Akbar nos había estado observando desde hacía no sé cuánto tiempo.
Nunca me había dejado solo en manos de Akner: sólo me compartía.
Sus manos grandes tomaron mis nalgas y, abriéndolas, acercó su erección intentando introducirla él también en mí. Entre el dolor y el placer, todo amasado en mis entrañas, sentí que dos hombres se apretaban contra mí sin detenerse. Yo no podía hacer más que gemir y dejarlos hacer.
Tan excitados estaban los dos que no llegué a los dos minutos clavado por dos estacas negras.
El roce entre sus dos penes aumentaba su goce y les aceleraba el orgasmo.
Si una explosión de semen es maravillosa... ¡qué belleza cálida y húmeda son dos!
Los dos en mí, al unísono, hasta la última gota de néctar de jugo africano.
La flaccidez de ambos penes y el diámetro del anillo de mi ano -fabulosamente lubricado por ese líquido masculino- los dejó fuera, vencidos, exhaustos.
Mientras la ducha nuevamente se abría y la heladera regalaba refrescos para que la noche fuese aún más placentera, yo no dejaba de recordar que aún no había visto al cuarto hombre, que estaba mirando televisión. Y a esa altura de la noche estaba dispuesto a ir directamente a sentarme a su lado y a dejar que pasara cualquier cosa.
Mientras tanto, en la habitación, Akbar y Akner, en su propia lengua hablaban en voz alta. No podían parar de reir. Me asomé discretamente y pude ver que se estaban dando la mano, como en señal de paz. Muy bien no entendí, pues hasta hacía unos instantes estaban irremediablemente enfrentados. ¿Qué habría pasado?
Volví a secarme el cuerpo con la toalla pequeña y, medio mojado y desnudo, fui al living donde encontré viendo peleas de kick boxing a Akbalaam y al amigo de Akbar. Me senté entre ambos, más cerca al amigo de Akbar, al que ya conocía muy bien, y casi al instante me quedé dormido.
continuará
Nunca me había dejado solo en manos de Akner: sólo me compartía.
Sus manos grandes tomaron mis nalgas y, abriéndolas, acercó su erección intentando introducirla él también en mí. Entre el dolor y el placer, todo amasado en mis entrañas, sentí que dos hombres se apretaban contra mí sin detenerse. Yo no podía hacer más que gemir y dejarlos hacer.
Tan excitados estaban los dos que no llegué a los dos minutos clavado por dos estacas negras.
El roce entre sus dos penes aumentaba su goce y les aceleraba el orgasmo.
Si una explosión de semen es maravillosa... ¡qué belleza cálida y húmeda son dos!
Los dos en mí, al unísono, hasta la última gota de néctar de jugo africano.
La flaccidez de ambos penes y el diámetro del anillo de mi ano -fabulosamente lubricado por ese líquido masculino- los dejó fuera, vencidos, exhaustos.
Mientras la ducha nuevamente se abría y la heladera regalaba refrescos para que la noche fuese aún más placentera, yo no dejaba de recordar que aún no había visto al cuarto hombre, que estaba mirando televisión. Y a esa altura de la noche estaba dispuesto a ir directamente a sentarme a su lado y a dejar que pasara cualquier cosa.
Mientras tanto, en la habitación, Akbar y Akner, en su propia lengua hablaban en voz alta. No podían parar de reir. Me asomé discretamente y pude ver que se estaban dando la mano, como en señal de paz. Muy bien no entendí, pues hasta hacía unos instantes estaban irremediablemente enfrentados. ¿Qué habría pasado?
Volví a secarme el cuerpo con la toalla pequeña y, medio mojado y desnudo, fui al living donde encontré viendo peleas de kick boxing a Akbalaam y al amigo de Akbar. Me senté entre ambos, más cerca al amigo de Akbar, al que ya conocía muy bien, y casi al instante me quedé dormido.
continuará
2 comentarios - Uno por vez, tercera parte