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A ciegas IV

Yo no podía creer lo que estaba pasando. Me recosté boca arriba, desnudo completamente, cansado y volviendo de una excitación maravillosa. El se fue al baño y yo encendí el televisor; volvió y se acomodó a mi lado. Lo abracé acercándolo, lo apreté contre mi pecho y creo que se durmió antes que yo. De todos modos, sabiendo que en algún momento de la noche me dedicaría a penetrar esa hermosa cola, ni bien noté que se empezaba a dormir, le quité el pantalón que traía puesto. No fue difícil. Nano tiene lindas piernas, sin vellos, blancas. Su slip era de color negro, muy pequeño. Se lo quité. No sé si él se dio cuenta o si se hizo el dormido disfrutando que fuese yo quien tomaba toda la iniciativa. Pero yo me dormí casi inmediatamente. Nos tapamos y me apretujé a su espalda, haciéndole sentir la tibieza de mi miembro pequeño entre sus nalgas.
Una erección me despertó. El no se había movido de su lugar ni yo del mío. No había pasado mucho tiempo, a juzgar por el desarrollo de la película que quedó abandonada en el televisor. No quería moverme demasiado para no despertarlo y así poder sorprenderlo. Siempre me gustaron esos juegos. Lo único que hice fue estirar mi mano derecha hacia atrás, en dirección a la mesa de luz y tomar el lubricante. Mi otro brazo estaba debajo de su cuerpo y no quería moverlo. Con una sola mano abrí la rosca y puse suficiente gel sobre esa misma mano. Mi miembro estaba ya grande nuevamente. Lo lubriqué lo suficiente como para penetrar a Nano bien despacito y profundo. Con el gel que me quedo en la mano acaricié su cola. No tiene vellos y tiene la misma suavidad que toda su piel. Lo hice despacio. Quería despertarlo con la penetración de mi pene tibio y no con mi mano fría.
Acerqué la cabeza de mi miembro enrojecido hasta la entrada de su cola, sin presionar para entrar, esperando a que él me diera una señal de que podía avanzar sin violentarlo. Un solo movimiento me bastó, mínimo: acercó su cola hacia mí no más de un centímetro, como abriéndola. Entendí que me estaba dando permiso para entrar en él.
La posición era cómoda para él, relajada. Yo, más que penetrarlo desde atrás, lo penetraría desde abajo. Mi pene erecto haría su trayecto como si él quisiese sentarse sobre mí. Empujé despacio hacia arriba, ambos acostados de lado, y dejé que el glande entrara completo. Allí me quedé, sin insistir, esperando que su aureola se dilatara. Sentir que apretaba mi pene era tan excitante que tenía que cuidarme de no moverme demasiado en ese momento para no volver a acabar pronto.

continuará

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