las nalgas.
Tras un largo minuto y sin separarme, mi boca se deslizó hasta su oreja dejando un camino de besos por su cara y cuello.
- Más vale que te voy a proteger, si sos mi putito.
- Mi vida –musitó, caliente-. Quiero tenerte adentro mío toda la noche.
Salir en su defensa y transarlo en la calle, a lo guapo, bastaron para terminar de seducirlo. No sólo me lo había levantado, sino que en ese momento Adrián estaba entregado. No hubiera encontrado resistencia alguna al darlo vuelta, bajarle la ropa y clavármelo ahí mismo, y reconozco que por un momento pensé en meternos en uno de los oscuros portones de los edificios a oscuras y hacerlo allí, pero el mariquita realmente estaba infartante y quería disfrutarlo a full, por lo que lo ideal era meternos en la cama y revolcarnos hasta que saliera el sol, por lo que tomándolo de la mano le insté a seguir hasta nuestra meta.
El hotel era una pocilga, bien telo, a media luz y paredes descascaradas. Nos recibió un viejo de cabello desgreñado y gesto de pocos amigos.
- Deme la mejor habitación matrimonial que tenga –pedí.
- ¿Cuántas horas? –preguntó, evidentemente sorprendido que un tipo como yo fuera sin prurito alguno con un chico como Adrián.
- Nos iremos a la mañana –respondí, colocando sobre el mostrador dos billetes grandes, que hubieran pagado dos noches con propina incluida.
No es que quisiera ser altruista con ese desagradable conserje, sino que me urgía acelerar la diligencia. Al ver el dinero, el tipo cambió de actitud y sonriéndome me entregó la llave del cuarto 16, en el tercer piso.
Apenas cerramos las rejas del antiguo ascensor volví a arrinconar al putito, franeleándolo con ganas y provocando igual reacción. Ya lo tenía a punto caramelo y me esforzaría por mantenerlo así todo el tiempo que pasáramos juntos, para que nunca se olvidara de la noche en que fue la hembra de un madurito calentón.
Apenas cerramos la puerta del cuarto lo arrinconé contra ésta y seguimos la franela un buen rato, durante el cual nos comimos las bocas y dimos rienda suelta al manoseo. Me acariciaba la espalda y de allí sus dedos subían para perderse en mis cabellos en un masaje suave y a la vez fuerte, en tanto me dediqué a magrearle a gusto las nalgas, encontrándolas chiquitas, redondas y turgentes, imaginándome que en breve mi humanidad estaría entre ellas para placer mutuo.
Al cabo de unos minutos una de sus manos me tanteó el bulto, hallándolo duro, hinchado, y fue cuando hábilmente y sin dejar de besarme se ocupó de profanarme la bragueta y desprenderme la ropa hasta que los pantalones y el boxer cayeron hasta debajo de mis rodillas, entonces se puso en cuclillas y se zampó mi verga en la boca, regalándome una chupada tan magistral que desee retardar cuanto pudiera la acabada para gozar.
Apoyé una mano en la puerta para mantener el equilibrio y usé la otra para tomarlo de la cabeza y así empujarlo para que la pija le entrara más de lo que él se la metía, así fue que noté la resistencia que ofrecía para manejar la penetración y evitar ahogarse, pero igual oía sus arcadas. Mis ojos, cerrados hasta entonces, lo miraron y vi que el trolito se ahogaba eventualmente ante lo mucho que le encajaba la poronga, sacándosela para respirar y luego volver a comérsela. En esas salidas intermitentes pude ver que su boca chorreaba la saliva espesa que le provocaba lo profundo que le entraba, pareciendo que era la leche que aún no le había largado. Además vi que también él se había bajado los pantalones para masturbarse mientras, sacudiéndose un pequeño pene que estaba duro. Me sobrecalentó su calentura, pues mi excitación siempre ha pasado por ver la de quien me llevo a la cama.
- Así, bebé, qué bien lo hacés, chupá, mi amor, chupale la pija a papi, así… así…
De él sólo oía gorjeos, gemidos y suspiros ahogados, al tiempo que me succionaba con más frenesí.
Pasados algunos minutos disfrutando de esa boca volví a embestir y a meterle la verga tanto como su resistencia me lo permitiera y me abandoné al orgasmo. El putito lo sintió venir y aceleró su paja, pudiendo ver que su leche saltaba al piso en el instante que a mí también me salía.
- Tragate la lechita –le pedí y ordené-, comete mi queso, bebé mi yogurt… así… así…
Y la sensación fue fantástica. Mi pija escupía esperma que el chico deglutía de inmediato, y cuando dejó de salirme y él ya más calmado, continuó chupándola hasta dejármela limpia de todo rastro de semen, pero impregnada por la abundante saliva con que me había bañado la pija.
Cuando se puso de pie levantó sus pantalones y me miró con una sonrisa llena de picardía.
- Qué rica verga, machote, ¿vamos a seguir?
- Por supuesto que vamos a seguir. Deja que me recupere que me quiero meter en tu culo.
Sin más se fue al baño, mientras yo terminaba de desnudarme y miraba por primera vez la suite. No era más que un cuarto grande, de techo alto y paredes cubiertas con un papel viejo y roto en varios sectores. La luz de la que nos habíamos valido era la de la calle, que bastaba, pero me pareció interesante armar un clima un poco mejor. Con lo que había sólo me vi limitado a encender una lámpara de pie, sobre la que coloqué el mantel azulado de una pequeña mesa que estaba frente a la ventana. Luego vi que en la pared, junto a la vieja cama de acero, había unos potenciómetros empotrados, al accionarlos descubrí que eran los controles del equipo de radio. Evidentemente el hotel había conocido mejores épocas y aquello era un resabio de ellos. Busqué una estación que pasara música y así oí una conocida balada cuyo nombre nunca supe.
Con claridad oí el ruido del bidé, dándome cuenta de que el putito estaba lavándose el culo para mí, calentándome al imaginarlo con los dedos bien adentros para entregármelo en las mejores condiciones.
Lo aguardé desnudo y fumando, al cabo de unos instantes apareció, vistiendo sólo un boxer ajustado. Su cuerpo era precioso, carente totalmente de vello, delgado y con muy buena piel.
- Parecés una pendeja de doce años –le dije, sonriendo.
Es que lo parecía, más con la penumbra de la habitación, reflejándose en su piel el ambiente azulado y dándole una apariencia andrógina en la que su femineidad predominaba. Caminando en puntas de pie para levantar la cola y resultar más felino, el trolito llegó hasta la cama y tras subir se acercó gateando a mí, hasta besarme la boca mientras yo le abrazaba y nuevamente mis manos volvían a su trasero para masajeárselo. A pesar de haber eyaculado minutos atrás, mi palo volvía a inquietarse y a dar señales de querer seguir la juerga, pero decidí darle un poco más de descanso y entretenerme con algo que había prometido.
Tras colocar las dos almohadas apoyé sobre ellas el vientre de Adrián, con lo que su asentaderas quedó elevada a mi gusto. El putito se acomodó para disfrutar de lo que vendría y así fue que abrió sus piernas, mostrándome un agujerito bien cerrado y oscuro, en el que no vi señal de vello alguno. Sé que hasta al más homofóbico de los heterosexuales le habría resultado imposible resistirse y me hubiese imitado. Con ambas manos le separé lo más que pude los glúteos y cargando mi lengua con saliva le pinté con ella toda la raya, desde el final de su columna hasta el hueco. Esa curva quedó tan baboseada que brillaba. Luego, con mis labios casi rozando, soplé con suavidad y sentí y vi que la piel se le erizaba, al tiempo que liberaba un leve gemido de placer.
- ¿Te gusta la cola de tu putito, papi? –me preguntó, con vocecita sexy.
- No debe haber un culo más hermoso que el tuyo, putito mío –le respondí.
Y entonces zampé mi boca al encuentro de aquel upite oscuro y cerrado y le di unos chupones que provocaron suspiros intensos en el chico, que luego gimió cuando al endurecer la lengua comencé a penetrarlo. Primero me costó un poco, pero tras unos instantes de intento ya le estaba lamiendo el recto y ensalivándole en abundancia su canal interno, lo que me provocó una erección tremenda, pues pocas cosas me gustan tanto como darle besos negros a un lindo marica, y Adrián era uno de los más sensuales que me llevara a la cama.
Su calentura se hizo presente al momento, pues otra vez comenzó a pajearse y a gemir como una hembrita en celo, y mi excitación creció tanto que pronto me encontró mamándole el orto con tanta desesperación como si en ello me fuera la vida. Qué rico culo, qué sabor más afrodisíaco, qué placer intenso me daba chuparle el ano a marica tan ardiente. Mi saliva parecía haberse reproducido en el interior pues pujaba por salirse, pero mi lengua volvía a metérsela. Por primera vez me toqué la verga desde que le hacía aquello, y la encontré durísima, con las venas marcadas y los huevos inflados y los pelos erizados. Tomé el profiláctico que había dejado preparado en la cama y me forré la chota, para luego echarme sobre él y apoyarle la cabeza en el agujero.
- Qué culazo que tenés, maricón, te lo chuparía todos los días.
- Creí que me sacarías caca, hijo de puta, me chupaste tan fuerte que me hiciste doler la argolla.
- Es que no sabés, tenés un orto riquísimo, pendejo.
- Es tuyo ahora –me dijo, con voz temblorosa por la calentura-. Partímelo, haceme mierda, abrime el hueco, hijo de mil puta, haceme tu puta.
Me calentaba lo bocasucia que el otrora delicado putito se ponía cuando le despertaba la líbido, creo que eso fue que le enterrara la verga en un solo embate, de lo que por un momento me arrepentí, pues cuando toda la carne le fue taponando el recto lo sentí retorcerse al tiempo que gritaba.
- ¡Ay, basura, hijo de puta, malparido, me estás rompiendo!
- ¡Y te gusta! –respondí, al sentir que mis huevos se apretaban contra sus nalgas- ¡Te gusta ser mi puto!
- ¡Pará… pará… sacámela que me duele!
- ¡Tarde!
De verdad le dolía, pues no paraba de gemir, y hasta le vi lágrimas, pero yo estaba desbocado y lo empecé a cabalgar. Mi verga se convirtió en un pistó dentro de aquella lustrosa y caliente camisa que era su upite, y tan alzado estaba que no tuve conciencia para la piedad, por lo que lo seguí culeando y culeando, mientras él gemía y la cama crujía. Con más ganas lo bombee al oír que sus quejidos se convirtieron en jadeos, y que también se movía a mi ritmo. Me esmeré mucho para no acabar enseguida, tarea difícil debido a la calentura que me tenía poseído, pero logré pasar finalmente la barrera tras la cual uno controla el orgasmo y decidí estar adentro del putito tanto como me diera la gana.
Al cabo de un rato se la saqué y me acosté boca arriba, para que se sentara sobre mi verga y fuera él quien me cabalgara, y lo hizo con un deleite impresionante, mientras yo le ayudaba a mantener el equilibrio tomándolo de la cintura. Lo hizo de espaldas a mí, también de frente. Cuando estaba en esta última posición me moví hasta sentarme, y sin sacársela me puse de pie, obligándole a que me rodeara con sus piernas. Caminando con el trolito empalado a mi verga llegé hasta un sillón, en el cual me dejé caer, y así seguimos culeando mientras nos comíamos las bocas en terribles besos de lengua.
- Qué rica garcha, papi, soy tu puto, soy tu marica, cogeme toda la vida –me decía entre besos, y yo le correspondía agitando mi pelvis y golpeándole el fondo del culo con la cabeza de mi pija.
También lo puse sobre la mesa de la que había quitado el mantel, y con sus piernas en mis hombros volví a hundirle una y otra vez mi manguera, encantándome la manera en que su argolla estaba estirada y cómo mi tronco desaparecía en su hueco.
Otra cosa que me gustó fue hacerlo caminar por toda la habitación con mi pija adentro. Se le fruncía el ocote al hacerlo y me apretaba la garcha, lo que me fascinaba, y él se veía obligado a andar en puntitas de pie por la diferencia de estatura.
Lo culee frente al enorme y arruinado espejo, para vernos bien las caras y descubrir la excitación de ambos en nuestros semblantes. Lo culee sobre la alfombra… lo culee en el baño… lo culee en el balcón, mirando las luces de la gran ciudad desde la invisibilidad que nos daba la penumbra de aquel cuarto… lo culee… lo culee…. Lo culee hasta regresar a la cama, donde volví a echarme encima de él y mi bombeo se tornó más violento aún. Miré el reloj que había en la pared y calculé que ya hacía dos horas que estaba dándole matraca, lapso en el que él había volcado otra vez, manchando con su leche cada uno de los puntos de la habitación donde nos habíamos detenido. Ambos estábamos sudados y agitados, casi casi exhaustos, por lo que decidí dejar de dominarme y echarle el segundo polvo, lo que me llevó a sacudirlo con tal energía que volvió a quejarse de dolor. Estaba ya a punto de eyacular cuando me dijo.
- ¡Dámela en la boca… en la boca!
Y no me hice rogar. Le saqué la garcha de un tirón, lo que provocó un ruido similar al descorche de una botella, y me retiré el forro. El putito se acomodó desesperado y me agarró la pija, mandándosela a la boca y chupándomela con tanta fuerza que me hizo doler un poco, pero me gustó. No pudo evitar los peditos que se le escaparon por lo abierto que le había dejado el culo, lo que me excitó más todavía y aceleró mi acabada. Entonces mi pija volvió a escupir leche, que Adrián fue tragando, hasta que se completó mi orgasmo.
Ambos quedamos tendidos sobre la cama, cansadísimos. Nuestra respiración fue calmándose hasta hacerse normal. No sé cuánto pasamos así, pero en un momento nos dio un poco de frío y nos cubrimos con las sábanas y abrazados dormitamos un rato.
Cuando desperté, el putito estaba sobre mi pecho, acariciando mis vellos. Eran las cinco de la mañana.
- Tendría que ir volviendo a mi casa –me dijo, dándome un dulce beso en los labios.
- Bañémonos antes –le propuse, acariciándole la carita.
De la mano fuimos al baño y abrimos la ducha, metiéndonos bajo ella y enjabonarnos mutuamente. Pronto comenzamos a franelear y la calentura no tardó en apoderarse de nosotros. Por suerte había dejado otro profiláctico sobre el lavabo, por lo que allí volví a clavarme al hermoso mariquita, que se hizo su tercera paja mientras yo me daba el gusto adentro de su culo. En esa ocasión no pidió tragarse mi leche, pero le hizo un nudo al forro para llevarse mi acabada de recuerdo.
- Te voy a hacer una brujería, para que quieras volver a estar conmigo –bromeó.
- No hace falta –le dije, sincero-. Ya ansío volver a encamarme con vos.
- Cuando eso pase a lo mejor me dejo culear sin forro.
Adrián cumplió. Algunas semanas después en mismo hotel y la misma habitación nos recibía para una segunda noche de sexo, donde nos sometimos a la confianza mutua de hacerlo a pelo. Eso me gusta, dejarle la leche adentro de los putitos. No siempre lo hago, soy cuidadoso, por mí y por ellos, pero es tan rico mancharle las entrañas a un mariquita con el semen de uno que… bueh, pero esa es otra historia.
Noche de cacería que tuvo éxito al conocer una hermosa mariquita en una discoteca
La luz era tenue, por la tela azulada colocada sobre la pantalla de la única lámpara que había en la habitación. Por la ventana abierta entraba una ligera brisa que mitigaba un poco el calor de aquella noche de verano, colándose además el ruido de la gran ciudad, mezclándose como fondo de los temas lentos que salían de la radio. Yo oía todo aquello, aunque lo que más me gustaba era oír los gemidos de Adrián, el hermoso putito que un rato atrás levantara en una discoteca. Pero también me gustaba el riquísimo sabor de su culo caliente y lampiño, que estaba chupando con ganas y que cada tanto penetraba con mi lengua, caricia que motivaba sus suspiros de calentura. Y es que su hoyo estaba tan sabroso que hubiera pasado horas succionándolo si la necesidad de enchufarle la pija cuanto antes no hubiese sido tan imperiosa.
Ninguna ciudad es tan linda como cuando se vive en otra, reza una vieja frase, y es verdad, al menos para mí, ya que disfruto tanto de Buenos Aires cuando voy por mi trabajo, que siempre trato de matizar lo laboral con el placer. En ese sentido, y como jamás tuve problemas para conseguir mujeres, generalmente me dedico a satisfacer mi otra gran pasión: culear trolitos. Es indescriptible el placer que me da revolcarme en la cama con un rico mariquita, y jamás me he despedido frustrado luego de una buena cogida. No hay nada comparable a pasar un buen rato abotonado en el ojete de un trolito.
Navegando en Internet había conseguido un listado de lugares donde levantar chicos pasivos, los cuales iba visitando periódicamente. En aquella ocasión elegí ir a “Magneto”, un reducto ubicado en el barrio de Once. Pasadas la medianoche de ese sábado entré al lugar, que resultó ser una vieja casona casi a oscuras y apenas iluminada por reflectores de colores que incidían indirectamente en los varios recintos que componían la discoteca. Ese clima, al que se sumaba una ornamentación barroca con complejos artefactos en desuso colgados en la pared, y la música electrónica, hacían del lugar un ambiente que oscilaba entre lo psicodélico y lo dark. El resto era mérito de los parroquianos, estrafalarias criaturas de la noche que deambulaban entre los pasillos y galerías vestidos con curiosas ropas que delataban una producción especial para camuflarse en semejante reducto y formar parte de su decorado. Al verme reflejado en uno de los espejos que adornaban las columnas caí en la cuenta de que desentonaba en ese sitio, con mi camisa azul, el saco gris y los jeans. Sólo mi cabello largo y negro, y mi barba, eran lo único que me quitaba algo de formalidad. Pensé en irme pues supuse que nada interesante encontraría allí, pero por alguna razón decidí quedarme a tomar algo y observar un poco más, por lo que me acodé en la barra y pedí un whisky, que bebí lentamente mientras fumaba un cigarro y estudiaba el panorama.
Al cabo de un rato se hizo evidente que parecía un bicho raro, pues fui objeto de miradas extrañadas por parte de darks, punkies, andróginos y demás seres de apariencia aún más rara que la mía, aunque en esa disco sucedía lo contrario. Como sea, poco a poco parecí mimetizarme y dejaron de prestarme atención, lo que me hizo sentir más cómodo y hasta me animó a pedir un segundo trago.
Habían pasado dos horas y el boliche se llenó un poco más, aunque podía se caminar sin necesidad de empujones. Le estaba echando el ojo a un par de traviesas que estaban muy buenas y también a un marica entrado en años, pero que tenía un culo gordo en el que bien podría sacarme las ganas. Los prefiero jóvenes, pero lo que me calientan de los viejos (no todos, algunos) es que son más morbosos y se desviven por ser garchados por un tipo apenas madurito y de buena pinta como yo, modestia aparte. Y justamente estaba a punto de hacerle alguna insinuación cuando vi a Adrián. Flaquito y bajito, apenas un metro sesenta, amanerado, carita de buscón y un trasero paradito, tal como me gustan los putitos. Estimé que andaría por los 20 años, vestía unos chapines blancos y ajustados que le marcaban perfectamente la cola, unas zapatillas rojas Jhon Foos y una remera también roja, con vivos verdes. Su cabello era negro y lacio, cortado a lo emo, con un mechón cayéndole por delante y la nuca desnuda. Entró con otros chicos de su mismo estilo, todos afeminados, pero mis ojos se concentraron en él porque era el más bonito. Su cara era delicada, de piel morena y suave, pómulos salientes y una boca grande de labios gruesos. Lo imaginé usando un vestido de mujer y concluí que parecería una pendeja de doce años. Mi bulto se hinchó, como pidiéndome que lo levantara.
Siguiendo mis experiencias anteriores, apliqué la estrategia de enviarle señales, por lo que le dediqué atención exclusiva a fin de que se diera por aludido, lo que resultó al encontrarse por segunda vez con mi mirada y corresponderme con una hermosa sonrisa. Continuaba con sus amigos, por lo que comencé a evaluar si sería buena idea acercarme e invitarlo a bailar, cosa que no me agrada demasiado, o si debía continuar clavándole los ojos, cuando la tarea se me facilitó al acercarse a la barra. Sin mirarme le pidió al barman un Speed con vodka, para luego recién fijarse en mis ojos.
- Hola –saludé.
- ¿Cómo estás? –respondió, estudiandome de arriba abajo.
- Bien, conociendo el lugar.
- Aha… ¿y te gusta?
- Muchísimo –le dije, acercándome un poco y pronunciando la palabra con el tono más sensual que me salió.
El putito me sonrió y me dio la espalda, mirándome de soslayo.
- Si ves algo que te guste, contame.
Y se alejó hacia donde estaban sus amigos, caminando en puntas de pie para parar su trasero, que meneó intencionalmente. Claro que ya había visto algo que me gustaba, y justamente era él. Mi morbo ya estaba declarado, dejándome de interesar los travestis y el viejo marica. Lo que quería era culearme a ese hermoso pendejo.
La actitud que había adoptado para conmigo era el típico histeriqueo de una mina, y no dejaba de ser excitante, pues por lo general yo proponía y los putitos aceptaban, en cambio éste se hacía el exquisito. No obstante cada tanto se volvía a mirarme y me sonreía, incluso era claro que le había comentado a los demás de mí, pues también me miraban y se reían. ¿Qué les estaría diciendo? ¿Qué en la barra había un tipo con ganas de cogerlo? Me calentaba la idea de que esos maricas especularan con la idea de que uno de ellos iba a terminar la noche con mi verga metida en el culo.
Me defraudé un poco cuando en bandada se marcharon para perderse en las penumbras del boliche, pues pensé que ya no tendría oportunidad, pero al cabo de unos minutos volvió a pasar Adrián junto a uno de los otros chicos. Le chisté y al mirarme le hice señas de que se acercara.
- Realmente, lo único que me gusta de este lugar sos vos –le dije al oído.
Liberó una carcajada, dándome una palmadita en el hombro.
- No me digás, ¿y para qué?
- ¡Uf! ¡Tantas cosas!
- Decime una –pidió.
Volví a colocarle mis labios en la oreja y le susurré:
- Me muero de ganas de comerme tu argollita.
- ¿Cómo comerme? –me preguntó, también al oído.
- Chuparte el culito. Estoy seguro de que tu agujerito ha de ser riquísimo, se me hace agua la boca de sólo pensarlo.
El trolito me miró con interés y sonriendo lujuriosamente.
- ¿Y yo qué como a cambio?
- No sé -dije con picardía-, si querés te invito a comer algo.
- El chorizo me gusta –dijo con aire humorístico, pero a la vez algo desafiante-, la morcilla también. ¿Vos qué tenés, chorizo, morcilla o salchicha?
- La verdad que no tengo idea, no sé distinguir, si querés me ayudás con eso y me decís.
- ¿Qué te ayude con qué?
- A decirme si tengo salchicha, chorizo o morcilla.
De pronto sentí su mano en mi entrepierna, rozando el bulto, que ya estaba algo crecido. Al encontrar mi miembro lo apretó un poco, al tiempo que se mordió el labio inferior, en un gesto que delataba su creciente excitación.
- Parece que tenés un chorizo, aunque puede que también sea morcilla, habría que ver.
- ¿Querés que veamos?
- ¿Aquí?
- No, aquí no.
- ¿Tenés lugar?
- Hay un hotel en la otra cuadra, ¿te animás?
- ¿Vos te animás?
- Andá, saludá a tus amigos y vamos.
Me miró en silencio, como evaluando la invitación.
- Esperá, decime qué te gusta.
- Vos me gustás.
- Pero qué me querés hacer, ¿de verdad me chuparías la cola?
- ¿No te gusta?
- Me encanta… sólo que a muchos nada más se hacen chupar y después se acabó.
- Bueno, pero a mí me gustan más otras cosas.
- ¿Cómo cuáles?
- Lo que te digo, chuparte el culo, me encanta, me muero por hacértelo. Y también quiero cogerte.
- ¿Cómo sos en la cama? ¿Sos de putear, pegar y eso?
- Sinceramente no, me van las palabrotas y culear fuerte, por ahí doy unos chirlos en la cola, pero no soy violento, ¿te decepciono?
- Para nada, no me gusta que me peguen, ¿y los besos?
Le respondí acariciándole los labios con los míos, en un beso suave y tierno, que terminó de ponerme dura la verga y que a él le gustó, pues lo sentí estremecerse.
- Dale, despedite y vamos que no doy más –le susurré, con la voz ronca que delataba mi calentura.
Adrián se acercó a sus amigos, que habían vuelto a ubicarse donde rato antes, y les contó que se iba. Todos me miraron con una sonrisa llena de morbo y complicidad, que continuó cuando el chico, ruborizado y contento, regresó conmigo.
- ¿Vamos? –me dijo, y juntos nos fuimos hacia la salida.
No sé por qué, pero aumentó mi lujuria saber que los demás trolitos supieran y celebraran que me llevara a uno de ellos. Imaginé que Adrián les había dicho que iría conmigo al hotel de la otra cuadra y se dejaría chupar el culo y luego montar y me gustó.
Salimos del boliche y afuera nos encontramos con varios personajes extraños. Un tipo con cara de chongo, algo pasado de tragos, se abalanzó sobre Adrián, pero le puse la mano en el pecho y lo empujé.
- Este es mío –le dije imperativo-, rajá o te quemo.
Pensé que debería enfrascarme en una pelea y me preparé incluso a sacrificar mis planes de placer, pero el borracho no dijo nada, sólo me miró y luego se fue rezongando.
- Ay, me siento protegido con vos –dijo con una risita, pero evidentemente halagado.
Lo miré y le sonreí, pero al alejarnos algunos metros y hundirnos en la oscuridad de la calle vacía, le tomé la nuca con una mano y acerqué su cabeza a la mía y fundirnos los labios en un beso que no fue tierno como el anterior, sino lleno de pasión. Arrinconándolo contra la pared le comencé a comer la boca y a buscarle la lengua con la mía, recibiendo una inmediata y ardiente reciprocidad, al tiempo que me abrazaba con fuerzas. Mi otra mano buscó su trasero y se lo manosee con descaro, apretándole fuerte las nalgas.
Tras un largo minuto y sin separarme, mi boca se deslizó hasta su oreja dejando un camino de besos por su cara y cuello.
- Más vale que te voy a proteger, si sos mi putito.
- Mi vida –musitó, caliente-. Quiero tenerte adentro mío toda la noche.
Salir en su defensa y transarlo en la calle, a lo guapo, bastaron para terminar de seducirlo. No sólo me lo había levantado, sino que en ese momento Adrián estaba entregado. No hubiera encontrado resistencia alguna al darlo vuelta, bajarle la ropa y clavármelo ahí mismo, y reconozco que por un momento pensé en meternos en uno de los oscuros portones de los edificios a oscuras y hacerlo allí, pero el mariquita realmente estaba infartante y quería disfrutarlo a full, por lo que lo ideal era meternos en la cama y revolcarnos hasta que saliera el sol, por lo que tomándolo de la mano le insté a seguir hasta nuestra meta.
El hotel era una pocilga, bien telo, a media luz y paredes descascaradas. Nos recibió un viejo de cabello desgreñado y gesto de pocos amigos.
- Deme la mejor habitación matrimonial que tenga –pedí.
- ¿Cuántas horas? –preguntó, evidentemente sorprendido que un tipo como yo fuera sin prurito alguno con un chico como Adrián.
- Nos iremos a la mañana –respondí, colocando sobre el mostrador dos billetes grandes, que hubieran pagado dos noches con propina incluida.
No es que quisiera ser altruista con ese desagradable conserje, sino que me urgía acelerar la diligencia. Al ver el dinero, el tipo cambió de actitud y sonriéndome me entregó la llave del cuarto 16, en el tercer piso.
Apenas cerramos las rejas del antiguo ascensor volví a arrinconar al putito, franeleándolo con ganas y provocando igual reacción. Ya lo tenía a punto caramelo y me esforzaría por mantenerlo así todo el tiempo que pasáramos juntos, para que nunca se olvidara de la noche en que fue la hembra de un madurito calentón.
Apenas cerramos la puerta del cuarto lo arrinconé contra ésta y seguimos la franela un buen rato, durante el cual nos comimos las bocas y dimos rienda suelta al manoseo. Me acariciaba la espalda y de allí sus dedos subían para perderse en mis cabellos en un masaje suave y a la vez fuerte, en tanto me dediqué a magrearle a gusto las nalgas, encontrándolas chiquitas, redondas y turgentes, imaginándome que en breve mi humanidad estaría entre ellas para placer mutuo.
Al cabo de unos minutos una de sus manos me tanteó el bulto, hallándolo duro, hinchado, y fue cuando hábilmente y sin dejar de besarme se ocupó de profanarme la bragueta y desprenderme la ropa hasta que los pantalones y el boxer cayeron hasta debajo de mis rodillas, entonces se puso en cuclillas y se zampó mi verga en la boca, regalándome una chupada tan magistral que desee retardar cuanto pudiera la acabada para gozar.
Apoyé una mano en la puerta para mantener el equilibrio y usé la otra para tomarlo de la cabeza y así empujarlo para que la pija le entrara más de lo que él se la metía, así fue que noté la resistencia que ofrecía para manejar la penetración y evitar ahogarse, pero igual oía sus arcadas. Mis ojos, cerrados hasta entonces, lo miraron y vi que el trolito se ahogaba eventualmente ante lo mucho que le encajaba la poronga, sacándosela para respirar y luego volver a comérsela. En esas salidas intermitentes pude ver que su boca chorreaba la saliva espesa que le provocaba lo profundo que le entraba, pareciendo que era la leche que aún no le había largado. Además vi que también él se había bajado los pantalones para masturbarse mientras, sacudiéndose un pequeño pene que estaba duro. Me sobrecalentó su calentura, pues mi excitación siempre ha pasado por ver la de quien me llevo a la cama.
- Así, bebé, qué bien lo hacés, chupá, mi amor, chupale la pija a papi, así… así…
De él sólo oía gorjeos, gemidos y suspiros ahogados, al tiempo que me succionaba con más frenesí.
Pasados algunos minutos disfrutando de esa boca volví a embestir y a meterle la verga tanto como su resistencia me lo permitiera y me abandoné al orgasmo. El putito lo sintió venir y aceleró su paja, pudiendo ver que su leche saltaba al piso en el instante que a mí también me salía.
- Tragate la lechita –le pedí y ordené-, comete mi queso, bebé mi yogurt… así… así…
Y la sensación fue fantástica. Mi pija escupía esperma que el chico deglutía de inmediato, y cuando dejó de salirme y él ya más calmado, continuó chupándola hasta dejármela limpia de todo rastro de semen, pero impregnada por la abundante saliva con que me había bañado la pija.
Cuando se puso de pie levantó sus pantalones y me miró con una sonrisa llena de picardía.
- Qué rica verga, machote, ¿vamos a seguir?
- Por supuesto que vamos a seguir. Deja que me recupere que me quiero meter en tu culo.
Sin más se fue al baño, mientras yo terminaba de desnudarme y miraba por primera vez la suite. No era más que un cuarto grande, de techo alto y paredes cubiertas con un papel viejo y roto en varios sectores. La luz de la que nos habíamos valido era la de la calle, que bastaba, pero me pareció interesante armar un clima un poco mejor. Con lo que había sólo me vi limitado a encender una lámpara de pie, sobre la que coloqué el mantel azulado de una pequeña mesa que estaba frente a la ventana. Luego vi que en la pared, junto a la vieja cama de acero, había unos potenciómetros empotrados, al accionarlos descubrí que eran los controles del equipo de radio. Evidentemente el hotel había conocido mejores épocas y aquello era un resabio de ellos. Busqué una estación que pasara música y así oí una conocida balada cuyo nombre nunca supe.
Con claridad oí el ruido del bidé, dándome cuenta de que el putito estaba lavándose el culo para mí, calentándome al imaginarlo con los dedos bien adentros para entregármelo en las mejores condiciones.
Lo aguardé desnudo y fumando, al cabo de unos instantes apareció, vistiendo sólo un boxer ajustado. Su cuerpo era precioso, carente totalmente de vello, delgado y con muy buena piel.
- Parecés una pendeja de doce años –le dije, sonriendo.
Es que lo parecía, más con la penumbra de la habitación, reflejándose en su piel el ambiente azulado y dándole una apariencia andrógina en la que su femineidad predominaba. Caminando en puntas de pie para levantar la cola y resultar más felino, el trolito llegó hasta la cama y tras subir se acercó gateando a mí, hasta besarme la boca mientras yo le abrazaba y nuevamente mis manos volvían a su trasero para masajeárselo. A pesar de haber eyaculado minutos atrás, mi palo volvía a inquietarse y a dar señales de querer seguir la juerga, pero decidí darle un poco más de descanso y entretenerme con algo que había prometido.
Tras colocar las dos almohadas apoyé sobre ellas el vientre de Adrián, con lo que su asentaderas quedó elevada a mi gusto. El putito se acomodó para disfrutar de lo que vendría y así fue que abrió sus piernas, mostrándome un agujerito bien cerrado y oscuro, en el que no vi señal de vello alguno. Sé que hasta al más homofóbico de los heterosexuales le habría resultado imposible resistirse y me hubiese imitado. Con ambas manos le separé lo más que pude los glúteos y cargando mi lengua con saliva le pinté con ella toda la raya, desde el final de su columna hasta el hueco. Esa curva quedó tan baboseada que brillaba. Luego, con mis labios casi rozando, soplé con suavidad y sentí y vi que la piel se le erizaba, al tiempo que liberaba un leve gemido de placer.
- ¿Te gusta la cola de tu putito, papi? –me preguntó, con vocecita sexy.
- No debe haber un culo más hermoso que el tuyo, putito mío –le respondí.
Y entonces zampé mi boca al encuentro de aquel upite oscuro y cerrado y le di unos chupones que provocaron suspiros intensos en el chico, que luego gimió cuando al endurecer la lengua comencé a penetrarlo. Primero me costó un poco, pero tras unos instantes de intento ya le estaba lamiendo el recto y ensalivándole en abundancia su canal interno, lo que me provocó una erección tremenda, pues pocas cosas me gustan tanto como darle besos negros a un lindo marica, y Adrián era uno de los más sensuales que me llevara a la cama.
Su calentura se hizo presente al momento, pues otra vez comenzó a pajearse y a gemir como una hembrita en celo, y mi excitación creció tanto que pronto me encontró mamándole el orto con tanta desesperación como si en ello me fuera la vida. Qué rico culo, qué sabor más afrodisíaco, qué placer intenso me daba chuparle el ano a marica tan ardiente. Mi saliva parecía haberse reproducido en el interior pues pujaba por salirse, pero mi lengua volvía a metérsela. Por primera vez me toqué la verga desde que le hacía aquello, y la encontré durísima, con las venas marcadas y los huevos inflados y los pelos erizados. Tomé el profiláctico que había dejado preparado en la cama y me forré la chota, para luego echarme sobre él y apoyarle la cabeza en el agujero.
- Qué culazo que tenés, maricón, te lo chuparía todos los días.
- Creí que me sacarías caca, hijo de puta, me chupaste tan fuerte que me hiciste doler la argolla.
- Es que no sabés, tenés un orto riquísimo, pendejo.
- Es tuyo ahora –me dijo, con voz temblorosa por la calentura-. Partímelo, haceme mierda, abrime el hueco, hijo de mil puta, haceme tu puta.
Me calentaba lo bocasucia que el otrora delicado putito se ponía cuando le despertaba la líbido, creo que eso fue que le enterrara la verga en un solo embate, de lo que por un momento me arrepentí, pues cuando toda la carne le fue taponando el recto lo sentí retorcerse al tiempo que gritaba.
- ¡Ay, basura, hijo de puta, malparido, me estás rompiendo!
- ¡Y te gusta! –respondí, al sentir que mis huevos se apretaban contra sus nalgas- ¡Te gusta ser mi puto!
- ¡Pará… pará… sacámela que me duele!
- ¡Tarde!
De verdad le dolía, pues no paraba de gemir, y hasta le vi lágrimas, pero yo estaba desbocado y lo empecé a cabalgar. Mi verga se convirtió en un pistó dentro de aquella lustrosa y caliente camisa que era su upite, y tan alzado estaba que no tuve conciencia para la piedad, por lo que lo seguí culeando y culeando, mientras él gemía y la cama crujía. Con más ganas lo bombee al oír que sus quejidos se convirtieron en jadeos, y que también se movía a mi ritmo. Me esmeré mucho para no acabar enseguida, tarea difícil debido a la calentura que me tenía poseído, pero logré pasar finalmente la barrera tras la cual uno controla el orgasmo y decidí estar adentro del putito tanto como me diera la gana.
Al cabo de un rato se la saqué y me acosté boca arriba, para que se sentara sobre mi verga y fuera él quien me cabalgara, y lo hizo con un deleite impresionante, mientras yo le ayudaba a mantener el equilibrio tomándolo de la cintura. Lo hizo de espaldas a mí, también de frente. Cuando estaba en esta última posición me moví hasta sentarme, y sin sacársela me puse de pie, obligándole a que me rodeara con sus piernas. Caminando con el trolito empalado a mi verga llegé hasta un sillón, en el cual me dejé caer, y así seguimos culeando mientras nos comíamos las bocas en terribles besos de lengua.
- Qué rica garcha, papi, soy tu puto, soy tu marica, cogeme toda la vida –me decía entre besos, y yo le correspondía agitando mi pelvis y golpeándole el fondo del culo con la cabeza de mi pija.
También lo puse sobre la mesa de la que había quitado el mantel, y con sus piernas en mis hombros volví a hundirle una y otra vez mi manguera, encantándome la manera en que su argolla estaba estirada y cómo mi tronco desaparecía en su hueco.
Otra cosa que me gustó fue hacerlo caminar por toda la habitación con mi pija adentro. Se le fruncía el ocote al hacerlo y me apretaba la garcha, lo que me fascinaba, y él se veía obligado a andar en puntitas de pie por la diferencia de estatura.
Lo culee frente al enorme y arruinado espejo, para vernos bien las caras y descubrir la excitación de ambos en nuestros semblantes. Lo culee sobre la alfombra… lo culee en el baño… lo culee en el balcón, mirando las luces de la gran ciudad desde la invisibilidad que nos daba la penumbra de aquel cuarto… lo culee… lo culee…. Lo culee hasta regresar a la cama, donde volví a echarme encima de él y mi bombeo se tornó más violento aún. Miré el reloj que había en la pared y calculé que ya hacía dos horas que estaba dándole matraca, lapso en el que él había volcado otra vez, manchando con su leche cada uno de los puntos de la habitación donde nos habíamos detenido. Ambos estábamos sudados y agitados, casi casi exhaustos, por lo que decidí dejar de dominarme y echarle el segundo polvo, lo que me llevó a sacudirlo con tal energía que volvió a quejarse de dolor. Estaba ya a punto de eyacular cuando me dijo.
- ¡Dámela en la boca… en la boca!
Y no me hice rogar. Le saqué la garcha de un tirón, lo que provocó un ruido similar al descorche de una botella, y me retiré el forro. El putito se acomodó desesperado y me agarró la pija, mandándosela a la boca y chupándomela con tanta fuerza que me hizo doler un poco, pero me gustó. No pudo evitar los peditos que se le escaparon por lo abierto que le había dejado el culo, lo que me excitó más todavía y aceleró mi acabada. Entonces mi pija volvió a escupir leche, que Adrián fue tragando, hasta que se completó mi orgasmo.
Ambos quedamos tendidos sobre la cama, cansadísimos. Nuestra respiración fue calmándose hasta hacerse normal. No sé cuánto pasamos así, pero en un momento nos dio un poco de frío y nos cubrimos con las sábanas y abrazados dormitamos un rato.
Cuando desperté, el putito estaba sobre mi pecho, acariciando mis vellos. Eran las cinco de la mañana.
- Tendría que ir volviendo a mi casa –me dijo, dándome un dulce beso en los labios.
- Bañémonos antes –le propuse, acariciándole la carita.
De la mano fuimos al baño y abrimos la ducha, metiéndonos bajo ella y enjabonarnos mutuamente. Pronto comenzamos a franelear y la calentura no tardó en apoderarse de nosotros. Por suerte había dejado otro profiláctico sobre el lavabo, por lo que allí volví a clavarme al hermoso mariquita, que se hizo su tercera paja mientras yo me daba el gusto adentro de su culo. En esa ocasión no pidió tragarse mi leche, pero le hizo un nudo al forro para llevarse mi acabada de recuerdo.
- Te voy a hacer una brujería, para que quieras volver a estar conmigo –bromeó.
- No hace falta –le dije, sincero-. Ya ansío volver a encamarme con vos.
- Cuando eso pase a lo mejor me dejo culear sin forro.
Adrián cumplió. Algunas semanas después en mismo hotel y la misma habitación nos recibía para una segunda noche de sexo, donde nos sometimos a la confianza mutua de hacerlo a pelo. Eso me gusta, dejarle la leche adentro de los putitos. No siempre lo hago, soy cuidadoso, por mí y por ellos, pero es tan rico mancharle las entrañas a un mariquita con el semen de uno que… bueh, pero esa es otra historia.
22 comentarios - Me levanté un putito en la disco
¡Magistral Te superás no sólo en la hermosura de los putitos que te vas levantando, también en la forma de relatarlo, si te digo que me fui en seco sin tocarme, solo leyendo no vas a creerme, pero te aseguro que es cierto 🙂
Te dejo unos puntitos incentivadores, para que sigas contándonos estas historias maravillosas.
Me quedo esperando con el culito palpitando de deseo 🤤
Besitos ❤️
Yo comenté tu post, por favor comentá el mio.
Los comentarios son caricias al alma de los posteadores
muy buen relato che!