Hola, bueno, esto es lo primero que escribo en años. La idea es que no sea demasiado porno sino más bien homoerótico, pero bueno, si se da, se da. Debería estar estudiando en lugar de estar haciendo esto, pero el pendejo (que hasta hace poco tenía imagen y escena, pero no nombre) andaba hacía rato dando vueltas en mi mente, pidiendo una historia. Por eso le puse eso como título provisorio, igual, va a haber alguien que le va a decir así, aunque no en este capítulo. Espero guste.
Ah, la historia es ficticia, los personajes son inventados, cualquier similitud con la realidad es mera coincidencia, todos los involucrados son mayores de 18 años (cabe destacarlo,) nadie salió herido en la realización de esta historia, bla bla bla 😉
El cuarto era un poco chico, pero luminoso. Tres de las paredes eran blancas bajo la cubierta de posters, mientras que la cuarta, donde estaba apoyada la cabecera de la cama, era violeta. La cama, de una plaza y con una discreta y pequeña cabecera de madera oscura, tenía una colcha también violeta; frente al pie de la cama había un ropero no muy grande y a la derecha, al lado de la puerta un escritorio y una pequeña biblioteca, también de madera oscura. Sobre el escritorio había una pila de cuadernolas coronada por un grueso libro que parecía ser de matemáticas, un antiguo portalápices de base de baquelita, unos guantes sin dedos un poco sucios, una banda elástica, un pequeño iPod violeta, y una notebook Apple del año anterior que emitía a bajo volumen un tema de Pixies. En el suelo, junto a la cama, había unos championes Converse All-Star negros número 41, uno volcado de lado.
Se trataba, evidentemente, del dormitorio de un chico. El chico en cuestión estaba apoyado en el alféizar de la ventana y miraba pensativo hacia la calle, mientras el sol dorado de la media tarde le iluminaba la cara. Estaba todavía vestido con el uniforme del liceo: camisa blanca –con el primer botón desprendido y un faldón por dentro y el otro por fuera– pantalón gris que le quedaba un poco ajustado y corbata floja y un poco ladeada; lejos de inhibirlo, el uniforme resaltaba el atractivo del chico, algo de lo cual seguramente él era consciente.
Se llamaba Franco, tenía dieciocho años y le faltaban tres meses para terminar el liceo, lo que a la vez ansiaba y temía. El liceo era aburrido –un embole– pero ahí estaban sus amigos: en la facultad iba a estar solo, pero en ese momento no pensaba en eso.
La notebook hizo un sonido leve pero totalmente discordante con los Pixies, que Franco escuchó al instante: el inconfundible ruidito del Facebook Chat. Sonrió, caminó rápido –tal vez demasiado rápido– hasta el escritorio, cambió el reproductor de música por el mensajero... y su sonrisa desapareció, sustituida por una cara de decepción. En la pantalla se leía:
Gabriela Rodríguez Hola Franquito, ¿no tenés los apuntes de química?
La pesada al ataque, pensó. Gabriela no era mala persona, pero tenía el grave defecto de ser irremediablemente densa, por lo que en el liceo le habían puesto el sobrenombre ya en la primera semana del primer año. Para peor, Gabriela parecía tener una cierta obesesión con él, y sabía que si no inventaba alguna excusa, ella lo iba a tener colgado en el Face hasta pasada la medianoche. Y la cosa ya sonaba peligrosa, “Franquito” de entrada... él la conocía bien.
Franco Simonetti Hola, Gabriela. Los tengo, si querés te los llevo el lunes al liceo así los tenés para el laboratorio el martes.
Gabriela Rodríguez Uhhh... pero no me da para estudiar, sabés que no entiendo mucho de química, a vos te va mejor que yo...
Alerta roja, pensó: me va a decir que los viene a buscar, o peor, que la ayude, y un viernes de noche para peor... tengo que inventar algo ya.
Franco Simonetti Bueno, qué se yo, hoy es viernes, ahora recién te veo el lunes.
Gabriela Rodríguez ¿No los puedo pasar a buscar por tu casa?
Si la conocería. Mismo que es pesada y no se da cuenta que todo bien pero no da... ¿qué le digo? Al final se le ocurrió una excusa típica.
Franco Simonetti No, perdoná pero no voy a estar. Este finde me voy a lo de mis abuelos, mi abuela cumple 75 y le hacen fiesta.
Se veía venir la respuesta; a Gabriela no le decían la pesada porque sí, era la definición caminante, y sabía que iba a insistir.
Gabriela Rodríguez Puedo pasar ahora si no te jode, no estamos tan lejos.
Ella sabía más o menos por donde vivía, aunque no la dirección exacta. Ni en pedo te doy mi dirección, después te tengo acá todos los días. Pensá, Franco, pensá.
Franco Simonetti Mirá, me agarrás casi saliendo para el club, estoy con una media sí y una no.
Mentira total, iba al club todos los días menos los viernes.
Gabriela Rodríguez Pensé que no ibas los viernes. Vos vivís en ese club, vas a quedar re fuerte jajaja.
Uhhh no... está babosa hoy, escape rápido a la una, a las dos...
Franco Simonetti Jaja, nada que ver, siempre voy a ser más bien flaco. Che, me tengo que ir ya, si no llego tarde. Nos vemos el lunes, ¿dale?
Gabriela Rodríguez Dale, no te olvides de llevarme la cuadernola porque si no estoy en el horno. Besosssssss...
Con un par de clics se puso como no conectado para ella cosa de mantener la ficción, pero segundos después empezó a sonar su celular. Dirty Little Secret de The All-American Rejects se impuso instantáneamente sobre los Pixies. Por favor que no sea ella de nuevo... No sería la primera vez que Gabriela lo llamaba inmediatamente después de que se desconectara.
Pero por lo menos existía el captor de llamadas. Marcos llamando...
–Hola che, ¿en qué andás?
–Nada, al pedo, ¿vos? –contestó Marcos. Tengo planes para hoy, pensó.
–Igual, fa no sabés, me acaba de agarrar la pesada en Face, de la que me salvé...
–Uhhh... ¡qué bajón, loco! –Franco se imaginó perfectamente la cara de su amigo en ese momento– ¿Qué quería?
–Unos apuntes de química, supuestamente, pero re insistente, quería venirlos a buscar a casa y ni en pedo...
–Uhhh bolú, le gustás a la pesada, ¡todo mal! –Marcos se empezó a reír.
–Ya sé, pero no es personal, viste cómo es, la mina está más sola que el uno y soy el único que le da algo de bola, me da cosa...
–No sé, sos masoca vos, si está sola es justamente porque es re densa, es culpa de ella misma... si seguís así vas a terminar de novio con ella por lástima...
–Peroniempedo, así, una palabra sola, ¿te imaginás lo que debe de ser ella como novia? –Franco puso cara de desesperación–. Ya me anda arriba todo el día y eso que le re corto todo.
–Sí, la verdad no se lo deseo a nadie... che, ¿vas a hacer algo esta noche?
–Obvio, será una noche de sexo, drogas y rock and roll... –la expresión cambió por una sonrisa maliciosa.
–Pero callate, fantasma. ¿Tu casa o la mía?
–La tuya que tenés el Play, ¿tepa?
–Dale, me baño y cuando vuelva mi viejo le pido que me lleve. Nos vemos en un rato.
–Dale, gil. Nos vemos, ojo lo que hacés en la ducha.
–Andá, pelotudo. Chau.
Franco cortó y se fijó si el celular tenía batería. Le quedaba más o menos la mitad; aguantaba hasta el día siguiente, pero por las dudas pensó que sería mejor llevar el cargador. Abrió la mochila del liceo, sacó los cuadernos y metió el cargador. Luego abrió el placard y tras un rato eligió dos remeras de manga larga al cuerpo, una blanca y la otra negra, y su jean favorito, así como un boxer negro y otro rojo brillante, ambos con elásticos y costuras blancas, y dos pares de medias al tono; puso lo negro en la mochila y dejó lo demás en la cama. Por último sacó una toalla grande y blanca y marchó con ella al baño.
Para Franco el ritual post-ducha era algo que bordeaba lo religioso. Primero un estudio de su propio cuerpo, que a pesar del ejercicio seguía sin convencerlo, aunque sabía que mucha gente –chicas y chicos– se fijaban en él. Ese día, como siempre, se miró ante el espejo de cuerpo entero del baño y como siempre vio primero lo que menos le gustaba de sí mismo: sus brazos, en su opinión un poco flacos, y su cola, en su opinión un poco grande. Pero él conocía sus puntos fuertes; el pecho definido, el abdomen plano, los pelitos en el torso que lo hacían menos aniñado, las miradas... Ensayó un poco las miradas ante el espejo: su expresión fue cambiando de aburrida a interesada, a dulce, a juguetona, a traviesa, a seductora.
Se mordió el labio y se rió. No estoy tan mal, después de todo... Se puso la toalla alrededor de la cintura y su mente volvió a los pensamientos de antes, en la ventana, mientras se desordenaba el pelo de esa forma particular que había adoptado como suya.
En el cuarto, mientras se vestía –ahora realmente con una media sí y una no– miró de nuevo el Face, pero no había nada interesante. Se mordió el labio otra vez. No estaba.
Parte dos acá: http://www.poringa.net/posts/gay/2145441/El-pendejo_-parte-2-_historia-gay_-todos-_-de-18_.html (actualizado 1/5/2012)
Ah, la historia es ficticia, los personajes son inventados, cualquier similitud con la realidad es mera coincidencia, todos los involucrados son mayores de 18 años (cabe destacarlo,) nadie salió herido en la realización de esta historia, bla bla bla 😉
Uno
El cuarto era un poco chico, pero luminoso. Tres de las paredes eran blancas bajo la cubierta de posters, mientras que la cuarta, donde estaba apoyada la cabecera de la cama, era violeta. La cama, de una plaza y con una discreta y pequeña cabecera de madera oscura, tenía una colcha también violeta; frente al pie de la cama había un ropero no muy grande y a la derecha, al lado de la puerta un escritorio y una pequeña biblioteca, también de madera oscura. Sobre el escritorio había una pila de cuadernolas coronada por un grueso libro que parecía ser de matemáticas, un antiguo portalápices de base de baquelita, unos guantes sin dedos un poco sucios, una banda elástica, un pequeño iPod violeta, y una notebook Apple del año anterior que emitía a bajo volumen un tema de Pixies. En el suelo, junto a la cama, había unos championes Converse All-Star negros número 41, uno volcado de lado.
Se trataba, evidentemente, del dormitorio de un chico. El chico en cuestión estaba apoyado en el alféizar de la ventana y miraba pensativo hacia la calle, mientras el sol dorado de la media tarde le iluminaba la cara. Estaba todavía vestido con el uniforme del liceo: camisa blanca –con el primer botón desprendido y un faldón por dentro y el otro por fuera– pantalón gris que le quedaba un poco ajustado y corbata floja y un poco ladeada; lejos de inhibirlo, el uniforme resaltaba el atractivo del chico, algo de lo cual seguramente él era consciente.
Se llamaba Franco, tenía dieciocho años y le faltaban tres meses para terminar el liceo, lo que a la vez ansiaba y temía. El liceo era aburrido –un embole– pero ahí estaban sus amigos: en la facultad iba a estar solo, pero en ese momento no pensaba en eso.
La notebook hizo un sonido leve pero totalmente discordante con los Pixies, que Franco escuchó al instante: el inconfundible ruidito del Facebook Chat. Sonrió, caminó rápido –tal vez demasiado rápido– hasta el escritorio, cambió el reproductor de música por el mensajero... y su sonrisa desapareció, sustituida por una cara de decepción. En la pantalla se leía:
Gabriela Rodríguez Hola Franquito, ¿no tenés los apuntes de química?
La pesada al ataque, pensó. Gabriela no era mala persona, pero tenía el grave defecto de ser irremediablemente densa, por lo que en el liceo le habían puesto el sobrenombre ya en la primera semana del primer año. Para peor, Gabriela parecía tener una cierta obesesión con él, y sabía que si no inventaba alguna excusa, ella lo iba a tener colgado en el Face hasta pasada la medianoche. Y la cosa ya sonaba peligrosa, “Franquito” de entrada... él la conocía bien.
Franco Simonetti Hola, Gabriela. Los tengo, si querés te los llevo el lunes al liceo así los tenés para el laboratorio el martes.
Gabriela Rodríguez Uhhh... pero no me da para estudiar, sabés que no entiendo mucho de química, a vos te va mejor que yo...
Alerta roja, pensó: me va a decir que los viene a buscar, o peor, que la ayude, y un viernes de noche para peor... tengo que inventar algo ya.
Franco Simonetti Bueno, qué se yo, hoy es viernes, ahora recién te veo el lunes.
Gabriela Rodríguez ¿No los puedo pasar a buscar por tu casa?
Si la conocería. Mismo que es pesada y no se da cuenta que todo bien pero no da... ¿qué le digo? Al final se le ocurrió una excusa típica.
Franco Simonetti No, perdoná pero no voy a estar. Este finde me voy a lo de mis abuelos, mi abuela cumple 75 y le hacen fiesta.
Se veía venir la respuesta; a Gabriela no le decían la pesada porque sí, era la definición caminante, y sabía que iba a insistir.
Gabriela Rodríguez Puedo pasar ahora si no te jode, no estamos tan lejos.
Ella sabía más o menos por donde vivía, aunque no la dirección exacta. Ni en pedo te doy mi dirección, después te tengo acá todos los días. Pensá, Franco, pensá.
Franco Simonetti Mirá, me agarrás casi saliendo para el club, estoy con una media sí y una no.
Mentira total, iba al club todos los días menos los viernes.
Gabriela Rodríguez Pensé que no ibas los viernes. Vos vivís en ese club, vas a quedar re fuerte jajaja.
Uhhh no... está babosa hoy, escape rápido a la una, a las dos...
Franco Simonetti Jaja, nada que ver, siempre voy a ser más bien flaco. Che, me tengo que ir ya, si no llego tarde. Nos vemos el lunes, ¿dale?
Gabriela Rodríguez Dale, no te olvides de llevarme la cuadernola porque si no estoy en el horno. Besosssssss...
Con un par de clics se puso como no conectado para ella cosa de mantener la ficción, pero segundos después empezó a sonar su celular. Dirty Little Secret de The All-American Rejects se impuso instantáneamente sobre los Pixies. Por favor que no sea ella de nuevo... No sería la primera vez que Gabriela lo llamaba inmediatamente después de que se desconectara.
Pero por lo menos existía el captor de llamadas. Marcos llamando...
–Hola che, ¿en qué andás?
–Nada, al pedo, ¿vos? –contestó Marcos. Tengo planes para hoy, pensó.
–Igual, fa no sabés, me acaba de agarrar la pesada en Face, de la que me salvé...
–Uhhh... ¡qué bajón, loco! –Franco se imaginó perfectamente la cara de su amigo en ese momento– ¿Qué quería?
–Unos apuntes de química, supuestamente, pero re insistente, quería venirlos a buscar a casa y ni en pedo...
–Uhhh bolú, le gustás a la pesada, ¡todo mal! –Marcos se empezó a reír.
–Ya sé, pero no es personal, viste cómo es, la mina está más sola que el uno y soy el único que le da algo de bola, me da cosa...
–No sé, sos masoca vos, si está sola es justamente porque es re densa, es culpa de ella misma... si seguís así vas a terminar de novio con ella por lástima...
–Peroniempedo, así, una palabra sola, ¿te imaginás lo que debe de ser ella como novia? –Franco puso cara de desesperación–. Ya me anda arriba todo el día y eso que le re corto todo.
–Sí, la verdad no se lo deseo a nadie... che, ¿vas a hacer algo esta noche?
–Obvio, será una noche de sexo, drogas y rock and roll... –la expresión cambió por una sonrisa maliciosa.
–Pero callate, fantasma. ¿Tu casa o la mía?
–La tuya que tenés el Play, ¿tepa?
–Dale, me baño y cuando vuelva mi viejo le pido que me lleve. Nos vemos en un rato.
–Dale, gil. Nos vemos, ojo lo que hacés en la ducha.
–Andá, pelotudo. Chau.
Franco cortó y se fijó si el celular tenía batería. Le quedaba más o menos la mitad; aguantaba hasta el día siguiente, pero por las dudas pensó que sería mejor llevar el cargador. Abrió la mochila del liceo, sacó los cuadernos y metió el cargador. Luego abrió el placard y tras un rato eligió dos remeras de manga larga al cuerpo, una blanca y la otra negra, y su jean favorito, así como un boxer negro y otro rojo brillante, ambos con elásticos y costuras blancas, y dos pares de medias al tono; puso lo negro en la mochila y dejó lo demás en la cama. Por último sacó una toalla grande y blanca y marchó con ella al baño.
Para Franco el ritual post-ducha era algo que bordeaba lo religioso. Primero un estudio de su propio cuerpo, que a pesar del ejercicio seguía sin convencerlo, aunque sabía que mucha gente –chicas y chicos– se fijaban en él. Ese día, como siempre, se miró ante el espejo de cuerpo entero del baño y como siempre vio primero lo que menos le gustaba de sí mismo: sus brazos, en su opinión un poco flacos, y su cola, en su opinión un poco grande. Pero él conocía sus puntos fuertes; el pecho definido, el abdomen plano, los pelitos en el torso que lo hacían menos aniñado, las miradas... Ensayó un poco las miradas ante el espejo: su expresión fue cambiando de aburrida a interesada, a dulce, a juguetona, a traviesa, a seductora.
Se mordió el labio y se rió. No estoy tan mal, después de todo... Se puso la toalla alrededor de la cintura y su mente volvió a los pensamientos de antes, en la ventana, mientras se desordenaba el pelo de esa forma particular que había adoptado como suya.
En el cuarto, mientras se vestía –ahora realmente con una media sí y una no– miró de nuevo el Face, pero no había nada interesante. Se mordió el labio otra vez. No estaba.
Parte dos acá: http://www.poringa.net/posts/gay/2145441/El-pendejo_-parte-2-_historia-gay_-todos-_-de-18_.html (actualizado 1/5/2012)
7 comentarios - El pendejo, parte 1 (historia gay, todos + de 18)
Sin embargo tienen una cierta vida propia en mi mente, yo simplemente escribo lo que veo que van haciendo 😉
:buenpost: