(Recomiendo leer mi post anterior: http://www.poringa.net/posts/gay/1840492/Abriendo-la-cola.html)
Habiendo despertado al placer gracias a los "juegos" con M y A, mi fascinación y curiosidad me llevaron a explorarme en mis propios juegos íntimos. Creciendo como el solitario hijo único de padres absortos en sus trabajos, dramas y diversiones, me vi siempre con una enorme casa para mí solo y demasiado tiempo para disfrutarla. Así, fueron muchas las tardes en que, luego de terminar mis deberes escolares y aburrido de ver televisión, me escurría al enorme vestidor de mis padres donde, por insistencia materna, se había instalado un espejo de cuerpo entero. De pie ante él comenzaba por sacarme la playera, los pantalones y calcetas dejándome en trusa con la respiración agitada. Impúber aún, mi torso y piernas suaves de piel rosácea y sin vello lucían tan tiernas e incitantes enmarcadas con el pubis cubierto por la blanca trusa infantil. Me encantaba darme vuelta y observar los dos bultitos que hacían mis nalgas bajo el calzón, acariciarlas lentamente recordando a A, sus manos bajando mis calzones por mis muslos, acariciando mis rodillas y pantorrillas hasta enrollarlos sobre mis tobillos, tomar luego con ambas palmas mis nalgas, separándolas para poner a la entrada de mi hoyito la punta suave y firme de su pito parado.
Con los ojos entrecerrados y la respiración agitada comenzaba a bajarme los calzones ante el espejo, contemplando con sorda ansiedad la redondez rosada de mi colita al desnudo mientras por mi memoria seguía el recuerdo de ese pito largo, duro, tres años mayor que el mío penetrando mi colita suave y apretada hasta apoyar ese pubis escasamente poblado de vello incipiente contra la curva tierna y temblorosa de mis nalgas. Mi lengua jugaba y chupaba el índice recién metido entre mis labios mismo que luego sacaba jalando un hilillo de baba incitante para, lubricado así, hundirlo entre mis nalgas, hurgando mi culito de putito imberbe, mientras seguía en mi mente el recuerdo del pito de A llenándome la cola, así como las manos y boca de M jugando, acariciando y chupando mi propia pinga. Los ricos movimientos de mi dedo hundido en mi ano y el torrente de memorias de ser cogido me arrancaban una suave sinfonía de suspiros, gemidos y sofocos, levantando mi pequeño pito en una erección precoz que ya revelaba las características que lo distinguirían más tarde: un falo ganchudo como nariz de Gonzo, curvado hacia abajo y no muy largo, pero bastante grueso.
Las rodillas dobladas, sacando las caderas para abrir más las nalgas permitiéndome penetrarme más ricamente con los deditos, mi cuerpo temblaba al ritmo de mi erección palpitante y, desconociendo aún las artes de la puñeta, mi mano izquierda se paseaba por el torso acariciándome el pecho, rozando mi vientre y descendiendo por mis muslos para luego subir en orden inverso y repetirlo todo. La combinación de recuerdos, estimulación e imágenes en el espejo me saturaban de excitación, sonrojándome las mejillas hasta lucir tan encarnadas en contraste con las cejas y el cabello crespo oscuro; poniendo mis ojos color miel tan llenos de deseo que lucían vidriosos delineados por mis pestañas largas y rizadas. De la boca seca de tanto gemir surgía mi lengua rosada relamiéndome los labios pequeños, carnosos y con ese color rojizo aniñado aún, es mismo color que ahora me llena de ternura al recordarlo.
Cuando dos dedos ensalivados podían entrar cómodamente en mi colita rota, corría de vuelta a mi habitación bamboleando mi pequeña erección entre mis muslos; del juguetero tomaba una maraca de madera que mis padres me compraran en algún viaje a alguno de esos pueblos típicos por sus artesanías; del escritorio de deberes escolares tomaba un puño de lápices, bolígrafos y marcadores gruesos. Armado así volvía al vestidor, tomando a mi paso un frasco de crema para cuerpo del tocador de mi mamá y ya de vuelta ante el espejo, me tendía de espaldas levantando los pies al aire, separando las piernas y las nalgas para exhibir mi hoyito húmedo, abierto e incitante. Tomaba casualmente algún lápiz o bolígrafo delgado y lo embadurnaba de crema, dejándolo resbalosito y luego lo introducía lentamente en mi colita, metiéndolo todo para después sacarlo lentamente y volverlo a meter, sintiendo la textura angulosa si era un lápiz o suave y redonda si era un marcador o bolígrafo. Cuando el placer bajaba, embadurnaba algún otro del montón y lo introducía al lado del anterior, abriendo más mi cola y creciendo mi placer.
Ya con el culo hecho una lapicera de deleite, me incorporaba, me ponía a gatas girando la cabeza para ver mis nalgas abiertas y la colita apretada, llena y deliciosa. Entonces, sin sacar ni uno de mis violadores, embadurnaba la maraca y la dejaba viscosa y lista, sacaba uno a uno los falsos falos hasta dejar a mi culo en expresión de "O" rosada manchada de crema que luego llenaba lentamente con el grueso mango de la maraca. El mango era suave, pulido y barnizado, pero bastante largo y grueso, la sensación de irme llenando la cola con ese rico falo hasta sentir la bola de la maraca presionándose contra mis nalgas era el mayor de los placeres. Penetrado por completo me incorporaba o me ponía a gatas y agitaba las caderas de lado a lado, moviendo las piedritas o balines dentro de la maraca y mandando vibraciones suavecitas al interior de mi culo. ¡Ah, el deleite era indescriptible y aún ahora recordando siento mi colita cosquillear de deseo!
Es evidente que estas sesiones de exploración íntima no tenían clímax definido, no había orgasmo o eyaculación aún. Me detenía cuando sentía que el placer ya no podía subir, entonces, sacaba del todo la maraca y comenzaba a recoger todo, limpiando y dejando todo tal como estaba antes de empezar, secando mi cola empapada de saliva y crema.
Cierta tarde, justo cuando terminaba de poner todo en su lugar en mi habitación, llegó mi madre a casa más temprano que de costumbre. Sorprendido un poco por su llegada, encendí la televisión y me tiré sobre el sofá, pretendiendo estar muy interesado en lo que fuera que transmitían. Mi mamá subió hasta el estudio donde me encontraba y me anunció que esa noche mi papá y ella tendrían una reunión en casa con sus amigos y que esta noche la pasaría en casa de dichos amigos en compañía de sus hijos, un par de niños llamados P y C. C era dos años menor que yo y P era uno mayor, eran un par de mocosos consentidos e irreverentes con quienes solía ir a nadar los fines de semana. Jamás me hubiera imaginado lo que esa noche podría compartir con ellos y lo que haríamos en adelante cada vez que me quedara en su casa dormir.
Pero eso lo dejaré para un relato más adelante. Por ahora les dejo una colección de mi colita gozando con mis recuerdos y juguetes ¡Ojalá la disfruten tanto como yo la he gozado!
Habiendo despertado al placer gracias a los "juegos" con M y A, mi fascinación y curiosidad me llevaron a explorarme en mis propios juegos íntimos. Creciendo como el solitario hijo único de padres absortos en sus trabajos, dramas y diversiones, me vi siempre con una enorme casa para mí solo y demasiado tiempo para disfrutarla. Así, fueron muchas las tardes en que, luego de terminar mis deberes escolares y aburrido de ver televisión, me escurría al enorme vestidor de mis padres donde, por insistencia materna, se había instalado un espejo de cuerpo entero. De pie ante él comenzaba por sacarme la playera, los pantalones y calcetas dejándome en trusa con la respiración agitada. Impúber aún, mi torso y piernas suaves de piel rosácea y sin vello lucían tan tiernas e incitantes enmarcadas con el pubis cubierto por la blanca trusa infantil. Me encantaba darme vuelta y observar los dos bultitos que hacían mis nalgas bajo el calzón, acariciarlas lentamente recordando a A, sus manos bajando mis calzones por mis muslos, acariciando mis rodillas y pantorrillas hasta enrollarlos sobre mis tobillos, tomar luego con ambas palmas mis nalgas, separándolas para poner a la entrada de mi hoyito la punta suave y firme de su pito parado.
Con los ojos entrecerrados y la respiración agitada comenzaba a bajarme los calzones ante el espejo, contemplando con sorda ansiedad la redondez rosada de mi colita al desnudo mientras por mi memoria seguía el recuerdo de ese pito largo, duro, tres años mayor que el mío penetrando mi colita suave y apretada hasta apoyar ese pubis escasamente poblado de vello incipiente contra la curva tierna y temblorosa de mis nalgas. Mi lengua jugaba y chupaba el índice recién metido entre mis labios mismo que luego sacaba jalando un hilillo de baba incitante para, lubricado así, hundirlo entre mis nalgas, hurgando mi culito de putito imberbe, mientras seguía en mi mente el recuerdo del pito de A llenándome la cola, así como las manos y boca de M jugando, acariciando y chupando mi propia pinga. Los ricos movimientos de mi dedo hundido en mi ano y el torrente de memorias de ser cogido me arrancaban una suave sinfonía de suspiros, gemidos y sofocos, levantando mi pequeño pito en una erección precoz que ya revelaba las características que lo distinguirían más tarde: un falo ganchudo como nariz de Gonzo, curvado hacia abajo y no muy largo, pero bastante grueso.
Las rodillas dobladas, sacando las caderas para abrir más las nalgas permitiéndome penetrarme más ricamente con los deditos, mi cuerpo temblaba al ritmo de mi erección palpitante y, desconociendo aún las artes de la puñeta, mi mano izquierda se paseaba por el torso acariciándome el pecho, rozando mi vientre y descendiendo por mis muslos para luego subir en orden inverso y repetirlo todo. La combinación de recuerdos, estimulación e imágenes en el espejo me saturaban de excitación, sonrojándome las mejillas hasta lucir tan encarnadas en contraste con las cejas y el cabello crespo oscuro; poniendo mis ojos color miel tan llenos de deseo que lucían vidriosos delineados por mis pestañas largas y rizadas. De la boca seca de tanto gemir surgía mi lengua rosada relamiéndome los labios pequeños, carnosos y con ese color rojizo aniñado aún, es mismo color que ahora me llena de ternura al recordarlo.
Cuando dos dedos ensalivados podían entrar cómodamente en mi colita rota, corría de vuelta a mi habitación bamboleando mi pequeña erección entre mis muslos; del juguetero tomaba una maraca de madera que mis padres me compraran en algún viaje a alguno de esos pueblos típicos por sus artesanías; del escritorio de deberes escolares tomaba un puño de lápices, bolígrafos y marcadores gruesos. Armado así volvía al vestidor, tomando a mi paso un frasco de crema para cuerpo del tocador de mi mamá y ya de vuelta ante el espejo, me tendía de espaldas levantando los pies al aire, separando las piernas y las nalgas para exhibir mi hoyito húmedo, abierto e incitante. Tomaba casualmente algún lápiz o bolígrafo delgado y lo embadurnaba de crema, dejándolo resbalosito y luego lo introducía lentamente en mi colita, metiéndolo todo para después sacarlo lentamente y volverlo a meter, sintiendo la textura angulosa si era un lápiz o suave y redonda si era un marcador o bolígrafo. Cuando el placer bajaba, embadurnaba algún otro del montón y lo introducía al lado del anterior, abriendo más mi cola y creciendo mi placer.
Ya con el culo hecho una lapicera de deleite, me incorporaba, me ponía a gatas girando la cabeza para ver mis nalgas abiertas y la colita apretada, llena y deliciosa. Entonces, sin sacar ni uno de mis violadores, embadurnaba la maraca y la dejaba viscosa y lista, sacaba uno a uno los falsos falos hasta dejar a mi culo en expresión de "O" rosada manchada de crema que luego llenaba lentamente con el grueso mango de la maraca. El mango era suave, pulido y barnizado, pero bastante largo y grueso, la sensación de irme llenando la cola con ese rico falo hasta sentir la bola de la maraca presionándose contra mis nalgas era el mayor de los placeres. Penetrado por completo me incorporaba o me ponía a gatas y agitaba las caderas de lado a lado, moviendo las piedritas o balines dentro de la maraca y mandando vibraciones suavecitas al interior de mi culo. ¡Ah, el deleite era indescriptible y aún ahora recordando siento mi colita cosquillear de deseo!
Es evidente que estas sesiones de exploración íntima no tenían clímax definido, no había orgasmo o eyaculación aún. Me detenía cuando sentía que el placer ya no podía subir, entonces, sacaba del todo la maraca y comenzaba a recoger todo, limpiando y dejando todo tal como estaba antes de empezar, secando mi cola empapada de saliva y crema.
Cierta tarde, justo cuando terminaba de poner todo en su lugar en mi habitación, llegó mi madre a casa más temprano que de costumbre. Sorprendido un poco por su llegada, encendí la televisión y me tiré sobre el sofá, pretendiendo estar muy interesado en lo que fuera que transmitían. Mi mamá subió hasta el estudio donde me encontraba y me anunció que esa noche mi papá y ella tendrían una reunión en casa con sus amigos y que esta noche la pasaría en casa de dichos amigos en compañía de sus hijos, un par de niños llamados P y C. C era dos años menor que yo y P era uno mayor, eran un par de mocosos consentidos e irreverentes con quienes solía ir a nadar los fines de semana. Jamás me hubiera imaginado lo que esa noche podría compartir con ellos y lo que haríamos en adelante cada vez que me quedara en su casa dormir.
Pero eso lo dejaré para un relato más adelante. Por ahora les dejo una colección de mi colita gozando con mis recuerdos y juguetes ¡Ojalá la disfruten tanto como yo la he gozado!
3 comentarios - Memorias de una colita traviesa
http://www.poringa.net/posts/gay/1859166/mi-verga.html