Mientras lo esperaba, sentía cosquillas por todo el cuerpo. Como cuando la primera vez esperé en una esquina, disimulando esperar un taxi o a alguien conocido. No podía quedarme quieto ni por un instante. Cada persona que pasaba me resultaba familiar. Tenía la sensación de que era conocido para todos los transeúntes ocasionales de esa noche. Ya eran las diez y mi cita aún no había llegado. O sí y yo no lo había notado. Tal vez me estaba mirando a una distancia prudencial tomando la decisión de si continuaba con lo pactado o no. Cinco minutos era el tiempo de espera válido. Además, el vivía por ahí y eso significaba que no podía retrasarse demasiado.
¿Cómo haría para darme cuenta y reconocerlo? Jeans azules y remera blanca. Nada más. Rondando los treinta y cinco. De un metro ochenta. Más detalles no recordaba en ese momento; la excitación por la espera y no saber con quién me encontraría eran terribles. Calor y sudor mezclados con la imposibilidad de quedarme quieto, como si estuviera temblando.
Lo más incómodo era tener que mirar a la cara a cada hombre que pasara por la esquina, dándole pie para saludarme o para que me preguntara sencillamente: “¿Nano?”
Me sorprendió apareciendo por la esquina opuesta a la que estaba yo mirando.
- Hola.
Y me dio un beso. Me pareció un lindo tipo, desinhibido. Un poco más alto que yo y con voz gruesa. La forma por como encaró decidido me dio la impresión de que tiene toda la experiencia que yo no tengo en la materia.
- Eh... no me acuerdo tu nombre, pero sí tu nick – le dije, sin intentar repetirlo en ese momento.
El se rió porque le pasaba lo mismo que a mí, con la diferencia que mi nick era repetible al cerrar la computadora y el de él no lo era tanto.
- ¿Hace mucho que estás esperando?
- No, hace diez minutos, nada más. ¿Vos vivís por acá cerca, no?
- Sí, ¿vamos?
Asentí con la cabeza y nos fuimos caminando juntos. Había onda de ambas partes. Nos preguntamos los nombres, las edades, qué hacíamos habitualmente un viernes a la noche, si estábamos en pareja, si alguien sabía de lo nuestro. Dos cuadras caminamos hasta su departamento. También quedaba en una esquina. Nunca entendí muy bien por qué citar a alguien tan lejos, pero la caminata sirvió para acortar distancias entre nosotros dos.
El era un tipo que me daba seguridad. Eso me cambió la excitación de la soledad de la esquina y me lanzó a la caza. Entramos al edificio, oprimió el botón del ascensor y me invitó a entrar cuando éste llegó a la planta baja. Siempre iba por detrás mío cada vez que se abría una puerta. La estrechez del habitáculo nos obligó a acercarnos un poco, lo suficiente como para que pasara su mano por mi espalda y la detuviera justo allí, donde empiezan mis nalgas. Salimos, él siempre detrás. La certeza de que me estaba mirando me daba mucho placer. Me indicó por dónde ir pasando su mano por mi cintura. Lo hacía muy bien, con una delicadeza que me llenaba de un cosquilleo entre mis piernas. Abrió la puerta de su departamento y me dejó pasar primero nuevamente.
- ¿Qué tomás? Tengo agua, gaseosa, vino... quedó algo de jugo de naranja, aunque no está muy frío -decía, mientras se dirigía hacia la cocina encendiendo algunas pocas luces en el camino.
- Prefiero agua -dije, y me quedé mirando por el ventanal enorme que daba al río.
Poca luz, algunos barcos a la distancia y este hombre del que ya me había olvidado el nombre trayéndome el pedido casi instantaneamente. Se me acercó por detrás y me tomó el vientre con la mano izquierda. Con la derecha me ofreció el vaso con agua. Tomé el vaso con las dos manos. Estaba frío. Llevé la cabeza hacia adelante, como dándole permiso para que me besara la nuca. Juntó las dos manos sin apretarme, pero sosteniéndome fuerte. Sentí los latidos de su pecho en mi espalda. Tomé un poco de agua, justificando el pedido y abandoné el vaso sobre la mesa. Llevó su mano izquierda hasta mi pecho sin despegarla de mi piel y con la derecha comenzó a desabrochar mi camisa. Sentí por sobre mis nalgas que su miembro crecía dentro de su pantalón. Mi corazón se apresuraba. Mis manos comenzaron a acariciar su cabeza y sus cabellos muy negros. En ningún momento él perdió su ritmo tranquilo. Yo lo dejé hacer y vi que eso le gustaba. Y a mí me enloquecía. El reflejo tenue en el vidrio del ventanal me excitaba aún más. Con mi camisa desabrochada jugada sobre mis tetillas. Y yo comencé a acariciar sus caderas y sus nalgas, como pidiéndole que no se separara de mi espalda. Allí iniciamos un vaivén magnífico. Su mano izquierda en mi vientre, apretándome contra su pubis, su mano derecha en mi cabeza, acariciándola, pasándola por mi rostro; mis manos, apretándolo fuerte contra mí. Meciéndonos uno contra el otro. Sintiendo su excitación en mí, su respiración agitándose progresivamente, susurrando palabras que me hacían estremecer cada vez que las pronunciaba en mís oídos.
- Vení -me dijo finalmente.
Y me guió a la habitación, tomándome por detrás, de la cintura, con las dos manos.
Una lámpara nos aguardaba encendida. Muy tenue. Puso música de relajación, más bien sonidos. Se paró de frente a mí y me quitó la camisa ya desabrochada. Me puse en puntas de pie, me colgué de su cuello y lo besé profundamente. Sentí un escalofrío recorriendo toda mi espalda y me uní a él en un abrazo que sentí el más hermoso y tierno. No quería que ese momento pasase y sin embargo sabía que todo esto era un preludio de lo que me esperaba. Le quité la remera y dejé al descubierto su pecho enorme. Lo besé con delicadeza. Gusté el sabor de su perfume. Yo sabía lo que queríamos ambos. El estaba seguro de mis deseos.
Con la lengua comencé a juguetear en sus tetillas sin dejar de acariar su vientre y sus piernas. El dueño de sus emociones ahora era yo. Fui bajando hasta su ombligo muy despacio, hasta insinuar que deseaba su miembro en mi boca. No llevaba puesto cinturón, así que tomé el botón del pantalón y lo abrí; bajé el cierre con cuidado, por miedo a que no tuviese ropa interior, pero sí tenía un boxer negro, muy ajustado. Mordisqueándolo, lo puse en mi boca, sin sacarlo del boxer. Bajé el pantalón, se lo saqué y fui bajando despacio el boxer. Quedó sobre mi cara un miembro hermoso y no aún en su mejor tamaño. Siempre supe que la boca era una buena manera de medir un pene. Si tenía que abrirla demasiado, era promesa de un miembro grande, que cuando me tuviese que penetrar habría que dejar que lo hiciera con dulzura.
Y quise sentir sus medidas inmediatamente. Muy grande. Muy ancho. Y de profundo alcance.
Introduciéndolo y dejándolo salir de mi boca, podía verlo en toda su extensión. Con mi lengua acariciaba el glande. Y dejé que él siguiera con los movimientos a su gusto. Me tomó de la cabeza e introdujo todo su pene en mi boca. Sentí que me ahogaba. Apoyé la cabeza del pene sobre mi paladar y con la lengua lo apreté fuerte desde abajo. El soltó un jadeo de placer y un movimiento lo llevó a inclinarse hasta mí y besarme y volver a poner su pene en mi boca. Mis labios lo aprisionaban y eso le gustaba.
- Me vas a hacer acabar.
Lo miré a los ojos, sin soltar su miembro, y adiviné en su rostro una expresión como de dolor y placer. No me detuve. El tampoco. Ambos queríamos que ese pene vaciara todos sus jugos en mi boca. Lo sentía latir sobre mi lengua. Podía percibir ya el sabor que brotaba en pequeñas gotas por ese orificio lubricado por mi saliva.
- No aguanto más, no pares.
Me tomó con las dos manos, sin permitir que su miembro se escapara de mi boca. Con mis manos lo tomé por la espalda y acaricié sus piernas grandes.
- Ahh
Fue una sensación rara y hermosa. No podía dejar de sentir el calor de su semen en mi boca que brotaba con tanta fuerza que me obligaba a tragarlo y a la vez el gusto amargo me invitaba a abrir la boca y querer dejar que toda esa leche se volcara sobre mis labios y mi rostro. Pero quise beberlo hasta el final. Y no permitir que retirara ese enorme miembro hasta que no haya acabado completamente en mi garganta. Mi lengua hizo lo demás.
Fueron unos segunos eternos. No quería abandonarlo hasta que él no lo decidiera. Esperé a que terminara por completo de vaciarse en mí. La fuerza del primer impacto aún la puedo sentir: caliente, veloz, implacable. No había manera de no beberlo. La segunda expulsión de su lava viril no fue menos inofensiva que la primera. Y no me dio tiempo a pensar qué hacer. Recién la tercera pierdió un poco de fuerza y no fue ya una erupción violenta, sino un derrame constante y espamódico.
- ¡Como me gustó, no lo puedo creer!
No paraba de disfrutar y de emitir jadeos y movimientos compulsivos. Sacó su pene aún erecto de mi boca húmeda de saliva y semen, se sentó en la cama y suspiró fuertemente, como si hubiese vuelto de una carrera. Yo tenía la cara un poco dolorida, pero nada más. Y el sabor amargo de sus jugos sobre mi lengua. Fue muy rápido. Evidentemente estaba muy excitado y lo hice acabar en poco tiempo. Pero no nos quejamos. Ambos lo queríamos. Eso fuimos a buscar.
Yo ya tenía mi primera parte satisfecha.
Nos acostamos y descansamos. Me abrazó y se durmió. Yo sabía que era cuestión de esperar un rato nada más. Ya vendría mi premio por aquel trabajo tan bien hecho.
continúa
¿Cómo haría para darme cuenta y reconocerlo? Jeans azules y remera blanca. Nada más. Rondando los treinta y cinco. De un metro ochenta. Más detalles no recordaba en ese momento; la excitación por la espera y no saber con quién me encontraría eran terribles. Calor y sudor mezclados con la imposibilidad de quedarme quieto, como si estuviera temblando.
Lo más incómodo era tener que mirar a la cara a cada hombre que pasara por la esquina, dándole pie para saludarme o para que me preguntara sencillamente: “¿Nano?”
Me sorprendió apareciendo por la esquina opuesta a la que estaba yo mirando.
- Hola.
Y me dio un beso. Me pareció un lindo tipo, desinhibido. Un poco más alto que yo y con voz gruesa. La forma por como encaró decidido me dio la impresión de que tiene toda la experiencia que yo no tengo en la materia.
- Eh... no me acuerdo tu nombre, pero sí tu nick – le dije, sin intentar repetirlo en ese momento.
El se rió porque le pasaba lo mismo que a mí, con la diferencia que mi nick era repetible al cerrar la computadora y el de él no lo era tanto.
- ¿Hace mucho que estás esperando?
- No, hace diez minutos, nada más. ¿Vos vivís por acá cerca, no?
- Sí, ¿vamos?
Asentí con la cabeza y nos fuimos caminando juntos. Había onda de ambas partes. Nos preguntamos los nombres, las edades, qué hacíamos habitualmente un viernes a la noche, si estábamos en pareja, si alguien sabía de lo nuestro. Dos cuadras caminamos hasta su departamento. También quedaba en una esquina. Nunca entendí muy bien por qué citar a alguien tan lejos, pero la caminata sirvió para acortar distancias entre nosotros dos.
El era un tipo que me daba seguridad. Eso me cambió la excitación de la soledad de la esquina y me lanzó a la caza. Entramos al edificio, oprimió el botón del ascensor y me invitó a entrar cuando éste llegó a la planta baja. Siempre iba por detrás mío cada vez que se abría una puerta. La estrechez del habitáculo nos obligó a acercarnos un poco, lo suficiente como para que pasara su mano por mi espalda y la detuviera justo allí, donde empiezan mis nalgas. Salimos, él siempre detrás. La certeza de que me estaba mirando me daba mucho placer. Me indicó por dónde ir pasando su mano por mi cintura. Lo hacía muy bien, con una delicadeza que me llenaba de un cosquilleo entre mis piernas. Abrió la puerta de su departamento y me dejó pasar primero nuevamente.
- ¿Qué tomás? Tengo agua, gaseosa, vino... quedó algo de jugo de naranja, aunque no está muy frío -decía, mientras se dirigía hacia la cocina encendiendo algunas pocas luces en el camino.
- Prefiero agua -dije, y me quedé mirando por el ventanal enorme que daba al río.
Poca luz, algunos barcos a la distancia y este hombre del que ya me había olvidado el nombre trayéndome el pedido casi instantaneamente. Se me acercó por detrás y me tomó el vientre con la mano izquierda. Con la derecha me ofreció el vaso con agua. Tomé el vaso con las dos manos. Estaba frío. Llevé la cabeza hacia adelante, como dándole permiso para que me besara la nuca. Juntó las dos manos sin apretarme, pero sosteniéndome fuerte. Sentí los latidos de su pecho en mi espalda. Tomé un poco de agua, justificando el pedido y abandoné el vaso sobre la mesa. Llevó su mano izquierda hasta mi pecho sin despegarla de mi piel y con la derecha comenzó a desabrochar mi camisa. Sentí por sobre mis nalgas que su miembro crecía dentro de su pantalón. Mi corazón se apresuraba. Mis manos comenzaron a acariciar su cabeza y sus cabellos muy negros. En ningún momento él perdió su ritmo tranquilo. Yo lo dejé hacer y vi que eso le gustaba. Y a mí me enloquecía. El reflejo tenue en el vidrio del ventanal me excitaba aún más. Con mi camisa desabrochada jugada sobre mis tetillas. Y yo comencé a acariciar sus caderas y sus nalgas, como pidiéndole que no se separara de mi espalda. Allí iniciamos un vaivén magnífico. Su mano izquierda en mi vientre, apretándome contra su pubis, su mano derecha en mi cabeza, acariciándola, pasándola por mi rostro; mis manos, apretándolo fuerte contra mí. Meciéndonos uno contra el otro. Sintiendo su excitación en mí, su respiración agitándose progresivamente, susurrando palabras que me hacían estremecer cada vez que las pronunciaba en mís oídos.
- Vení -me dijo finalmente.
Y me guió a la habitación, tomándome por detrás, de la cintura, con las dos manos.
Una lámpara nos aguardaba encendida. Muy tenue. Puso música de relajación, más bien sonidos. Se paró de frente a mí y me quitó la camisa ya desabrochada. Me puse en puntas de pie, me colgué de su cuello y lo besé profundamente. Sentí un escalofrío recorriendo toda mi espalda y me uní a él en un abrazo que sentí el más hermoso y tierno. No quería que ese momento pasase y sin embargo sabía que todo esto era un preludio de lo que me esperaba. Le quité la remera y dejé al descubierto su pecho enorme. Lo besé con delicadeza. Gusté el sabor de su perfume. Yo sabía lo que queríamos ambos. El estaba seguro de mis deseos.
Con la lengua comencé a juguetear en sus tetillas sin dejar de acariar su vientre y sus piernas. El dueño de sus emociones ahora era yo. Fui bajando hasta su ombligo muy despacio, hasta insinuar que deseaba su miembro en mi boca. No llevaba puesto cinturón, así que tomé el botón del pantalón y lo abrí; bajé el cierre con cuidado, por miedo a que no tuviese ropa interior, pero sí tenía un boxer negro, muy ajustado. Mordisqueándolo, lo puse en mi boca, sin sacarlo del boxer. Bajé el pantalón, se lo saqué y fui bajando despacio el boxer. Quedó sobre mi cara un miembro hermoso y no aún en su mejor tamaño. Siempre supe que la boca era una buena manera de medir un pene. Si tenía que abrirla demasiado, era promesa de un miembro grande, que cuando me tuviese que penetrar habría que dejar que lo hiciera con dulzura.
Y quise sentir sus medidas inmediatamente. Muy grande. Muy ancho. Y de profundo alcance.
Introduciéndolo y dejándolo salir de mi boca, podía verlo en toda su extensión. Con mi lengua acariciaba el glande. Y dejé que él siguiera con los movimientos a su gusto. Me tomó de la cabeza e introdujo todo su pene en mi boca. Sentí que me ahogaba. Apoyé la cabeza del pene sobre mi paladar y con la lengua lo apreté fuerte desde abajo. El soltó un jadeo de placer y un movimiento lo llevó a inclinarse hasta mí y besarme y volver a poner su pene en mi boca. Mis labios lo aprisionaban y eso le gustaba.
- Me vas a hacer acabar.
Lo miré a los ojos, sin soltar su miembro, y adiviné en su rostro una expresión como de dolor y placer. No me detuve. El tampoco. Ambos queríamos que ese pene vaciara todos sus jugos en mi boca. Lo sentía latir sobre mi lengua. Podía percibir ya el sabor que brotaba en pequeñas gotas por ese orificio lubricado por mi saliva.
- No aguanto más, no pares.
Me tomó con las dos manos, sin permitir que su miembro se escapara de mi boca. Con mis manos lo tomé por la espalda y acaricié sus piernas grandes.
- Ahh
Fue una sensación rara y hermosa. No podía dejar de sentir el calor de su semen en mi boca que brotaba con tanta fuerza que me obligaba a tragarlo y a la vez el gusto amargo me invitaba a abrir la boca y querer dejar que toda esa leche se volcara sobre mis labios y mi rostro. Pero quise beberlo hasta el final. Y no permitir que retirara ese enorme miembro hasta que no haya acabado completamente en mi garganta. Mi lengua hizo lo demás.
Fueron unos segunos eternos. No quería abandonarlo hasta que él no lo decidiera. Esperé a que terminara por completo de vaciarse en mí. La fuerza del primer impacto aún la puedo sentir: caliente, veloz, implacable. No había manera de no beberlo. La segunda expulsión de su lava viril no fue menos inofensiva que la primera. Y no me dio tiempo a pensar qué hacer. Recién la tercera pierdió un poco de fuerza y no fue ya una erupción violenta, sino un derrame constante y espamódico.
- ¡Como me gustó, no lo puedo creer!
No paraba de disfrutar y de emitir jadeos y movimientos compulsivos. Sacó su pene aún erecto de mi boca húmeda de saliva y semen, se sentó en la cama y suspiró fuertemente, como si hubiese vuelto de una carrera. Yo tenía la cara un poco dolorida, pero nada más. Y el sabor amargo de sus jugos sobre mi lengua. Fue muy rápido. Evidentemente estaba muy excitado y lo hice acabar en poco tiempo. Pero no nos quejamos. Ambos lo queríamos. Eso fuimos a buscar.
Yo ya tenía mi primera parte satisfecha.
Nos acostamos y descansamos. Me abrazó y se durmió. Yo sabía que era cuestión de esperar un rato nada más. Ya vendría mi premio por aquel trabajo tan bien hecho.
continúa
4 comentarios - A ciegas I
Amigo relatas muy bien, espero k sigas.