UN DIA INESPERADO.
Siempre se ha dicho que las situaciones, las historias, lo inconvenientes, e incluso las complicaciones surgen de improviso. Y en ocasiones te ves imbuido por ellas; y ese mismo resorte que las acompaña te va atrapando con una naturalidad incomprensible.
Nadie presagiaba, o mejor dicho ninguno de los dos, hasta donde nos envolvería y hasta donde estaríamos dispuestos a ser arrastrados y atrapados.
El lugar que aquella tarde había organizado su mapa imaginario, cuyas dos únicas figuras éramos su referencia precia, el epicentro de todo, serian nuestros cuerpos.
Formábamos un grupo de amigos que nos juntábamos todos los fines de semana y nos turnábamos ofreciendo nuestra casa para poder cenar en cada una de ellas. Nadie había echo ningún tipo de comentario, ni nadie estableció los turnos, se impuso acatado la conformidad del dueño de cada casa. Yo fui uno de los últimos en agregarme, el motivo ya os lo explicare otro día. La relación era cordial y estable, divertida y agradable entre nosotros; e incluso a veces tildada de una dosis de monotonía, pues habían fines de semana que nos atrapaba en una espiral que para algunos llegaba a cansar. Me integre rápido entre su gente, me aceptaron de buen grado y estima. Desde el primer momento sabían de mi condición sexual. No les importo.
La mayoría de amigos eran monitores voluntarios de chicos discapacitados, donde los sábados por la tarde se juntaban en un aula de un colegio para hacer y promover actividades para estos chavales. Nunca he pertenecido a ninguna asociación de este tipo o similar, tal vez por falta de interés o una voluntad que me arrastraba hacia otras cosas o aficiones. En un principio, alternaba mi presencia en función de los compromisos o las ganas que tuviese de asistir. Luego, con el transcurrir de los meses, se volvieron periódicas hasta que al final se convirtió en un compromiso semanal.
El grupo que formamos los voluntarios, la mayoría eran chicas y un único chico.
Mi atracción física hacia él era más bien poca, por no decir que nada. No lo encontraba fascinante, no me caía mal, pero en puntuales ocasiones su carácter llegaba a convertirse un tanto cansino. Acompañado de un humor que rayaba el límite del leve sarcasmo. Su carácter me frenaba. Entre los dos, siempre había habido cierta distancia. Al menos a mi entender. Un indicio que después pude comprobar que no era cierto, tan solo a medias, esa media era la mía. Bien es cierto, que su estatura, su complexión, su forma física, ese conjunto lo integraba en el prototipo de chico por los cuales me sentía atraído y lanzado en cualquier discoteca en busca de ligue o sexo o divertimento.
Carecía de esa chispa de belleza que atrajese mis ojos. Nuestro comportamiento era natural, sin que ninguno de los dos levantase la menor sospecha hacia el otro. Venia marcada por la amistad de los fines de semana con el grupo de amigos.
Su cara redonda acentuaba todavía más sus rasgos un pelo largo recogido por una coleta hacia atrás, un pelo color castaño que le llegaba hasta los hombros, rapadito por las sienes dejaba dibujada una patilla puntiaguda hacia abajo. Las orejas ligeramente alargadas terminadas en punta. Una nariz recta y perfilada enmarcaba unos ojos color verde grisáceo lo único llamativo y que resaltaba de su cara. Su mentón redondo y robusto acentuaba la parte inferior de la mandíbula. Unos labios finos y alargados. Su cara presentía un mal rasurado.
Transcurrió un par de años. Llego un sábado por la tarde, cuando entre en el aula donde se realizaban las actividades del voluntariado y como de costumbre fui saludando a todos hasta que llego su turno. Sustituyo el saludo por un radical giro de cabeza enseñándome como un viejo torero el corte de la coleta y su nuevo look. A todos les causó la misma impresión que a mí, ni que decir tiene, que le sentaba mucho mejor este corte de pelo, le daba a su rostro una frescura que con la melena no tenía.
Ese cambio en su persona no tuvo consecuencias en mi comportamiento, no manifestaba, ni despertó atracción alguna. Si que lo veía más joven y actual, su pelo cortó: bastante rapadito por detrás y por lados dejándose la parte de arriba un poco mas larga. Le devolvía rasgos de una niñez para mí desconocida y alejada.
En un par de ocasiones, en que coincidían con fechas señaladas, quedamos los dos solos para montar todo el tinglado de la fiesta para cuando viniesen los chavales que estuviese todo listo.
La primera vez nos afanamos en que todo estuviese listo y dispuesto para la hora convenida. Las suspicacias pasaron inadvertidas. En cambio, la segunda vez, esa indiferencia educada que había por parte de los dos parecía como si se estuviese alejando sumariamente. No me entro al trapo, pero sus insinuaciones me dieron voz de alarma dejándome bastante desconcertado, sorprendido e incluso indefenso para ofrecer alguna reacción. Vamos como se suele decir ahora:"me quede a cuadros." Todo quedo en algunas risas, un par de frases echas y una indirecta que tan punto salio de mi boca de inmediato me arrepentí.
No volví a pensar en ello dándole la importancia que se merecía: una tontería, pues aquello era la idea mas descabellada en la que me había topado.
Transcurrieron las semanas y aquel episodio quedo en una anécdota, un planteamiento fuera de contexto, cayendo en la típica broma envuelta en una tontería.
Adaptamos y montamos un festival de fin de curso para los chavales en el cual participábamos conjuntamente. Siempre he sido muy reacio en actuar en ese tipo de espectáculos, por vergüenza y por miedo hacer el ridículo. Esta vez a regañadientes acepte.
Aquella tarde era un caos de trajes, de puesta en escena, de chavales preguntando cuando era su turno. Mi debut era en segundo lugar, él inauguraba el espectáculo. Por lo tanto coincidimos a la hora del vestuario. La casualidad hizo que compartiéramos los dos solos un cubicuelo para el cambio de ropa. Yo llevaba una falda negra moteada en blanco con varios volantes y en la parte superior un corpiño blanco anudado a medio pecho con las mangas llenas de volantes pequeños. Vamos una calcomanía. La sorpresa fue él, cuando entre se estaba preparando, su torso se encontraba desnudo, no era nuevo para mi pues habíamos coincidido en la playa. Se enfundo un traje blanco bastante ceñido de una gasa transparente. Bajo llevaba puesto unos pantalones de lino color verde con múltiples rayitas horizontales de colores. La combinación no tenia nombre ni adjetivo. Lo que no pude imaginar fue su decisión tan drástica de quitarse los pantalones para adaptar el conjunto del vestuario al número que tenia que representar. De repente, vi debajo del vestido blanco la transparencia de su desnudez escondida por un slip color naranja a rayas de un color naranja más fuerte y llamativo. Mis ojos pararon en su sexo escondido en el anaranjado slip, su pene reposaba hacia abajo, silueteando en la tela el bulto de su glande. Un par de frases teñidas de mofa nos arrancaron dos carcajadas sin que mis ojos se pudiesen posar en otro sitio que no fuese… Lo intentaba por todos los medios. Mis escurridizos ojos me llevaron al desconcierto. Él se dio cuenta. Demoró su salida de la pequeña habitación, tal vez con el único fin de comprobar y acertar con sus sospechas. No estaba molesto, no me sentía incomodo, pero había algo en mi comportamiento que me hacia actuar con torpeza. Por primera vez me sentí observado, con interés, consciente de mis recelos que no sabia como combatirlos y mi monologo interior se volvía cada vez más confuso. Pude advertir que él estaba disfrutando de verme en aquel pequeño aprieto que yo habría podido zanjar y despachar en ese momento, sin una ofensa, darle a entender que no llegaría a nada más. ¿Pero estaba seguro de que llegaría a más…? Este encuentro, que hoy había sido del todo casual, y que le permitía comportarse con una naturalidad amañada y hasta con una indiferencia maliciosa; le sirvió para encontrar la clave que estaba buscando. Yo en cambio hacia el esfuerzo por mantenerme en mi sitio.
Había llegado el turno de su actuación, con la puerta entre abierta se volvió hacia mi. "Deséame surte"- me dijo con astucia, obligándome a volverme hacia él.- Por un efecto de luz comprobé que aquel traje que llevaba puesto desapareció, quedando solo la envidiosa arrogancia desnudez del contorno de su cuerpo.
Le conteste como los profesionales. Cuando por fin salio quedándome solo y acabándome de disfrazar una voluptuosa embriaguez me asalto todo el cuerpo, me sentí ridículo, pequeño, aturdido y tonto.
Salí de allí para meterme en el baño, necesitaba recomponerme, no quería ver su actuación, no quería coincidir con él ni con su insinuante cuerpo. Cuando acabase mi actuación deseaba que se hubiese quitado ese maldito vestido y todo volviese a la normalidad. Y ese malentendido suceso quedase en nada. Aunque no podía ocultarlo, me estremecí cuando me lo confesé a mi mismo, sin necesidad de reflexión, me sentí atraído, sobresaltado, excitado y triste por su cuerpo. Tenia que reconocer los hechos, al igual que tenia que reconocer que todo se prestaba a una locura. Respire hondo varias veces. Oí aplausos, su actuación había terminado, era mi turno, me demore en salir para no coincidir. No coincidí con él.
Al acabar mi actuación regrese al cubículo para cambiarme de ropa con la sólida esperanza de encontrármelo vació. Abrí la puerta, estaban algunos de los chicos vistiéndose para las próximas actuaciones ayudados por algunos de los monitores. Así que me indicaron otro donde poder cambiarme, pude comprobar que su ropa no estaba.
Abrí la puerta sin esperar encontrádmelo de espaldas con el traje todavía puesto. Ladeo levemente la cabeza recibiéndome con un amago de sonrisa. Nuestros ojos se encontraron, nos miramos por espacio de un par de latidos. Cerré la puerta tras de mí. Empecé a desvestirme de aquella ropa tan estrafalaria. Él en cambio permanecía aun con el vestido puesto; tal vez esperando el instante propicio para causar el efecto que buscaba. Nuestras miradas se entrecruzaban y se rehúyan en una reciprocidad mutua, en una correspondencia admitida, consentida pero no del todo aceptada.
Intentaba deshacerme de aquella maldita falda, mi pecho desnudo y una cautela huidiza. Me encontraba desorientado.
•Por favor me ayudas. –Oí su voz sacándome de mi ensimismamiento. Afirme con la cabeza. Le ayude, sin un gesto de más, a desvestirse-.
De repente el vestido cayó al suelo quedándose desnudo delante de mí, ese cuerpo que había visto al trasluz, ese cuerpo que llevaba puestos los slips naranja que habían provocado en mí la insinuación de la atracción. Ahora se ofrecía sin ningún tipo de vestidura, tal y como era, haciéndolo a mis ojos aun más valioso.
Nuestras miradas se posaron la una en la otra, transcurrió el tiempo, el preciso para asegurarse que aquello no estaba bien, pero estábamos preparados para lo que ocurriese.
Estábamos mirándonos en silencio. Trato de decir que hablaban nuestros ojos sin palabras. No sé que se produjo entre nosotros: una corriente casi invisible, un entendimiento más hondo aun que el de costumbre. Una certeza tacita y reciproca. Presentí que iba a suceder algo importante. Ninguno de los dos se decidía a dar el primer paso: yo porque me exponía a una situación peligrosa, él por pura precaución. El único vinculo existente entre nosotros dos: la amistad, porque dentro de las inclinaciones cada uno tenia sus preferencias. Él con respecto a las mías jugaba con ventaja. En ese instante, en la proximidad de nuestros cuerpos medio desnudos, el único vinculo que nos unía era el rubor: un vinculo curioso, puestos a pensarlo.
Su mano voló hacia mi brazo posándose sobre mi codo, y en una estudiada escena fue subiendo por el lateral de mi brazo hasta llegar a mi hombro. Con torpeza sus dedos oprimieron mi clavícula en un gesto entre: la duda del atrevimiento y la duda de desentenderse. En un acto reflejo mi mano se poso en su pecho, haciendo desaparecer su desarrollada y lampiña teta. Los dedos de su mano juguetearon en mi nuca, en una caricia reanudada, como si hubiera comenzado mucho antes y no tuviera fin y sus ojos se cerraron un instante, ese inaugural instante para el disfrute. Al abrirlos los recibí con una tímida sonrisa humedeciéndome los labios. Al contacto de mi otra mano que fue a parar a la pelusilla de su ombligo, dio un respingo y un reflejo de sus labios sonrió. El imito mi primer movimiento.
En un acto de valentía me desabrocho la falda que cayó al suelo por su propio peso sirviéndole de excusa para aproximarse un poco más hacia mi cuerpo.
Apenas se acercó yo ya estaba vencido. Me sentía aturdido, un exceso de emociones para un pobre ser cuya situación bipolar en que se encontraba le atraía tanto como le repelía. Me acechaban sus ojos con un brillo entre la guasa y el deseo. Me cogió desprevenido, no entendía su comportamiento, la fascinación hacia mí, ¿qué pretendía? ¿O tal vez si? Lo que no me atrevía era a preguntárselo.
Su proximidad era tan poderosa, tan contundente, tan crispante. Sin la necesidad de una sola palabra, me persuadió de lo que podía suceder, de que había llegado donde me esperaba, de que todo estaba bien. Todo… De que todo estaba como debía de estar y donde debían estar.
No quedo tiempo, adoso sus labios a mi boca y me dio un beso calido, conciliador, perfectamente medido hasta que me percate de lo famélico de mi beso. Ojala pudiese calibrar el mió de la forma que lo hacia él. Ese primer beso nos permitió esconder mucho de aquel instante.
Levante la cara hacia él y lo bese de nuevo, no porque su beso le faltase un poco de entusiasmo, sino porque, no estaba seguro de si me había llegado a convencer de algo a mi mismo. Comprobar la comprobación.
Intuía hacia donde nos llevaría todo esto, nos estábamos rindiendo el uno al otro centímetro a centímetro, lo notábamos, pero notaba que aun manteníamos cierta distancia entre ambos. Incluso cuando nuestras caras se tocaban, nuestros cuerpos se hallaban muy lejos. Pase mi pulgar sobre sus finos labios comprobé cuanto deseaba que no acabase, quería su lengua en mi boca y la mía en la suya porque en todo en lo que nos habíamos convertido éramos en dos lenguas húmedas revolviéndose en la boca del otro. Solo dos lenguas, todo lo demás no era nada.
En aquel cubículo estábamos temblando, no por la vorágine en que nos precipitábamos, sino por nosotros mismos y las connotaciones que nos envolvían. Nos abrazamos, fue un acto conciliador, nos acurrucábamos en el pecho del otro. Nos contagiábamos una serenidad ficticia, él también estaba nervioso. Estábamos viviendo acontecimientos tan poco comprensibles que nada de lo que sobreviniera iba a producirnos demasiada conmoción.
Nos miramos con tal intensidad que me aparto la vista, se sonrojó. Aun así pasee mi mirada por su cuerpo desnudo, descubrí cubierto bajo el slip su sexo erguido, la manifestación de un ímpetu que se cumple. Mis ojos lo intimidaron, se manifestó una sonrisa a mis labios.
Pude comprobar que el mío también estaba empalmado. Me aproxime a su cuerpo, estábamos el uno frente al otro, nos separaba lo abultado de nuestros sexos.
•¿Estas seguro que esto es lo que quieres? –pregunte como si esta incertidumbre fuese el motivo de nuestros titubeos.- ¿Lo has pensado bien?
Asintió varias veces sin pronunciar palabra. Me cogió la cara con ambas manos y se me quedo mirando con sus ojos verde grises con una intensidad que respondía con todas las razones a la pregunta que le había formulado.
-¿Puedo besarte? –su voz retadora y desafiante.
El derecho fue el culpable y ambos sabíamos que habíamos cruzado el umbral.
No teníamos ojos ni oídos sino para lo que sucediera entre aquellas paredes. Para nuestros cuerpos.
Que importantes eran para nosotros nuestras lenguas. Todo lo lamían, todo lo investigaban, todo lo saboreaban… Se introducían por cualquier parte, tan limitados, tan insuficientes, por entre los labios de todas partes. Nos absorbía la escena tan lejana y tan inmediata a la vez. Nuestros cuerpos por fin se abrazaban, los sexos se rozaban en apariencia impávidos, aguardaban toda la exclusividad en el sexo, toda intimidad entre nosotros había desaparecido, todo era ya de los dos.
Sus manos acariciaban mi rostro, mi cuello, la nuca; mis manos le recorrían la espalda no muy ancha devolviéndole caricias y cosquillas. Nuestras bocas no se separaban, era la avidez consciente de tener en nuestros labios el deseo del otro. El desfogue, de lo novedoso, comprobar y probar que lo que estábamos haciendo agradaba. Estremecidos y vibrantes.
Su boca abandono la mía para enseguida aventurarse por mi cuello abajo; alternaba besos con pequeños mordiscos. De repente, se entretuvo la punta de su húmeda lengua jugueteando en el lóbulo de mi oreja, un pequeño mordisqueo cosquilleó toda mi espalda. Lo capturo entre sus dientes y con la lengua jugueteaba a la vez que lo dejaba escapar succionándolo levemente para volver a empezar de nuevo. Mientras mis manos acariciaban su pecho con poco bello, escapándose hacia su cintura, hasta el limite de la prudencia que lo marcaba el elástico del slip; volvieron a subir cosquilleándole la piel vibrando cada nervio, un pequeño respingo venia acompañado de una pequeña risa que se le escapaba de entre sus labios juguetones en que aun se demoraban en mi oreja y en mi cuello. Como si aquella zona para él fuese un fetiche erótico. Entre nuestros cuerpos todo era estimulante, una sensación refrescante y maravillosa. Note mi polla armada, turgente, sofocada por mis boxees. El cosquilleo de sus labios erizaba cada pelo de mi cuerpo. Se me escaparon dos jadeos, la excitación se iba apoderando de mi, su mano paraba en mi pecho entreteniéndose con un pezón. Me deshice de sus caricias sobre mi cuerpo y se encontraron nuestras miradas.
Atacamos las maltrechas bocas en una serie de renovados besos. Lo separe levemente de mi cuerpo y con un descaro que me estaba permitido, dirigí mi mirada a su polla: durísima y empalmada, no podía albergar más cantidad de sangre, palpitaciones hacían que la tela de su slip cobrase vida. Como leyendo mis deseos roce su sexo, como suave caricia de mis yemas, como si fuese un objeto delicado y esperado, logre que su mente y su cuerpo convergieran y el silencio interno devoro el bullicio de su jadeo. Su respiración levemente acelerada daba muestras de su incipiente excitación.
Me respondió con un fondo de risa bailándole en el fondo de sus ojos.
Me aventuré hacia su cuello, mis labios besaban posados sobre los laterales, a la altura de las orejas, recorridos horizontales no dejaban ni un trocito por marcar. Una tersura que se tensaba con un movimiento que él me facilitaba y provocaba. Provenía de mi lengua, la húmeda sensación que le quedaba en aquel trocito de piel tan erógeno. Era el principio de todo. De complexión era un poco mas ancho que yo, resbalaban mis labios por sus hombros, por sus brazos, ligeramente desarrollados a consecuencia de su trabajo, con poco vello. Levante sus brazos colocando sus manos en la nuca, dejando a mi merced la parte interna del brazo; la punta de mi lengua transitaba a su antojo desde su codo a la axila, pequeños círculos le ofrecían una poderosa chispa de un sutil placer. Atrape su bíceps con mis dientes tirándole hacia abajo obligándole a obedecer, apreté un poco, quería hacerle daño, lo conseguí. La marca de mis dientes quedó en su piel. La complacencia del otro brazo no tardo en producirse. Engorde mi lengua, se divertía tomando cuerpo, alargándose por el costado de su pecho. Subir el punto de la excitación, de la afinidad. Un par de besos en sus labios me hicieron comprobar lo excitado y caliente que se encontraba. Su polla custodiada por el slip estaba a punto de reventarlo y su cuerpo temblaba. Me rete a mi mismo hacerle gritar de placer. Mis labios se encaminaron hacia su pecho, con una cierta pelusilla que poblaba entre sus tetillas y una ligera alfombrilla que le formaba en el ombligo. Le agarre las tetas con las yemas de mis dedos acariciándole los pezones poniéndoselos duros y el pequeño mugroncillo erguido. Eran grandes y de un color intenso, contrastaban con su blanquecina piel. Incitaban al juego, a chuparlos, a engullirlos, a lamerlos, a trajinar un entusiasmo, una excitación de los nervios. Mi reto empezaba ahora. Deje de acariciarlos y di paso a la acción de mi boca; mi lengua húmeda y caliente comenzó a recorrer el borde de su teta hasta llegar a su epicentro. Un movimiento inverso que reproduje varias veces, mientras una de sus manos me acariciaba la nuca, y con la otra la iba subiendo por mi costado cosquilleándome.
Humedecí las nerviosidades para soplar sobre ellas persiguiendo mi cometido de tentar con frió. Iba alternando de la una a la otra. Ejercí con mis dientes la función predestinada, ya erguido y su cuerpo desbocado, empezaba a tomarse la licencia de la lujuria y una enfervorecida calentura. Empecé a estimular el pequeño mugrón con la punta de mi lengua, y acto seguido sin dar descanso lo succionaba con mis labios como si pretendiera arrancárselo. Lo dejaba reposar, descansar para resarcirme con cada uno de ellos. Embestía con mis dientes, pequeños mordiscos alternados con lametazos que iban supliendo dependiendo del grado de su excitación. Ardía en deseo, consumía cada pezón, los devoraba con una avidez como si para mí fuese la primera vez.
Mi ritmo de juego cambio, había entrado en un estado frenético y parecía enloquecido, ya no tenia interés por su boca, lo besos eran un juego menor, relegados a un segundo puesto, una abdicación del oportunismo. Su cuerpo temblaba de placer, su piel disfrutaba de cada caricia. Como si dedales de coser se trataran le deje los pezones. Su cuerpo se tensaba, los músculos de su barriga se contraían, la cabeza echada hacia atrás con una boca entreabierta ahogaba un gemido de autosuficiencia mezcla de dolor placentero, unos ojos entrecerrados, le otorgaban a su rostro facciones que descubría significados que las palabras no hacen aparecer. Su cuerpo se enervaba sobre la punta de sus pies desnudos.
Me di cuenta que había mojado la tela del slip. La escena me incentivaba y me complacía. Mi mano no pensaba, actuaba sola, encontró una selva suave y espesa, se abrió camino hacia ella hasta encontrase con la dureza que, aunque desplegada en toda su longitud, descansaba tendida hacia la derecha. Con toda la palma de mi mano rodee la protuberancia esponjosa, acaricie el objeto suave y tibio, recorrí su longitud palpando sus gruesas venas. Con un movimiento lento y cuidadoso hago descender por sus piernas bien moldeadas el slip. De cuclillas la perspectiva de su cuerpo desnudo se hace todavía más atrayente y deseable.
Delante de mi cara el gozo susurrante e invisible ahora se exhibía sin pudor, con brío y con toda su fuerza.
Empecé a masajear el glande delicadamente, raspaba la cabecita con la yema del dedo gordo pasándola una y otra vez y otra y otra más por el mismo lugar que su pene expulsaba líquido preseminal. Me moría de ganas de comerme aquel pene jugoso. Mi mano se aferro subiendo y bajando el prepucio varias veces, alternando movimientos rápidos y lentos. Era verdaderamente envidiable. Sus testículos eran redondos, colgantes con copioso vello. Los acune con mi mano para sobarlos, acariciándolos, para satisfacer una delicadeza que venia imperada mas por una precaución de no hacerle daño que por darle placer.
Me lleve mi mano hacia mi boca salivándola colocándola de nuevo sobre su falo, lubricándolo con una fruición que ejercía sobre su miembro. Jadeaba y se arqueaba de placer.
Lo senté en un banco. A partir de ahora mi boca tomo protagonismo, pequeños besos cariñosos recorrieron toda la superficie del glande, continuaba acariciándole con la lengua que le recorrí todo el tronco de arriba abajo, notaba sus venas en la travesía, la húmeda excitación, su cuerpo resplandeciente la recorrían unas venas que estaban hinchadas de bombear tanta sangre. Tome su glande, era suave, empecé a acariciarlo con mi lengua, que formaba un molinillo, cada pedacito de esa piel morada era tomada por mi lengua, era salivada para volver a pasar una y otra vez por el mismo lugar. Acto seguido me trague la punta de su pene, lo acariciaba con los labios, primero suavemente e iba intensificando le presión de mis labios sobre aquel esponjoso pedazo de piel. Un par de metidas en mi boca, me pidió que parase, unos hilillos de líquido transparente empezaban a salir. Me suplico que parase, un fuerte resoplido salio de su boca, estaba a punto de correrse. No aguantaba más. Le di una pequeña tregua.
Nos pusimos los dos de pie.
Imito cada gesto, cada movimiento, cada provocación, cada caricia que le origine sobre su torso. Una calcomanía de su curiosidad y nerviosismo o porque su experta inexperiencia así se lo dictaba en un mundo que no era frecuentado habitualmente. Mis pechos estaban doloridos, supuse que al igual que los suyos. Solté un gemido silencioso con una perversa sonrisa. Aun conservaba la ropa interior puesta. Felip estaba completamente caliente. Decidió multiplicar mi placer, llevando sus caricias más allá de mi cintura, más allá del límite que no se atrevía a rebasar por prudencia. Apretó mis nalgas, con fuerza pero al mismo tiempo con cuidado, con cariño, provocando que del otro lado mi cultivado sexo comenzara a reaccionar. Y sus ojos… siempre en contactos con los míos, haciéndome desear sus labios, su pecho, su polla, su culo, follármelo allí mismo, en este instante, hacerlo mió por primera vez. Desgarrar su virginidad de su negra jaula de mi excitación. Cogí una de sus manos y la coloque sobre mi bóxer que guardaba mi erguida y excitada polla. Intuí que para él seria la primera polla que acariciaba, poseída entre sus manos. Ese gesto le inyecto pasión y con un arranque de su furia mi bóxer se deslizo hacia mis tobillos deshaciéndome de ellos. Mi prominente erección, se exhibía sin impudicia ante sus ojos que no se apartaban de ella. Una efervescencia imaginaria le rebullía en su cuerpo: ganas, deseo, tentación grande de dejarse sucumbir, atrapar por ese pedazo de carne para disfrutarlo. Incline levemente mis caderas hacia delante en un gesto de aprobación. Note el tacto suave y caliente de la palma de su mano sobre mi sexo. No olvidare la sensación maravillosa que le produjo el sentir en su mano aquello que luego seria prohibido. La tersura y la suavidad de la tibia piel que a su vez era dura y agresiva. La suave pilosidad masculina y ese olor peculiar que nunca dejaría de sentir. Creyó que el corazón le saldría del pecho con un estallido. La emoción le hacía sentir la boca seca.
Estaba disfrutando tanto de esta situación que me lanzo tal latigazo a la punta del rabo que creí que me correría allí mismo en sus narices.
Con un morbo incontenible, con una libido tan alta que casi pareció que estaba soñando, con un deseo que aumentaba de momento a momento; yo note endurecido, envarado mi polla entre su mano. Comenzó a masturbarme, con la otra mano libre me acariciaba las nalgas en un recorrido entre ellas y mi media espalda. En un intento de encauzarle, le desvié la trayectoria de su mano libre hacia mis testículos que se quedaron acomodados en la palma de su enorme mano. Mi boca, mis besos, mi lengua, mis dientes se obstinaban en no abandonar los aledaños de sus tetas. Una vorágine caprichosa nos envolvía a los dos.
Dejo de masturbarme, note como, la indecisión se apoderaba obstaculizando su voluntad de hacer. Una inofensiva sombra de azoramiento le afectaba de tal modo que se quedo inmóvil.
•Déjate llevar.- Le susurre al oído, mis ojos lo envolvieron saqueándole sus miedos.
Me sentó en un banco refirmándome la espalda sobre al pared, me abrió las piernas y empezó a masajear mis testículos depilados, los sobaba, los estrujaba, los acariciaba con su mano como una fruta que estaba inspeccionándola antes de comprarla para luego comérsela. Los beso con un tenue gesto de sus finos labios en cada uno de ellos; los olió, retuvo su olor dentro de su cuerpo por algunos segundos y volvió a repetir el gesto un par de veces más. Acto seguido se dejo llevar. Con su lengua empezó a lamerlos, a humedecerlos, los salivaba con premura, como si con ellos le fuese el poco tiempo que teníamos de pasar juntos e inadvertidos, la avidez de su boca y de su lengua hacia que pasase de un placer agradable, bondadoso, encrespado a un temor cauteloso por el daño que podía causarme. Mis manos sobre su cabeza iban acariciando su pelo a la vez que lo iba guiando en su ímpetu. De repente mis huevos desaparecieron dentro de su boca, un masaje bucal rápido y efectivo sirvió para que mi polla palpitase varias veces irguiéndose todavía más; su codicia me arrastro hacia mi garganta un gemido de regusto. Esa alegrada exhibición de placer: mis huevos dentro de su boca y mi polla tremendamente dura sin caberle una gota más de sangre hizo que nuestros ojos se encontrasen. Avaricioso por ese gozo sensual que nos estremecía y esa riqueza puesta a disposición de la hermosura se demoro en esa zona de placer físico. Cerré los ojos, su lengua martirizo un poco mas aquella zona, notaba y sentía como mis testículos entraban y salían de su boca ahora con más suavidad y cada vez más húmedos y salivados. Su afilada lengua sobre mi escroto los atraía y conmovía en una aptitud demoledora, los relamía, los saboreaba, los devoraba. Me los entregaba, para, tan solo con sus labios volverlos a recuperar. Un cosquilleo nacía en mi parte inferior atravesándome hacia arriba toda mi espalda. Una de mis manos se aferro al borde del banco.
Jugaba un papel importante contagiando dicha o plenitud. Nadie me había comido los huevos de esa manera. Creí que en un par de ocasiones se los iba a tragar, se me pusieron duros y redondos.
Acto seguido, me lance sobre su polla, era hora de que probase y le proporcionarse una exquisita mamada.
Retome mi primera estrategia de apetitosa satisfacción, en su glande volviendo a presionar con distinta intensidad con mis labios: desde una suavidad apenas apreciable hasta succionarlo con una fruición a punto de arrebatárselo. Sus dos manos cogidas al borde del banco hacían fuerza, tensaba los músculos de su cadera y de sus piernas. Contorsionaba su vientre al ritmo de los latigazos de placer que provocaba mi boca que le contagiaba a través de su polla para acabar estallando en su cerebro. Voy relamiendo su capullo, como un chupachup de un manjar exquisito, actúa cada parte, cada músculo de mi boca. Acto seguido ataque toda su polla. Entraba y salía de mi boca, una y otra vez, con un ritmo lento, constante, rítmico para que fuese consciente de cada descarga de placer que le provocaba mi boca. Pausadamente iba marcando un ritmo acelerado en la mamada de su imponente y firme polla para que el estallido de deleite fuese constante y apetitoso, agradable y vertiginoso. Su cuerpo se encabronaba, se arqueaba, se entrecortaba una respiración de gemidos sofocados. El muy cabrón estaba disfrutando. Me pedía más, mas, mas, que no parase, pequeñas blasfemias se escapaban de su boca sin ser terminadas de pronunciar. Echo la cabeza hacia atrás y arqueo todo su cuerpo, sus manos se posaron en mi cabeza.
Nos miramos a los ojos, su mirada resbalo hacia mi polla: se antojaba una invitación. Un beso prolongado, eterno. Nunca supe, ni puedo describir las sensaciones que invadieron su cuerpo. Sentir por primera vez todo un mundo encubierto, mágico, adivine que era la primera vez que probaba una polla.
Aguijoneada por fuertes palpitaciones, latidos que se percibe, inicio una lenta y prolongada exploración a lo largo y ancho de la geografía palpitante. Su mano masculina recorre el largo camino hasta la base, palpa curiosa, oprime un poco, y aprieta un fuerte latido. Impertinente va hacia arriba donde una protuberancia entre esponjosa y dura se hincha al tacto. Empieza a masturbarme.
Arrodillado delante de mí basto una leve presión ejercida por mi pelvis para que sus labios se abrieran y dejaran entrar en su boca medio pene hinchado con su morado y suave glande. Su lengua empezó a saborearlo, acariciarlo, recorrerlo. Empezó su mamada. Sus dientes me rozaron, una mueca de dolor apareció en mi cara y un retraimiento le puso en alerta. La inexperiencia e inocencia dejaron al descubierto que era la primera vez que probaba una polla. Una virginidad indiscutida y disimulada. Bastaron unas pocas orientaciones. Tuvo total y absoluta libertad para explorar aquel campo desconocido para él hasta apenas un momento antes. Acaricio, palpo, toco, beso, chupo y succiono todo lo que yo puse a su disposición. Me ofreció un catalogo calcado y repetido de cada uno de mis gestos y cada uno de mis movimientos que le había practicado. Una curiosa y bendita experta inexperiencia que en esos momentos me excitaba y me daba gusto.
Estuvimos un buen rato, yo de pies y él arrodillado delante de mí jugueteando con mi pene y mis testículos. Tanto me relaje que por un descuido casi me corro dentro de su boca.
Lo levante indicándole que se sentara en el taburete. Su polla se balanceaba excitada. Trago saliva. Los dos sabíamos que esta era la ultima embestida. Empecé a masajear el glande de su polla delicadamente, raspaba la cabecita con la yema del dedo gordo pasaba una y otra vez y otra y otra mas por el mismo lugar de su pene expulsaba liquido preseminal que me servia de lubricante, de hacerle de nuevo rebullir de placer, tensar con cada fustigado en su polla cada músculo de su cuerpo. Mis dos manos se aferraron a su glande esmuñéndolo, primero con movimientos lentos, sincronizados para ofrecer un placer constante, luego rápido e intensificante, conmovedor. Con la otra mano le acaricie las nalgas peludas, me atreví a deslizar mi dedo por la superficie de la raja de su culo. Una sonrisa le vino a los labios y en un gesto instintivo echo su culete hacia delante dejándolo fuera del asiento. Ese gesto por su parte me hizo atreverme a aventurarme un poco más allá. Continuaba acariciándole superficialmente y de vez en cuando mi dedo se introducía rozando la parte interna de su nalga, aquel trocito de carne que guardaba mi deleite preferido.
Pude comprobar su complacencia y me interne entre aquellas dos caras vírgenes. El siguiente paso era un pequeño roce de mi dedo en el orificio del su ojete. Cuando lo intente por primera vez lo mire a los ojos devolviéndome una complicidad mutua. Ralentice el placer en su polla y aumente las caricias, el roce, la estimulación en la puerta de su ano. Su cuerpo era una apetencia de sensaciones desmadradas, increcendo vertiginoso, necesidad acuciante de llegar hasta el final. Salivé su hoyuelo, de igual manera mi dedo, y empecé a trastear su culo, a introducirlo, a dilatárselo poco a poco. Entraba despacio, abriendo camino a una profanación cerrada, tenia medio dedo dentro jugueteando a un mete y saca ligero, para que su orificio se fuese acostumbrando, de repente pare y en una embestida le introduje el resto de mi dedo. La carme de mi mano rozaba la carne de sus nalgas velludas. Dio un respingo sobre el taburete tenso todo su cuerpo, abrió los ojos y de su boca salio un gemido que me hizo temer ser descubiertos por los otros compañeros. Hice cabalgar mi boca sobre su polla a la vez que con mi dedo sin piedad embestía perforando el rincón desconocido de su organismo. No hay palabras para describir su estado de excitación. Me detuve antes que llegase al clímax, antes de que se corriese, fue una suerte por mi parte. Sin dejar que mi dedo saliese de su culo; acaricie el tronco de su polla con mi mano libre, a la vez iba jugueteando, cosquilleando con otro dedo la puerta de su ojete, sin que el de dentro le dejase de provocar placer, sin dejar que entrar y salir, con movimientos circulares. No puso ningún tipo de resistencia. Alcance mi bolso como pude y rebusque sacando un tubito de crema hidratante, me embadurne los dos dedos para facilitar la entrada. Tumbado sus piernas las coloque sobre mis hombros, su polla apuntaba a su pecho, y mis dos dedos los coloque apuntando a su ojete y empujo, esta vez entraron mucho mas profundos, o eso fue lo me pareció, o con mayor rapidez que antes, acariciando cada rincón de su orto. Su culo permanecía en alto, esta vez sus embestidas eran mas suaves y lentas, hasta que volví a chupar su glande con delectación, le daba pequeños mordisquitos, lamía especialmente el ojete, y debajo de este, donde el hombre siente mayor placer. A partir de aquí todo se desboco nuestras embestidas eran fuertes y profundas. Ritmo desenfrenado y desaforado.
•Ya, ya, ya, ya….
Deje de chupársela y empecé a masturbarlo acompañado de unas folladas de mis dedos mas atroces y salvajes.
•Me corro, me corro, no aguanto más. Jodeeeeerrrrrrr…
El primer estadillo de su semen se estrello en medio de su pecho, en el principio del clímax sus movimientos espasmódicos hacían que su cintura se convulsionara haciendo aumentar, entregándose a una lujuria del placer anal que le provocaban mis dos dedos, tras este primer estadillo le siguieron tres o cuatro mas bañándole su ombligo. Su rostro desencajado, la boca abierta, cada músculo de su cuerpo tenso. Su apetitoso semen era blanco y espeso, le exprimí todo el semen que almacenaba dentro de sus testículos. Tras escena extraordinaria e impensablemente vivida, estaba tan caliente que empecé a masturbarme sin dejar de follarlo con mis dos dedos. En un arrebato se incorporo levemente, para tomar mi polla entre su viril mano, nos acoplamos como pudimos sin dejar de hacer cada uno nuestra tarea encomendada.
En seis o siete vaivenes de su mano sobre mi polla me sumerjo en el éxtasis, a la vez que me corría saque de improviso mis dos dedos de su culo, lanzándole un enorme chorro de semen que se estampo contra su pecho, mi respiración era agitada, sentí todo mi cuerpo vibrar, una sensación cautivadora de relajación provoco una sonrisa en mis labios. Su pene empezaba a ponerse flácido.
Nos limpiamos y aun sin vestirnos nos besamos como si en ello nos fuese la vida.
Ya en la puerta y apunto de salir, me retuvo cogiendome de la mano. Unas escuetas palabras salieron de sus labios. Mi respuesta: roce sus labios con mi dedo. Salí del cubículo con la esperanza de no ser descubierto. El festival continuaba.
Que equivocado estuve desde el principio, que primera impresión tan confundida. Que planchazo me tire como siempre.
De que el final no era un final feliz, sino un falso final, discordante, irónico.
Cada segundo de esa hora fue para mí la promesa de mejores momentos por venir.
Siempre se ha dicho que las situaciones, las historias, lo inconvenientes, e incluso las complicaciones surgen de improviso. Y en ocasiones te ves imbuido por ellas; y ese mismo resorte que las acompaña te va atrapando con una naturalidad incomprensible.
Nadie presagiaba, o mejor dicho ninguno de los dos, hasta donde nos envolvería y hasta donde estaríamos dispuestos a ser arrastrados y atrapados.
El lugar que aquella tarde había organizado su mapa imaginario, cuyas dos únicas figuras éramos su referencia precia, el epicentro de todo, serian nuestros cuerpos.
Formábamos un grupo de amigos que nos juntábamos todos los fines de semana y nos turnábamos ofreciendo nuestra casa para poder cenar en cada una de ellas. Nadie había echo ningún tipo de comentario, ni nadie estableció los turnos, se impuso acatado la conformidad del dueño de cada casa. Yo fui uno de los últimos en agregarme, el motivo ya os lo explicare otro día. La relación era cordial y estable, divertida y agradable entre nosotros; e incluso a veces tildada de una dosis de monotonía, pues habían fines de semana que nos atrapaba en una espiral que para algunos llegaba a cansar. Me integre rápido entre su gente, me aceptaron de buen grado y estima. Desde el primer momento sabían de mi condición sexual. No les importo.
La mayoría de amigos eran monitores voluntarios de chicos discapacitados, donde los sábados por la tarde se juntaban en un aula de un colegio para hacer y promover actividades para estos chavales. Nunca he pertenecido a ninguna asociación de este tipo o similar, tal vez por falta de interés o una voluntad que me arrastraba hacia otras cosas o aficiones. En un principio, alternaba mi presencia en función de los compromisos o las ganas que tuviese de asistir. Luego, con el transcurrir de los meses, se volvieron periódicas hasta que al final se convirtió en un compromiso semanal.
El grupo que formamos los voluntarios, la mayoría eran chicas y un único chico.
Mi atracción física hacia él era más bien poca, por no decir que nada. No lo encontraba fascinante, no me caía mal, pero en puntuales ocasiones su carácter llegaba a convertirse un tanto cansino. Acompañado de un humor que rayaba el límite del leve sarcasmo. Su carácter me frenaba. Entre los dos, siempre había habido cierta distancia. Al menos a mi entender. Un indicio que después pude comprobar que no era cierto, tan solo a medias, esa media era la mía. Bien es cierto, que su estatura, su complexión, su forma física, ese conjunto lo integraba en el prototipo de chico por los cuales me sentía atraído y lanzado en cualquier discoteca en busca de ligue o sexo o divertimento.
Carecía de esa chispa de belleza que atrajese mis ojos. Nuestro comportamiento era natural, sin que ninguno de los dos levantase la menor sospecha hacia el otro. Venia marcada por la amistad de los fines de semana con el grupo de amigos.
Su cara redonda acentuaba todavía más sus rasgos un pelo largo recogido por una coleta hacia atrás, un pelo color castaño que le llegaba hasta los hombros, rapadito por las sienes dejaba dibujada una patilla puntiaguda hacia abajo. Las orejas ligeramente alargadas terminadas en punta. Una nariz recta y perfilada enmarcaba unos ojos color verde grisáceo lo único llamativo y que resaltaba de su cara. Su mentón redondo y robusto acentuaba la parte inferior de la mandíbula. Unos labios finos y alargados. Su cara presentía un mal rasurado.
Transcurrió un par de años. Llego un sábado por la tarde, cuando entre en el aula donde se realizaban las actividades del voluntariado y como de costumbre fui saludando a todos hasta que llego su turno. Sustituyo el saludo por un radical giro de cabeza enseñándome como un viejo torero el corte de la coleta y su nuevo look. A todos les causó la misma impresión que a mí, ni que decir tiene, que le sentaba mucho mejor este corte de pelo, le daba a su rostro una frescura que con la melena no tenía.
Ese cambio en su persona no tuvo consecuencias en mi comportamiento, no manifestaba, ni despertó atracción alguna. Si que lo veía más joven y actual, su pelo cortó: bastante rapadito por detrás y por lados dejándose la parte de arriba un poco mas larga. Le devolvía rasgos de una niñez para mí desconocida y alejada.
En un par de ocasiones, en que coincidían con fechas señaladas, quedamos los dos solos para montar todo el tinglado de la fiesta para cuando viniesen los chavales que estuviese todo listo.
La primera vez nos afanamos en que todo estuviese listo y dispuesto para la hora convenida. Las suspicacias pasaron inadvertidas. En cambio, la segunda vez, esa indiferencia educada que había por parte de los dos parecía como si se estuviese alejando sumariamente. No me entro al trapo, pero sus insinuaciones me dieron voz de alarma dejándome bastante desconcertado, sorprendido e incluso indefenso para ofrecer alguna reacción. Vamos como se suele decir ahora:"me quede a cuadros." Todo quedo en algunas risas, un par de frases echas y una indirecta que tan punto salio de mi boca de inmediato me arrepentí.
No volví a pensar en ello dándole la importancia que se merecía: una tontería, pues aquello era la idea mas descabellada en la que me había topado.
Transcurrieron las semanas y aquel episodio quedo en una anécdota, un planteamiento fuera de contexto, cayendo en la típica broma envuelta en una tontería.
Adaptamos y montamos un festival de fin de curso para los chavales en el cual participábamos conjuntamente. Siempre he sido muy reacio en actuar en ese tipo de espectáculos, por vergüenza y por miedo hacer el ridículo. Esta vez a regañadientes acepte.
Aquella tarde era un caos de trajes, de puesta en escena, de chavales preguntando cuando era su turno. Mi debut era en segundo lugar, él inauguraba el espectáculo. Por lo tanto coincidimos a la hora del vestuario. La casualidad hizo que compartiéramos los dos solos un cubicuelo para el cambio de ropa. Yo llevaba una falda negra moteada en blanco con varios volantes y en la parte superior un corpiño blanco anudado a medio pecho con las mangas llenas de volantes pequeños. Vamos una calcomanía. La sorpresa fue él, cuando entre se estaba preparando, su torso se encontraba desnudo, no era nuevo para mi pues habíamos coincidido en la playa. Se enfundo un traje blanco bastante ceñido de una gasa transparente. Bajo llevaba puesto unos pantalones de lino color verde con múltiples rayitas horizontales de colores. La combinación no tenia nombre ni adjetivo. Lo que no pude imaginar fue su decisión tan drástica de quitarse los pantalones para adaptar el conjunto del vestuario al número que tenia que representar. De repente, vi debajo del vestido blanco la transparencia de su desnudez escondida por un slip color naranja a rayas de un color naranja más fuerte y llamativo. Mis ojos pararon en su sexo escondido en el anaranjado slip, su pene reposaba hacia abajo, silueteando en la tela el bulto de su glande. Un par de frases teñidas de mofa nos arrancaron dos carcajadas sin que mis ojos se pudiesen posar en otro sitio que no fuese… Lo intentaba por todos los medios. Mis escurridizos ojos me llevaron al desconcierto. Él se dio cuenta. Demoró su salida de la pequeña habitación, tal vez con el único fin de comprobar y acertar con sus sospechas. No estaba molesto, no me sentía incomodo, pero había algo en mi comportamiento que me hacia actuar con torpeza. Por primera vez me sentí observado, con interés, consciente de mis recelos que no sabia como combatirlos y mi monologo interior se volvía cada vez más confuso. Pude advertir que él estaba disfrutando de verme en aquel pequeño aprieto que yo habría podido zanjar y despachar en ese momento, sin una ofensa, darle a entender que no llegaría a nada más. ¿Pero estaba seguro de que llegaría a más…? Este encuentro, que hoy había sido del todo casual, y que le permitía comportarse con una naturalidad amañada y hasta con una indiferencia maliciosa; le sirvió para encontrar la clave que estaba buscando. Yo en cambio hacia el esfuerzo por mantenerme en mi sitio.
Había llegado el turno de su actuación, con la puerta entre abierta se volvió hacia mi. "Deséame surte"- me dijo con astucia, obligándome a volverme hacia él.- Por un efecto de luz comprobé que aquel traje que llevaba puesto desapareció, quedando solo la envidiosa arrogancia desnudez del contorno de su cuerpo.
Le conteste como los profesionales. Cuando por fin salio quedándome solo y acabándome de disfrazar una voluptuosa embriaguez me asalto todo el cuerpo, me sentí ridículo, pequeño, aturdido y tonto.
Salí de allí para meterme en el baño, necesitaba recomponerme, no quería ver su actuación, no quería coincidir con él ni con su insinuante cuerpo. Cuando acabase mi actuación deseaba que se hubiese quitado ese maldito vestido y todo volviese a la normalidad. Y ese malentendido suceso quedase en nada. Aunque no podía ocultarlo, me estremecí cuando me lo confesé a mi mismo, sin necesidad de reflexión, me sentí atraído, sobresaltado, excitado y triste por su cuerpo. Tenia que reconocer los hechos, al igual que tenia que reconocer que todo se prestaba a una locura. Respire hondo varias veces. Oí aplausos, su actuación había terminado, era mi turno, me demore en salir para no coincidir. No coincidí con él.
Al acabar mi actuación regrese al cubículo para cambiarme de ropa con la sólida esperanza de encontrármelo vació. Abrí la puerta, estaban algunos de los chicos vistiéndose para las próximas actuaciones ayudados por algunos de los monitores. Así que me indicaron otro donde poder cambiarme, pude comprobar que su ropa no estaba.
Abrí la puerta sin esperar encontrádmelo de espaldas con el traje todavía puesto. Ladeo levemente la cabeza recibiéndome con un amago de sonrisa. Nuestros ojos se encontraron, nos miramos por espacio de un par de latidos. Cerré la puerta tras de mí. Empecé a desvestirme de aquella ropa tan estrafalaria. Él en cambio permanecía aun con el vestido puesto; tal vez esperando el instante propicio para causar el efecto que buscaba. Nuestras miradas se entrecruzaban y se rehúyan en una reciprocidad mutua, en una correspondencia admitida, consentida pero no del todo aceptada.
Intentaba deshacerme de aquella maldita falda, mi pecho desnudo y una cautela huidiza. Me encontraba desorientado.
•Por favor me ayudas. –Oí su voz sacándome de mi ensimismamiento. Afirme con la cabeza. Le ayude, sin un gesto de más, a desvestirse-.
De repente el vestido cayó al suelo quedándose desnudo delante de mí, ese cuerpo que había visto al trasluz, ese cuerpo que llevaba puestos los slips naranja que habían provocado en mí la insinuación de la atracción. Ahora se ofrecía sin ningún tipo de vestidura, tal y como era, haciéndolo a mis ojos aun más valioso.
Nuestras miradas se posaron la una en la otra, transcurrió el tiempo, el preciso para asegurarse que aquello no estaba bien, pero estábamos preparados para lo que ocurriese.
Estábamos mirándonos en silencio. Trato de decir que hablaban nuestros ojos sin palabras. No sé que se produjo entre nosotros: una corriente casi invisible, un entendimiento más hondo aun que el de costumbre. Una certeza tacita y reciproca. Presentí que iba a suceder algo importante. Ninguno de los dos se decidía a dar el primer paso: yo porque me exponía a una situación peligrosa, él por pura precaución. El único vinculo existente entre nosotros dos: la amistad, porque dentro de las inclinaciones cada uno tenia sus preferencias. Él con respecto a las mías jugaba con ventaja. En ese instante, en la proximidad de nuestros cuerpos medio desnudos, el único vinculo que nos unía era el rubor: un vinculo curioso, puestos a pensarlo.
Su mano voló hacia mi brazo posándose sobre mi codo, y en una estudiada escena fue subiendo por el lateral de mi brazo hasta llegar a mi hombro. Con torpeza sus dedos oprimieron mi clavícula en un gesto entre: la duda del atrevimiento y la duda de desentenderse. En un acto reflejo mi mano se poso en su pecho, haciendo desaparecer su desarrollada y lampiña teta. Los dedos de su mano juguetearon en mi nuca, en una caricia reanudada, como si hubiera comenzado mucho antes y no tuviera fin y sus ojos se cerraron un instante, ese inaugural instante para el disfrute. Al abrirlos los recibí con una tímida sonrisa humedeciéndome los labios. Al contacto de mi otra mano que fue a parar a la pelusilla de su ombligo, dio un respingo y un reflejo de sus labios sonrió. El imito mi primer movimiento.
En un acto de valentía me desabrocho la falda que cayó al suelo por su propio peso sirviéndole de excusa para aproximarse un poco más hacia mi cuerpo.
Apenas se acercó yo ya estaba vencido. Me sentía aturdido, un exceso de emociones para un pobre ser cuya situación bipolar en que se encontraba le atraía tanto como le repelía. Me acechaban sus ojos con un brillo entre la guasa y el deseo. Me cogió desprevenido, no entendía su comportamiento, la fascinación hacia mí, ¿qué pretendía? ¿O tal vez si? Lo que no me atrevía era a preguntárselo.
Su proximidad era tan poderosa, tan contundente, tan crispante. Sin la necesidad de una sola palabra, me persuadió de lo que podía suceder, de que había llegado donde me esperaba, de que todo estaba bien. Todo… De que todo estaba como debía de estar y donde debían estar.
No quedo tiempo, adoso sus labios a mi boca y me dio un beso calido, conciliador, perfectamente medido hasta que me percate de lo famélico de mi beso. Ojala pudiese calibrar el mió de la forma que lo hacia él. Ese primer beso nos permitió esconder mucho de aquel instante.
Levante la cara hacia él y lo bese de nuevo, no porque su beso le faltase un poco de entusiasmo, sino porque, no estaba seguro de si me había llegado a convencer de algo a mi mismo. Comprobar la comprobación.
Intuía hacia donde nos llevaría todo esto, nos estábamos rindiendo el uno al otro centímetro a centímetro, lo notábamos, pero notaba que aun manteníamos cierta distancia entre ambos. Incluso cuando nuestras caras se tocaban, nuestros cuerpos se hallaban muy lejos. Pase mi pulgar sobre sus finos labios comprobé cuanto deseaba que no acabase, quería su lengua en mi boca y la mía en la suya porque en todo en lo que nos habíamos convertido éramos en dos lenguas húmedas revolviéndose en la boca del otro. Solo dos lenguas, todo lo demás no era nada.
En aquel cubículo estábamos temblando, no por la vorágine en que nos precipitábamos, sino por nosotros mismos y las connotaciones que nos envolvían. Nos abrazamos, fue un acto conciliador, nos acurrucábamos en el pecho del otro. Nos contagiábamos una serenidad ficticia, él también estaba nervioso. Estábamos viviendo acontecimientos tan poco comprensibles que nada de lo que sobreviniera iba a producirnos demasiada conmoción.
Nos miramos con tal intensidad que me aparto la vista, se sonrojó. Aun así pasee mi mirada por su cuerpo desnudo, descubrí cubierto bajo el slip su sexo erguido, la manifestación de un ímpetu que se cumple. Mis ojos lo intimidaron, se manifestó una sonrisa a mis labios.
Pude comprobar que el mío también estaba empalmado. Me aproxime a su cuerpo, estábamos el uno frente al otro, nos separaba lo abultado de nuestros sexos.
•¿Estas seguro que esto es lo que quieres? –pregunte como si esta incertidumbre fuese el motivo de nuestros titubeos.- ¿Lo has pensado bien?
Asintió varias veces sin pronunciar palabra. Me cogió la cara con ambas manos y se me quedo mirando con sus ojos verde grises con una intensidad que respondía con todas las razones a la pregunta que le había formulado.
-¿Puedo besarte? –su voz retadora y desafiante.
El derecho fue el culpable y ambos sabíamos que habíamos cruzado el umbral.
No teníamos ojos ni oídos sino para lo que sucediera entre aquellas paredes. Para nuestros cuerpos.
Que importantes eran para nosotros nuestras lenguas. Todo lo lamían, todo lo investigaban, todo lo saboreaban… Se introducían por cualquier parte, tan limitados, tan insuficientes, por entre los labios de todas partes. Nos absorbía la escena tan lejana y tan inmediata a la vez. Nuestros cuerpos por fin se abrazaban, los sexos se rozaban en apariencia impávidos, aguardaban toda la exclusividad en el sexo, toda intimidad entre nosotros había desaparecido, todo era ya de los dos.
Sus manos acariciaban mi rostro, mi cuello, la nuca; mis manos le recorrían la espalda no muy ancha devolviéndole caricias y cosquillas. Nuestras bocas no se separaban, era la avidez consciente de tener en nuestros labios el deseo del otro. El desfogue, de lo novedoso, comprobar y probar que lo que estábamos haciendo agradaba. Estremecidos y vibrantes.
Su boca abandono la mía para enseguida aventurarse por mi cuello abajo; alternaba besos con pequeños mordiscos. De repente, se entretuvo la punta de su húmeda lengua jugueteando en el lóbulo de mi oreja, un pequeño mordisqueo cosquilleó toda mi espalda. Lo capturo entre sus dientes y con la lengua jugueteaba a la vez que lo dejaba escapar succionándolo levemente para volver a empezar de nuevo. Mientras mis manos acariciaban su pecho con poco bello, escapándose hacia su cintura, hasta el limite de la prudencia que lo marcaba el elástico del slip; volvieron a subir cosquilleándole la piel vibrando cada nervio, un pequeño respingo venia acompañado de una pequeña risa que se le escapaba de entre sus labios juguetones en que aun se demoraban en mi oreja y en mi cuello. Como si aquella zona para él fuese un fetiche erótico. Entre nuestros cuerpos todo era estimulante, una sensación refrescante y maravillosa. Note mi polla armada, turgente, sofocada por mis boxees. El cosquilleo de sus labios erizaba cada pelo de mi cuerpo. Se me escaparon dos jadeos, la excitación se iba apoderando de mi, su mano paraba en mi pecho entreteniéndose con un pezón. Me deshice de sus caricias sobre mi cuerpo y se encontraron nuestras miradas.
Atacamos las maltrechas bocas en una serie de renovados besos. Lo separe levemente de mi cuerpo y con un descaro que me estaba permitido, dirigí mi mirada a su polla: durísima y empalmada, no podía albergar más cantidad de sangre, palpitaciones hacían que la tela de su slip cobrase vida. Como leyendo mis deseos roce su sexo, como suave caricia de mis yemas, como si fuese un objeto delicado y esperado, logre que su mente y su cuerpo convergieran y el silencio interno devoro el bullicio de su jadeo. Su respiración levemente acelerada daba muestras de su incipiente excitación.
Me respondió con un fondo de risa bailándole en el fondo de sus ojos.
Me aventuré hacia su cuello, mis labios besaban posados sobre los laterales, a la altura de las orejas, recorridos horizontales no dejaban ni un trocito por marcar. Una tersura que se tensaba con un movimiento que él me facilitaba y provocaba. Provenía de mi lengua, la húmeda sensación que le quedaba en aquel trocito de piel tan erógeno. Era el principio de todo. De complexión era un poco mas ancho que yo, resbalaban mis labios por sus hombros, por sus brazos, ligeramente desarrollados a consecuencia de su trabajo, con poco vello. Levante sus brazos colocando sus manos en la nuca, dejando a mi merced la parte interna del brazo; la punta de mi lengua transitaba a su antojo desde su codo a la axila, pequeños círculos le ofrecían una poderosa chispa de un sutil placer. Atrape su bíceps con mis dientes tirándole hacia abajo obligándole a obedecer, apreté un poco, quería hacerle daño, lo conseguí. La marca de mis dientes quedó en su piel. La complacencia del otro brazo no tardo en producirse. Engorde mi lengua, se divertía tomando cuerpo, alargándose por el costado de su pecho. Subir el punto de la excitación, de la afinidad. Un par de besos en sus labios me hicieron comprobar lo excitado y caliente que se encontraba. Su polla custodiada por el slip estaba a punto de reventarlo y su cuerpo temblaba. Me rete a mi mismo hacerle gritar de placer. Mis labios se encaminaron hacia su pecho, con una cierta pelusilla que poblaba entre sus tetillas y una ligera alfombrilla que le formaba en el ombligo. Le agarre las tetas con las yemas de mis dedos acariciándole los pezones poniéndoselos duros y el pequeño mugroncillo erguido. Eran grandes y de un color intenso, contrastaban con su blanquecina piel. Incitaban al juego, a chuparlos, a engullirlos, a lamerlos, a trajinar un entusiasmo, una excitación de los nervios. Mi reto empezaba ahora. Deje de acariciarlos y di paso a la acción de mi boca; mi lengua húmeda y caliente comenzó a recorrer el borde de su teta hasta llegar a su epicentro. Un movimiento inverso que reproduje varias veces, mientras una de sus manos me acariciaba la nuca, y con la otra la iba subiendo por mi costado cosquilleándome.
Humedecí las nerviosidades para soplar sobre ellas persiguiendo mi cometido de tentar con frió. Iba alternando de la una a la otra. Ejercí con mis dientes la función predestinada, ya erguido y su cuerpo desbocado, empezaba a tomarse la licencia de la lujuria y una enfervorecida calentura. Empecé a estimular el pequeño mugrón con la punta de mi lengua, y acto seguido sin dar descanso lo succionaba con mis labios como si pretendiera arrancárselo. Lo dejaba reposar, descansar para resarcirme con cada uno de ellos. Embestía con mis dientes, pequeños mordiscos alternados con lametazos que iban supliendo dependiendo del grado de su excitación. Ardía en deseo, consumía cada pezón, los devoraba con una avidez como si para mí fuese la primera vez.
Mi ritmo de juego cambio, había entrado en un estado frenético y parecía enloquecido, ya no tenia interés por su boca, lo besos eran un juego menor, relegados a un segundo puesto, una abdicación del oportunismo. Su cuerpo temblaba de placer, su piel disfrutaba de cada caricia. Como si dedales de coser se trataran le deje los pezones. Su cuerpo se tensaba, los músculos de su barriga se contraían, la cabeza echada hacia atrás con una boca entreabierta ahogaba un gemido de autosuficiencia mezcla de dolor placentero, unos ojos entrecerrados, le otorgaban a su rostro facciones que descubría significados que las palabras no hacen aparecer. Su cuerpo se enervaba sobre la punta de sus pies desnudos.
Me di cuenta que había mojado la tela del slip. La escena me incentivaba y me complacía. Mi mano no pensaba, actuaba sola, encontró una selva suave y espesa, se abrió camino hacia ella hasta encontrase con la dureza que, aunque desplegada en toda su longitud, descansaba tendida hacia la derecha. Con toda la palma de mi mano rodee la protuberancia esponjosa, acaricie el objeto suave y tibio, recorrí su longitud palpando sus gruesas venas. Con un movimiento lento y cuidadoso hago descender por sus piernas bien moldeadas el slip. De cuclillas la perspectiva de su cuerpo desnudo se hace todavía más atrayente y deseable.
Delante de mi cara el gozo susurrante e invisible ahora se exhibía sin pudor, con brío y con toda su fuerza.
Empecé a masajear el glande delicadamente, raspaba la cabecita con la yema del dedo gordo pasándola una y otra vez y otra y otra más por el mismo lugar que su pene expulsaba líquido preseminal. Me moría de ganas de comerme aquel pene jugoso. Mi mano se aferro subiendo y bajando el prepucio varias veces, alternando movimientos rápidos y lentos. Era verdaderamente envidiable. Sus testículos eran redondos, colgantes con copioso vello. Los acune con mi mano para sobarlos, acariciándolos, para satisfacer una delicadeza que venia imperada mas por una precaución de no hacerle daño que por darle placer.
Me lleve mi mano hacia mi boca salivándola colocándola de nuevo sobre su falo, lubricándolo con una fruición que ejercía sobre su miembro. Jadeaba y se arqueaba de placer.
Lo senté en un banco. A partir de ahora mi boca tomo protagonismo, pequeños besos cariñosos recorrieron toda la superficie del glande, continuaba acariciándole con la lengua que le recorrí todo el tronco de arriba abajo, notaba sus venas en la travesía, la húmeda excitación, su cuerpo resplandeciente la recorrían unas venas que estaban hinchadas de bombear tanta sangre. Tome su glande, era suave, empecé a acariciarlo con mi lengua, que formaba un molinillo, cada pedacito de esa piel morada era tomada por mi lengua, era salivada para volver a pasar una y otra vez por el mismo lugar. Acto seguido me trague la punta de su pene, lo acariciaba con los labios, primero suavemente e iba intensificando le presión de mis labios sobre aquel esponjoso pedazo de piel. Un par de metidas en mi boca, me pidió que parase, unos hilillos de líquido transparente empezaban a salir. Me suplico que parase, un fuerte resoplido salio de su boca, estaba a punto de correrse. No aguantaba más. Le di una pequeña tregua.
Nos pusimos los dos de pie.
Imito cada gesto, cada movimiento, cada provocación, cada caricia que le origine sobre su torso. Una calcomanía de su curiosidad y nerviosismo o porque su experta inexperiencia así se lo dictaba en un mundo que no era frecuentado habitualmente. Mis pechos estaban doloridos, supuse que al igual que los suyos. Solté un gemido silencioso con una perversa sonrisa. Aun conservaba la ropa interior puesta. Felip estaba completamente caliente. Decidió multiplicar mi placer, llevando sus caricias más allá de mi cintura, más allá del límite que no se atrevía a rebasar por prudencia. Apretó mis nalgas, con fuerza pero al mismo tiempo con cuidado, con cariño, provocando que del otro lado mi cultivado sexo comenzara a reaccionar. Y sus ojos… siempre en contactos con los míos, haciéndome desear sus labios, su pecho, su polla, su culo, follármelo allí mismo, en este instante, hacerlo mió por primera vez. Desgarrar su virginidad de su negra jaula de mi excitación. Cogí una de sus manos y la coloque sobre mi bóxer que guardaba mi erguida y excitada polla. Intuí que para él seria la primera polla que acariciaba, poseída entre sus manos. Ese gesto le inyecto pasión y con un arranque de su furia mi bóxer se deslizo hacia mis tobillos deshaciéndome de ellos. Mi prominente erección, se exhibía sin impudicia ante sus ojos que no se apartaban de ella. Una efervescencia imaginaria le rebullía en su cuerpo: ganas, deseo, tentación grande de dejarse sucumbir, atrapar por ese pedazo de carne para disfrutarlo. Incline levemente mis caderas hacia delante en un gesto de aprobación. Note el tacto suave y caliente de la palma de su mano sobre mi sexo. No olvidare la sensación maravillosa que le produjo el sentir en su mano aquello que luego seria prohibido. La tersura y la suavidad de la tibia piel que a su vez era dura y agresiva. La suave pilosidad masculina y ese olor peculiar que nunca dejaría de sentir. Creyó que el corazón le saldría del pecho con un estallido. La emoción le hacía sentir la boca seca.
Estaba disfrutando tanto de esta situación que me lanzo tal latigazo a la punta del rabo que creí que me correría allí mismo en sus narices.
Con un morbo incontenible, con una libido tan alta que casi pareció que estaba soñando, con un deseo que aumentaba de momento a momento; yo note endurecido, envarado mi polla entre su mano. Comenzó a masturbarme, con la otra mano libre me acariciaba las nalgas en un recorrido entre ellas y mi media espalda. En un intento de encauzarle, le desvié la trayectoria de su mano libre hacia mis testículos que se quedaron acomodados en la palma de su enorme mano. Mi boca, mis besos, mi lengua, mis dientes se obstinaban en no abandonar los aledaños de sus tetas. Una vorágine caprichosa nos envolvía a los dos.
Dejo de masturbarme, note como, la indecisión se apoderaba obstaculizando su voluntad de hacer. Una inofensiva sombra de azoramiento le afectaba de tal modo que se quedo inmóvil.
•Déjate llevar.- Le susurre al oído, mis ojos lo envolvieron saqueándole sus miedos.
Me sentó en un banco refirmándome la espalda sobre al pared, me abrió las piernas y empezó a masajear mis testículos depilados, los sobaba, los estrujaba, los acariciaba con su mano como una fruta que estaba inspeccionándola antes de comprarla para luego comérsela. Los beso con un tenue gesto de sus finos labios en cada uno de ellos; los olió, retuvo su olor dentro de su cuerpo por algunos segundos y volvió a repetir el gesto un par de veces más. Acto seguido se dejo llevar. Con su lengua empezó a lamerlos, a humedecerlos, los salivaba con premura, como si con ellos le fuese el poco tiempo que teníamos de pasar juntos e inadvertidos, la avidez de su boca y de su lengua hacia que pasase de un placer agradable, bondadoso, encrespado a un temor cauteloso por el daño que podía causarme. Mis manos sobre su cabeza iban acariciando su pelo a la vez que lo iba guiando en su ímpetu. De repente mis huevos desaparecieron dentro de su boca, un masaje bucal rápido y efectivo sirvió para que mi polla palpitase varias veces irguiéndose todavía más; su codicia me arrastro hacia mi garganta un gemido de regusto. Esa alegrada exhibición de placer: mis huevos dentro de su boca y mi polla tremendamente dura sin caberle una gota más de sangre hizo que nuestros ojos se encontrasen. Avaricioso por ese gozo sensual que nos estremecía y esa riqueza puesta a disposición de la hermosura se demoro en esa zona de placer físico. Cerré los ojos, su lengua martirizo un poco mas aquella zona, notaba y sentía como mis testículos entraban y salían de su boca ahora con más suavidad y cada vez más húmedos y salivados. Su afilada lengua sobre mi escroto los atraía y conmovía en una aptitud demoledora, los relamía, los saboreaba, los devoraba. Me los entregaba, para, tan solo con sus labios volverlos a recuperar. Un cosquilleo nacía en mi parte inferior atravesándome hacia arriba toda mi espalda. Una de mis manos se aferro al borde del banco.
Jugaba un papel importante contagiando dicha o plenitud. Nadie me había comido los huevos de esa manera. Creí que en un par de ocasiones se los iba a tragar, se me pusieron duros y redondos.
Acto seguido, me lance sobre su polla, era hora de que probase y le proporcionarse una exquisita mamada.
Retome mi primera estrategia de apetitosa satisfacción, en su glande volviendo a presionar con distinta intensidad con mis labios: desde una suavidad apenas apreciable hasta succionarlo con una fruición a punto de arrebatárselo. Sus dos manos cogidas al borde del banco hacían fuerza, tensaba los músculos de su cadera y de sus piernas. Contorsionaba su vientre al ritmo de los latigazos de placer que provocaba mi boca que le contagiaba a través de su polla para acabar estallando en su cerebro. Voy relamiendo su capullo, como un chupachup de un manjar exquisito, actúa cada parte, cada músculo de mi boca. Acto seguido ataque toda su polla. Entraba y salía de mi boca, una y otra vez, con un ritmo lento, constante, rítmico para que fuese consciente de cada descarga de placer que le provocaba mi boca. Pausadamente iba marcando un ritmo acelerado en la mamada de su imponente y firme polla para que el estallido de deleite fuese constante y apetitoso, agradable y vertiginoso. Su cuerpo se encabronaba, se arqueaba, se entrecortaba una respiración de gemidos sofocados. El muy cabrón estaba disfrutando. Me pedía más, mas, mas, que no parase, pequeñas blasfemias se escapaban de su boca sin ser terminadas de pronunciar. Echo la cabeza hacia atrás y arqueo todo su cuerpo, sus manos se posaron en mi cabeza.
Nos miramos a los ojos, su mirada resbalo hacia mi polla: se antojaba una invitación. Un beso prolongado, eterno. Nunca supe, ni puedo describir las sensaciones que invadieron su cuerpo. Sentir por primera vez todo un mundo encubierto, mágico, adivine que era la primera vez que probaba una polla.
Aguijoneada por fuertes palpitaciones, latidos que se percibe, inicio una lenta y prolongada exploración a lo largo y ancho de la geografía palpitante. Su mano masculina recorre el largo camino hasta la base, palpa curiosa, oprime un poco, y aprieta un fuerte latido. Impertinente va hacia arriba donde una protuberancia entre esponjosa y dura se hincha al tacto. Empieza a masturbarme.
Arrodillado delante de mí basto una leve presión ejercida por mi pelvis para que sus labios se abrieran y dejaran entrar en su boca medio pene hinchado con su morado y suave glande. Su lengua empezó a saborearlo, acariciarlo, recorrerlo. Empezó su mamada. Sus dientes me rozaron, una mueca de dolor apareció en mi cara y un retraimiento le puso en alerta. La inexperiencia e inocencia dejaron al descubierto que era la primera vez que probaba una polla. Una virginidad indiscutida y disimulada. Bastaron unas pocas orientaciones. Tuvo total y absoluta libertad para explorar aquel campo desconocido para él hasta apenas un momento antes. Acaricio, palpo, toco, beso, chupo y succiono todo lo que yo puse a su disposición. Me ofreció un catalogo calcado y repetido de cada uno de mis gestos y cada uno de mis movimientos que le había practicado. Una curiosa y bendita experta inexperiencia que en esos momentos me excitaba y me daba gusto.
Estuvimos un buen rato, yo de pies y él arrodillado delante de mí jugueteando con mi pene y mis testículos. Tanto me relaje que por un descuido casi me corro dentro de su boca.
Lo levante indicándole que se sentara en el taburete. Su polla se balanceaba excitada. Trago saliva. Los dos sabíamos que esta era la ultima embestida. Empecé a masajear el glande de su polla delicadamente, raspaba la cabecita con la yema del dedo gordo pasaba una y otra vez y otra y otra mas por el mismo lugar de su pene expulsaba liquido preseminal que me servia de lubricante, de hacerle de nuevo rebullir de placer, tensar con cada fustigado en su polla cada músculo de su cuerpo. Mis dos manos se aferraron a su glande esmuñéndolo, primero con movimientos lentos, sincronizados para ofrecer un placer constante, luego rápido e intensificante, conmovedor. Con la otra mano le acaricie las nalgas peludas, me atreví a deslizar mi dedo por la superficie de la raja de su culo. Una sonrisa le vino a los labios y en un gesto instintivo echo su culete hacia delante dejándolo fuera del asiento. Ese gesto por su parte me hizo atreverme a aventurarme un poco más allá. Continuaba acariciándole superficialmente y de vez en cuando mi dedo se introducía rozando la parte interna de su nalga, aquel trocito de carne que guardaba mi deleite preferido.
Pude comprobar su complacencia y me interne entre aquellas dos caras vírgenes. El siguiente paso era un pequeño roce de mi dedo en el orificio del su ojete. Cuando lo intente por primera vez lo mire a los ojos devolviéndome una complicidad mutua. Ralentice el placer en su polla y aumente las caricias, el roce, la estimulación en la puerta de su ano. Su cuerpo era una apetencia de sensaciones desmadradas, increcendo vertiginoso, necesidad acuciante de llegar hasta el final. Salivé su hoyuelo, de igual manera mi dedo, y empecé a trastear su culo, a introducirlo, a dilatárselo poco a poco. Entraba despacio, abriendo camino a una profanación cerrada, tenia medio dedo dentro jugueteando a un mete y saca ligero, para que su orificio se fuese acostumbrando, de repente pare y en una embestida le introduje el resto de mi dedo. La carme de mi mano rozaba la carne de sus nalgas velludas. Dio un respingo sobre el taburete tenso todo su cuerpo, abrió los ojos y de su boca salio un gemido que me hizo temer ser descubiertos por los otros compañeros. Hice cabalgar mi boca sobre su polla a la vez que con mi dedo sin piedad embestía perforando el rincón desconocido de su organismo. No hay palabras para describir su estado de excitación. Me detuve antes que llegase al clímax, antes de que se corriese, fue una suerte por mi parte. Sin dejar que mi dedo saliese de su culo; acaricie el tronco de su polla con mi mano libre, a la vez iba jugueteando, cosquilleando con otro dedo la puerta de su ojete, sin que el de dentro le dejase de provocar placer, sin dejar que entrar y salir, con movimientos circulares. No puso ningún tipo de resistencia. Alcance mi bolso como pude y rebusque sacando un tubito de crema hidratante, me embadurne los dos dedos para facilitar la entrada. Tumbado sus piernas las coloque sobre mis hombros, su polla apuntaba a su pecho, y mis dos dedos los coloque apuntando a su ojete y empujo, esta vez entraron mucho mas profundos, o eso fue lo me pareció, o con mayor rapidez que antes, acariciando cada rincón de su orto. Su culo permanecía en alto, esta vez sus embestidas eran mas suaves y lentas, hasta que volví a chupar su glande con delectación, le daba pequeños mordisquitos, lamía especialmente el ojete, y debajo de este, donde el hombre siente mayor placer. A partir de aquí todo se desboco nuestras embestidas eran fuertes y profundas. Ritmo desenfrenado y desaforado.
•Ya, ya, ya, ya….
Deje de chupársela y empecé a masturbarlo acompañado de unas folladas de mis dedos mas atroces y salvajes.
•Me corro, me corro, no aguanto más. Jodeeeeerrrrrrr…
El primer estadillo de su semen se estrello en medio de su pecho, en el principio del clímax sus movimientos espasmódicos hacían que su cintura se convulsionara haciendo aumentar, entregándose a una lujuria del placer anal que le provocaban mis dos dedos, tras este primer estadillo le siguieron tres o cuatro mas bañándole su ombligo. Su rostro desencajado, la boca abierta, cada músculo de su cuerpo tenso. Su apetitoso semen era blanco y espeso, le exprimí todo el semen que almacenaba dentro de sus testículos. Tras escena extraordinaria e impensablemente vivida, estaba tan caliente que empecé a masturbarme sin dejar de follarlo con mis dos dedos. En un arrebato se incorporo levemente, para tomar mi polla entre su viril mano, nos acoplamos como pudimos sin dejar de hacer cada uno nuestra tarea encomendada.
En seis o siete vaivenes de su mano sobre mi polla me sumerjo en el éxtasis, a la vez que me corría saque de improviso mis dos dedos de su culo, lanzándole un enorme chorro de semen que se estampo contra su pecho, mi respiración era agitada, sentí todo mi cuerpo vibrar, una sensación cautivadora de relajación provoco una sonrisa en mis labios. Su pene empezaba a ponerse flácido.
Nos limpiamos y aun sin vestirnos nos besamos como si en ello nos fuese la vida.
Ya en la puerta y apunto de salir, me retuvo cogiendome de la mano. Unas escuetas palabras salieron de sus labios. Mi respuesta: roce sus labios con mi dedo. Salí del cubículo con la esperanza de no ser descubierto. El festival continuaba.
Que equivocado estuve desde el principio, que primera impresión tan confundida. Que planchazo me tire como siempre.
De que el final no era un final feliz, sino un falso final, discordante, irónico.
Cada segundo de esa hora fue para mí la promesa de mejores momentos por venir.
3 comentarios - Un dia inesperado